Título del texto editado:
«Más discípulos del maestro Ávila hijos de Granada. Capítulo LXV (Cuarta parte)»
Título de la obra:
Historia eclesiástica. Principios y progresos de la ciudad y religión católica de Granada, corona de su poderoso reino, y excelencias de su corona.
[FRAY LUIS DE GRANADA (1514-1588)]
(…)
También se tuvo por
discípulo
del maestro Ávila el venerable varón,
honra
de esta ciudad y aun de España, fray Luis de Granada, de la
orden
de santo Domingo. Los viejos de esta ciudad señalan la casa donde nació este Cicerón cristiano, en un corral de vecindad que tiene dos puertas, una a la calle de los Molinos y otra a la de Santiago. Fue hijo de una
panadera
del convento de Santa Cruz, y los religiosos de él, por tradición de sus mayores, cuentan graciosos cuentos de la pobreza de la madre y de la
humildad
del
hijo.
Nació el año de mil y quinientos y cuatro, y, aunque se bautizó en la parroquia de san Cecilio, no se sabe el día ni el mes, por ser antes del concilio de Trento y no haber libros del bautismo de aquel tiempo. Siendo de
diez
años, poco más o menos, fue recibido por acólito de la capilla real, donde
sirvió
algunos años y descubrió la viveza de su
ingenio,
y de la capacidad de su puericia formaron los padres dominicos pronósticos de lo que había de ser y le recibieron por religioso en Santa Cruz la Real a los diez y seis
años
de su edad, donde tomó el apellido de Granada, su patria, estimándole en más que el de sus padres. Lució de suerte fray Luis en el noviciado, que pudiera ser maestro de novicios, y después de profeso resplandeció su ingenio en las
letras
divinas y en las humanas, de suerte que obligó al convento a nombrarle por colegial del colegio ilustre de san Gregorio en Valladolid, que también dejó ilustrado con su memoria. Volvió a Granada, donde comenzó su predicación con gran aplauso de la felicidad de sus letras. Después pasó a Córdoba, donde comenzó a
escribir
el doctor de la iglesia española y predicó en tantos lugares, que le llama Mariana predicador universal de todas las provincias.
Era tan
humilde
y dócil, que, predicando en Montilla al conde de Feria, le oyó el maestro Ávila, y, preguntándole el conde qué le había parecido el padre fray Luis, rehusaba el venerable varón con humildad su censura; porfió el conde que se la diese, y respondió en presencia de fray Luis: «Sermón, señor, en que no se predica a Cristo crucificado y se trae doctrina de san Pablo no me satisface». Quedó fray Luis tan confuso de su respuesta, que de allí adelante le veneró por varón apostólico y fue el
historiador
primero de su vida: dejó las flores de humanas letras y los primores de los modernos y predicó a san Pablo y los doctores clásicos de la Iglesia con tal doctrina y con tales frutos, que
imprimía
sus sermones, y los predicaba en Milán el santo cardenal y arzobispo san Carlos Borromeo.
Todo el tiempo que estuvo en Montilla vivió con el maestro Ávila y fue su huésped, donde recibió admirables documentos de perfección y consejos para su gobierno, y así se lo dijo el padre fray Luis después de haber predicado en el convento de santa Clara de Montilla: «Más debo a V.m. y a sus consejos que a muchos años de mis estudios y, así, le confieso por mi verdadero maestro». Y lo reconoció con obras cuando, después de haber llevado nuestro Señor al maestro Ávila,
escribió
su vida y pidió licencia en el Consejo para
imprimirla.
Y, aunque su religión le hizo gran
contradicción,
pretendiendo que minoraba su
autoridad
un religioso de tan gran opinión escribiendo la vida de un clérigo pobre, replicó que tenía por suma autoridad escribir la vida del padre maestro Ávila, a quien había tratado y cuyo conocimiento estimaba en más que el amistad de los mayores señores y grandes del mundo por su virtud, por sus letras y por su púlpito, en que había ganado muchas almas para Dios y que, cuando en Castilla no se imprimiese su vida, él la presentaría al Pontífice, suplicandole la recibiese debajo de su amparo y la favoreciese, y con este enfado se salió de Castilla, porque, estando en la fundación del convento de Badajoz, puerto de Castilla con Portugal, por donde pasó la voz de su opinión a aquel reino, le llamó la reina doña Catalina, hermana de Carlos quinto, regente de Portugal por la menor edad de su nieto el rey don Sebastián, y le nombró por su
confesor
y de su
consejo
secreto. Diole el obispado de Viseo y arzobispado de Braga; no lo
quiso,
y por consulta suya se dio el arzobispado de Braga al beato fray Bartolomé de los Mártires, y, no le queriendo aceptar, como provincial que era el padre fray Luis, le obligó con la obediencia a que aceptase.
El arzobispo y cardenal de Milán san Carlos hizo tales oficios con su santidad, que estuvo resuelto a darle el capelo si su edad y enfermedades no lo impidieran.
Escribió
hasta que
perdió
la vista, y murió en la ciudad de Lisboa de ochenta y cuatro años de edad, último de diciembre del año de mil y quinientos y ochenta y ocho. Dicen el obispo de Monopolo y fray Luis Cacegas fue sepultado en el convento de santo Domingo.
(...)