Título del texto editado:
“Noticia de los poetas castellanos que componen el Parnaso español. Tomo IV. [Biografía de] Gaspar Gil Polo”
Gaspar Gil Polo fue natural de la ciudad de Valencia, y
floreció
cerca de los años de 1550.
Estudió
las buenas letras y la jurisprudencia, y
ejerció
esta facultad en aquella ciudad, que son las únicas memorias que nos han quedado del tiempo y demás particulares de este poeta castellano, así como de su
ingenio
nos quedó un ilustre testimonio en el
famoso
libro de
Diana enamorada,
que es el que hizo
memorable
a su autor, y el único depósito de todas sus
poesías
conocidas. Su intento fue
proseguir
la idea de la
Diana
de Jorge de Montemayor, obra muy célebre y aplaudida por su invención, por su
estilo,
y por ser la
primera
que empezó a introducir en España este gusto de
novelas
pastoriles, en verso y prosa, que tanto se extendió después; y esta
fama
dio ocasión a que se continuase el pensamiento por otros, y entre ellos Alfonso Pérez, llamado “el salmantino”, cuya obra suele andar unida con la de Montemayor; pero
ninguno
como nuestro poeta: con más
talento
y más
instrucción
adelantó y completó la idea, añadiendo los cinco libros suyos a los siete de Montemayor, y
aventajándola
hasta el grado que la da el célebre Miguel de Cervantes en el famoso escrutinio de los libros de Don Quijote, donde hablando de las tres Dianas dice:
“la de Gil Polo se guarde como si fuera obra del mismo Apolo”.
Sin embargo de la autoridad de este juicio, la exageración es demasiada, pues a la verdad todo el mérito de esta obra consiste en la destreza con que guarda el
decoro
de los sucesos y de las personas, y principalmente en la admirable
pureza
y propiedad del estilo, tanto en la prosa como en los versos; y esta ventaja es sobre la que ha recaído el
aplauso
y la estimación que ha merecido entre los propios y entre los extranjeros, y porque se ha
impreso
tantas veces en distintos reinos y
traducido
en diversos idiomas, hasta la última edición que se hizo en Londres, año de 1739, corregida y enmendada por Pedro de Pineda, judío, que fue el mismo que corrigió la
Historias de don Quijote,
impresa en aquella ciudad. Pero en lo que toca a las demás partes esenciales de la obra, como son la invención, el enredo, la solución y la oportunidad de los episodios, no tan solo
no
merece un elogio tan
excesivo,
pero ni aun puede
competir
con la ingeniosa traza de su inventor, Montemayor. Lo más
útil
de esta obra es el que intituló “Canto del Turia”, en que por medio de una ingeniosa fantasía poética hace un
catálogo
y elogio de los poetas valencianos más famosos hasta su tiempo. También hay noticia de otros trabajos de nuestro autor, respectivos a su profesión, que no llegaron a publicarse. Este es el elogio que le da Miguel de Cervantes en su “Canto a Calíope”:
Todas cuantas debidas
alabanzas
diste a ilustres ingenios, ¡oh, Gil Polo!,
tú las mereces solo y las alcanzas,
tú las alcanzas y mereces solo.
Ten ciertas y seguras esperanzas
de que en la selva un nuevo mausoleo
te harán estos pastores, do guardadas
tus cenizas serán, y celebradas.