Información sobre el texto

Título del texto editado:
“Noticia de los poetas castellanos que componen el Parnaso español. Tomo III. [Biografía de] el licenciado Vicente Espinel”
Autor del texto editado:
López de Sedano, Juan José (1729-1801)
Título de la obra:
Noticia de los poetas castellanos que componen el Parnaso español. Tomo III
Autor de la obra:
López de Sedano, Juan José (1729-1801)
Edición:
Madrid: Joaquín Ibarra, 1773


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El licenciado Vicente Espinel, presbítero, nació en la ciudad de Ronda, Reino de Granada, año de 1544. Parece que de muy tierna edad salió de su tierra obligado de la necesidad. Ignórase el lugar y la clase de sus estudios, con los demás sucesos de su juventud, hasta que, ordenado sacerdote, con el favor y protección del obispo de Málaga, don Francisco Pacheco, a quien tanto elogia y publica por mecenas y patrono, llegó a ser beneficiado de las iglesias de Ronda. Siguió algunas pretensiones en ella y en la corte, pero nada logró dentro y fuera de su patria por los muchos émulos y envidiosos que le desacreditaron con calumnias, y la desgracia que siguió a su mérito, como ha sucedido por lo común en los mayores ingenios. Por estas causas hizo una larga ausencia de su patria, a quien amaba tanto como se ve en sus obras, al mismo paso que se queja de la ingratitud que usaba con él. Su inclinación y su genio fijaron todos sus progresos en la poesía, llegando a hacerse uno de los más célebres profesores de su tiempo por la natural fecundidad de su imaginación, por su estudio del arte, su inteligencia en las lenguas sabias y vulgares y la imitación de los mejores modelos de la antigüedad; y no menos célebre por la invención de las décimas, que por su nombre se llamaron desde entonces espinelas. Sin embargo, es menester entender que esta composición ya era conocida en España muchos años antes que Espinel, porque, aunque no se quiera conceder que la décima se formó de dos quintillas unidas que comprendan un mismo pensamiento, las hallamos ya en el Cancionero general y en otros poetas antiguos, bien que con el natural desaliño y rudeza de aquellos siglos, y con notable variedad y sin regla, regularidad ni proporción en los consonantes, lo cual no debe quitar la gloria de inventor a nuestro Espinel, pues las fundió de nuevo, estableció su forma y las redujo a regular contextura, dándolas nuevo espíritu y belleza, y sobre todo, estableciéndolas como composición específica, por lo que justamente las aplicaron su nombre, y la gloria de esta invención, a su feliz ingenio. Con no menos aplauso y seguridad se le debe contar por inventor en la música de la vihuela o guitarra, en que fue consumado, introduciendo en ella la quinta cuerda, de que hasta entonces carecía, y añadiéndola con esto la entera perfección que logra este instrumento para el bajo y acompañamiento músico. Las poesías de nuestro Espinel no fueron muchas, pero son sumamente estimables por su calidad. Entre ellas se señala la traducción de la Epístola ad Pisones o Libro de arte poética de Horacio, como la más clásica que tenemos de esta grande obra, en la cual fue muy feliz, aunque también muy libre y excesivamente dilatado en la versión. Más exacto y feliz fue en otras traducciones de las odas del mismo Horacio, pero sobre todo lo fue en las obras originales, en donde luce su grande ingenio y la imitación de los antiguos, que ambas prendas le distinguen por uno de los más famosos poetas líricos de la nación. También se halla entre sus obras un poema, que intituló Casa de la memoria, destinado a referir la noticia y el elogio de algunos poetas ilustres españoles, particularmente andaluces, que todas se imprimieron en un tomo en octavo en Madrid en 1591. Asimismo compuso el libro intitulado Vida del escudero Marcos de Obregón, obra de buen estilo y de entendimiento y aprecio en su línea de moralidad. Finalmente murió en Madrid, pobre y sin premio, año de 1634, a los 90 de su edad. Las señas y prendas personales de nuestro Espinel son las siguientes, que él mismo refiere con mucha gracia en una de sus epístolas:

Y quien me ve tan reverendo y gordo
piensa que es del añejo y magra lonja,
o que de rico y perezoso engordo.
Que aunque este día me pidió una monja
(pues le negaba mi presencia y trato)
que le haría singular lisonja
en darle de mi cara algún retrato,
que lo tendría en excesiva estima
por contemplar en mi belleza un rato,
por darle gusto (que es un poco prima)
le envié por memoria de mi rostro
un botijón con un bonete encima.
Con la gordura tengo un ser de monstruo,
grande la cara, el cuello corto y ancho,
los pechos gruesos, casi con calostro,
los brazos cortos, muy orondo el pancho,
el ceñidero de hechura de olla,
y a do me siento hago allí mi rancho.
Cada mano parece una centolla;
las piernas torpes, el andar de pato,
y la carne al tobillo se me arrolla.
No traigo ya pantuflos, y el zapato,
injusto y ancho por mover la corva,
cordato a ojo y sin medida el bato.
Cualesquier cosa para andar me estorba:
redondo el pie, la planta de bayeta,
las piernas tiesas y la espalda corva:
¡qué gentil proporción para poeta!


Lope de Vega, en su Laurel de Apolo, le da el digno elogio que sigue:

Pero la sierra, que en la verde orilla
Pero la sierra, que en la verde orilla
el pie de mármol baña,
adonde yace Ronda,
querrá también que Apolo corresponda
a ti, que debe al inventor suave
de la cuerda que fue de las vihuelas
silencio menos grave,
y las dulces sonoras espinelas,
no décimas del número del verso,
que impropiamente puso
el vulgo vil y califica el uso,
o los que fueron a su fama adversos,
pues de Espinel es justo que se llamen,
y que su nombre eternamente aclamen.
Las rimas españolas
fueron entonces en su acento solas
cuando cantaba en dulce amor deshecho
«Rompe las venas del ardiente pecho…»
y sus himnos divinos,
iguales a los griegos y latinos,
de aquellos falsos dioses.
Tú, pues, eternamente en paz reposes,
¡oh, padre de las musas, docto Orfeo!
De músicos y cisnes corifeo,
que con las cuerdas nuevas
hoy pudieras haber fundado a Tebas,
honraste a Manzanares,
que venera en humilde sepultura
lo que el Tajo envidió, Tormes y Henares,
mas tu memoria eternamente dura.
Noventa años viviste,
nadie te dio favor, poco escribiste:
sea la tierra leve
a quien Apolo tantas glorias debe.


Y en otra parte:

Fueron las espinelas
de artificio estudioso
para el laurel alegres esperanzas.
¡Oh, Apolo, que revelas
género tan hermoso,
tenga Espinel debidas alabanzas!
¡Qué bien el consonante
responde al verso quinto!,
¡qué breve laberinto,
qué dulce y elegante,
para todo concreto!
Tal fue su amor perfecto
en música y poesía,
porque toda consiste en armonía.






GRUPO PASO (HUM-241)

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2018M Luisa Díez, Paloma Centenera