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Título del texto editado:
Al lector
Autor del texto editado:
[Aldrete Quevedo y Villegas, Pedro?] Sin firma
Título de la obra:
Las tres musas últimas musas castellanas. Segunda cumbre del Parnaso español de don Francisco de Quevedo y Villegas, caballero de la orden de Santiago, señor de la villa de la Torre de Juan Abad. Sacadas de la librería de don pedro Aldrete Quevedo y Villegas, colegial del Mayor del Arzobispo de la Universidad de Salamanca, señor de la villa de la Torre de Juan Abad.
Autor de la obra:
Quevedo, Francisco de (1580-1645)
Edición:
Madrid: Imprenta Real, 1670


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Al lector


Deseando no defraudar a la pública aclamación que así propios como extraños tan debidamente han hecho a todas las obras de aquel alto y nunca bien encarecido ingenio de don Francisco de Quevedo, mi tío, he procurado se junten en este libro las que he podido conseguir y que todas las poesías que comprehende se impriman en la mesma conformidad que las dejó, sin añadir ni quitar cosa alguna. Bien veo que les faltan muchos asuntos, y las que los tienen están defectuosos y no tienen el lugar que les toca; la causa de esto ha sido no haber podido yo asistir a la corrección de la imprenta; enmendárase en la segunda impresión que se hiciere. Y conociendo lo que sentirán los doctos el perder cualquier obra del autor, daré a la estampa algunas que tengo en prosa, no acabadas, juntándolas con otros originales que me han prometido y, aunque he sacado dos paulinas para que no se pierda rasgo suyo, no he podido conseguir mi intento (espero con el tiempo se manifestarán), pues el que tengo es solo de asistir en esto a la utilidad pública, como lo fue el del autor en todas sus obras. Bien sé de algunas que están ocultas en poder de los que las han usurpado, entre las cuales es una canción que el autor intituló, la Oración que Cristo Nuestro Señor hizo a su Padre e en Huerto; otras que no parecen se nombran en el libro de su vida, la cual se escribirá, siendo Dios servido, más por extenso y mejorada de noticias. Mucho pudiera decir en alabanza del autor, pero déjolo por no parecer apasionado en cosa propia. Empero me será lícito, ya que me ha llegado la ocasión a la mano, referir cómo supo juntar las prendas naturales en que Dios le adornó con las virtudes católicas, así en sus escritos, como en sus obras personales. En lo escrito sacro y serio se valió de la verdad evangélica de la Sagrada Escritura y de los santos Padres de la Iglesia y autores de buenas letras, hallando los lugares tan a su intento, que causa admiración, el cual fue solo de reformar costumbres en todas edades y oficios. En lo burlesco trató de lo mesmo, rebozando lo agrio de la reprehensión con lo dulcemente sazonado de la chanza, reprehediendo en general los vicios, no las personas, y dando documentos para defendernos de la ambiciosa y vana mentira del mundo. De esto serán testigos cuantos lectores tuvieren sus libros y por si, ¡oh, lector!, fueres de los que en su vida le persiguieron con la envidiosa murmuración de sus lenguas, y te durare esta peste aún después de los hielos del sepulcro (todos los grandes han sido perseguidos de esta carcoma), el autor lo fue con particularidad, la envidia dura hasta la muerte; palabras suyas son en el Rómulo, en la «Dedicatoria» que hace a quien leyere: «la envidia es un veneno que no obra donde no hay calor. Los cadáveres son alimento de cuervos o gusanos, no de hombres solamente. La muerte tiene hielo bastante a apagar el fuego de la envidia y dejar ceniza de compasión». Y si se te olvidare la compasión y solo te acordares del fuego que te abrasa, no hallo con qué comparar tu bajeza si no es con la de las moscas; estas no solo persiguen los vivos, sino con más porfía y instancia los cuerpos muertos, y mientras más corruptos y hediondos, más. Si entran en alguna sala que esté adornada de alhajas de mucho valor, como lo son las piedras preciosas, oro, plata y joyas de toda estimación, si dentro de esta hubiere alguna cosa que estuviere sucia o que lo parezca, allí sentarán su vuelo y fijarán su porfía. Así, tu murmuración envidiosa se fijará en lo que te pareciere no estar a tu gusto y eso por la mayor parte será por tu mal entender, y no harás caso de lo precioso que desechas o disimulas. "«S. Justin. Mart. Contra Theoph. Muscarum instar ad ulcera concurritis, et imvolatis, nam si quis de rebus inmumerabilibus praeclare dicat; una autem parva vobis grata non fit, aut non intellecta, multas praeclaras contemnitis, unum autem verbum corrigitis»" . Y cuando haya alguna o más discurrida o poco explicada, es cierto que no puede el hombre juntas explicar las cosas dificultosas. "«Ecclesiastes cap. I Cunctae res difficiles non potest eas homo explicare sermone»" . Las obras personales del autor no fueron inferiores a sus escritos, ni le engrandecieron menos. No niego que en su juventud tuvo algunas verdades traviesas, que aquella edad facilita; danlo a entender las poesías amorosas que entonces compuso; otras burlescas, de que no se saca moralidad, hizo para divertir el ingenio con la variedad.

Su sabiduría fue conocida de todos así antes como después de su muerte, y no solo se valió de la luz, capacidad e ingenio que Dios le dio, sino de sumo trabajo. Tenía una mesa con ruedas para estudiar en la cama, para el camino libros muy pequeños, para mientras comía mesa con dos tornos, de lo cual son buenos testigos los mesmos instrumentos que están hoy en mi casa en la villa de la Torres de Juan Abad. Su cuidado fue no perder el tiempo, que es la joya más preciosa que tenemos los mortales. Estudió sólo para saber y aprovechar a los demás. Acompañó la sabiduría con la virtud evangélica de la humildad, procurando esconder en su pecho lo que sabía. Nunca quiso imprimir sus obras ni manifestarlas, si no es a ruego de hombres doctos y grandes, persuadido a que convenía a la utilidad pública. De esta manera, se imprimieron en vida algunas obras de prosa , no todas; las de verso; jamás permitió se imprimiesen, siendo tantas y tan grandes que harán crecer al más gigante. Los sabios esconden la sabiduría: "«de parabolis Salomonis, cap. 10 sapientes abscondunt scientiam»." Siempre que de palabra o por escrito trató de sí, fue despreciándose; sabía muy bien que no puede ser verdaderamente sabio quien no fuere verdaderamente humilde.

Grande fue su fortaleza, las persecuciones, prisiones y trabajos que la envidia de sus enemigos le causaron, nadie lo ignora. En las prisiones primeras que tuvo en la Torre de Juan Abad, escribió las poesías más burlescas y de mayor chanza que hay en sus obras; en la última que tuvo en San Marcos de León, escribió otras del mesmo asunto, de donde parece se alegraba con los trabajos que tan porfiadamente se siguieron toda su vida. Hermanó este heroico don de la fortaleza con la virtud evangélica de la paciencia: examináronle tan grandes trabajos en tal alto grado, que no parecía herían cosa sensible, sino alguna peña o roca. Jamás se quejó aún con los más amigos y parientes, ni por esto se tuvo por poco afortunado. En su corazón no tuvo enemigos, ni deseo de vengarse de ellos, aunque tuvo tantos contra su persona y reputación. Conócese esto en que, aceptando algunos puestos que le fueron ofrecidos, pudiera hacerlo con mucha seguridad; estuvo tan lejos de ejecutar este dictamen, que no solamente no buscó puestos ni ocasión para lo dicho, sino que no los quiso. En la última enfermedad de que murió, ocasionada de dos postemas que se le abrieron en los pechos, estuvo largo tiempo en la cama, sin poderse menear, con grande alegría, causando admiración a los que le veían.

Trató y habló siempre verdad. Sus escritos están llenos de verdades desnudas y claras. Jamás quiso ni consintió cosa que contradijese a ella, como se vio en los grandes negocios que pasaron por su mano en Italia. Juntó la verdad con la inestimable virtud de la caridad. Jamás quiso fingir o disimular en cosa que le pareció era útil suyo y daño ajeno, antes intrépidamente se ofreció a los trabajos, corriendo por su mano lo más arduo del gobierno del reino de Nápoles, siendo su Virrey el duque de Osuna y, en particular, la averiguación de los fraudes de la Real Hacienda: le ofrecieron cincuenta mil ducados porque disimulase o diese larga a los negocios; no lo quiso hacer; consta por carta del duque, escrita a su Majestad, cuyo original tengo en mi poder, su fecha en 20 de Mayo de 1617. Y por esto padeció en su vida muchas persecuciones y granjeó muchos enemigos, mas su mira fue de dar buen ejemplo a los presentes y dejarle a la posteridad. Imitó en esto a aquel fuerte varón Eleazaro, que nos refiere el lib. 2 de los Macabeos en el cap. 6, que quiso más perder la vida que disimular que comía las carnes vedadas. Cuando conoció que el fingir o disimular convenía al bien común, siempre lo hizo, aunque cediese en detrimento suyo. Habiéndosele ofrecido al duque de Osuna el valerse de su persona para que fuese a Venecia a tratar algunas cosas acerca de componer las disensiones que aquel reino tenía con venecianos, conociendo que esto cedía en utilidad del bien público, disfrazado, hizo la diligencia con gran trabajo y riesgo de su vida. Siguió en esto la doctrina que Cristo nuestro señor nos dio con su ejemplo cuando, después de su gloriosísima resurrección, se apareció a los dos discípulos en el camino del castillo de Emaús, fingió que iba más lejos. "«S. Lucas cap. 24. Finxit se longius ire»;" y en su sacratísima vida, cuando los judíos le quisieron apedrear, se apartó; refiérelo S. Juan en el cap. 10. Excusó entonces las piedras porque no había llegado el tiempo que su divina Majestad tenía señalado para su sacratísima pasión y, cuando llegó, se entregó en manos de los que le perseguían, que así todo convino a nuestro bien. "«S. Athanasio in Apolog. de fuga sua. Ideoque et ipsum verbum propter nos homo factum, non indignum putavit. Cum quaereretur quemadmodum, et no abscondere se, et cum persecutionen pateretur fugere, et insidias declinare, cum autem a se diffinitum tempus ipse adduxisset, in quo corporaliter pro omnibus pati volebat ultro se ipsum traditit insidiantibus»;" el cual ejemplo siguieron los apóstoles y otros muchos mártires y santos.

Premiole Dios en su muerte con tan larga mano, que parece imitó en ella a los mayores santos de la Iglesia. Habiendo después de su última prisión de León vuelto a la Torre de Juan Abad, antes de irse a Villanueva de los Infantes a curar de las apostemas que desde la prisión se le habían hecho en los pechos, ocho meses antes de su muerte compuso la primera canción que va impresa en este libro, en donde parece predice su muerte, publica su desengaño y da documentos para que todos le tengamos; puede servirle de inscripción sepulcral. Cuatro meses antes de su muerte le mandaron los médicos dar los sacramentos; recibiolos, pero el de la unción dijo se difierese para cuando avisase. Tres días antes de su muerte dijo a un criado que le escribíalas cartas, delante de otras muchas personas, que aquellas habían de ser las últimas que había de firmar. El día de la Navidad de nuestra Señora, ocho de septiembre, célebre por el nacimiento de la Reina de los Ángeles y muerte de Santo Tomás de Villanueva, de quienes había sido muy devoto, envió a llamar el médico por la mañana y le pidió le tomase el pulso y le dijese cuánto le parecía podría vivir. Aunque lo rehusó el médico, respondió que tres días, a que replicó que no había de vivir tres horas. Pidió la unción, recibiola, murió antes del cumplirse las tres horas; quedó con mejor semblante que vivo. Después de diez años de enterrado, se vio su cuerpo entero. Aquellos a quienes Dios les da tan gran luz natural y prendas semejantes mucho tienen adelantado para salvarse y merecerán más con un acto glorioso de dolor y amor que otros muchos, pues están más prontos a conocer la grandeza de Dios, la bajeza nuestra, la fealdad del pecado, porque en esto consiste lo más. David fue profeta sabio y, por esto, no solo mereció con solas dos palabras perdón del adulterio y homicidio que había cometido, sino que alcanzó ser gran siervo de Dios hasta la muerte, como nos lo señala el lib. 2. De los Reyes en el cap. 12. ¡Oh, varón nunca bastantemente alabado, vive eternidades, pues gozas de tantos trabajos!





GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera