Autor del texto editado:
A.A.L.S.M. (Anonymus, Amicus, Lubens, Scripsit, Moerens, Posuit) [Paravicino, fray Hortensio Félix]
Título de la obra:
Todas las obras de don Luis de Góngora en varios poemas. Recogidos por don Gonzalo de Hoces y Córdoba, natural de la ciudad de Córdoba. Dedicadas a don Luis Muriel Salcedo y Valdivieso, caballero de la orden de Alcántara etc.
Vida y escritos de don Luis de Góngora
Junto a los criterios generales de modernización, atiendo al cotejo con testimonios anteriores del texto en las ediciones previas, para corregir erratas. No atiendo, en cambio, a lecturas divergentes para postular un presunto original o un texto crítico.
1
Fue breve, habiendo nacido jueves, once de julio de mil y quinientos y sesenta y uno, y muerto lunes, veinte y cuatro de mayo de mil y seiscientos y veinte y siete, que sesenta y cinco
años,
diez meses y trece días brevísimo período fue de vida, curso arrebatado a nuestro esplendor del más
lucido
y vehemente ingenio que ha llevado nuestra
nación,
no gozado, que hombres tan grandes en ninguna profesión los sabe gozar; a estimarlos, a lo menos, en ningún siglo acierta, en este lo yerra más.
Su sangre fue
noble
de un
padre
y otro. Su padre, don Francisco de Argote, corregidor de esta villa y de muchas ciudades, padre de don Luis de Góngora. Su madre, doña Leonor de Góngora, igual en la dicha del linaje y la sucesión a su marido, madre de don Luis de Góngora. Este fue el mayor lugar que alcanzaron de la fortuna, el que no pudo quitar a la naturaleza; así nos hace hablar la desatención heredada; la razón toca a la providencia, aun más justificada que oculta.
Nació en Córdoba, honrada porfía de pueblo y feliz a ser en todos siglos, y entre tanta nobleza célebre patria de los
espíritus
más elevados de su nación (quizá digo del mundo en eso). Pasó los años
infantes,
hasta quince, con el decoro y cuidado que pedía la educación de su sangre, advertida de esperanzas mayores, que con el sol de la razón comenzaron a amanecer en sus menores muestras. De esta
edad
le enviaron sus padres a
Salamanca,
madre y, como lo enseñaron sus hijos, príncipe de las ciencias todas, numeroso seminario, examen y taller de la juventud, genios e ingenios de España. Entre todos se hizo conocer por el primero don Luis, mirado y admirado Saúl de aquel pueblo estudioso, de los hombros arriba
eminente
a todos, habiéndose descrito o, como ellos llaman, matriculado algún año catorce mil. No se adelantó en el
estudio
de los
Derechos
porque, desenclinado a ellos
genialmente
y llevado de la violencia natural y el amor de las letras humanas (que inhumanas se han hecho ya; mas no siendo humanas no deben ser letras), se entregó todo a las
musas;
festivas
ellas demasiadamente en aquellos
años
dulces y peligrosos, le dieron a beber, desatadas las gracias en los números, tanta sal, que pasó el sabor sazonado a ardor
picante.
La edad floreciente, el
espíritu
gallardo, gustoso el ingenio, ardiente y singular, la libertad de la nobleza mal obediente de su pluma, ni los demás escaparon de ella; y, entre las
costumbres
comunes que en dotrinales sátiras y españolas vivezas cual ningún otro, cuando volviera
Marcial
a tomar la pluma, acusó la de don Luis, tal vez
salpicó
la tinta las personas. De este
ímpetu
no corregido se
dolió,
no tal vez solamente, sino muchas; sea
quietud
a los ofendidos, que es raro el caso en que no han jurado los
consonantes
de mentirosos, que los siglos todos lo han reconocido así, y que los
mayores
hombres del mundo han padecido, si sensible, desatentamente este daño, en la duración a lo menos, que al primer soplo del huracán pocos galeones reales supieron ocultar el estremecimiento, escusarle ninguno. Finalmente, tiaras y coronas cierran el número de los lastimados. ¿A quién tendremos envidia? Cuando no lo enseñe el valor, séale a don Luis, cuya agudeza ha movido la memoria de otros errores,
disculpa
su entendimiento, y aun este mesmo que hemos dado a entender, pues en prosa conversación y trato más ingenuo, más cándido hombre y más sin ofensa de otros, antes con suma estimación de los que parecía haber ofendido, no ha visto España.
Escribió muchos
versos
amorosos
a contemplaciones que llaman
ajenas.
No se le prohíjen a su intento, si no se le pueden emancipar a su pluma todos. Sea, empero, verdad pública como cierta que desde el día que fue
sacerdote
no
escribió
verso ni cayó en error de los que las musas más libres muestran achacarle. En sus
ancianos
años, si no últimos, o acusado de la edad en los asuntos o
reprehendido
del decoro interior en el
estilo
menos grave de tantas obras como le granjearon aplausos en todas gentes y no sin generosa
vergüenza
(confesó él) de algún amigo de menor edad que desde los primeros años vio, si no conseguir arrebatarse a la
sublimidad
o alteza de la cultura que tan odiosa intenta hacer la
ignorancia,
se empeñó a la
grandeza
del Polifemo, Soledades y otros, si no más breves, no menores poemas que enseñará la estampa; discurrir de la estimación de este
estilo
o sus
calumnias
y buscar la razón aun de lo que no la tiene, más notadas de erudición, bien que no muy peregrina, que estos borrones permiten amigos y apresurados apenas libres; en la
liza
andan
combatientes
que lo batallarán al estruendo como a la arte , y más que al
arte
al estruendo, achaque natural de las cosas vanas y violentas, especialmente en la contradicción, que las defensas, como tocan al calumniado, dicen que han de ser más templadas; al fin la cordura ha de estar siempre de parte del agraviado o el poco fino; no es sabrosa filosofía, mas forzosa es, que el seso toca a la razón como la pasión a la locura. El que hace esta prefación a las obras de don Luis no hace por ahora más profesión que de
amigo
suyo; lega y brevemente refiere la verdad y, entre la ternura de haberle él perdido, fía del aliento de este verdaderamente
alto
y animoso poeta que vivirá en la
memoria
y alivios de los siglos e irá debiendo y cobrando a la posteridad más aplauso, judicioso siempre, pues, por lo que tiene de muerte la ausencia, veneraron en vida otras naciones; la nuestra se dividió más en
facciones,
que en pareceres no es poca gloria en la fama tenerlos, mas todos ni [a] las acciones divinas les ha sido dado, siéndoles debido; estraña sangre da vida a algunos corazones humanos, pues respirando venenos viven muerte, y no apestan solo el aire, sino la luz, que oscurecerla no importara tanto; nublado decimos que está en el cielo, decimos, más no lo está; gracia tiene el cielo, o claro u oscuro o azul o nublado, que todo es mentira cuanto de él se dice, y España es la patria de estos monstros humanos como África de las fieras, y para el oro de sus ingenios es nueva India, pues tiene ya mina y la hornaza en las mismas venas, con que confunde los oficios, si no los intentos de madre y de madrastra en sus mejores hijos. No se puede negar alguna más
licencia
que dio a sus musas don Luis para huirse a la sencillez de nuestra habla
castellana;
si no hubiera habido de nuestros
atrevimientos,
no solo no hubiera dejado los primeros paños de su niñez, mas ni sacado los brazos de las fajas superticiosas de la ignorancia y el miedo nuestra
infancia;
demás que no ha habido idioma clásico o vulgar jamás que en su misma patria no diferencie lo
docto
y lo plebeyo, entre el arte y la conexión. ¡Oh, cómo desde el ocio se
acusa
descansadamente el
trabajo,
aun sin el dolor de la envidia! Cuando, pues, religioso el seso en la ocupación latina y
profana,
se achaque o en la elocución y voces
peregrinas,
o en la continuación y oscuridad de las metáforas, descuidos o
afectación,
prueben a vencerle con imitación no jocosa, y reconocerán el parenia o proverbio griego que el desliz del pie de un
gigante
es carrera para un enano.
El estado y comodidad de don Luis no es entre otros leve argumento de su excelencia y de la venganza civil que quiso tomar la fortuna de la
naturaleza,
reconociéndole, si no presumida, satisfecha del cuidado que en don Luis puso, pues un
caballero
de partes tales en una y otra edad no pudo ascender de una
ración
de la
iglesia
de Córdoba; gloria de su Iglesia, de su patria, de sus méritos no haberle mirado ni con templado ceño, cuanto y más reídose con él. ¡Esta vana diosa, cuyos imaginarios altares en más que mental oración ocupa de ofrenda y devociones el despecho o amor de los mortales! Mas, cuando méritos de tan superior data a la mortalidad común no solicitaron en el sentimiento de los buenos lágrima, la felicidad de los envidiados hermoso argumento es de las plumas o crédito ajeno; quien, empero, no puso el dedo entre el cordel y el brazo del que atormentan pudo pesar fielmente el dolor y atreverse a ser severo
árbitro
de los gritos. La solución de todo consiste en el favor del cielo y ejemplo de Jesucristo. Toda otra dotrina no es obstinación estoica, mentira estoica sí es, que disimular el semblante no es no sentir el cuidado, sino recatarle largamente. Nos enseñaron la igualdad del ánimo los antiguos; ¿quién de ellos la consiguió? Es fácil el aparato de las voces. La ostentación tranquila obra crédito; si desabrochamos la ropilla del más constante, le hallaremos en el pecho hasta peligro y fealdad las llagas.
Llamado don Luis, entre esta cortedad de suerte, de grandes
príncipes
a esta corte, los gozó familiares mucho, beneficios
poco
(de toda grandeza mayor achaque); todavía al vicio no suelen negar tan fácilmente el amparo. Es verdad también a la generosidad no comparable del duque de Lerma y a la gracia e inclinación del marqués de Siete Iglesias debió la merced de una
capellanía
de honor de su majestad del señor don Felipe tercero el Piadoso, y al conde duque de Sanlucar el favor de dos hábitos de Santiago para dos sobrinos suyos, y, si no le estorbara la muerte, se prometió más desvelos de su menos dicha al abrigo de este príncipe. Once años gastó en esta corte, no en desengaños ni esperanzas, que de un afecto y otro trajo sobrecaudal experiencias; la necesidad lo trajo, la
necesidad
le detuvo, no se diga que le acabó. Gran nota de muchos ver arrastrar a sus ojos con inútil compasión la
singularidad
de tal hombre. Enfermó peligrosamente cuando la jornada del rey nuestro señor a Aragón, en ausencia de sus amigos , si merecen tanto nombre las apariencias. Alguno a lo menos en menor estado que todos lo supo ser y en nombre de la reina nuestra señora le envió médicos y cuidó de su salud, digna atención de ánimos reales la necesidad miserable de los beneméritos. No hablo en esto más claro porque no hay flor que tope con abejas, de arañas se puebla el aire. En algunas treguas del mal que se le atrevió a la cabeza (¿a qué cabeza, aun sin escusa de enfermedad, se le atreven los males? Niéganlo los que padecen, mas no lo esconden) volvió a
Córdoba,
para que no le mereciese sepulcro sino el lugar que se honró patria con él. No fue lesión del juicio el mal de la cabeza; en la memoria cebó la violencia toda; acaso porque al morir don Luis en
nosotros
todos se debía repartir su
memoria.
Reconoció cristianísimamente lo a lo que le obligaron su profesión, su sangre, y el segundo día de la Pascua de Espíritu Santo restituyó a las manos de su hacedor el suyo plácidamente.
Dejó consuelo de su muerte a sus amigos, descansó de su envidia a sus émulos (no les doy cortas gracias de sus ofensas), y, enterrado con pocas lágrimas en aquella luz postrera, algo pudieron desear sus ojos, satisfación que en la verdad falta a muchos (decir quisiera a todos) todavía aun en siglo libre de mortales accidentes don Luis sus obras los padecen, y ya cudicia, ya curiosidad fuesen la causa, las
estampó
la prisa, con qué faltas, si no reparadas, mendosas todas, y prohijadamente muchas, aun las propias con ajeno y oscuro título, si bien ilustre nombre; con amor y providencia de mayor
autoridad,
recogerlas importó. Hallose en esta ocasión o dejose ver la
amistad
que de amor y de miedo, que todo hace errar, no parecía en tantos en don Antonio Chacón, señor de Polvoranca; las cenizas de un amigo, si no olvidado, muerto levantaron llama, no encendieron fuego, que siempre vivió y no recatado en la verdad de este caballero, sí en la de otros amigos, o no perdió nunca o ya se había pagado. Juntolas en vida de don Luis con afición y cuidado, comunicolas con él con libertad y dotrina y en su muerte,
copiándolas
en hermosas vitelas en caracteres hermosos, las
consagró
al grado y estimación del conde duque de Sanlúcar, en el monumento inmortal de su biblioteca con el mismo grado y estimación y la ambición generosa y magnánima (aunque se encuentren los términos) de ilustrar las letras de España y honrar los ingenios de ella, dando a la estampa para común noticia y seguridad del crédito de don Luis, como para
lustre
de nuestra nación.
En este linaje de
estudios
que, si bien siempre fue peligroso en naturales, duros demasiadamente o tiernos en los que verdaderamentre son poetas, y como tales deben huir todo perjuicio, nunca fue desmerecedor de
loores
y premios imperiales. Ni envuelto en este número, por eminente que sea, las plumas sagradas que, heridas de más segura deidad de luz y aliento más puro, sonaron armonías celestiales, y yo en menos ocupada y calumniosa era discurrí en esto. Finalmente será esta
publicidad
para quietud de muchas naciones, a donde acaso de los escritos de don Luis no llegó más pluma que las de su
fama.
A.A.L.S.M.
Anonymus, Amicus, Lubens, Scripsit, Moerens, Posuit.
1. Junto a los criterios generales de modernización, atiendo al cotejo con testimonios anteriores del texto en las ediciones previas, para corregir erratas. No atiendo, en cambio, a lecturas divergentes para postular un presunto original o un texto crítico.