Información sobre el texto

Título del texto editado:
“Vida del poeta”
Autor del texto editado:
Faria y Sousa, Manuel de
Título de la obra:
Rimas varias de Luis de Camoens, príncipe de los poetas heroicos y líricos de España. Ofrecidas al muy ilustre señor d[on] Ivan da Sylva, marqués de Gouvea, presidente del desembargo del Paço y mayordomo mayor de la Casa Real, etc. Comentadas por Manuel de Faria y Sousa, caballero de la orden de Cristo. Tomo I y II. Que contienen la primera, segunda y tercera centuria de los sonetos.
Autor de la obra:
Camões, Luís de (ca. 1524-1580)
Edición:
Lisboa: En la imprenta de Teotonio Dámaso de Mello, impresor de la Casa Real., 1685


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VIDA DEL POETA


1. Al principio de los comentarios a la Lusíada escribí la vida de nuestro p[oeta] largamente, mas no por eso dejaré de repetirla aquí (aunque con más brevedad), por dos razones: una, porque podrá no tener aquel escrito quien tuviere éste, y deseará no ignorarla; otra, porque en algunas cosas, a luz de nuevas y mejores noticias, hablaremos agora con más certeza.

2. De Luis de Camoens no se supo jamás indubitablemente el lugar del nacimiento; hay razones para creerse que pudo ser en una de tres poblaciones: en Lisboa, porque siempre allí asistió más; en Coimbra, porque ascendientes suyos tuvieron en esta ciudad ilustre casa y tienen hoy honorífico entierro; en la villa de Santarén, porque su madre era natural d[e] ella. Agora me inclino a creer que fue en Lisboa su nacimiento, por haber hallado que sus padres eran moradores en esta ciudad, como luego nos contará. Véase lo que diremos sobre la Elegía 3, est[ancia] 1, al verso «De sua patria os olhos apartando», porque presumo que con eso queda claro haber nacido en Lisboa.

3. Camões es apellido patronímico, porque trae su origen de Cadmon, según parece, de esta suerte: los primeros pobladores de Galicia fueron griegos, y de aquí se llamó nueva Grecia aquella región, y después, corruptamente, Galecia y Galicia. Algunos d[e] ellos fundaron en el cabo de Finisterræ un castillo a que dieron el nombre de Cadmon en memoria de aquel memorado príncipe (aún en las fábulas) d[e] este propio nombre, que también se fue pasando a los poseedores de aquella fábrica, que también con el variar del tiempo se llamó Camon y Camones y Camaños. Creció la gente d[e] este apellido en tanta grandeza de estado y reputación que vino a ser cuidado de los reyes, como lo solían ser las grandes casas y familias.

3. Los señores de Camoens o Camaños, en tiempo de los reyes don Enrique el Segundo de Castilla y don Fernando de Portugal, que estaban en armas, parcialidándose [sic] unos con uno, otros con otros, perdieron a Vasco Pérez de Camoens, que el año 1370 pasó a Portugal. Creo sería la cabeza d[e] esta familia por ver que el rey don Fernando recibió con tales demostraciones de respetos, que luego le dio el señorío de algunas villas y tierras importantes, y le hizo de su consejo y, lo que es más, le dio las alcaidías mayores de Portalegre y Alanquer. Pero después siguió la voz castellana y, perdiéndose en Aljubarrota, le quedaron solamente algunas tierras en Alentejo, donde hoy permanecen caballeros sucesores suyos.

4. De quién fuese hijo este Vasco Pérez de Camoens no consta a lo cierto. Consta, sí, que fue casado con hija de Gonzalo Tenreiro, general de las armadas de Portugal, que tuvo el título de maestre de la orden de Cristo. De este matrimonio nacieron Gonzalo, Juan y doña Costanza de Camoens. D[e] ella, que fue última, y de Gonzalo, que fue primero, y casaron ilustremente y que tuvieron sucesiones que fueron siempre emparentando con la sangre de mayor lucimiento en el reino, escusamos tratar aquí. El hijo segundo, que fue Juan Vaz de Camoens, y vasallo del rey don Alonso V, era notable en la guerra y en la paz. Tuvo casa y tiene entierro, todo ilustre, en la ciudad de Coimbra. Casó con Inés Gómez de Silva, hija de Jorge, descendiente legítimo de Juan Gómez de Silva, señor de muchas tierras y alférez mayor del rey don Juan el primero. Tuvieron hijo a Antonio Vaz de Camoens, que casó con doña Guiomar Vaz de Gama, de quien tuvo a Simón Vaz de Camoens, que casó con Ana de Macedo en la villa de Santarén: y de ellos fue hijo nuestro poeta, en quien espiró este ramo de Camoens, porque ellos, parece, no tuvieron otro, y él no casó ni tuvo alguna sucesión de que haya noticia. Tanta vino a ser su calidad por esta sangre, con que nadie la tuvo mejor en el reino, aunque tuviese mejor fortuna para conseguir mayores fueros y lugares y comodidades.

5. El licenciado Manuel Correa, que fue hombre de crédito y que trató al p[oeta], dice que él nació por los años de 1517, y eso he seguido yo en aquel escrito. Pero el año 1643 vino a mis manos un registro de la Casa de la India de Lisboa de todas las personas más principales que pasaron a servir en la India desde el año 1500 hasta estos nuestros años, y en la lista del de 1550 hallé este asiento: «Luis de Camoens, hijo de Simón Vaz y Ana de Sá, moradores en Lisboa a la Moraria, escudero de veinte y cinco años, barbir[r]ubio, trujo por fiador a su padre: va en la nave de San Pedro de los Burgaleses». Esta nave era la en [sic] que iba el virrey que entonces pasaba a la India, y su nombre, don Alonso de Noroña. Estos asientos se hacían en títulos diferentes, conforme al puesto en que cada persona iba a servir, y el poeta estaba asentado en el título de los «Hombres de armas».

6. Aunque el p[oeta] se hubiese alistado el año 1550, no se embarcó: hízolo el de 1553, en que fue por capitán mayor de las naves Fernando Álvarez Cabral. En el registro de la gente d[e] ellas y título de «la gente de guerra» hay este asiento: «Fernando Casado, hijo de Manuel Casado y de Blanca Queimada, moradores en Lisboa, escudero. Fue en su lugar Luis de Camoens, hijo de Simón Vaz y Ana de Sá, escudero; y recibió 2 400 reis, como los demás». Estos dos asientos, que son infalibles, nos ofrecen algunas novedades que desdicen mucho algo de lo que dijimos en su vida, seguiendo [sic] a los primeros que se ocuparon en escribirla, y es de la manera que se sigue:

7. Consta d[e] ellos que los padres de Luis de Camoens eran moradores en Lisboa, y en la Moraria, que es par[r]oquia de San Sebastián, de que era cura el licenciado Manuel Correa, su amigo bueno y comentador malo, y que escribió su vida. Si cuando el p[oeta] nació se usara el haber listas de bautizados en las iglesias (que no se usaba entonces, si yo no me engaño), pudiéramos presumir que d[e] ellas había constado al Correa ser el nacimiento del p[oeta] el año de 1517 como él dice. Pero, si esto le hubiera constado, por este camino dijera con certeza: «nació el año de 1517»; pero dice (esto es la condición de poco más o menos) que nació por los años de 1517. Diciendo, pues, este asiento que el p[oeta] el de 1550 tenía 25 de edad, síguese que nació el de 1524 (y aun puede ser el de 1523), ocho o nueve menos de lo que dice Correa. Puédese decir que el p[oeta], al deponer de su edad en aquel acto no habló lo cierto, de modo que teniendo más de 33 dijo que eran solos 25. A mí me parece que el p[oeta] no podía mentir tanto, porque se echaría mucho de ver; y más, que estando su padre presente por fiador suyo, lo cierto es que su padre, y no él, dijo la edad; ni aquí había ocasión que obligase a quitar ni añadir en ella. Es, luego, necesario creer que Luis de Camoens nació el año de 1524 y presumir que este nacimiento fue en Lisboa, pues sus padres eran moradores en esta ciudad, aunque bien pudieron venirse a vivir en ella después de tenerle. Después de escrito esto, hallé que el cardenal don Fernando, hijo de rey don Manuel, fue el que introdujo los libros del bautismo siendo prelado. Él no pudo serlo de menos de 26 años, y, habiendo nacido el de 1509, queda claro que la introdu[c]ción fue por los de 1535, cuando el p[oeta] tenía ya edad de once si nació el de 1524, como parece.

8. Dijimos también allá (a la luz de las relaciones referidas) que su madre se llamaba Ana de Macedo, y en ambos estos asientos constantemente dice que era Ana de Sá, apellido también ilustre en el reino. Puédese responder que se apellidaba de Sá y Macedo, y que el «Macedo» excusó el escribano por la prisa, como también en ambos lugares se excusó el «de Camoens» en su marido, diciendo solamente «Simón Vaz».

9. Dije yo también (con las mismas informaciones) que el p[oeta] había quedado de muy poca edad sin padre por haberle muerto de un naufragio padecido en la costa de Goa, habiendo llevado la capitanía de una de las naves de aquel viaje. Si él tuvo tal oficio y tal muerte, no pudo ser sino cuando el p[oeta] ya caminaba a los 40 años, pues el de [1]553, en que se embarcó, tenía a lo menos 28, y cuando tenía 25, el de 1550, había sido su fiador su propio padre. Mas yo creo que, si él tuviera este puesto y tal fortuna en él, no se olvidara su hijo de llorarla en algún poema, y aun en el heroico. También nos hemos equivocado en aquel escrito, porque, diciendo en una parte que había quedado huérfano muy niño, en otra aseguramos que peleaba al lado de su padre cuando le hirieron y cegaron de un ojo en la naval del mar de Ceuta. Y esto se ha de tener por cierto, pues este confli[c]to fue antes de pasar a la India, y su padre se hallaba a fiarle cuando pasó, como indubitablemente consta de los registros.

10. Al fin el p[oeta], conforme a esto, nació el año de 1524. Para el ingenio, vivacidad que le cupo en suerte, es creíble que empezaría sus estudios por el de 1534, en que tendría diez años, pues ya por los trece o catorce hacía buenos versos, como lo imagino yo, fundado en lo que se verá sobre la est[ancia] 35 de la Égloga 2, al verso «a barba então nas faces me apontava». Yo no he de poner aquí los lugares enteros ni lo que sobre ellos digo, pues el libro está a la mano para que lo pueda ir a ver quien d[e] ello tuviere gusto. El p[oeta], pues, estudió en Coimbra, academia de las primeras de Europa según los escritores de su vida a los cuales he seguido cuando la escribí primera vez. Pero también tiene esto su dificultad; y es que, si bien la Universidad de Coimbra fue fundada por el rey don Dionís, que falleció el año 1325, el rey D. Fernando (que falleció el de 1383) la trasladó a Lisboa, y el rey D. Juan el Tercero (que tomó el cetro el de 1521) la restituyó a Coimbra, unos dicen que el de 1534, otros que el de 1553. Si fuese este año, no podía el p[oeta] haber estudiado en Coimbra, pues el propio pasaba a la India con 28 de edad. Esto nos hace sacar en limpio que la restitución fue el de 1534, cuando el p[oeta] entraba en los diez, y así estudió con aquellos insignes maestros que el rey de toda Europa hizo correr allíi al olor de liberales mercedes. D[e] éstos, pues, bebió el poeta la gramática y la filosofía, fundamento de toda ciencia, cuando sobre él se levanta un ingenio tan grande como éste.

11. Con tal empleo y con el de las buenas letras, pasó de versificador a poeta; y, como los amores afinan el ingenio, ellos no le faltaron allí, como consta del soneto 33 de la centuria 2, que empieza «Doces ágoas, e claras do Mondego», etc., y de la Canción 4, cuyo principio es «Vão as serenas ágoas do Mondego», etc., porque este río baña la ciudad de Coimbra; y estos dos poemas fueron escritos a la ausencia que hacía del objeto d[e] estos amores, que le quedaba en Coimbra. Y en razón d[e] ellos allí y de sus estudios se acordó siempre del Mondego, sin que lo olvidase en el poema heroico, según se ve de la est[ancia] 78 del Cántico 7, diciendo: «Mas ó cego eu, que cometo [...] sem vòs, ninfas do Tejo e do Mondego». Y a vueltas d[e] esto advertiré que, si él hubiera nacido en Coimbra (que es bañada del Mondego), alguna vez le llamara patrio, como llama al Tajo; mas no lo hace; y así, la contienda de su nacimiento queda entre la ciudad de Lisboa y la villa de Santarén, que ambas igualmente son bañadas del Tajo. Yo creo que Lisboa ha de ser su madre por lo ya dicho y otros lugares que truje en esotro escrito y excuso referir. La ignorancia con que algunos le quisieron naturalizar en Alanquer he manifestado sobre el Soneto 100 de la centuria 1.

12. Antes que el p[oeta] se rindiese a los referidos amores era esquivo, y no sólo no buscaba damas y se burlaba de sus amantes, mas aun hallándose regalado de algunas las andaba entreteniendo con buenos dichos y, al fin, engañándolas muy exento de amor. Esto consta del Son[eto] 7 de la Cent[uria] 2; de la Canción 2, est[ancia] 6; de la Canc[ión] 7, est[ancia] 2; de la Égloga 2, est[ancia] 36. Véase lo que decimos sobre esos lugares, que cierto es muy notable el ver que un mozo se hiciese de rogar a favores de damas.

13. Enamorado ya, y lucido estudiante y galán, y ya conocido por obras de su ingenio, vino a Lisboa y llevó tras sí lo mejor de la corte, y principalmente la hermosura, porque fue muy estimado de las damas; y al fin hubo de enamorarse de una de palacio, cuyo nombre era doña Catalina de Ataide, como se puede ver sobre el Soneto 70 de la Centuria 1 y del 77 el principio de estos amores. Yo, sobre estos dos poemas, digo lo que pude alcanzar, y con algunos inconvenientes me reduzco a creer que esta señora vivía en Coimbra al tiempo que él allí estudiaba, y que ella era su amada, y que después vino a ser dama de palacio y prosiguieron los amores. Pero no he podido coger cosa segura para afirmarla, después de grande examen hecho en estos poemas, en que hallo muchas contrariedades para ajustar esto.

14. Lo que se tiene por infalible es que, de haberse encendido mucho estos amores en palacio con esta señora, resultó (parece que a instancia de los parientes d[e] ella) el desterrarle. El lugar d[e] este destierro tiene cualquier duda, pero, de lo que se puede entender de la Elegía 3, en que le llora, parece fue en Santarén, porque desde allí se ve el Tajo, y el dice en ella que le estaba viendo; y también se infiere algo d[e] esto de las redondillas 14. Después volvió a la corte y, volviendo a reincidir en la misma culpa amorosa, hubo segundo destierro y pasó a servir en Ceuta, si bien yo presumo que no fue segundo por haber vuelto a la corte, sino que, viéndose imposibilitado de venir a ella, hizo más largo el primero con irse a servir en África. De cualquier manera que fuese, él sirvió en aquella plaza algún tiempo, como consta de la Elegía 2. Sirviendo allí, se ocasionó una batalla naval en aquel mar, donde perdió el ojo derecho, habiéndole dado en él una centella de un cañonazo, suceso que describe en la Canción 10, est[ancia] 9. Dicen las relaciones que el p[oeta] peleaba al lado de su padre, y, si esto fuese así (y es posible), puédese creer que el estar sirviendo su padre en aquella plaza le llevó a servir en ella, viendo que no le dejaban volver a la corte.

15. Después de haber servido en Ceuta por las armas de modo que le parecía estaba capaz de pretender algún premio, volvió a Lisboa. No puedo averiguar si vivía aún su querida, la dama de palacio, porque ella falleció; mas veo que el Soneto 19 de la centuria 1 parece ser escrito a esta muerte, y lo que en él dice de «aquelle amor ardente que já nos olhos meus tão puro viste», presumo yo [que] alude a la herida que traía en los ojos; y, si esto es así, murió ella luego después de verle con aquel daño, de que había sido causa el destierro por sus amores. Veo también que el p[oeta] escribió sonetos amorosos y otros poemas cuando salió de Lisboa para la India, y así no creo resolver esto sino con decir que o d[oña] Catalina vivía al tiempo d[e] esta ausencia o, si era muerta, él había dado principios a otros amores. Quien lo entendiere mejor, que lo diga.

16. Lo que sé es que el p[oeta] no solamente se quedó sin conseguir algo por sus servicios en África, mas aun vino a hallarse con tantos peligros en Lisboa (según consta de la Carta 1, est[ancia] 3) que se resolvió en pasarse a la India, no poco enojado contra su patria; pues en la misma carta (al principio) dice que, como ingrata, la condena a que no posea sus huesos. El intento fue embarcarse el año 1550 con el virrey don Alonso de Noroña, pero no se embarcó, sino el de 1553 con Fernando Álvarez Cabral, como queda mostrado. Este capitán llevaba cuatro naves, y en la suya iba el p[oeta], y de todas cuatro solamente ésta (a pesar de infortunios grandes) llegó aquel año a la India, que aún estaba gobernando don Alonso de Noroña, con quien había dejado de embarcarse el año de 1550, estando alistado en su nave.

17. Cuando el p[oeta] desembarcó en Goa estaba el virrey de partida con una armada contra el rey de la Pimienta, enemigo del de Cochim, amigo nuestro, y luego se embarcó por servir en aquella ocasión, de que salimos con vi[c]toria, como él lo refiere en la Elegía I desde la est[ancia] 12. Prosiguiendo en el ejercicio de las armas pasó el año 1555 al estrecho de Meca (sobre que se levanta el Monte Félix de la Arabia del propio nombre del monte) en una armada de que fue capitán mayor Manuel de Vasconcelos, a donde se detuvo algún tiempo con grandes incomodidades, como todo consta de la Canción 9, que después se escribió en Goa; y allí parece [que] escribió el Son[eto] 100 de la centuria 1 a la muerte de un amigo suyo natural de Alanquer. En mi Historia de la Asia hago memoria d[e] esto el mismo año en que daba fin a su virreinato don Pedro Mascareñas, a quien en aquel gobierno sucedió Francisco Barreto.

18. Era nuestro poeta acérrimo censor de los vicios. Contra los de algunos hombres, de que los más manejaban oficios públicos, y no de los menores, escribió por este tiempo una fina sátira que se encierra en las Redondillas 13. Después escribió otra de que se escandalizó más el gobernador Francisco Barrero, porque ofendía en ella a algunos hombres que celebraron su entrada en aquel gobierno con un juego de cañas, y ésta es la que se sigue a las cartas en el tomo VIII. Yo no hallo en todas las acciones de mi maestro otra que sea reprehensible sino ésta de escribir estas sátiras; porque en hacerlo faltó a las obligaciones de caballero y de prudente y de desahogado. A todo esto, falta quien escribe sátiras. Pero también Francisco Barreto, que fue varón de grande ánimo, no le [sic] mostró muy anchuroso en vengarse luego con la mano del poder de un caballero de tantas partes con tanto rigor como lo hizo. Es perdonable en un ingenio tan grande una ociosidad y una burla; mayormente, que si los ofendidos d[e] ella querían tomar alguna satisfa[c]ción, pudieran buscarle; porque él era tal que no faltara a darles gusto, pues la espada en su mano estuvo siempre tan segura como la pluma en sus dedos; y, aun d[e] esto y de vengarse ellos por esotro camino, presumo yo que no osaron buscarle.

19. Finalmente Francisco Barreto, haciéndose vengador de aquellos hombres y también de alguna desconfianza propia por haber sido aquella fiesta a su entrada, desterró al p[oeta], echándole de Goa a la China. D[e] este destierro se queja en las Redondillas 1, est[ancia] 19, y en su Lusíada, Canto 10, est[ancia] 128. Pero yo no puedo entender cómo Francisco Barreto le desterró con tanta comodidad, pues lo ejecutaba con tanta ira, porque llevó el oficio de proveedor de los difuntos de la ciudad de Macao, de pocos años fundada por los portugueses en las faldas de la China que tocan a la ciudad de Cantam; porque este oficio es de provecho, si bien se suele dar a personas de menor respeto que la suya. Pero los señores algunas veces, para endulzar sus rigurosos mandatos, suelen usar en las expulsiones de los que les desplacen esto de dar a entender que los acomodan.

20. El p[oeta], aunque era liberal, y a este modo gastaba consigo y con sus aficionados, no dejó de hallarse con alguna hacienda adquirida en este oficio y, o porque se acabase el tiempo d[e] él (tiénenle limitado estos oficios, y ordinariamente suele ser tres años) o por ver ya en el gobierno de la India al virrey don Constantino, varón famoso y, sobre eso, de la casa de Braganza, hermano de este gran duque, a cuya majestad siempre había sido reverente y celebrádola en su poema heroico y en otros, de que algunos permanecen en estas Rimas, resolviose en volver a Goa. Pero en el viaje padeció un naufragio que le hubo de echar desnudo en las playas del río Mekon[g]. Aquí le sucedió lo que a Julio César, porque no se acordó de salvar otra cosa que la espada y sus escritos. Con ellos nadando se puso en la arena. Refiérelo brevemente en la propia est[ancia] 128 del Canto 10, porque hablando de aquel río dice:

Este receberá plácido e brando
no seu regaço o canto que molhado
vem do naufrágio triste e miserando,
dos procelosos baxos escapado,
das fomes, dos perigos grandes, quando
será o injusto mando executado
naquelle cuja lira sonorosa
será mais afamada que ditosa.


Pero d[e] este modo de hablar parece [que] se infiere que a este naufragio sucedió el destierro, pues dice que a aquella fortuna sucederá el ejecutarse en él un injusto mandato; y luego está contra esto que las redondillas primeras (admirable paráfrasis del salmo Super flumina, etc.) se tiene que fueron escritas sobre aquel naufragio en la propia ribera del río Mekon[g], y en ellas se queja del mismo destierro así: «A pena deste destierro que», etc. Mas los poetas en sus cláusulas suelen mudar los tiempos; y así, aquello de «será ejecutado» puede estar por «fue ejecutado»; y, si no es esto, quedaré sin poder averiguarlo.

21. Sea como fuere, el p[oeta], habiendo salido náufrago en aquella playa del Mekon[g], o bien del seno amplísimo en que desboca entrándose en el mar por donde él venía navegando, y hallándose en miseria extrema y pretendiendo repararse, se detuvo algunos días, convidado de la humanidad y abrigo que halló en aquella tierra, como parece de la propia e[stancia] 128: «Este receberá plácido e brando», etc. También sería necesario esperar que aportase por allí alguna embarcación en que pudiese volver a fiarse a las olas para venir a Goa. Aquí, pues, escribió el p[oeta] aquellas maravillosas redondillas y, a la verdad, ellas son tales que bien muestran ser hijas de espíritu que, a poder de trabajos, estaba profundamente penetrado de compunción de culpas: porque sin impulsos semejantes no hay escribir cosa tan alta, ni en la tristeza ni en la alegría.

22. Volvió, al fin, el p[oeta] a Goa el año (a lo que parece) de 1561, teniendo el cetro de la India el virrey D. Constantino de Braganza, hermano del duque D. Teodosio, a quien celebra en el Soneto 21 de la Centuria 1 y en el 27 de la 3. Pienso que, llegado de poco, escribió él a D. Constantino las o[c]tavas a tan excelentes como d[e] ellas se puede ver; porque en ellas habla del suceso que el virrey tuvo en Jafanapatan, que fue el año de 1560, y en la est[ancia] 10 acusa a Francisco Barrero de duro y descuidado en el gobierno. Don Constantino estimó al p[oeta] y le hizo la merced que pudo. Sucediole en el virreinato el conde de Redondo, don Francisco Coutiño, que también le honraba; mas no llegó este favor a sacarle de la cárcel, en que le pusieron, unos dicen que por algunas travesuras y otros que por calumniado de enemigos sobre lo tocante al oficio de proveedor de difuntos de Macao.

23. Estando en esta prisión (parece que ya para salir d[e] ella), en ella le embargó Miguel Rodríguez Coutiño Fios-Secos, caballero notorio y rico, por algunos maravedís que le había prestado. Estaba entonces de partida con una pomposa armada el conde virrey para ir a celebrar un acto de paces con el Zamori, y el poeta, deseando acompañarle en esta ocasión, le escribió las Redondillas 10, pidiéndole que antes de embarcarse le hiciese desembargar para que, saliendo de la cárcel, le fuese a servir. Pero no hallamos que el conde le desembargase antes de embarcarse; aunque, siendo libre d[e] esta prisión, prosiguió en servir en las armadas como solía.

24. Viendo que no se le lucía algún trabajo d[e] éstos y hallándose pobre y ofreciéndole bonanzas don Pedro Barreto, que pasaba a ser capitán de Sofala, se vino con él sin acordarse de lo mal que le había tratado este apellido, pues Francisco Barreto le puso en aquel destierro del que tanto se lastimó. El tratamiento que le hizo Pedro Barreto en Sofala fue tal que, aportando allí unas naves de la India que venían al reino, trató de venirse en ellas; pero embargábale Pedro Barreto (como ya Miguel Rodríguez Coutiño Fios-Secos) deciendo [sic] que le debía do[s]cientos ducados que con él había gastado, creyendo que con esto le obligaría a no embarcarse, por no tenerlos para pagárselos. Mas pagáronlos por él algunos caballeros que venían en aquellas naves por traerle consigo a la patria. Éstos fueron Hé[c]tor de Silveira, Antonio Cabral, Luis de Vega, Duarte Abreu, Antonio Ferrán y otros. Yo imagino que sería el primer motor entre ellos el Hé[c]tor de Silveira, porque era grande amigo suyo, como se puede ver de las Redondillas 11 y de las Esparsas 6, 11. De manera que a un mismo tiempo la persona de L[uis] de C[amoens] y la gloria de Pedro Barreto fueron vendidas por 200 ducados.

25. Rescatado el p[oeta], se vino con aquellos caballeros a la patria. Aportó en Lisboa el año 1569, en que toda ella estaba ardiendo en pestilencia, para que siempre el poeta, huyendo de una, viniese a parar en otra. Ya entonces tenía el rey don Sebastián tomado el gobierno desde el año antecedente, 1568, en que había cumplido los 14 de su edad; y ésta fue la razón por que él le dedicó la Lusíada, que traía acabada, y porque en la est[ancia] 15 del Canto I le trata de tomar el cetro. Ya dijimos que el p[oeta] había salido de Lisboa tan escandalizado, que iba con presupuesto de morir en tierra ajena, pero el amor de la patria es tan poderoso y en el lo fue tanto, que, arrepentido d[e] este propósito, siempre anduvo suspirando por volver a ella mientras estuvo ausente; y en la ciudad del Porto se conserva una carta suya a un amigo en que le daba cuenta de su llegada con tanto alborozo que le decía [que] no acababa de creer que había conseguido el hallarse en su patria; y cuando ya estaba (el año 1579) para morirse, escribiendo a D. Francisco de Almeida, que en la comarca de Lamego andaba alistando gente para resistir a Castilla en la pretensióon de suceder en el reino, le dice estas palabras: «Al fin acabaré la vida, y verán todos que fui tan aficionado a mi patria que no sólo me contenté de morir en ella, mas de morir con ella». Y esto último dice porque se v[e]ía espirando en una miserable cama al tiempo que ya creía espiraba también la corona portuguesa.

26. En Sofala había el p[oeta] proseguido un nuevo libro de que tenía hecho mucho, intitulado Parnaso de Luis de Camões. Éste afirma Diego de Couto, coronista de la India, en su «Década 9» que vio, pasando por allí de viaje para el reino el año de 1568, porque el poeta (como amigo suyo que era) se lo comunicó. No dice este autor si este libro era en prosa si en verso, ni el argumento d[e] él, diciendo que estaba lleno de mucha erudición y filosofía y enseñanza, y que después de su muerte en Lisboa hizo diligencia por alcanzarle y que nunca lo pudo conseguir. Yo, sobre una cosa y otra cosa diré agora lo que se sigue. El título del libro puede dar a entender que era algún arte poético, y, siendo esto, no sería sino en prosa. Sin embargo d[e] esto, pudo ser de prosa y verso. Mi abuelo, Estacio de Faria, fue hombre de lucido ingenio y escribió con buena dicha varios poemas. Por su muerte quedaron a mi madre algunos papeles, y entre ellos un libro de a cuartilla de hasta una mano de papel, manuescrito, y era de prosas y versos, obra continuada. Éste eché yo a perder siendo niño. Después que tuve más algún uso de razón, parecíame que sería de mi abuelo aquel escrito; y después más, cuando ya leía algunas obras de Luis de Camões, como aún tenía en la memoria algunas cláusulas de aquel libro, parecíame (gobernándome por el estilo) que él era de mi p[oeta]. Esto no venía a ser imposible, porque, siendo el p[oeta] y mi abuelo amigos como eran, pudo quedarse por su muerte con aquel libro suyo; y, cuanto a mí, esto es certísimo. Sea como fuere, este libro hasta hoy no ha [a]parecido.

27. Habiendo, pues, llegado el p[oeta] a Lisboa el año 1569, el de 1572 publicó por medio de la estampa su Lusíada, habiéndosele concedido privilegio real en 4 de setiembre de 1571. Dio con él un gran estallido en todos los oídos y un resplandor grande a todos los ojos más capaces de Europa. El gasto d[e] esta impresión fue de manera que el mismo año se hizo otra. Y porque esto ha de parecer nuevo y no fácil de creer, yo aseguro que lo he examinado bien en las mismas dos ediciones que yo tengo, por diferencias de caracteres, de ortografía, de erratas que hay en la primera y se ven e[n]mendadas en la segunda, y de algunas palabras con que mejoró lo dicho. Después de la impresión d[e] este poema se revolvieron las cosas en el reino con las inquietudes del rey don Sebastián, de modo que el p[oeta], con esto y con sus disgustos y enfermedades, se acabó de rendir a la tristeza y, a las manos d[e] ella y de toda incomodidad, espiró el año 1579, siete después d[e] esta publicación. Ni dejaría de añadirle sus pesares la ignorancia de la patria en esto de los estudios poéticos por la razón que se sigue. En ellos no había quien tuviese algún razonable juicio que a lo menos negase el primer lugar a mi p[oeta], y singularmente desde que publicó su Lusíada. Había entonces en el reino algunos llamados poetas, y entre ellos contaban a Diego Bernardes, que propiamente era un versificador poco limado, aunque suave en lo que escribía de estilo humilde, totalmente ajeno de la grandeza heroica. Dícese que los que gobernaban al rey le propusieron este hombre para que le llevase en la jornada de África, con intento de que, viendo la vi[c]toria, lo divulgase en heroico poema. Si esto es así, sobrada razón tenía Luis de Camões para añadir pesar a sus pesares, viendo que a donde él estaba elegían a un hombre tan incapaz. Y (con la misma suposición) lo haría el cardenal don Enrique, tío del rey, que como era inclinado a ingenios triviales, nunca favoreció a Luis de Camões, habiendo favorecido mucho a Francisco de Sa de Miranda, muy semejante al Bernárdez.

28. En la vida del p[oeta] que escribimos en los comentarios a la Lusíada, desde el número 16 hasta el 21, hemos procurado mostrar en qué tiempos y en qué partes del mundo había el p[oeta] escrito los más de sus poemas, y después hallamos que en mucho nos habíamos equivocado, porque tuvimos mejores noticias. No trato agora de apuntarlo aquí en particular, pues lo ha de ver quien leyere este libro, y lo que d[e] él constare es lo más cierto. Digo solamente que estas Rimas se empezaron a imprimir el año 1595, que fue a los 16 del fallecimiento del p[oeta]. En las ediciones que se siguieron se aumentaron con 39 sonetos y cinco odas y algunas redondillas y tres cartas. La segunda edición fue el año 1597, la 3[ª] el de 1598, la 4[ª] el de 1601, la 5[ª] el de 1607, la 6ª el de 1608, la 7[ª] el de 1611, la 8[ª] el de 1614. De las que hubo desde este año hasta el de 1629 no me consta. En éste se empezaron a imprimir de letra muy pequeña, reducidas a volumen chico, y de la propia manera se imprimieron el de 1633. De modo que algunas veces se estampaban un año tras otro, y las otras de tres a tres y de cuatro a cuatro años, por el discurso de 40. El de 1616 se imprimió la segunda parte (y después otras veces) con la condición que dije al fin del prólogo.

29. Fueron tan exorbitantes el descuido y la miseria de los señores portugueses que a un hombre de tal calidad, con tales partes empleadas en honrarlos, dejaron en las manos de la mayor necesidad a que se pudo ver reducido un tal merecimiento. Llegó a la de vivir de limosna, y pedíala de noche para él un esclavo cuyo nombre era Antonio, natural de la Java. Habíale pedido Ruy González de Cámara, caballero notorio, que le tradujese en portugués los salmos penitenciales, y, quejándose (pasado algún tiempo y algunas instancias) de que no lo hiciese, habiendo escrito tantos y tales poemas, respondiole: «Señor, cuando yo los hacía hallábame en edad florente y favorecido de damas y tenía lo necesario, y agora me falta esto tanto en todo, que ahí está mi Antonio pidiéndome cuatro maravedís para carbón, y no los tengo para dárselos». D[e] esto se infiere que este caballero (así eran los otros) cerraba la bolsa para dar cuatro maravedís y abría la boca para pedir siete salmos traducidos: ignoraba el ensalmo con que se echa fuera el espíritu malo y queda libre el legítimo para salmear. ¡Oh, lástima! El rey don Sebastián (por haberle ofrecido el poema heroico) le dio 375 reales de juro en vida cada año, y pagábansele tan bien que solía decir [que] había de pedir al rey le conmutase los 375 reales en 375 mil azotes para los ministros a cuya cuenta estaba este pagamento.

30. El licenciado Pedro de Mariz, más bachiller que licenciado, escribiendo con muchas ignorancias la vida del p[oeta], tiene en poco esta merced del rey; y, si bien no fue grande, es de saber que para aquel tiempo era considerable, y juntábase el ser para cada un año de su vida; además que el rey era un muchacho de 16 años que no obraba cosa alguna por su entendimiento o voluntad, sino por lo que asentaban los que le tenían a su mano, que eran enemigos del poeta. Y, conforme a esto, aún fue mucho que le diesen esto. Y la razón de serle enemigos era porque en varios lances del poema dijo libremente la injusticia y la maldad con que procedían y con que encandilaban al rey. Esto se puede ver en el C[anto] 7 desde la e[stancia] 83, y en el 8 desde la 54, y en el 9 desde la 26, y en el 10 desde la 150. De la ignorancia de caballeros portugueses en general, dijo mucho en el Canto 5 desde la est[ancia] 95, y en el 7 desde la 82, y de otros vicios suyos (y todo con toda verdad) en el Canto 6 desde la est[ancia] 15, y en el 8 desde la 39. Estas causas pudiera el bachiller Mariz hallar para que el p[oeta] fuese desamparado de señores, caballeros y ministros, y hacerle glorioso por ellas; porque mucho hace quien por hablar verdad no mira a si ha de morir de hambre o a hierro; ni hizo más san Juan Bautista, y no injúriasele con dar por excusa que el ser ingrato desvió a todos de hacerle bien. ¿Quién pudo decir esto si no un ignorante hablador cual fue Mariz? ¿Quién pudo ignorar tanto, que no supiese que la ingratitud solamente puede caer sobre beneficios recibidos? Si el p[oeta], pues, no recibió algunos de alguno, ¿cómo podía ser ingrato?

31. Con esta ocasión entramos bien a tratar de las costumbres del poeta: y, empezando por la gratitud de que le acusa ese autor, yo supe de quien le trató que era en él tanta que se bajaba a acompañar con personas que le eran muy inferiores en calidad, y tanto que le murmuraban d[e] esto; pero hacíalo por agradecerlas algún bien que ellas le hacían para poder pasar, y no tenía otro caudal con que remunerar aquel beneficio. ¿A cuál mayor agradecimiento, pues, ha podido llegar un hombre que a abaratar por él la estimación de su calidad, y más uno tan lleno de entendimiento y de juicio y de pundonores políticos, como de todas sus obras consta claramente? Diranme que no hacía caso d[e] esto en sí. No hay tal, porque también consta d[e] ellas en algunos lances lo mucho que se preciaba de ser quien era.

32. Mas no fue esa virtud sola aquella que en él se vio: tuvo gran sufrimiento en las persecuciones, constancia en el sufrimiento, amor insigne a la patria, celo entrañable de celebrar a los beneméritos (aun ofendido d[e] ellos), aborrecimiento notable a la lisonja, rencor perpetuo con las bajezas; fue liberalísimo, propiedad solamente de corazón generoso. Y, finalmente, en él no hubo algún vicio (¿y quién, cual más que menos, se libra d[e] éste?) sino el de ser amigo de mujeres, y persona que le conoció mal dijo que de uno de los achaques que d[e] ellas se cogen (no el mayor) andaba maltratado al tiempo que le sobrevino el mal de que murió; aunque el principal fue pobreza, y aun hambre, y total mengua de lo necesario para curarse.

33. En sus primeros años fue inclinado a dar muestras de valiente con los presumidos d[e] esto, que en Lisboa siempre fueron muchos, y los más lo son no tanto de obra como de palabra; y d[e] éstos se burlaba él cuando dijo lo que se puede ver en sus Redondillas 13, estancia 4. Y burlábase porque era valiente de obra, y a muchos les hacía en las ocasiones mostrar las plantas de los pies, como él mismo lo dice en su Carta I, est[ancia] 34. Y es necesario darle crédito, así porque no osara el decirlo en Portugal si no fuera muy así, como porque lo confirmaron después muchas personas que le conocieron. Era naturalmente jovial, alegrísimo, de que resultaba hacer y decir muchas burlas galantes y dignas de caballero y entendido y cortesano. Los últimos años en la India empezó a entregarse a la melancolía y tristeza, y a parecer cargado; y después de volver al reino se acabó de entregar a esta pesadumbre. Mas ¿qué mucho, viéndose entrado en la vejez sin ver algún remedio con que poderla pasar, conociendo que lo había merecido con la espada y con la pluma?

34. Cierto es que sus escritos fueron muy estimados en su vida y que su persona por ellos era vista con admiración en Lisboa, porque, en apareciendo por alguna calle, todos los que iban por ella paraban hasta que desaparecía. Véase sobre el Soneto 73 de la Cent[uria] 1 al verso 6. Esto era ya cuando, después de vuelto de la India, depuesta la espada, andaba arrimado a una muleta; y así iba los más de los días, con toda su enfermedad, con todos sus años y con todo su disgusto, a oír la lec[c]ión de Teología Moral, que entonces se daba en el convento de Santo Domingo, sentándose entre aquellos mozos que la cursaban, como cualquier[a] d[e] ellos. Pero, con ser tan estimado en vida, lo fue mucho menos de lo que merecía; más lo fue después de muerto, porque entonces empezaron a conocerle mejor. En su vida escrita en los otros comentarios a la Lusíada, desde el número 29 dije lo que algunas personas dijeron d[e] él antes y después de muerto, y excuso referirlo aquí todo: referiré algo.

35. El rey don Felipe el Segundo podía juzgar de escritos; y, habiendo leído su poema heroico, por él le estimaba mucho. Después, cuando entró en Lisboa el año 1580, deseoso de verle, mandó que le trujesen, y se mostró pesaroso de oír que pocos meses antes era fallecido. El grande T[orquato] Tasso, en leyendo aquel poema, escribió en su alabanza el soneto que se verá al fin del juicio d[e] estas rimas. El conde de Vimioso, don Francisco de Portugal, gran vito en estos estudios, dijo que nadie le igualaría jamás. El de Idaña, Pedro de Alcáçova, decía que, o debiera ser tan breve que se pudiese tener todo en la memoria después de leído, o tan largo que nunca se acabase de leer. Un insigne jurisconsulto alegaba con él como con Bartulo, Baldo y Panormitano. Pero de escritores, el que a mi parecer le alabó más fue un gran ingenio portugués que, teniendo escrito un buen poema heroico del propio asunto, con que a su parecer había de ganar mucha fama, le quemó luego que vio el de nuestro poeta.

36. Algunos años después de su muerte escribió un caballero alemán a un correspondiente y natural suyo, morador en Lisboa, que si Luis de Camões no tuviese muy honorífica sepultura, propusiese al regimiento de la ciudad que le dejasen trasladar su cadáver a Alemania, donde le colocaría en un suntuoso sepulcro. No sabemos lo más que en esto pasó, pero es creíble que, oída gratamente la propuesta, no se admitió. D[e] esta noticia, que es cierta, infiero dos cosas: una, que este caballero debió ser un señor alemán de que yo cuando anduve por Italia oí decir que tenía en su estudio tres estatuas, la de Homero, la de Virgilio y la de Camoens, y que la de éste estaba colocada entre los dos, el primero a la mano derecha, y a la izquierda el segundo; y verdaderamente cuando me lo dijeron tuve por cierto que aquel señor había hecho un juicio singular de estos únicos tres héroes por la pluma poética, porque Luis de Camões tiene tanto de los dos, que sin duda se queda entre ellos, de modo que, si ellos vivieran hoy, con él no hicieran menos de colocarle entre sí. La otra cosa de mi inferencia es que, de haber este caballero intentado la traslación del p[oeta] desde Lisboa a Alemania, pudo proceder el aplicarse D. Gonzalo Coutiño (caballero ilustre portugués y bien entendido y muy cortesano, y que había sido grande amigo del poeta) a tratar de darle algún modo de sepultura; y fue d[e] este modo:

37. Algunos dicen que el p[oeta] murió en un hospital; pero, si esto fuera así, no enviara un caballero portugués una sábana para que le amortajasen, porque esto no se envía a aquella hora a los hospitales, si no es que, digamos, quiso fuese la sábana mejor que las que en ellos suele haber para esto. Pero los más dicen que él murió en una pobre casilla en que vivía, cerca del convento de monjas franciscas y vocación de Santa Ana. Ni puede ser menos, porque los enfermos que mueren en los hospitales, en ellos se entierran, y él fue enterrado en la iglesia de aquel convento, o ya por haberlo ordenado así en razón de vecino y devoto de aquellas religiosas, o ya porque ellas solicitasen esto con ansia de que en su iglesia se sepultase un hombre tan grande. Sea lo que fuere, él fue sepultado en ella, y tan sin señal de sepultura (esto fue al rincón de la mano izquierda), que cuando don Gonzalo quiso darle la que le dio, fue bien difícil el hallarle.

38. Don Gonzalo le pasó casi a la mitad de la iglesia, poniéndole una losa de mármol rasa con esta inscripción (el año 1595):

aqui jaz luis de camoens
principe
dos poetas de seu tempo
viveo pobre, e miseravelmente,
e assi morreo.


anno de m.d.lxxix.

Poco después, Martin González de Cámara (personaje ya de aquel reino) hizo gravar en la misma losa este epitafio:

Naso elegis, Flaccus lyricis, Epigrammate Marcus
Hic iacet, Heroo carmine Virgilius.
Ense simul, calamoque auxit tibi lysia famam.
Unam nobilitant Mars, & Apollo manum.
Castalium fontem traxit modulamine: at Indo,
Et Gangi telis obstupfecit aquas.
India mirata est quando aurea carmina lucrum
Ingenii hayd gazas ex Oriente tulit.
Sic bene de patria meruit dum fulminat ensem:
At plus dum calamo bellica facta refert.
Hunc Itali, Galli, Hispani vertère poetam:
Qualibet hunc vellet terra vocare suum.
Vertere fas, aquare nefas, aquabilis uni
Est sibi, par nemo, nemo secundus erit.


Yo en Roma andaba tratando de hacerle una estatua para enviarla a que se colocase en aquella iglesia, pero fue tal la mala fortuna con que hube de ausentarme de aquella corte antes de poderlo ejecutar, que me vine sin ella. Consuélame el ver que otros, y también yo, le han levantado estatuas más durables: porque lo son mucho más las de los escritos que las de los mármoles. El licenciado Mariz dice que en Portugal había un gran ingenio empezado a poner en elegante latín el poema heroico y que por su muerte no tuvo fin; pero, como él era inocente en estudios, añade que este poema sacado de la humildad de la lengua portuguesa a lengua latina quedaría muy heroico. Dio con esto a entender que el ser heroico y muy cabal un poema necesitaba de ser escrito en latín o en otra lengua particular, como si de la poesía fuese cosa esencial el idioma. ¡Oh estupenda ignorancia! En el idioma que hoy es tenido por menos culto puede un hombre igualar a Homero y a Virgilio en poesía, porque ella no consta de lengua particular, sino de particular ingenio, y talento, y ciencia, y espíritu; y todo esto se puede mostrar en cualquier lengua. Y si esto no fuese así, serían grandes poetas todos los que escribieron en griego y en latín; y esto es tan al contrario, que en latín y en griego se han escrito muchos, y no por eso llegan ser virgilios ni homeros. Luis de Camoens escribió en una lengua admirable y, aunque lo hiciera en alguna de las que son tenidas por bajas, no por eso quedara siendo menos poeta de lo que es, ni más aunque escribiera en griego o en latín. Si en latín lo hubiese hecho, entendiérale más gente, mas no fuera mejor.

39. Dice más este licenciado, o bachiller, que el poema de Luis de Camoens fue traducido en italiano y francés; y no hay quien tal haya visto. Residiendo yo en Roma después del año 1632, me dijeron allí que un portugués le había empezado a poner en italiano; pero esto no pudo constar a Mariz, porque sucedió muchos años después de su muerte. Lo que en ello hay indubitablemente es que en Castilla se hicieron cinco traduc[c]iones de la Lusíada: la primera fue de Benito Caldera, que creo era portugués, y después fue religioso de San Agustín en San Felipe de Madrid. Ésta salió el año 1579, y la de Luis de Tapia, sevillano, el de 1580. La tercera, el de 1591, de Enrique Garcés, que también traía su origen de Portugal, que fue el que en las Indias de Castilla descubrió el azogue para la labor de las minas. Éstas se imprimieron. La cuarta hizo Manuel Correa Montenegro, y la quinta don Francisco de Aguilar, ambos con más de portugueses que de castellanos, y ambos moradores en Madrid. Éstas vi yo manuscritas. Y ni unas ni otras son buenas, porque no lo pueden ser traducciones de versos, y más si van sujetas a consonantes. Después puso en latín este poema el obispo fray Tomé de Faria y lo imprimió, parece que para desengañar al miserable Mariz de que el escribir en latín no hace poeta, porque, puesto en muy buen latín este poema, parece que nadie hizo caso de él. En Roma hallé yo al doctor Andrés Bayán, portugués y muy honrado, que le tenía puesto en verso latino, de modo que a mi parecer competía con Virgilio; muriose poco después de mi partida, que fue al mediar el año de 1634, y sería lástima que se perdiese aquella labor. Esto es lo que hubo acerca de tradu[c]ciones de este poema.

40. Las segundas estatuas fueron los comentarios que se intentaron al mismo poema. Diego de Couto, coronista de la India, comentó hasta la mitad; yo no lo he visto, pero, como él no tenía conocimiento de poesía, es creíble que gastaba el tiempo en fábulas, historia y geografía, de que supo razonablemente. Luis de Silva y Brito, prior de Santarén, le comentó y le había manuscrito; mas, como no le vi, mal podré juzgarle. Le comentó el licenciado Manuel Correa, cura de San Sebastián de la Moraria en Lisboa, y corre impreso Este hombre era docto en las letras humanas y célebre en las lenguas hebraica, griega y latina; mas, como el ser poeta no consta de lenguas y es necesario que lo sea quien hubiere de comentar al que lo es de veras, él, en lo tocante a la poesía, no entendió lance alguno de aquel poema, y echose a la explicación de fábulas, historia y geografía. Yo le he comentado, y por lo geográfico, histórico y fabuloso que toca pasé volando: detúveme en explicar lo poético; porque, si bien no soy poeta por los escritos, presumo estar informado de cómo uno lo puede ser y como lo es, y como lo fue Luis de Camões.

41. Eso es hablar de lo tocante al poema heroico, y [en] cuanto a aquestas Rimas, al tiempo que proseguía en sus comentos supe que andaba sobre ellas el doctor Juan Pinto Ribeiro, caballero y comendador de la orden de Cristo y ministro real, y gran estudiante y averiguador de los quilates de ingenio, letras y espíritu de nuestro poeta. Después le vi en Madrid y, aunque no traía consigo estos comentarios, de la conversación he inferido tanto que llegué a tener envidia de verle con este mi asunto entre manos. Al fin, cada uno hace lo que puede. Éstos son los míos a estas Rimas varias, y valgan lo que valieren. A lo menos no nos habremos robado el uno al otro en esta labor, pues ninguno vio la del otro. Éstas son las estatuas que hasta hoy se han levantado a nuestro p[oeta], cuyo resumen de vida es que nació el año de 1524, murió con 55 de edad el de 1579. Yace con toda miseria en la iglesia de aquel convento de Santa Ana, en Lisboa. Fue nobilísimo caballero, único poeta, valiente soldado, de costumbre correspondientes a sus calidades, de mediana estatura y bien formado, rubio de pelo. A todos sus méritos huyó la ciega fortuna con todo el premio. Fue peregrino en su patria, no tuvo poder en ella, ni la ingratitud de la patria ni el sueño de los poderosos. Como d[e] esta manera no murió, no había menester sepulcro, y así no pende de artificio de piedras su memoria. La de muchos, que para con él fueron piedras, pende de su lira, que sin duda ha de ser oída y admirada mientras el mundo fuere habitado de los hombres.





GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera