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Título del texto editado:
“Noticia de los poetas castellanos que componen el Parnaso español. Tomo V. [Biografía de] el maestro fray Luis Ponce de León [fray Luis de León]”
Autor del texto editado:
López de Sedano, Juan José (1729-1801)
Título de la obra:
Parnaso español. Colección de poesías escogidas de los más célebres poetas castellanos. Tomo V
Autor de la obra:
López de Sedano, Juan José (1729-1801)
Edición:
Madrid: Joaquín Ibarra, 1771


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El maestro fray Luis Ponce de León, de la orden de san Agustín, doctor en Teología, catedrático de Escritura en la Universidad de Salamanca, vicario general de la provincia de Castilla y su provincial, nació en la ciudad de Granada, año de 1527. Su padre fue el licenciado don Pedro Ponce de León y Dávila, primer señor de la villa de Puerto Lope, oidor de la real Chancillería de dicha ciudad, regente de la real Audiencia y asistente de Sevilla, y ministro del real y supremo Consejo de Castilla, de esclarecida estirpe, y enlazado con la primera nobleza de España; y su madre, doña Inés Valera de Alarcón, del orden de Santiago, también de antigua y nobilísima familia. Parece que a poco tiempo de nacido murió su madre, y a su padre, tal vez por tener otros hijos mayores, no le debió los principales cariños, como manifiesta claramente nuestro autor en una de sus poesías; pero él, llamado de Dios, después de haber pasado los primeros estudios se resolvió a entrar en religión y, abandonando el esplendor y la riqueza de su casa, tomó el hábito de la orden de san Agustín en el convento de Salamanca, año de 1543, a los 16 años de edad, y profesó a 29 de enero del siguiente de 44 con gran crédito de observancia y religiosidad. Siguió luego la carrera ordinaria de sus estudios, a cuyas luces, avivadas de la perspicacia de su ingenio, empezó muy luego a manifestar el grande espíritu que encerraba y a adquirir fama de uno de los más aprovechados estudiantes de su tiempo y de la universidad, en cuya virtud recibió en ella el grado de licenciado en Teología en 7 de mayo de 1560, a los 33 de su edad, y en el mismo el de doctor en la propia facultad, con una circunstancia particular y no poco recomendable para nuestro autor, y fue el título que en la incorporación de Artes consta en el Libro de grados de aquella Universidad, que dice: “Juramento del señor maestro fray Luis de León”; porque el título de "señor" era tan singular en aquel tiempo, que solo se daba a algunos graduados seculares de distinguida nobleza; y esta causa, unida a otras ventajas, pudo concurrir en nuestro autor. Un año después, en el de 1561, asientan todos los autores que tratan de este ilustre varón, se llevó por oposición la cátedra santo Tomás, con grande aplauso y preferencia a siete opositores, de los cuales cuatro eran catedráticos, con cincuenta y tres votos de exceso; pero, como consta de los instrumentos que ofrecemos más adelante, fue la de Durando, la cual obtenía en el año de 1571, y después de la de Prima de Sagrada Escritura, dando en una y otra las más relevantes pruebas de su sublime ingenio, de su admirable doctrina y de la acertada elección de un tan esclarecido maestro, como lo hizo ver en el número y la calidad de sus discípulos, particularmente en la Teología expositiva, en que fue consumado. De esta su grande inteligencia provino la causa de los trabajos que poco después le subsiguieron, pues habiendo compuesto la Traducción y comento de los Cantares de Salomón en lengua castellana con solo el fin de complacer a un grande amigo suyo que no entendía el latín, y habiéndose sin noticia suya multiplicado y repartido algunas copias, se llegó a hacer casi común, de suerte que tomaron bastante ocasión sus émulos y envidiosos para la horrible persecución que le suscitaron, acusándole al tribunal de la Inquisición por sospechoso en la fe y despreciador de los edictos sobre que no se pudiesen publicar los libros sagrados traducidos en lengua vulgar, y otras falsedades con que acriminaron y abultaron la calumnia, creciendo más esta con el motivo de la Disertación sobre la Vulgata que había compuesto nuestro autor, no obstante haber trabajado una defensa muy larga y muy docta de las proposiciones que le habían notado, por lo cual fue preso y conducido a la cárcel de aquel tribunal, en la ciudad de Valladolid, a principio del año de 1572, en donde le tuvieron por espacio de cinco años padeciendo los trabajos que se dejan considerar en el ánimo y en la opinión, y llevándolos con ejemplar constancia de espíritu y resignación cristiana, hasta que, habiéndose seguido y terminado aquel juicio, en virtud de las soluciones y descargos que supo dar de su inocencia y de su conducta, fue puesto en libertad a fines del año de 1576 y restituido a todos sus honores y empleos, correspondiendo los aplausos que mereció en su libertad al escándalo que había causado su prisión, con tantas ventajas que no solo fue admitido a sus honores, a su opinión y a su cátedra (que nunca le vacó la Universidad), sino que le salieron a recibir como en triunfo las personas más distinguidas y condecoradas de la ciudad. En el día 30 de diciembre del dicho año se presentó en claustro con la cédula y despacho de libertad, en virtud de la cual se le restituía solemnemente a sus empleos, dignidades y obtenciones, y, aunque él, con su natural modestia y humildad religiosa, se excusó a admitirlos, al fin hubo de ceder a reincorporarse en ellos. Todos los actos del presente suceso, por su justificación y novedad, será muy agradable a los curiosos verlos en los instrumentos originales que se ofrecen al público. De allí a pocos tiempos pasó a Madrid a negocios que se ignoran, con cuya ocasión le confió el Consejo real la revisión y corrección para la prensa de las obras de santa Teresa de Jesús, que se hallaban muy viciadas por la impericia o descuido de los copiantes, lo cual ejecutó con el acierto que prometía su grande espíritu y doctrina . Por aquellos mismos tiempos ocurrió el gran negocio de la reforma o recolección de su orden en Portugal, en cuya empresa tuvo nuestro autor la mayor parte de su influjo y diligencia, hallándose a lo que se cree en aquel reino; y en el capítulo celebrado en Toledo, año de 1588, se le cometió la formación de las Constituciones para dicha reforma. Después, en el año de 1591, fue nombrado vicario general de su provincia, hasta que en el capítulo celebrado por esta en la villa de Madrigal en 14 de agosto del mismo, fue electo provincial. Pero Dios, que le tenía ya prevenido el premio de sus trabajos y fatigas le llevó para sí por medio de una aguda enfermedad, estando aún en el mismo capítulo, a los nueve días de electo, y a los 23 del dicho mes de agosto y año de 1591, a los 64 de su edad. En este último periodo de su peregrinación y de sus trabajos, resplandecieron extraordinariamente las luces de aquel grande espíritu de que fue dotado, y el rico caudal de virtudes y doctrina con el que él le había enriquecido, manifestándose no solo en la envidiable preparación de su ánimo y resignación en la voluntad divina, sino en las edificativas, doctas y tiernas exhortaciones que hacía a sus hermanos y a sus hijos, amonestándolos a la perfección de su estado, a la observancia de su regla y a la práctica de todas las virtudes cristianas. Su muerte fue generalmente sentida, no solo de sus hijos y hermanos, sino de toda la universidad y de toda la nación, por la pérdida de un varón a quien con verdad podía tener por el decoro y ornamento de su literatura. Lleváronle a enterrar a su convento de Salamanca, y le dieron honrosa y distinguida sepultura en un ángulo del claustro, con una elegante inscripción en la lápida, la que después de muchos años y ya gastada se renovó junto con otra inscripción más extensa y comprehensiva de su doctrina y de su ingenio, que es la que hoy existe. El maestro fray Luis Ponce de León, a quien comúnmente llamamos, y él se llamó fray Luis de León, fue de regular estatura, el cuerpo recio y bien proporcionado, el color moreno, el rostro varonil y robusto, y el aspecto grave y apacible, los ojos vivos, y el cabello largo, espeso y enrizado. Fue hombre de grandes virtudes, y principalmente las que competían a su estado, como son la austeridad, el retiro, el amor al estudio, la rígida observancia de su regla, resplandecieron en él con grande eminencia, de suerte que, tanto con su ejemplo cuanto con su autoridad y diligencia, procuró restituir su convento de Salamanca al floreciente estado de observancia y perfección religiosa que había tenido en sus principios; y no contento con esto, fue uno de los principales promotores y que más influyó y trabajó al establecimiento de la reforma o recolección de su orden, que no tuvo por entonces efecto, bien que después le mandaron escribir las Constituciones para ella, que ejecutó con el acierto que de su espíritu, celo y doctrina se podía esperar. Esta rectitud, observancia y perfección religiosa de nuestro autor era como consecuencia forzosa de su limpio ánimo y legítima vocación al estado, como lo prueba la animosa resolución con que rompió con los embarazos que le pudieron poner el esplendor y las grandes riquezas de su casa, en que se vio claro que no por asegurar su subsistencia, sino por entregarse a mayor perfección, le había elegido, siguiendo el recto camino del Evangelio. Diole Dios una clarísima ascendencia en la casa de los antiguos Ponces de León, señores de Marchena, enlazado con la primera nobleza del reino. Su padre, don Lope, antes de pasar a Granada y después a lo que se cree de haber ejercido la facultad de abogado en Madrid, vivió muchos años en la villa de la Pedrera, en la Andalucía, en cuya villa y en la de Estepa llegó a hacerse tan hacendado y rico que le llamaban “el Señor de la Pedrera”, de suerte que, habiendo hecho el emperador Carlos V merced del señorío de Estepa a la casa de los Centuriones, por no ser vasallo suyo hallándose tan poderoso, dio a censo todas sus posesiones y se retiró a Granada, y aún conserva hoy su casa un censo que le pagan los marqueses de Estepa. Con estas fincas fundó dos gruesos mayorazgos: el de la primogenitura, a favor de su hijo mayor, don Cristóbal Ponce de León, con el señorío de la villa de Puerto Lope, y el de segundogenitura, en su hijo segundo don Miguel, con una asignación de 2000 ducados para una veinticuatría o regimiento de dicha ciudad de Granada, aneja a él. Y aunque nuestro Fray Luis no podría aspirar a ninguno de estos mayorazgos por ser el tercero de su casa, siempre le debía corresponder mucha parte en las grandes riquezas y bienes libres de sus padres, y mucho más siéndolo todos cuando entró en la religión, y así se verificó, no obstante tan cuantiosos vínculos, en las consignaciones que respecto a sus legítimas hizo el referido don Lope a su hijo cuarto don Antonio, y a sus hijas doña Mencía de Tapia y doña María de Alarcón, y sobre todo la que hizo y señaló después de otras muchas ayudas de costa a nuestro fray Luis, como consta de una cláusula de la fundación del segundo mayorazgo que incluimos. Pero todo lo abandonó con cristiano desprecio en seguimiento de su verdadera vocación. A sus virtudes de religioso coronaron las demás virtudes de cristiano, y con particularidad resplandecieron la constancia, la fortaleza, la humildad y la paciencia, justificadas en la serie de sus trabajos y en el notable suceso de su prisión. Probolo Dios por el áspero camino de las tribulaciones, y logró el fruto de ellas en la buena disposición del ánimo de nuestro fray Luis, saliendo purificada su inocencia y refinadas sus virtudes en el crisol de los trabajos y las persecuciones. Colocole Dios en la rama de una nobilísima descendencia, adornole de ingenio y talentos singulares, hízole hijo de una casa llena de abundancia y riqueza, llenole de distinciones y de honores en su religión y en su universidad, y era necesario que gustase las amarguras del siglo a correspondencia de la grandeza de aquellos dones, para probar sus virtudes y purificar su grande alma. Por eso es digno de toda reflexión este suceso, consideradas estas circunstancias y calidades que le asisten y agravan, viendo a un hombre en quien concurrían todas ellas, particularmente la de un maestro y catedrático de una de las mayores universidades del mundo, destinado a enseñar públicamente las fuentes de la religión cristiana y a ser el intérprete de las divinas escrituras, repentinamente reducido al mismo extremo que a un prevaricador o un apóstata y esto a vista de aquellos que habían recibido y escuchado su doctrina. Apenas se hallará en la historia de nuestros sabios un ejemplar que tanto excite la admiración y el asombro, como ni tampoco otro varón de mayor constancia, resignación, valor y grandeza de espíritu para hacer frente a las adversidades, enseñándole no solo a sufrir sus propias injurias, sino a olvidarlas con cristiano desprecio, sin pretender jamás satisfacción, ni menos venganza de sus acusadores. En esta feliz situación le ponía su buena conciencia, entregado todo, más que en la confianza y verdad de sus disculpas y descargos, en la piedad del Cielo, que solo podría volver por su inocencia, como vuelve siempre por la de los que en él confían, y lo ejecutó con tantas ventajas en nuestro autor. Con esta satisfacción vivía y procedía en todas las ocasiones, y se explicó en estos versos tan desengañados que compuso a la salida de la cárcel:

Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado.
¡Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado!,
y con pobre mesa y casa
en el campo deleitoso
a solas su vida pasa,
con solo Dios se compasa,
ni envidiado, ni envidioso.


No es menos prueba de la tranquilidad y firmeza de su espíritu el primer ensayo que tuvo luego que se restituyó a Salamanca y a la posesión de su cátedra. A la primera lección se conmovió todo el pueblo al oírle, atraído de la curiosidad y la admiración, pero nuestro autor, muy sereno y pacífico, como si nada le hubiera sucedido ni hubiera mediado tanto tiempo, empezó así: “Decíamos ayer: por insignias tiene el sauce, y a su pie el hacha con esta inscripción: "Por los daños y por las muertes" . El varón noble, generoso y virtuoso se hace a costa de muchos trabajos y persecuciones. El sauce, cuanto más se le corta, con tanto mayor fuerza arroja sus pimpollos, y por esta razón se llama sauce, por la fuerza con que sale y por lo breve en que crece”; en lo cual no solamente manifestó la paz interior de su conciencia y de su espíritu, sino el desprecio de sus trabajos y el provecho que le habían producido, acrisolando más y más sus virtudes, que es el fruto de las persecuciones. Por eso usaba nuestro autor en sus obras la empresa de un árbol podado con la segur al pie y este mote: Ab ipso ferro dando a entender, como declara su sobrino el docto maestro fray Basilio Ponce de León, que "las manos de sus envidiosos enemigos, que procuraron hundirle, fueron las que le encumbraron e hicieron que se extendiese su nombre y eternizase su fama. " Pero sobre todas no se pueden dar pruebas más calificadas de esta verdad que las admirables obras que produjo en su dilatada y vergonzosa prisión, no para entretener las penurias de la soledad y la opresión que padecía, sino para su propio aprovechamiento, y de todos los que las disfrutasen en lo futuro. Estas fueron la grande y verdaderamente docta obra de Los nombres de Cristo; la Exposición latina de los Cantares de Salomón; la Explicación del Salmo 26, como igualmente la mayor parte de sus poesías místicas, y en particular casi todas las que compuso a la Santísima Virgen, no siendo poca recomendación de la inocencia de su autor el que, habiendo dimanado la causa sobre que se le oprimía de sus mismos escritos, le permitiesen facultades y utensilios para producirlos en la prisión. De este suceso podemos deducir un nuevo testimonio que confirme la verdad que hemos manifestado en varios artículos de esta obra, y es lo útiles que han sido a la posteridad los trabajos y persecuciones que por lo común han acompañado al mérito de los sabios más ilustres, pues por fruto de ellos logra el mundo sus mejores obras, de las que sin esta ocasión carecería; si bien siendo tan provechosa para el público, es tan fuerte y terrible para los autores, como el que hayan sido motivo de sus mejores producciones las cárceles, las persecuciones y los trabajos. El gran talento y profunda doctrina de este ilustre varón fue otro don singular que coronó sus grandes virtudes. Estudió y aprendió por sí mismo las siete artes liberales, de cuyo conocimiento da sobrados indicios en varias partes de sus escritos. Poseyó con tal perfección los idiomas latino, griego y hebreo como acreditan sus célebres traducciones de ellos, y en el propio castellano fue tan diestro y sabio, que con razón se le reputa por uno de los mayores oráculos de la lengua. Principalmente en la profesión de la Teología expositiva fue consumado maestro, haciéndose tan plausible por su doctrina como por los célebres discípulos que tuvo, a que perfeccionó con la posesión de las lenguas sabias y el estudio de las buenas letras; y esa fue una de las causas que movió a los envidiosos y los ignorantes a perseguirle, achacándole como desdoro de la circunspección de aquella facultad la lectura y práctica de los autores profanos, las humanidades y la poesía, siendo legítimo ornamento de las ciencias, ilustración, y tantas veces, necesidad. A tanto ha llegado la malicia de los hombres, que han pretendido en todos los tiempos encubrir su envidia y su ignorancia con el velo de la ridícula severidad; pero al fin no pudieron triunfar de la gran fama y crédito de su doctrina, por la cual se le confiaron algunos asuntos muy serios, y entre ellos el que le confirió la Universidad de Salamanca, junto con el doctor Miguel Francés sobre la reducción del calendario después del Concilio de Trento; el que le encargó el real consejo de Castilla de la revisión y corrección para la prensa de las obras de Santa Teresa de Jesús, que restituyó a su legítimo sentido y pureza, de la corrupción y desorden con que se hallaban, empeño accesible solo a su espíritu y literatura, como demostró en la doctísima Disertación que compuso sobre estas obras, y se hubiera más bien verificado en la Vida de la Santa que había empezado a escribir si la muerte no le hubiera atajado los pasos; y últimamente, si fuese cierto el caso que se cuenta le sucedió en Portugal con aquella famosa monja que tanto había dado que hacer y que admirar a hombres muy doctos, hasta que nuestro autor, con su gran penetración y discreción de espíritu, descubrió no ser bueno el que obraba en aquella mujer. De su admirable ingenio y felicísimo genio para la poesía, basta asegurar ser uno de los más clásicos poetas que ha tenido la nación, y que componen dignamente la primera clase del parnaso español, como en quien concurrieron con eminencia las tres calidades necesarias, y pocas veces unidas, de sublime talento, abundante doctrina y purísimo estilo, cuya unión puede sólo formar un verdadero poeta. Sus producciones, tanto propias como traducidas, gozan todas con perfección de estas ventajas, aunque no se acreditó menos su destreza ni se hizo menos plausible por las traducciones, y mucho más considerada la enorme distancia de especies y asuntos, como desde lo más misterioso y elevado de los libros sagrados, hasta lo más humilde y trivial de los poetas profanos. Así, tradujo admirablemente muchos salmos, y casi todo el Libro de Job, aunque no constan publicados más que algunos capítulos y el último de los Proverbios de Salomón. Juntamente tradujo muchas Odas de Horacio y otras poesías sueltas de Píndaro, Tibulo, Teócrito, y todas las Églogas y el primer libro de las Geórgicas de Virgilio; y asimismo compuso muchas traducciones e imitaciones de algunos famosos poetas de la Italia, como Petrarca, Pedro Bembo y Juan de la Cosa, en todas las cuales obras resplandece y se aplaude por los eruditos particularmente su admirable destreza e inteligencia de las lenguas sabias, como entre nuestros más célebres traductores uno de los primeros y más clásicos ingenios que introdujeron en España este gusto, y que mejor supieron conservar el carácter y la fuerza de los insignes modelos de la antigüedad, ennobleciendo con ellas la lengua y la poesía castellana. Todo este completo de virtudes intelectuales y morales le adornó con la corona de todas, e inseparable de la verdadera sabiduría, que es la humildad, y esta le produjo una modestia tan profunda que, no queriendo dar sus escritos a la estampa, dio ocasión a que muchos se aprovechasen de ella, luciendo con sus propios trabajos, publicándolos a sus nombres, hasta que, ocasionando mayores males esta tolerancia, por lo viciadas que ofrecían sus obras los que no eran sus verdaderos artífices, y también obligado de la obediencia, hubo de tomar la mano para corregir este abuso, defendiendo no ya su propia causa, sino la causa común, y queriendo más bien mortificar su modestia que tolerar se diesen al público tratados corruptos y defectuosos. De este abandono de sus trabajos y producciones, particularmente poéticas, procede que se hallen tantas perdidas o atribuidas a diversos autores o sin nombre de autor alguno. Por eso el apurar y dar puntual noticia al público de todas las muchas y muy graves y doctas obras de este ilustre varón es una empresa muy difícil y tal vez insuperable. Las que hasta el presente se hallan impresas son las siguientes: In cantica canticorum triplex explanatio; In psalmum vigesimum sextum explanatio; In abdiam prophetam, et in epistolam ad Galatas; De utriusque Agni typici, atque immolationis legitimo tempore; Los nombres de Cristo; La perfecta casada; Exposición del salmo Miserere; Apología, donde muestra la utilidad que se sigue a la iglesia de que las obras de la Santa Madre Teresa de Jesús y otras semejantes anden impresas en lengua vulgar; las Poesías que se imprimieron en Madrid, año de 1631, cuya recolección y publicación debemos al celo del incomparable don Francisco de Quevedo, y se reimprimieron en Milán el mismo año, cuya impresión se repitió en Valencia en el de 1761. Entre las poesías de nuestro autor hasta aquí desconocidas, aunque publicadas, una es el “Estímulo del divino amor”, impreso en Huesca en 1635 a continuación del libro intitulado Los grados del amor de Dios, que compuso el padre fray Bautista Lisaca de Maza, y también se imprimió sin nombre en el Arte poética española del maestro Juan Díaz Rengifo, cuya obra acredita el espíritu de su autor, junto con la sencillez y pureza del estilo. Las obras inéditas de este ilustre escritor y poeta, de que hasta aquí hay noticia, según las ha descubierto la indagación o la casualidad, son las presentes: Comentarium super Apocalypsim; Varias lecturas teológicas; Constitutiones Fratrum Ordinis Excalceatorum; Quaestiones Quodlibertica, casi todas expositivas; Oración fúnebre en las Exequias que hizo la Universidad de Salamanca al célebre teólogo fray Domingo de Soto; Otras dos Oraciones, una en elogio del gran padre san Agustín, y otra dicha en el capítulo provincial celebrado en el año de 1557, todas tres latinas; El perfecto predicador; Libro de los hechos y paciencia del Santo Job; De triplici coniunctione fidelium cum Christo. Las Poesías, que por la mayor parte son asuntos místicos y sagrados, todas las cuales yacían confundidas y derramadas en varios códices, las más a nombre del autor, y algunas sin él, y hoy se han recogido y ordenado por la diligencia y curiosidad del reverendo padre fray Francisco Méndez, de la orden de san Agustín, en el convento de san Felipe el real de esta corte, corrigiéndolas y anotándolas con prolijo y delicado examen. Estas poesías en la calidad exceden a las publicadas, no tan solo por la circunstancia de ser todas las más originales, sino por lo que esta acredita el grande ingenio y espíritu poético de nuestro autor, como se puede comprobar por las que se incluyen en el presente tomo, que sin duda son las mejores entre todas ellas, que en la cantidad pueden componer otro igual volumen a las impresas, menos las que ya lo están en esta colección. De otras varias obras de este ilustre escritor nos ha quedado la noticia, que unas oscurecieron los que se valían de ellas para venderlas como propias, y otras quedaron imperfectas o principiadas por causa de su muerte. De estas son el Tratado de las obligaciones de los estados, que le había pedido escribiese el duque de Feria, y la Vida de Santa Teresa de Jesús, que le encargó la Emperatriz doña María, hermana del rey don Felipe II. Igualmente en el códice de Poesías castellanas que se conserva en la Biblioteca Magliabeche de manuscritos, en Florencia, de que se ha hablado ya en el tomo iv de esta colección y contiene varias obras de don Diego de Mendoza, y a su continuación de las del Fraile Benito, que puede ser fray Melchor de la Herna, se hallan Obras poéticas de Fray Luis de León, catedrático de Escritura en Salamanca, desde el folio 350 hasta el fin del 431; y son de las mismas que están impresas. En la librería del referido convento de san Felipe el real de esta corte se guarda otro códice en cuarto mayor de las poesías ya publicadas de nuestro autor, que parece ser el mismo que poseyó don Francisco de Quevedo, aunque se encuentran en él algunas cosas más que en lo impreso, particularmente la Traducción del Libro de Job, que está casi entero. Este códice contiene dos subscripciones o portadas seguidas, y son sin duda por nota y letra del mismo Quevedo; la primera dice así: Poesías castellanas de Luis Mayor. A continuados ruegos de oficiosos amigos que las deseaban impresas, inclinó la cabeza, escondida en el cuerpo; ambas cosas manifiesta la hoja siguiente; negole la muerte ejecución y modo. Celo del bien común restituye hoy esta de sus obras a la estampa; su nombre parte al propio, parte al debido. La segunda portada dice así: Poesías castellanas del maestro fray Luis de León. Continuos ruegos de oficiosos amigos le inclinaban a estamparlas. Temor docto, presunción decente, religioso recato le movían a disimular su nombre con el de uno de ellos; negole la muerte ejecución y modo. Celo del bien común las restituye hoy a la estampa a su nombre. No es posible reducir a este breve compendio los muchos y merecidos elogios que hacen los escritores a este doctísimo y venerable varón, y así solo se incluye el de Lope de Vega en su Laurel de Apolo:

¡Qué bien que conociste
al amor soberano,
agustino León, fray Luis divino!
¡Oh, dulce analogía de agustino,
con qué verdad nos diste
al rey profeta en verso castellano,
que con tanta elegancia tradujiste!
¡Oh, cuánto le debiste,
como en sus mismas obras encareces,
a la envidia cruel, por quien mereces
laureles inmortales!
Tu prosa y tu verso iguales
conservarán la gloria de tu nombre,
y los Nombres de Cristo soberano
te le darán eterno, porque asombre
la dulce pluma de tu heroica mano,
de tu persecución la causa injusta.
Tú fuiste gloria de agustino augusta,
tú, el honor de la lengua castellana,
que deseaste introducir escrita,
viendo que a la romana tanto imita
que puede competir con la romana .
Si en esta edad vivieras,
fuerte león en su defensa fueras.






GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera