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Título del texto editado:
“Vida de Garcilaso de la Vega. Sacada de sus obras por D. TH [omás] T[amayo] de V[argas]”
Autor del texto editado:
Tamayo de Vargas, Tomás (1587-1642)
Título de la obra:
Garcilaso de la Vega, natural de Toledo, príncipe de los poetas castellanos, de don Tomás Tamayo de Vargas.
Autor de la obra:
Tamayo de Vargas, Tomás (1587-1642)
Edición:
Madrid: Juan Sánchez, 1622


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Vida de Garcilaso de la Vega.Sacada de sus obras por D. TH [omás] T[amayo] de V[argas]


Entre los que con la nobleza de sus casas, grandeza de sus ingenios, y fortaleza de sus hazañas han ennoblecido más la imperial Toledo tiene el primer lugar Garcilaso de la Vega, por juntarse en él solo lo que, aun repartido entre muchos, da la admiración a los extraños, que nombre a esta ciudad, a quien reconoce por madre en varias partes de sus obras:

Soneto XXIV:

El patrio y celebrado y rico Tajo.

Égloga II:

Vosotros los del Tajo en su ribera
cantaréis la mi muerte cada día.

Este descanso llevaré, aunque muera,
que cada día cantaréis mi muerte
vosotros los del Tajo en su ribera.


Donde también le llama “Amado”, por esta razón (Estancia VII), dejando favorecida su patria con el nombre de suya, a imitación de otros grandes poetas que no quisieron dejar a la posteridad duda que en las ciudades de Grecia experimentó la muerte de Homero, no consintiendo que otras gozasen a título de inciertas de la honra que de tal hijo podían aparecer. Confirmolo a ejemplo de muchos su propio nombre, con equívoca significación y elegante alusión del nombre Laso en el soneto XXIV, a la Marquesa de Padula: Si en medio del camino no abandona / las fuerzas el espíritu a vestro Laso; y con claridad en la égloga II a Boscán:

Le enderezo, señor, en fin mi paso
por donde vos sabéis que su proceso
siempre ha llevado y lleva Garcilaso.


Tuvo por padres a Garcilaso, Comendador Mayor de León, y a doña Sancha de Guzmán, de la nobilísima casa de Toral, señores de las villas de Cuerva, Batres y los Arcos; a nobleza tan conocida fue singular ornamento la fama de Garcilaso adquirida en nuestra ciudad aun en sus tiernos años, hasta que tuvo edad para servir al Emperador en su corte, con la excelencia en todos los ejercicios que en un caballero como propios lucen más, y dilatada después por todo el mundo con el valor de sus hazañas, con la dulzura de sus escritos, debida a sus padres, a su patria, porque de ellos recibió con la sangre los ejemplos domésticos de grandes ánimos; de esta bebió con la leche la pureza y elegancia de la lengua, que es tan propia de los toledanos, jueces escogidos para las dudas de ella. Luciola Garcilaso con la sabiduría de los griegos, con la energía de los latinos y con la ternura de los italianos, en cuyos poetas (inclinación y genio de su ingenio) así se transformó, que, si faltara el número innumerable de sus obras, se pudieran conocer en la brevedad de las de nuestro poeta las joyas de más precio de ellas. Porque, ¿qué flor lleva más los ojos en la grandeza de Virgilio, cuidado de Horacio y facilidad de Ovidio (que estos son los que más conjeturo por sus obras que imitó) que no los haga poner con alabanza particular en quien con solicitud de abeja las escogió ingeniosamente para su uso y para provecho de la posteridad? Los toscanos Dante, Luis Ariosto, F. Petrarca, Iac. Sannazaro, príncipe cada uno en su género de los de Italia, Luis Tansilo, Antonio Sebastián Minturno, a quien él da como lugar honra en sus escritos y el culto por su censura y sus merecimientos, Bernardo Tasso nos le quitaran, si pudieran, haciéndole suyo, conociendo, no a sí, sino a él, por singular ornamento de la poesía; tan lejos estuvieran de competir con él el primer lugar en ella y el conocimiento de las mejores letras; como los grandes capitanes cuya fertilidad tanto enriquece el nombre de nuestra nación, el que Garcilaso tuvo en las armas. Para templar la gravedad de las unas y el rigor de las otras, se esmeró con ventajas en la música (si bien compañera de aquellas, como incitadora a estas) y en particular en la nobleza de los instrumentos de vihuela y harpa. En el hábito del cuerpo tuvo justa proporción, porque fue más grande que mediano, respondiendo los lineamentos y compostura a la grandeza; la trabazón de los miembros igual, el rostro apacible con gravedad, la frente dilatada con majestuosidad, los ojos vivísimos con sosiego y todo el talle tal que, aun los que no le conocían, viéndole, le juzgaran fácilmente por hombre principal y esforzado, porque resultaba de él una hermosura verdaderamente viril. Era prudentemente cortés, y galán sin afectación, y naturalmente, sin cuidado, el más lucido en todos los géneros de ejercicios de la Corte, y uno de los caballeros más queridos de su tiempo, honrado del Emperador, estimado de sus iguales, favorecido de las damas, alabado de los extranjeros y de todos en general, como otro Tito, tan amado, que (cosa prodigiosa entre las ambiciones de los cortesanos) a la particularidad de las mercedes con que la liberalidad del mayor Monarca muy de ordinario le honraba no llegaba aun la invidia, por darlas por bien empleadas la aprobación común: felicidad rara, mas tan propia de Garcilaso, que la comunicaba aun a los que, cuando por sí no merecieran aplauso universal, por él solo le tuvieran; entre los demás, don Fernando de Guzmán, su hermano, no menos valiente que cortesano caballero, cuya memoria ¿qué tiempo podrá contrastar, si la eternizaron las lágrimas de Garcilaso en este epitafio, que a su temprana muerte leemos?

Soneto XVI:

No las francesas armas odiosas,etc.
No las escaramuzas peligrosas,etc.
Pudieron, aunque yo más me ofrecí
a los peligros de la dura guerra
quitar una hora sola de mi hado.
Mas infición de aire en solo un día
me quitó al mundo y me ha en ti sepultado.
Parténope, tan lejos de mi tierra.


De veinticuatro años tomó estado, escogiendo para su gusto y honor a doña Elena de Zúñiga, hija de Diego López de Zúñiga, prima hermana del conde de Miranda y dama de la reina de Francia madama Leonor, señora de singular caudal. Se aumentó la felicidad de tan igual casamiento con el fruto felicísimo de él en aquel valiente mozo Garcilaso, que dio a entender que con el nombre había heredado de su abuelo y padre el valor que en todas las ocasiones de esfuerzo mostró, hasta la última en la defensa de Ulpiano, donde su misma grandeza de ánimo le hizo no reparar el peligro extremo de su vida, acabándola, si infeliz por su corta edad, gloriosamente por su grande valor, en una batería de franceses, sin cumplir (grande lástima) veinticinco años. Pudo ayudar a llevar a sus descendientes tan común pérdida don Francisco de Guzmán, su segundo hijo, nacido como el primero para el ruido de las armas, para el sosiego de las letras, con cuya singular doctrina, siguiendo a su ilustrísimo antecesor y patrón santo Domingo, como en el nombre, en el hábito (por dejar el de Alcántara y llamarse desde entonces Domingo) y en las letras de su esclarecida religión, con tanto nombre, que mereció la competencia del más universal ingenio con que nuestra España tanto, aun con aprobación de sus émulos, se gloria. ¡Tánta gloria fue correr parejas con fray Luis de León! Fue también compañera de este alivio su hermana doña Sancha de Guzmán, señora prudentísima, con quien casó don Antonio Portocarrero de la Vega, hijo del conde de Palma, su cuñado. En don Lorenzo de Guzmán fue conocido el ingenio de Garcilaso, su padre, y venerado por tal (no sé si legítimo) del ilustrísimo en dignidad y doctrina don Antonio Augustín, que, desterrado a Orán por una ingeniosidad satírica, murió en el camino en medio (desgracia fatal de esta casa) de sus esperanzas. No hubo jornada en su tiempo a que no asistiese o presidiese Garcilaso en servicio del invicto y augusto Carlos V, en cuya presencia se probaban los quilates del esfuerzo de sus caballeros; el de Garcilaso lució maravillosamente, oponiéndose al poder con que Solimán venía soberbio contra Viena, y no menos en Túnez contra Barbarroja, donde dejó de él testimonio con la sangre de su rostro y brazo, como lo escribió a Nápoles a Mario Galeota.

Soneto XXXIII:

En la parte que la diestra mano
gobierna y en aquella que declara
el concepto del alma fui herido.


Volvió, acabada con felicidad esta jornada, a Nápoles, tan lleno de despojos de mejor fama, que era la admiración y estimación de todo el reino; con la ocasión de tan honrado ocio pudo la blandura del amor regalar su corazón, como dice a Boscán.

Soneto XXVIII:

Sabed que en mi perfecta edad y armado
con mis ojos abiertos me he rendido
al niño que sabéis, ciego y desnudo.
De tan hermoso fuego consumido
nunca fue corazón.


Y así tierno lo confiesa a Julio César Caraciola (soneto XIX), pasión inevitable a veces a espíritus de generosa erudición, como el de Petrarca, y excusa honrosa de los que en este error le imitan. De Nápoles fue por mandado del Emperador desterrado a una isla del Danubio, entre otras cosas, por haber por su medio intentado cuidadosamente Garcilaso, hijo de don Pedro Laso y sobrino suyo, el casamiento que después no tuvo efecto, de doña Isabel de la Cueva, hija de don Luis de la Cueva y dama de la Emperatriz, que después fue condesa de San Esteban; la memoria de su destierro dejó él en la Canción III,

Estancia I:

Con un manso ruido
de agua corriente y clara
cerca el Danubio una isla, que pudiera
ser lugar escogido
para que descansara
quien como yo estó agora no estuviera.

Estancia I:

Aquí estuve yo puesto
o, por mejor decillo,
preso, forzado y solo en tierra ajena.
Tengo solo una pena
si muero desterrado
y en tanta desventura,
que piensen, por ventura,
que juntos tantos males me han llevado,
y sé yo bien que muero
por solo aquello que morir espero.


Desde aquí (creo) dijo en el soneto IV:

Muerte, prisión, no pueden, ni embarazos
quitarme de ir a veros como quiera,
desnudo espíritu o hombre en carne y hueso.


Pues es a la esperanza que tan perdida tenía, quizá esta absencia fue ocasión de aquel tan bello como llano soneto IX:

Señora mía, si de vos absente
en esta vida turo y no me muero,


Después, formando el Emperador campo en el Piamonte en el año de 36, se echó menos la presencia de Garcilaso, y, trayéndole consigo, le dio cuidado de once banderas de infantería, con que, entrando por la Proenza hasta Marsella, retirado el ejército a la vuelta de Italia en un lugar de la Orden de San Juan, cuatro millas de Fregius al poniente para levante, mandando el Emperador batir una torre en que cincuenta arcabuceros franceses se habían hecho fuertes, Garcilaso obedeció el primero, con admiración de quien se lo mandaba y aun de la misma temeridad, escalando un portillo, de adonde una gran piedra que le alcanzó en la cabeza, con gran sentimiento del Emperador y de todo el ejército, no le dejó cumplir su valiente determinación. El Emperador quedó tan indignado, que le vengó al punto de los villanos, no dejando alguno sin afrentosa muerte; llevado en los reales a Niza a los veintiún días del golpe y treinta y tres años de su edad, mostrando no menos esfuerzo de cristiano en la muerte que de soldado en el peligro de ella, dio su fama a quien para tanta admiración del mundo le había criado, dejando singular sentimiento a todos y cuidado al Emperador, que en los extremos de su enfermedad había bien dado a entender lo que le estimaba. El año de treinta y ocho fue traído su cuerpo de Santo Domingo de Niza, donde estaba en depósito, a San Pedro Mártir de Toledo, al sepulcro antiguo de los señores de Batres, sus antecesores, donde en compañía de su hijo Garcilaso veneramos hoy su presencia.

Este es el fin de tan bien gastada, si corta, vida; el agrado de las acciones que en ella llevan los ojos le granjeó la familiaridad de los mejores ingenios de su tiempo, como la excelencia de sus obras la admiración de lo más culto de la posteridad. Fue más inclinado a alabar que a vituperar: hizo lugar honroso en sus escritos al nombre de los que más en particular estimó. La marquesa de la Padula y condesa de Avelino, doña María de Cardona, hija de don Juan de Cardona, marqués de la Padula, hermano del conde de Colisano y gran condestable de Nápoles, mujer primero de don Artal de Cardona, conde de Colisano, y después de don Fernando de Este, duque de Ferrara, si por su rara hermosura y discreción, por haberla celebrado el Minturno en el libro V de sus Epístolas, haberla dedicado el Gesualdo su Comentario a Petrarca, y haber dado ocasión a Mario Leo para escribir a imitación del Cupido crucifijo de Ausonio, el amor preso, no fuera debidamente celebrada, por solo el soneto XXIV, en el que nuestro poeta la eterniza, lo fuera bastantemente, como por la égloga III, si ya no se hizo a contemplación de doña María de la Cueva, condesa de Breña y madre de don Pedro Girón, primer duque de Osuna, en todo verdaderamente señora. Tuvo por singular favorecedor de sus acciones, como por ejemplo, al gran duque de Alba, a quien consoló en la muerte de su valiente hermano don Bernardino de Toledo con su primera dulcísima elegía; de la virtud heroica de don Alonso Dávalos, marqués del Vasto, le hizo tan aficionado como estimador la igualdad de los estudios: le celebró en el soneto XXI, aunque algunos quieren que se haya escrito a don Pedro de Toledo, marqués de Villafranca y virrey de Nápoles, príncipe de gran prudencia, a quien dedicó la égloga I, introduciéndose en nombre de Salicio, y en el de Nemoroso, a don Antonio de Fonseca, marido de doña Isabel Freyre en el de Elisa, cuya temprana muerte llora en la égloga III dulcísimamente, no a Boscán, como se piensa, por ser nemus en latín «bosque», pues en la égloga II, contando Nemoroso a Salicio la historia que Tormes mostró a Severo, alaba a Boscán con tanto encarecimiento como su ingenio mereció, si no su felicidad; manifestó la familiaridad que hubo entre los dos en el soneto XXVIII y en la carta que le envió desde Valclusa:

Do nació el claro fuego del Petrarca
y donde están del fuego las cenizas.


Como él dice a Julio César Caraciola, neapolitano en sangre e ingenio nobilísimo, que celebró en el soneto XXXIII, o a Fabio, hijo de Vincencio Belprato, conde de Aversa, que sirvió a Violante San Severino, a cuya hermosura consagra la canción V. Y en el soneto XXIV dio igual lugar a Bernardo Tasso y Antonio Sebastián Minturno y Luis Tansilo, poetas clarísimos. El honor que liberalmente dio a tantos sin emulación se le ha agradecido y agradecerá (que licencia da tanta felicidad para pronosticar prudentemente su continuación) la posteridad de los mejores ingenios de todas edades. Minturno mostró la estimación que hizo de Garcilaso en dos bien escritos sonetos, y Boscán lloró su muerte en otros dos con sentimiento de amigo. Paulo Jovio en el libro XXIV y en el fin de sus Elogios habla con notable encarecimiento de su ingenio .El cardenal Pedro Bembo, escribiéndole en latín el año de 35 y en toscano a Honorato Fasitelo, hace grandes admiraciones de la dulzura y elegancia de su estilo. El grande Guillermo de Salluste, señor de Bartás, príncipe de los poetas de Francia, en el segundo día de la segunda semana, a que dio nombre de Babilonia, entre los demás insignes varones de todos tiempos y naciones celebra a nuestro poeta por estas palabras:

Guevare, le Boscan, Grenada, Garcillasse,
abrevez du nectar qui rit dedans la tasse
De Pytho verse miel, portens le Castillan.


Lo mismo hace Simon Goulart en los comentarios a este poeta, diciendo que señaló los que juzgó por más elocuentes en nuestra lengua, como me advirtió ellLicenciado Luis Tribaldos de Toledo, ejemplo y espejo (como de nuestro Comendador Griego dijo Lipsio) de la verdadera crítica, por no haber cosa en la erudición más selecta de las ciencias y lenguas, que no sepa con admiración y no procure dar a entender que ignora con modestia. Tanta es su bondad y su doctrina I. B. Marino, poeta de gentil espíritu y propriedad de estos tiempos, entre los insignes varones con que adorna su Galería pone en lugar honorífico a nuestro Garcilaso de la Vega con el donarie de este madrigal:

Del poetico giorno aperse al clima ispano i primi albori il raggio mattutin de miei splendori, hor se le occaso suo rendere adorno può di luce inmortale aurora occidentale, ornare il nome de la patria mia lucifero, e non Hespero devria.

Y don Gerónimo de Urrea en el canto XLV del Ariosto español, entre otros que añade:

Garcilaso no menos presuroso
viene mostrando bien ser ornamento
de la Vega y de Zúñiga.


Luis de Camoes con su acostumbrada dulzura le llama O brando doce Lasso Castellan, escribiendo a don Antonio de Noronha.

De la misma manera piensan dar honra a sus escritos con ponerle en ellos el Livio de nuestra nación, el padre Juan de Mariana, en el Summario a la historia de España, año 1536; el padre Andrés Schotto Bibliotheca Hispana, folio 583; Alonso García Matamoros, De asserenda Hispanorum eruditione, el padre Martín Ant. del Río in Senec. fol. 134; el doctor Gonzalo de Illescas en la segunda parte de su Pontifical; el padre Juan de Pineda ad capitulo 3 Job; don Luis Zapata canto XLI de Carlo Famoso. Alonso Ulloa al fin de la historia del Emperador Carlos V dice que es excelentísimo y el primero que dio a España la majestad de los versos mayores. El padre Juan Luis de la Cerda in Virg. Ecl. iv; Juan Calvete de la Estrella, libro 4 ad P.F.C.B; don Francisco Fernández de Córdoba, cap. XlII Didasc; Juan de Malara cent. VIII refrán XXIV; Gerónimo de Lomas Cantoral al fin de sus obras; el doctor Gregorio Hernández de Velasco en la versión de Sannazaro, y historia del doctor Francisco de Pisa, cap. XXXVII, libro I; los ingenios ilustres de Andalucía a quien debe tanto por esta ilustración de su mejor luz nuestra ciudad, el licenciado Luis Barahona de Soto, el maestro Francisco de Medina, Francisco Pacheco, Diego Girón, Cristóbal Mosquera de Figueroa y Francisco Sánchez de las Brozas, y de Fernando de Herrera, con cuyas palabras hermoseó la esterilidad de mis Elogios Latinos en el de nuestro poeta. Los que hoy viven ¿qué ocasión han perdido de celebrar el nombre de quien confiesan por príncipe de la poesía castellana?, que de la latina Luis Tansilo lo dice:

Che non pur Hispano
Ma latin pie fra noi raro segnollo.


Y Juan Boscán en la versión que hizo y acrecentó del Bembo:

Nuestro Garcilaso de la Vega
esta virtud le dio con larga mano
al bien que casi a todo el mundo niega
con su verso latino y castellano.


Las ingeniosidades (permítase a las Musas esta licencia) de los señores condes de Lemos, Salinas, Villamediana; la pureza de Pedro Liñán de Riaza, la ternura de Francisco de Figueroa, la invención de Miguel de Cervantes Saavedra, la gravedad de don Juan de Arguijo, la felicidad de Lope Félix de la Vega Carpio, la erudición ingeniosa de don Francisco Gómez de Quevedo, la cultura de don Luis de Góngora, la grandeza de Lupercio y Bartolomé Leonardo de Argensola, los primores de don Juan de Vera y Zúñiga, la sazón de don Antonio de Mendoza, el arte de don Juan de Jaúregui, la doctrina del licenciado don Luis Tribaldos de Toledo, la circunspección de don Guillén de Castro, la abundancia de Cristóbal de Mesa, la propiedad del maestro Espinel, el discurso del doctor Mira de Mescua, la alteza de Francisco López de Zárate y de Miguel de Silveira, la cordura de Antonio López de Vega, la piedad del maestro José de Valdivieso y de don Francisco Herrera Maldonado, el donaire de Luis Vélez de Guevara, la curiosidad de Baltasar Elisio de Medinilla, la inafectación de Martín Chacón y la facilidad monstruosa de Jerónimo de Salas Barbadillo y José de Herrera, y el caudal de toda la nobleza de los ingenios con que se enriquece nuestra nación y amistad se halla (así lo confiesan con ingenuidad) en las pocas obras que del padre de nuestra Poesía debemos al tiempo, a cuya memoria puso por Cenotafio (como es fama) Laura Tarracina, ornamento singular de las mujeres, bien a propósito aquello del canto XI del Ariosto:

Un gioveneto che col dolce canto
concorde al suon de la cornuta cetra
de intenerir un cor si dava vanto
anchor che fusse più duro che petra ,
felice lui se contentar di tanto
onor sapeti, eseudo, arco i faretra
haver in odio e scimitarra e lancia
che le fece morir giovene in Francia .


Don Luis de Góngora lo mejoró así:

Piadoso hoy celo, culto
cincel hecho de artífice elegante
de mármol espirante
un generoso anima y otro bulto
aquí donde entre jaspes y entre oro
tálamo es mudo, túmulo canoro,

aquí donde coloca
justo afecto en aguja no eminente,
sino en urna decente
esplendor mucho, si ceniza poca,
bien que milagros despreciando egipcios,
pira es suya este monte de edificios.

Si tu peso no enfrena
tanta bella en mármol copia, oh caminante,
esa es la ya sonante
émula de las trompas, ruda avena,
a quien del Tajo deben hoy las flores
el dulce lamentar de dos pastores.

Este es el corvo instrumento,
que el Albano cantó segundo Marte
de sublime ya parte
pendiente, cuando no pulsarlo al viento,
solicitarlo oyó selva confusa
ya a docta sombra, ya a invisible musa,

Vestido, pues, el pecho
túnica Apolo de diamante gruesa,
parte la dura huesa
con la que el dulce lazo, en blando lecho,
si otra inscripción deseas, vete cedo,
lámina es cualquier piedra de Toledo.


Yo con más sencillez, si con igual afecto, quise que se inscribiese a su sepulcro este epitafio:


GARCILASO DE LA VEGA (SATIS EST UT VENERERIS CIVIS, HOSPES) QUOD POTUIT HEIC CLAUDITUR.






GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera