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Título del texto editado:
“Noticia de los poetas castellanos que componen el Parnaso español. Tomo VII. [Biografía de] Fernando de Herrera”
Autor del texto editado:
López de Sedano, Juan José (1729-1801)
Título de la obra:
Parnaso español. Colección de poesías escogidas de los más célebres poetas castellanos. Tomo VII
Autor de la obra:
López de Sedano, Juan José (1729-1801)
Edición:
Madrid: Antonio de Sancha, 1773


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Fernando de Herrera, clérigo de órdenes, fue natural de la ciudad de Sevilla, pero ignóranse los nombres de sus padres y verdadero año de su nacimiento, aunque por las más regulares conjeturas se deduce que pudo nacer a principios del siglo XVI. Igualmente se ignoran los hechos de su vida y la clase de órdenes eclesiásticas que obtuvo, o si disfrutó alguna renta o destino por esta carrera, o como también el sitio y año de su muerte, que sin duda fue muy avanzado en edad. Constan, sin embargo, los progresos que hizo en el estudio de la filosofía, la geografía, las matemáticas, y en los idiomas griego, latino, toscano y el propio castellano, y lo acredita el frecuente uso que hace de ellos en sus obras, y las notas y escolios con que se encontraron enriquecidos los muchos y exquisitos libros que poseyó de aquellas lenguas. Por su retrato, que debemos a la curiosidad y destreza de Francisco Pacheco, nos consta también que fue de hermosa presencia, grande de cuerpo, el rostro varonil y severo, los ojos vivos y halagüeños, el cabello y barba poblado y crespo, y este es el punto hasta que llegan las noticias civiles y personales que podemos hoy adquirir de este ilustre ingenio español y que aun no nos pudieron adelantar los tres célebres poetas y escritores, el referido Francisco Pacheco, Francisco de Rioja y Enrique Duarte, sus amigos, paisanos y contemporáneos, que se dedicaron y concurrieron a la ilustración, publicación y elogio de sus poesías, falta que se hace más notable que en otros en los ingenios sevillanos, pues habiendo sido Sevilla en sus tiempos el emporio de las buenas letras y bellas artes, de ninguno padecemos mayor escasez de noticias que de sus hijos entre nuestros sabios y escritores, y dificultad que se confirma con la particular circunstancia de haber sido sevillano el autor de la famosa y única obra que tenemos destinada a conservar la memoria de los sabios de la nación, que es la Biblioteca hispana don Nicolás Antonio. Pero ni este célebre escritor pudo enmendar el descuido que se había padecido en España en punto de su historia literaria, ni mucho menos bastamos nosotros a remediar el daño ocasionado por el mismo descuido en los tiempos posteriores y menos ilustres, sobre el que se padecía en los más cultivados. Igualmente debemos colegir de sus mismas obras la honestidad de sus costumbres, la severidad de su porte, el candor de su ánimo y los ejercicios de su pluma, y aunque en sus versos amatorios, que fue el asunto más común de los que conocemos, llevó por objeto a una dama a quien celebra con los nombres de Luz, Estrella, Lumbre, Lucero, Sirena, Aglaya y Eliodora, esta fue una principal señora de estos reinos, como aseguran sus ilustradores para probar la decencia de estos afectos en nuestro autor, que él mismo lo llama varias veces en sus obras “amor honesto y santo y divino”. Finalmente estas mismas le han acreditado por uno de los más ilustres profesores de las buenas letras que produjo aquella edad fecunda de hombres sabios y singularmente la obra de las Anotaciones a Garcilaso de la Vega, que es la que le ha hecho famoso sobre todas. La idea de comentar a los poetas era ya muy conocida en su tiempo en España, y el comento del mismo Garcilaso hecho por El Brocense lo era también algunos años antes, pero seguramente nuestro Herrera fue el que abrió la puerta y enseñó el camino con estrépito y pompa de erudición a esta costumbre, que se propagó sucesivamente en los siglos posteriores hasta convertirse en una especie de furor y moda el comentar a todo género de poetas malos y buenos sin elección ni necesidad, de cuya causa provino la multitud de glosistas y comentadores de poetas en que abundamos, y que fueron tan aplaudidos en el siglo pasado como despreciables por su ninguna utilidad en los tiempos presentes. Por fortuna tenemos que tratar en este tomo de los dos más famosos comentos que se conocen en la lengua castellana, como son el de Garcilaso de la Vega hecho por nuestro autor, y los de don Luis de Góngora, bien que entre los autores de glosas y comentarios ninguno de cuantos le sucedieron llegó al grado que nuestro Herrera por la abundancia de erudición y doctrina en que los excedió a todos, pues en medio de ser tan difuso y tan prolijo como el que más, y su trabajo tan poco necesario al fin, le debe estar muy agradecida la posteridad, pues, supliendo en parte la falta de sus noticias, la dejó en él un autorizado documento de su vastísima erudición en las buenas letras, y para decirlo de una vez, un libro en que expuso todo cuanto sabía. Pero causa admiración el ver que en medio de que nuestro autor poseyó el talento y la ciencia necesarios para formar un verdadero poeta, no se manifiesta siempre en sus composiciones aquella perfección que indispensablemente debía producir esta unión admirable, y es la causa que, queriendo esmerarse con exceso en limar y pulir su estilo y sus versos, los dejó demasiado duros, secos y faltos de aquel jugo y suavidad que es el alma de la cadencia y armonía poética, a que se agrega la afectación que usó de muchos términos y frases anticuadas, con los apóstrofes y otras figuras y signos que tomó de la poesía toscana con que los hizo más desagradables a la lectura y al oído, defecto que se hace más notable en quien, como él, tenía tan consumada inteligencia y práctica del índole, carácter, economía y estructura de la poesía castellana, y sabía graduar tan diestramente el mérito de los más famosos poetas de la Antigüedad, griegos y latinos, y los franceses, toscanos y españoles hasta su tiempo. Sin embargo de esto, nuestro Herrera adquirió el renombre de “divino”, y fue el primero de los cuatro poetas que le obtuvieron en España, porque, como ya hemos insinuado en otro lugar de esta obra, se dispensaban en aquel tiempo con alguna franqueza estos títulos de divinos, no sin notorio agravio de otros ingenios de primera clase que por desgracia no los merecieron jamás; pero de esta verdad no debe deducirse que le adquirió injustamente, atendiendo al espíritu, majestad y elegancia de sus versos, y a las frecuentes imitaciones en que abundan de los insignes modelos de la Antigüedad que le fueron tan familiares, y a la pureza de su estilo en verso y prosa, que uno y otro son de los que más pueden honrar su patria y el lenguaje castellano. Finalmente bastará por sobrada disculpa de este defecto a nuestro autor, el saber que las poesías que conocemos por suyas y recogió y completó en la mejor forma que pudo la suma diligencia y trabajo de Francisco Pacheco, no tienen aquella perfección con que las tenía preparadas para la prensa cuando perecieron en el naufragio acaecido después de su muerte con las más de sus obras. Las que pudieron librarse del riesgo y conocemos de este ilustre poeta son: la edición de las Obras de Garcilaso de la Vega con sus referidas anotaciones, publicada en Sevilla en 1580; el tomo de sus versos, impreso en dicha ciudad en 1582, y vueltos a publicar en ella por la diligencia y solicitud de Francisco Pacheco en 1619, siendo las especies de sus composiciones todas por el aire, argumentos, metros, gusto y estilo de las italianas, como elegías, canciones, sonetos y demás, que se habían ya extendido y vulgarizado en la poesía castellana por medio de Boscán y Garcilaso y los demás ilustres ingenios de aquel tiempo, que coadyuvaron con su práctica a la extensión de esta famosa reforma, entre los cuales no fue menos señalado nuestro Herrera; Relación de la guerra de Chipre y sucesos de la Batalla naval de Lepanto, publicada en la propia ciudad en 1572; Vida y muerte de Tomás Moro, chanciller de Inglaterra, por la que había escrito antes en latín Thomas Stapleton, impresa en la misma ciudad de Sevilla, año de 1592. Otras varias obras produjo la docta pluma de nuestro Herrera que fueron sepultadas en la misma oscuridad que las memorias de su vida y, como se ha advertido ya, por su desgracia lo estaban al tiempo de la publicación de sus poesías por Francisco Pacheco, a causa del referido naufragio que padecieron sus escritos pocos días después de su muerte por culpa de algún enemigo de los aplausos de nuestro autor, y cuyo suceso callan sus ilustradores, y entre ellas perecieron los Poemas de la batalla de los gigantes en Flegra; El robo de Proserpina, y El Amadís, como igualmente Los amores de Lausino y Corona, y muchas églogas y versos castellanos que aunque asegura el citado Francisco de Rioja existían en aquel tiempo y promete que prontamente podrían tal vez salir a luz, pero nunca se ha verificado su publicación, como tampoco la Historia general de España hasta el tiempo del Emperador Carlos V, que tenía concluida nuestro autor el año de 1590 aunque no la dejó perfecta ni limada, ni La batalla de Lepanto, que volvió a escribir con mayor extensión y cuidado, y muchos epigramas latinos imitando a los más célebres poetas de la Antigüedad. El elogio que da a nuestro Herrera Lope de Vega en su Laurel de Apolo es el siguiente:

Pero después del justo sentimiento
que fuera darle igual atrevimiento,
el docto Herrera vino
llamado de aquel Evo
no menos que divino,
atributo de Apolo, a España nuevo.
Herrera que el Petrarca desafía,
cuando en sus Rimas empezó diciendo:
osé y temí, mas pudo la osadía, etc.


Tampoco será fuera de propósito insertar aquí aquel celebrado soneto de Baltasar de Escobar en alabanza de los versos de nuestro autor:

Así cantaba en dulce son Herrera,
gloria del Betis espacioso, cuando
iba a las quejas amorosas dando
de su mansa corriente en las riberas.
Y las ninfas del bosque en la frontera
selva de Alcides todas escuchando,
en cortezas de olivos entallando
sus versos cual si Apolo los dijera.
Y porque el tiempo tú no los consumas
en estas hojas trasladados fueron
por sacras manos del castalio coro.
Dieron los cisnes de sus blancas plumas,
y las ninfas del Betis esparcieron
para enjugarlos sus cabellos de oro.






GRUPO PASO (HUM-241)

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2018M Luisa Díez, Paloma Centenera