Título del texto editado:
“Noticia de los poetas castellanos que componen el Parnaso español. Tomo VII. [Biografía de] Anastasio Pantaleón de Rivera”
Anastasio Pantaleón de Rivera nació en Madrid por los años de 1600, de honrada familia, aunque no constan los nombres ni la condición de sus
padres.
Después de las primeras letras pasó a
estudiar
las leyes en la Universidad de Alcalá y a la de Salamanca, y, aunque en ambas no dejó de mostrar la capacidad de su talento y la viveza de su
ingenio,
no
consiguió los mayores aprovechamientos en esta carrera por llamarle su
inclinación
y genio a las buenas
letras,
y principalmente a la
poesía.
Con esta determinación se dio al
estudio
de las lenguas griega y latina y las vulgares italiana y francesa, y, restituido a
Madrid,
continuó en los ejercicios o
entretenimientos
de sus poesías, con que se hizo estimado de algunas personas distinguidas de la corte y disfrutó la
amistad
de los
poetas
más afamados y que entonces florecían en
Madrid,
y fue incorporado y distinguido en las
academias
particulares que se formaban en aquel tiempo, donde recitaban y aun solían premiar las composiciones de sus individuos, en las cuales
asambleas
lograron mucho
aplauso
las producciones del feliz
ingenio
de nuestro Pantaleón. Este, sin duda, se hubiera
perfeccionado
y madurado con la edad si no le hubiera asaltado la muerte al mejor tiempo, en el verdor de su
juventud,
por medio de un extraño acaso en que, habiéndole equivocado por otro, le dieron una grande herida, de cuyas resultas estuvo padeciendo mucho género de dolencias y tormentos por espacio de dos años, y al fin le privaron de la vida en el de 1629 y antes de cumplir los
30
de su edad. La dulzura de sus costumbres junto con sus prendas
intelectuales
y personales le hicieron amable y
estimado
de
todos
cuantos le trataron, y principalmente por su rara humildad y
modestia
con que se abatía a sí mismo y a sus
obras,
por su delicado
ingenio
y genio singular para las gracias y donaires en toda especie de composiciones
burlescas,
que es a lo que más le llamó su inclinación y redujo las obras que conocemos, y cuyo especial talento hubiera logrado
mayores
progresos
si con la imitación de otros modelos más
clásicos
que no faltaban en su tiempo, hubiese dado al arte y a la solidez lo que fió a la privacidad del
ingenio
con los
modelos
que se propuso
imitar
de algunos
poetas
sus
amigos,
como Góngora y Paravicino y otros que seguían el partido de los llamados
“cultos”,
con que pudieran sus obras merecer colocarse en otra clase más
distinguida
de la en que las dejó su desdichada suerte. Aun estas hubieran también seguido la desgracia de su autor, en virtud de que este en su muerte ordenó a su madre
quemase
cuantos
papeles
encontrase suyos, lo que ella ejecutó prontamente de los que pudo haber a las manos, pero la curiosidad y diligencia de don José Pellicer de Tovar, su grande
amigo
y que había sido su compañero en las
universidades,
, recogió de varios sujetos, enmendó y
publicó
las pocas poesías que hoy conocemos, tres años después de la muerte de nuestro autor, con un discurso o
prólogo
dirigido a dar noticia de él a los curiosos, al modo de los que se usaban en aquel tiempo, en los que a mucha costa de autoridades y buen recado de erudición que no
venía
al caso, lo que menos se encontraba en ellos eran las memorias del autor a quien pensaban
ilustrar.
Las poesías de nuestro Pantaleón se reducen todas a las especies de
romances
y letrillas, por la mayor parte
burlescas,
y varias cartas o papeles en
prosa
y verso de certámenes y
academias
particulares y otros
dirigidos
a varios
amigos
suyos, de que se compuso la edición ejecutada por Pellicer en
Madrid,
año de 1634. Después se han hecho otras dos
ediciones
más correctas y aumentadas con varias poesías que depositó nuestro autor y paraban en la biblioteca de don Lorenzo Ramírez de Prado. Igualmente constan que dejó escritas nuestro Pantaleón unas
Notas
“a Valeriano Flaco” y “a Arnobio Africano”, con dos
sátiras
ejemplares
imitando
a Juvenal y a Persio, que intitulaba
El búho
y
El Anticristo,
como asimismo la
Historia arcana de Procopio
traducida
del griego en castellano. También tenía ejecutada, aunque no concluida, la
Historia de la jornada de los Gelbes,
cuyas obras se cree perecerían en el destino ordenado por el autor en su muerte, o que vendrían a manos donde tuviesen igual paradero. Lope de Vega en su
Laurel de Apolo
le hace el frío y
exagerado
elogio siguiente:
Para pintar las partes de Anastasio
será corto pincel el de Parrasio,
y pues ya tienes de él tantas premisas,
más vale que se queden indecisas.
Apresuró sus días mal contento
de que no ejecutó su entendimiento.