Prólogo
No están limitados los aciertos y bellezas a un solo género de estilo: esto se ve evidentemente en todas las artes. En la poesía
lírica
hay varios caminos para los ingenios: unos sobresalen en la sublime; otros solamente lucen en la dulzura en los afectos, en la suavidad. Cada cual debe estudiar en conocer su talento poético y
reducirse
a aquella especie de composiciones para que ha nacido, contentándose con la gloria de
sobresalir
en una especie, sin aspirar a abrazarlas todas, cosa que
ninguno
ha logrado perfectamente. Es así que, por no conocerse muchos que serían excelentes en un género de poesía
lírica,
por querer ejercitarse en todos, no se han sabido contener en aquel para que eran mucho más a propósito. Herrera jamás
debió
hacer anacreónticas; Villegas no debía haber compuesto en otro género que en este.
Los que aspiren a hacerse
inmortales
por la lira tienen entre nuestros
poetas
modelos
de todo género que imitar. Los de mucho
ingenio
y poca imaginación imiten a los Argensolas; los de fantasía ardiente tienen un dechado en Herrera; para los de imaginación amena y agudo ingenio ofrecemos en Jáuregui un modelo del
estilo
florido, muy
libre
de los defectos que suelen acompañarle.
Cuando a una fantasía viva, amena y fecunda se junta un
ingenio
agudo, resulta el talento amatorio, como dice Muratori, que, unido al músico, gusta de la
armonía
del verso, se detiene mucho en los números, en las descripciones particularizadas, en los cuadros amenos, en las imágenes más bellas y deleitosas. Gusta poco de representar la belleza natural desnuda de aparato; la
adorna
y atavía con todas las galas de la elocución, con epítetos sonoros y expresivos, con figuras y modos de decir
extraordinarios,
con conceptos agudos y brillantes. No deleita menos este estilo florido, ni tiene menos merito que el
maduro;
pero, así como está expuesto a caer en la sequedad, así también el otro puede pecar por demasía y dar en la hinchazón, prodigalidad y lujo, con los conceptos o muy refinados o falsos; con las traslaciones
oscuras,
atrevidas y extraordinarias; con las figuras y juguetes de palabras, retruécanos, equívocos y otros vicios muy
reprensibles.
En estos
defectos
han incurrido algunos de
nuestros
poetas por haber carecido de aquel
juicio
prudente, formado por la
lectura
de los
antiguos,
de aquel buen gusto que sabe hallar el
medio
entre los extremos, conteniendo al
ingenio
y fantasía en sus justos
límites.
El deseo de
sobresalir
es natural en la mayor parte de los ingenios; pero cuando esta ambición se apodera de aquellas almas que no están dotadas de las
cualidades
necesarias para distinguirse con un mérito sólido por el verdadero camino en que otros les han
precedido,
los suele conducir a mil extravíos y
errores.
Si por desgracia están dotados de
ingenio
para embellecer sus vicios, y han adquirido
crédito
justa o injustamente, su ejemplo arrastra a los serviles
imitadores,
, que son muy comunes en todas las edades; y así es como el
mal
gusto de un hombre suele ser el general de una
nación.
Es prerrogativa de los
grandes
ingenios dar el tono a su siglo: el culteranismo, que aún ha llegado a nuestros días, fue el
error
de un solo Góngora; la superficialidad de los eruditos de este siglo, dicen, trae su origen de un gran ingenio, pero muy
superficial.
Los ingenios no se pueden imitar, pero sí los vicios de los ingenios; por tanto, fue fácil a los
imitadores
de Góngora excederle en la
ridiculez
extraordinaria del
lenguaje,
en las metáforas viciosas, en los conceptos falsos; pero no le pudieron igualar con mucha distancia en la
belleza
de las composiciones, de estilo florido, sí, pero muy ajeno de estos errores; las cuales son muchas y de las más
excelentes
en su género de nuestro
Parnaso.
En las
Rimas
de Jáuregui que se incluyen en este tomo estamos bien seguros que no
hallará
la más escrupulosa crítica ningún
concepto
falso, ni vicio alguno del
culteranismo
que reprender. Algunos conceptos demasiado
sutiles
se hallan en el diálogo entre la Pintura, Escultura y Naturaleza, por los cuales defectos y por
carecer
de todas las bellezas propias de la poesía
lírica,
estuvimos inclinados a
suprimirla,
como se ha ejecutado con algunos enigmas y dos o tres piezas de las
Rimas sacras,
harto
miserables.
El tratar de las cosas sagradas en estilo burlesco con equívocos y
ridiculeces
es un
vicio
muy común en algunos de nuestros
poetas,
pero muy reprensible. Los asuntos de mayor majestad en que tiene más lugar la
sublimidad,
por nuestra desgracia, se tratan en el estilo más
despreciable
con juguetes de palabras y conceptillos irrisibles, que justamente deben causar
indignación
a todo el que tenga verdaderas ideas de la majestad de nuestra augusta religión y de sus venerables misterios. ¿Quién será tan insensato que no se indigne al ver ridiculizados los más sagrados misterios de nuestra creencia en tanta multitud de villancicos, ovillejos,
romances
de que están llenos los escritos de más de un siglo a esta parte? La majestad de nuestro lenguaje poético, las más bellas y grandes imágenes, todas las galas de la buena
poesía
se han de reservar para los asuntos
amatorios
y otros poco menos frívolos; ¿y para celebrar los
héroes
de nuestra religión, los sacrosantos misterios, las verdades más tremendas y magníficas, se ha de emplear siempre un estilo de
taberna,
bufonadas insípidas, lenguaje
bárbaro,
conceptos y equivoquillos frívolos y ridículos? Tan
divinos
asuntos o se han de reservar intactos a nuestra meditación o se han de tratar con la majestad
correspondiente;
se han de tratar con aquella
sublimidad
con que fr. Luis de
León
celebra la Ascensión del Señor; con aquella
gravedad
y
alteza
con que los
Argensolas
ensalzan a San Lorenzo y a otros santos. Lo demás es profanar con la mayor
irreverencia
los asuntos más sagrados; y es menos malo perder el tiempo en bagatelas
amorosas
que burlarse en materias tan respetables.
Las dos o tres composiciones
sagradas
de Jáuregui que se han
suprimido
no estaban tan llenas de delirios como otras muchas de esta naturaleza de otros que se dicen
poetas;
pero no se ha tenido por conveniente insertarlas, por no desacreditar con ellas a tan
excelente
poeta y no dar una autoridad tan grande a los delirantes en este género; por los cuales motivos se
omiten
también los enigmas. Las demás sagradas tienen mucho mérito por sus muchas
bellezas,
gravedad y
decoro;
y pueden servir de
modelo,
por ser de lo mejor que en este género tenemos en nuestro
Parnaso.
También puede serlo en los himnos que
traduce
y en la paráfrasis de los Salmos, en lo cual
excede
sin duda aun a los mismos
Argensolas.
En las rimas
profanas,
siendo su estilo
distinto
del de estos y de Herrera, se observa una amenidad,
floridez
y belleza, que en su género
compite
con aquellos. Sus sonetos son pocos, pero más que medianos, y adornados de todas las bellezas que se advierten en las demás composiciones; sobre todo el primero sobresale por la belleza de su
plan,
conducta y remate.
Las
canciones
son también de las
mejores
que hay en este estilo; singularmente, la elegíaca a la muerte de la Reina Doña Margarita es bellísima
sobremanera.
Luzán en su poética
pondera
justamente la singular
belleza
de una estancia de esta canción, que dice así
¿Quién vio tal vez en áspera campaña
árbol hermoso, cuya rama y hoja
cubre la tierra de verdor sombrío,
donde el ganado cándido recoja
alejado el pastor de su cabaña,
y allí resista al caluroso estío?
La planta con ilustre señorío
ofrece de su tronco y de sus flores
sustento y sombra a ovejas y pastores,
hasta que la segur de avara mano
sus fértiles raíces desenvuelve,
atormentado en torno su terreno
por dar materia al edificio ajeno.
Siente la noche el ganadillo y vuelve
al caro albergue, procurado en vano,
y, viendo de su abrigo hiermo el llano,
forma balido ronco, y su lamento
esparce (¡ay triste!) y su dolor al viento.
No es menos feliz en las
imitaciones
y
traducciones
de algunas piezas latinas. Causa verdaderamente compasión a los hombres de gusto, que, ya que no quiso dejarnos más
monumentos
originales de su
ingenio,
no emplease en la traducción de Horacio u Homero el tiempo que gastó en la traducción de la
Farsalia,
en las cuales pudiera haber lucido más dignamente su
inteligencia
y destreza en traducir.
Tuvo también
ingenio
muy apto para la
sátira,
como se puede inferir de la que escribió contra las rameras. Esta es
semejante
a la de Lupercio Leonardo sobre el mismo asunto, pero nada inferior a ella, aunque el estilo de Jáuregui es más popular y menos
adornado.
Pero la que es una sátira agudísima es la
Canción
lúgubre al húngaro Tiburcio en la opresión de Esmirna,
como es evidente por su remate. En ella se propuso sin duda
ridiculizar
en general el estilo
culto
de Góngora,
imitando
graciosamente las
expresiones,
figuras, traslaciones,
obscuridad
y
desarreglo
de la canción de este autor a la entrega de Larache, que empieza: “En rocas de cristal serpiente breve”.
El que coteje esta con la de Jáuregui
admirará
sin duda la agudeza y gracia con que la contrahace, hasta en el título; puesto que nada se dice en la
canción
que corresponda a él, así como se verifica en la de Góngora. Es también una sátira muy aguda, aunque breve, la definición del amor, en que
ridiculiza
graciosamente las infinitas definiciones que hacían del
amor
los poetas de su
tiempo,
como vemos en las comedias principalmente. En la canción satírica que empieza “Cuando tus huesos miro” hay algunas
exageraciones
y conceptos, que en otra composición seria merecían sin duda reprensión, pero en esta merecen
alabanza,
pues esto se hace de intento para hacer resaltar más el ridículo.
Pero el mayor
mérito
de Jáuregui consiste en habernos dado en su
traducción
del
Aminta
de Torquato
Tasso
un
modelo,
el más perfecto de traducciones. Esta es una de aquellas rarísimas que no nos hacen desear el original, por la gran maestría y destreza con que supo expresar todas las bellezas de esta excelente
fábula
pastoral,
trasladando
a nuestra lengua no solo la belleza de la sentencia, sino también las gracias del
estilo.
No se debe omitir aquí lo que dice el mismo Jáuregui en su dedicatoria al Duque de Alba:
Escribió el Tasso su
Aminta
después del muy culto y doctísimo poema de la
Jerusalén;
y así sobre su gran hermosura y gracia, descubre en las ocasiones una heroica y profunda grandeza, siendo en todo muy corregida y regulada con el arte. Yo quisiera en mi
translación
no haberla tratado
mal,
por no ofender a su autor, de quien soy por extremo aficionado; mas no sé si me lo consiente la gran dificultad del interpretar, trabajo de que salen casi todos
desgraciadamente;
y en estos pocos versos, fuera de las comunes prolijidades, he tenido otro mayor; que, como es el coloquio
pastoril,
consiente muchas frases vulgares y modos de decir
humildes;
y estos en italiano suelen ser tan diferentes de los nuestros, que parece cosa
imposible
transferirlos
a nuestro idioma o propia locución. Tiene también el toscano algunas partículas que entremete a la oración, las cuales dan cierto aire al decir, y en castellano no hay manera que les corresponda; sin esto, nuestra poesía huye de muchos vocablos por humildes que en la italiana se usan por elegantes. Propongo algunas dificultades para
certificar
tras ellas a V.E. que ha sido trabajada esta pequeña obra no con poca
diligencia,
procurando ablandar sus asperezas de manera, que no muestre la versión haber sacado de sus quicios el lenguaje
castellano,
y aunque muchas veces se declaren los conceptos por diferentes palabras y
modo,
que no por eso pierdan de su gracia o gravedad ni del verdadero sentido. Bien creo que algunos se agradarán
poco
de los
versos
libres y desiguales, que tanto usan los italianos, y sé que hay orejas que, si no sienten a ciertas distancias el porrazo del consonante, pierden la paciencia, y queda el lector con desabrido paladar, como si en aquello
consistiese
toda la sustancia de la
poesía:
mas a estos gustos satisfará algo el Coro de Pastores, que habla en versos ligados; y de los libres es menester saber que no van tan acaso como parece, porque al usarlos largos o cortos se guarda también su cierta disposición y decoro.
Los justos elogios, que siempre se han dado a esta bellísima traducción por todos los hombres de gusto son innumerables; solamente referiremos aquí el juicio que de ella hace D. Pedro Napoli Signorelli en su historia de los
Theatros.
Hablando de las dos
fabulas
pastorales del Tasso y del Guarini, dice así: “Estas dos
pastorales
fueron
traducidas
en francés cinco o seis veces infelizmente, sea por la debilidad de los traductores o porque la
prosa
francesa es incapaz de
expresar
competentemente la poesía italiana. La
traducción
del
Aminta
en excelentes
versos
castellanos por Jáuregui y la del
Pastor Fido
por Figueroa merecen todo el
aprecio
de los inteligentes. Es verdad que la lengua castellana es riquísima y tiene mucha semejanza con la italiana en el giro y la expresión y no carece de lenguaje poético”. La razón que Signorelli alega de la belleza, abundancia, giro, y expresión de nuestra lengua es muy cierta; pero esto no basta para la bondad y perfección de las
traducciones,
si no la manejan poetas como Jáuregui y Figueroa. Esto se ve manifiestamente en las traducciones modernas, pues en la misma lengua en que se tradujeron el
Aminta,
el
Pastor Fido
y otras excelentes
poesías
de todas lenguas en aquellos felices tiempos, estamos viendo en nuestros días salir traducciones infinitas muy
miserables
de las óperas del Metastasio, de tragedias francesas, etc.; en todas las cuales (a excepción de dos o tres) se advierte el
mal
gusto y poca
habilidad
de nuestros
modernos
traductores.
Los franceses, por más que se esfuercen, no pueden
expresar
en sus traducciones las bellezas y galas de otras lenguas que tengan dialecto poético; y los nuestros se han reducido a la misma necesidad y miseria, por no
querer
estudiar el nuestro, que es muy capaz de expresar cuanto hay de bueno y bello en todas lenguas y en todo género de
poesía.
Tenemos un lenguaje propio para la lírica
sublime,
como
vemos
en los Argensolas, en Herrera, en Jáuregui; para el género anacreóntico tenemos en Villegas y en nuestros romanceros un
tesoro
inagotable de bellezas; para el bucólico Garcilaso, Figueroa, Francisco de la Torre y otros
muchos
nos ofrecen infinitas galas, tan bellas como sencillas; para la épica,
La Araucana
de Ercilla,
La Eneida
por Velasco, la
Jerusalén
de Lope,
El Bernardo
de Balbuena,
La Farsalia
de Jáuregui y otros muchos son excelentes
modelos,
que debemos
imitar
ya que no en el plan y economía, pero sí en la
majestad
y abundancia y
magnificencia
del lenguaje poético. Ni faltan en nuestros días algunos excelentes
imitadores
de nuestros antiguos: el canto sobre
Las naves de Cortes destruidas,
obra póstuma de don Nicolás Fernández Moratín, y las
poesías
líricas y
bucólicas
del señor Meléndez son admirables ejemplos de esta
imitación,
dignos ellos de ser imitados. Y he citado a estos dos únicamente, omitiendo hacer mención de otros que cultivan dignamente la poesía, porque, habiendo muerto el uno de ellos, y no conociendo el otro sino por sus dulcísimas composiciones, este justo
elogio
debe parecer muy ajeno de toda especie de adulación.
Por último, se advierte que en la edición del Aminta se ha seguido la última de Jáuregui, en que corrigió mucho la primera. Sería suponer que el mismo Jáuregui no supo lo que corrigió en seguir la primera, pero, al mismo tiempo (como advierte con razón el colector del
Parnaso),
un
traductor
no es
responsable
de los defectos del original, si los hay; y solamente se exige de él la fidelidad y la belleza en el traducir. Por tanto, hemos tenido por conveniente insertar aquí un pedazo muy considerable, que
omitió
en su segunda
edición,
quizá por parecerle importuno, omitiendo otras variaciones no tan considerables, que se pueden ver en el
Parnaso Español.
Este es la relación, que hace Tirsi a Aminta al fin del acto segundo, que dice así:
AMINTA
Pues si sabes cosa
que aliente mi esperanza, no la calles.
TIRSI
Dirétela en buen hora: a los principios
que me trajo la suerte en estos bosques
ese hombre conocí, del cual juzgaba
lo que tú juzgas. Una vez en tanto
me vino gusto de ir donde su asiento
tiene la gran ciudad, cerca del río;
y, primero tratándolo con este,
me dijo así: “Tú irás a la gran tierra
donde el astuto vulgo y cortesanos,
soberbios e insolentes, muchas veces
hacen pesadas burlas de nosotros,
como de gente rústica y salvaje.
Así ve sobreaviso; no te acerques
mucho a las sedas de color, ni al oro,
nuevos trajes, divisas, ni penachos,
y sobre todo guárdate no veas
por mala suerte o juvenil descuido
la casa de los chismes y charlas:
huye aquel encantado alojamiento”.
“¿Qué puesto es ese?” pregunté; y él dijo:
“Aquí habitan las magas, que encantado
hacen que se trasoiga y se trasvea:
lo que parece de diamante y oro
es vidrio y cobre; aquellas ricas arcas,
que juzgarás muy llenas de tesoro,
espuertas son de viles trastos llenas.
Aquí están las paredes con gran arte,
que hablan y responden al que habla;
y no responden la palabra escasa,
cual eco suele por las selvas nuestras;
mas la replican toda entera, entera,
y aun aumentada de lo que otro dice.
Hasta las sillas, mesas y las bancas,
los escaños, las camas, las cortinas
y el más adorno de la casa, todos
tienen su lengua y voz, y siempre gritan.
Las charlas en figura de rapazas
andan triscando, que, si entrase un mudo,
un mudo, a su despecho, charlaría.
Mas este es, hijo, el más ligero daño
que te avendrá; tú puedes transformado
quedar en sauce, en fiera, en agua o en fuego,
agua de llanto o fuego de suspiros”.
Así me dijo, y yo me fui con este
pronóstico infeliz a mi ferrera.
Y, como quiso Dios benigno, acaso
un día pasé por el feliz albergue,
de donde dulces y canoras voces
salían de cisnes, ninfas, y sirenas,
de sirenas celestes, y salía
un blando y claro son con tal dulzura,
que atónito, gozando y admirando,
embebecido me paré un gran rato.
Estaba encima de la puerta un hombre
de semblante magnánimo y robusto,
como por guarda de tan gran belleza;
del cual, según pude entender, se duda
si es mejor capitán que caballero:
Él con afable y grave cortesía,
siendo un ilustre príncipe, yo humilde
bajo pastor, me convidó a que entrase.
¡Oh lo que vi! ¡Lo que sentí yo entonces!
Yo ví celestes dioses, ninfas bellas,
nuevas lumbres purísimas, y Orfeos,
y otros hallé también sin velo o nube.
La Aurora vi, cual suele aparecerse
ante los inmortales, esparciendo
sus rayos de oro y su rocío de plata.
Vi fecundando relucir en torno
a Febo y a las Musas, y acogido
Elpino entre estas; y en aquel instante
sentí más grande hacerme de mí mismo,
lleno de gran virtud, lleno de nueva
deidad. Luego cantando héroes y guerras
desdeñé el pastoril rústico verso.
Y aunque después por gusto ajeno vine
otra vez a las selvas, no por eso
dejé de sostener alguna parte
de aquel altivo espíritu; no suena
ya mi zampoña humilde cual solía,
sino con voz más alta y más sonora,
émula de la trompa, hinche las selvas.
Después oyome Mopso y, con malvada
vista mirando, me aojó, que ronco
vine a quedar, de que callé gran tiempo.
Pensaban los pastores que me hubiese
el lobo visto, y era Mopso el lobo.
Esto te he dicho por que entiendas cuánto
crédito debe darse a lo que dice.
Tú, Aminta, puedes esperar sin duda,
por solo que este quiere que no esperes.
Sobre la vida de Jáuregui no hemos podido aumentar nada a las cortas noticias que nos da el colector del
Parnaso español.
Estas se reducen a que nació en Sevilla por los años de 1570, que pasó a Roma sin que se sepa el motivo, donde
publicó
la primera vez su
traducción
del
Aminta
el año de 1607, la que después reimprimió corregida como aquí se pone, con todas sus
rimas
en Sevilla el año de 1618. Fue
caballero
del hábito de Calatrava y
caballerizo
de la reina doña Isabel de Borbón, primera mujer de Felipe IV, y con este motivo residió en
Madrid
hasta el fin de sus días, que debió de ser pasados los años de 1640, pues sabemos que este año tenía ya concluido su
poema
La Farsalia,
que se
imprimió
en 1684 con el
Orfeo,
muy depravados, llenos de errores y vicios abominables que a la sazón
dominaban
en cuya corrección por un manuscrito e impresión trabajamos actualmente. Otras varias obritas compuso que refiere el colector del
Parnaso,
las cuales no hemos visto.