El
doctor
Bartolomé Juan Leonardo de Argensola,
presbítero,
capellán de la
emperatriz
doña María de Austria, canónigo de la santa iglesia de Zaragoza,
cronista
de su majestad y de la Corona y Reino de Aragón, y rector de Villahermosa, nació poco tiempo después que su
hermano
Lupercio, en la ciudad de Barbastro, año de 1566. Su padre fue Juan Leonardo, secretario del emperador Maximiliano, originario de la ciudad de Rávena, donde era muy ilustre la
familia
de los Leonardos, y su
madre,
doña Aldonza de Argensola, también de lo más distinguido de Cataluña.
Estudió
nuestro Bartolomé con grande aprovechamiento las Humanidades, la Filosofía y el Derecho, y ordenado sacerdote, se trasladó a Madrid, en donde le admitió por su
capellán
la emperatriz viuda de Alemania doña María de Austria, que vivía retirada en el convento de las Descalzas reales, a la cual servía al mismo tiempo de secretario su
hermano
Lupercio Leonardo. Después, muerta la emperatriz, pasó a la ciudad de Valladolid, adonde estaba la Corte, en la que residió algún tiempo a instancias de su grande amigo y
favorecedor
don Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos, hasta que, mal avenido con el trato de los cortesanos, se retiró a la ciudad de Zaragoza con propósito de fijar su residencia en ella y disfrutar los grandes bienes que le dejó su
padre,
aunque no logró sino por muy pocos meses esta satisfacción, pues el año 1611 pasó a Nápoles en compañía de su hermano Lupercio, a quien eligió por su secretario el conde de Lemos, nombrado virrey de aquel reino. Vivió en aquella ciudad no solo ayudando a su hermano a sustentar el peso de los negocios de la secretaría, sino adquiriendo nueva
fama
entre sus julios y
academias,
pero, muerto Lupercio Leonardo en el año de 1613 y cumpliendo su virreinato el conde, se restituyó nuestro Bartolomé el año de 1616 y a los
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de su edad a la ciudad de Zaragoza, compelido de sus dos obligaciones: la una de servir el
canonicato
que en aquella metropolitana le había provisto el pontífice Paulo V, y la otra de desempeñar el oficio de
cronista
del Reino de Aragón, que estando en Nápoles le habían conferido los diputados de él, sustituyéndole en lugar del célebre anticuario el doctor Bartolomé Llorente. En estas ocupaciones y tareas, unidas a la dulce comunicación de las
musas,
que tan grandes
aplausos
le habían adquirido, así en España como fuera de ella, vivía nuestro Bartolomé totalmente entregado, sin que bastasen a interrumpírselas los achaques de la gota, que años había le afligía, ni otros accidentes, de cuyas violentas resultas murió en aquella ciudad en febrero del año 1631, como a los
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de su edad. Bartolomé Leonardo fue de proporcionada estatura, muy grueso de cuerpo y rostro, la nariz larga, el ceño severo y el aspecto grave y filosófico. De la grandeza de su ingenio no puede darse mayor informe que el
aplauso
universal de sus obras, en donde resplandece el fuego de su
imaginación,
que unido con el estudio del
arte
y la solidez de su juicio formaron en él aquel admirable compuesto que constituye un poeta grande, verdadero,
original
y
comparable
con los más famosos líricos que celebra la
antigüedad,
particularmente en la
sátira,
para la que poseyó la sal, erudición, severidad y espíritu de censura que piden indispensablemente estas obras, por lo cual , así él como su hermano, son justamente tenidos por los
Horacios
españoles. No tan solo la
poesía,
sino es la
Historia
le debe grandes progresos, como lo prueba la célebre
Historia de la conquista de las Molucas,
que compuso en
Madrid
de orden de su eruditísimo
mecenas
el conde de Lemos cuando se hallaba presidente del Consejo de Indias, y
publicó
en el año 1609, obra que, en la exactitud y
elocuencia,
tiene muy pocas que la
compitan
en la nación, como asimismo la de los
Anales de Aragón,
en que continuó al gran Zurita con no menos diligencia y magisterio. Finalmente le debe la lengua castellana mucho lustre, gala y riqueza por la hermosura,
pureza,
decoro, majestad y
abundancia
de su estilo, así en el verso como en la prosa, pues, según dice el célebre Miguel de Cervantes, “parece que estos dos hermanos vinieron de Aragón a reformar la lengua castellana”. Fuera de las poesías impresas que conocemos e
imprimieron
en
Zaragoza,
año de 1634, por la diligencia de su sobrino don Gabriel Leonardo de Albión, son muchas las que existen
inéditas
y en poder de algunos curiosos. De las
Memorias
pertenecientes a los dos Leonardos, que tiene recogidas don Juan Antonio Pellicer a fin de que precedan a la
Colección de sus obras inéditas e impresas, así en verso como en prosa, y algunas
latinas,
cuya impresión proyecta, se ha sacado la presente noticia por la falta de ellas con que nos hallamos en los documentos públicos de estos dos insignes poetas. Entre los muchos
elogios
que dan al presente los contemporáneos y posteriores, se le aplica el de Miguel de Cervantes en su “Canto de Calíope”, aunque mezclado, como todos, con el de su hermano Lupercio.
Tu verde y rico margen, no de enebro
ni de ciprés funesto enriquecido,
claro, abundoso y conocido Ebro,
sino de lauro y mirto florecido,
agora como puedo lo celebro,
celebrando aquel bien que ha concedido
el cielo a tus riberas, pues en ellas
moran
ingenios
claros como estrellas.
Serán testigo de esto dos hermanos,
dos luceros, dos soles de poesía
a quien el cielo con abiertas manos
dio cuanto
ingenio
y
arte
dar podía;
edad temprana, pensamientos canos,
maduro trato, humilde fantasía
labran eterna y digna laureola
a Lupercio Leonardo de Argensola.
Con santa envidia y
competencia
santa,
parece que el menor
hermano
aspira
a igualar al mayor, pues se adelanta
y sube do no llega humana mira;
por esto escribe y mil sucesos canta
con tan
suave
y acordada
lira,
que este Bartolomé menor merece
lo que al mayor, Lupercio, se le ofrece.