El
doctor
Gregorio Hernández de Velasco,
presbítero,
doctor en
Teología,
nació en la ciudad de Toledo; el año no se sabe, pero a lo que se puede conjeturar debió ser a mediado del siglo XVI. Fue de tan
ilustre
y distinguida
familia
como denota su apellido, aunque se ignoran los nombres de sus
padres,
con los demás hechos de su vida y tiempo de su muerte. Es tan doloroso, como al parecer,
increíble
que no consten más completas memorias de un escritor tan ilustre por el siglo y por el lugar en que floreció, pero hasta ahora no se han podido descubrir. Solo de su célebre
ingenio
nos han quedado los admirables documentos de las
traducciones,
a cuya breve noticia reduciremos la de este
famoso
poeta
castellano. Estas son la traducción de la
Primera
y
Cuarta
Égloga
y toda la
Eneida
de
Virgilio,
impresa
en diferentes años en Alcalá, Toledo,
Madrid,
Amberes y
Zaragoza,
junto con los versos del emperador Augusto, el libro 13º de Mafeo, llamado
Suplemento de la
Eneida,
y la
Letra
de
Pitágoras;
y la traducción del
Parto de la
Virgen,
poema heroico de Jacobo
Sanazzaro,
impreso en diversos tiempos en Toledo,
Madrid
y
Sevilla.
En todas estas obras manifestó su ingenio delicado y
talento
particular para
traductor,
acompañado con la grande
inteligencia
de ambos idiomas, pero con particularidad en la
Eneida,
a cuyo breve juicio se reducirá este artículo, mediante quedar ya hecho en su lugar el de las traducciones antecedentes, se
aventajó
de suerte sobre las demás obras, que con toda razón es tenida por una de las
mejores
traducciones que pueden honrar la lengua
castellana.
Es verdad que el gran
mérito
de este poema trae aparejada su mayor recomendación, pero no es por eso menos
plausible
en nuestro poeta el saber transferir con tal
destreza
todos los
primores
y galas de aquella obra inmortal y
maestra,
de suerte que, aun para los que entienden con perfección el original, hallan lo mismo que admirar y
aplaudir
en esta elegante
copia,
en cuanto permite el índole de ambos idiomas. Finalmente esta
traducción
sobre todas las demás en que únicamente empleó su
talento,
le acredita por uno de los
maestros
de la lengua castellana y de los que más la han enriquecido con tan famosas obras. La falta de noticias de este ilustre poeta castellano suplirá en cierta manera el dilatado
elogio
que le hace Lope de Vega en su
Laurel de Apolo,
pues es el primero con que da principio a la alabanza de los
poetas
españoles, sobre los muchos y muy debidos que le tributan cuantos tratan de sus excelentes
traducciones:
Acudiendo el primero,
el Títiro español, nuevo Sincero,
cuya divina
musa
toledana
dio poder a la lengua
castellana,
Gregorio Hernández, a quien hoy le deben
(aunque otros muchos prueben
a querer igualar su
ingenio
raro)
Virgilio
y Sanazzaro
hablar con
elegancia,
y no con vana
pompa
inútil la lengua castellana,
como diciendo en fácil melodía:
¡Ay, dulces prendas cuando Dios quería!,
o en el Parto
sagrado
de la estrella,
que cupo todo el sol del cielo en ella,
con estilo más
limpio,
más hermoso,
cándido
y
puro,
que la luz del día:
Tú solo conducir, diva María,
puedes mi pluma a puerto de reposo,
puedes, y tú querrás, y así entro cierto
de hallar a tu divino parto puerto.