Información sobre el texto

Título del texto editado:
“Noticia de los poetas castellanos que componen el Parnaso español. Tomo V. [Biografía de] El maestro fray Hortensio Félix Paravicino y Arteaga”
Autor del texto editado:
López de Sedano, Juan José (1729-1801)
Título de la obra:
Parnaso español. Colección de poesías escogidas de los más célebres poetas castellanos. Tomo V
Autor de la obra:
López de Sedano, Juan José (1729-1801)
Edición:
Madrid: Joaquín Ibarra, 1771


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El maestro fray Hortensio Félix Paravicino y Arteaga, del orden de la Santísima Trinidad, doctor en sagrada Teología, maestro y provincial de su provincia de Castilla, predicador del rey y vicario general de su orden, nació en Madrid, año de 1580. Fue su padre don Mucio Paravicino, de ilustrísima familia, y su madre doña María de Arteaga, también de conocida nobleza. La viveza y prontitud de su genio fue tanta, que a los cinco años de su edad leía y escribía perfectamente, y poco después aprendió con igual facilidad la gramática. Pasó luego a estudiar el Derecho a Salamanca, en el cual en pocos años adelantó el trabajo de muchos, pero tomando resolución de mudar de carrera y entrarse en religión, eligió la del orden de la Santísima Trinidad, cuyo hábito recibió en el convento de aquella ciudad; y siguiendo el estudio de la sagrada Teología, hizo tal progreso que se graduó de doctor por aquella universidad a los 21 años de su edad. No obstante esto, su genio y natural facundia le inclinaron más por la carrera del púlpito, como la que le había de hacer famoso en aquellos tiempos; y en efecto, entrando en dicha ciudad el rey Felipe III con la mujer, la reina doña Margarita, le confiaron la oración en elogio de aquellos monarcas por el estado eclesiástico, que desempeñó con grande aceptación; y en su virtud el mismo rey le hizo su predicador año de 1616, y a los 36 de su edad; y siguiendo la corte, ejerció este ministerio por espacio de 20 años con general aplauso. Después fue electo provincial de su provincia de Castilla y vicario general de su orden, cuyos cargos desempeñó con el acierto que prometían sus talentos, y murió en el convento de Madrid de resultas de un afecto hipocondríaco que padeció siempre (achaque común de los estudiosos) a 22 de diciembre del año 1633, y a los 52 de su edad. Fue el maestro fray Hortensio Félix Paravicino de proporcionada estatura, blanco de rostro, de aspecto amable y de apacible y dulce condición. Unió a las virtudes de religioso las prendas de caballero y de cortesano, por las que se ganó tanta aceptación y se hizo tanto lugar en palacio y entre las gentes más distinguidas de la corte. Pero lo que únicamente le adquirió todos los aplausos fue su gran fama y talento de predicador. Reinaba entonces en España en su mayor auge, aunque no ha perdido del todo su dominio, aquel relajado gusto en la elocuencia con el que solo se estimaba por tal la que constaba de agudezas, conceptos falsos, sentencias frías, voces estrepitosas, metáforas desmesuradas, equívocos, antítesis y clausulones, y en una palabra, todo lo que es diametralmente opuesto a la verdadera elocuencia. Así eran tan aplaudidos los sectarios de esta depravación o abuso, y eran casi todos los que aspiraban a este aplauso. Nuestro autor, sin duda con más ingenio, más luces y más fundamentos que otros, ayudado de su natural facundo, siguió en gran parte este partido y sobrepujó a todos en los aplausos como el oráculo del púlpito en aquel tiempo. Es verdad que poseía prendas muy particulares de orador, como la mucha agudeza de su ingenio, la viveza de su fantasía, la sonoridad y modulación de la voz, una gran memoria y una lengua muy expedita, prendas que, si hubieran recaído sobre otro gusto, hubieran hecho a nuestro autor uno de los más célebres oradores del mundo. Sin embargo, su estilo quedó por entonces por ejemplar de elocuencia, y por proverbio, “la agudeza de un Hortensio”; y le tomaban de memoria los sermones, como hizo Lope de Vega de un famoso sermón que predicó; y los poetas de aquel tiempo apuraron los encomios y los epítetos en alabanza de su sutileza e ingeniosidad. Pero, como la elocuencia es inseparable hermana y compañera de la poesía, no es mucho que en nuestro autor caminase la una al paso de la otra, y que participase como participó su poesía de los mismos vicios que su elocuencia, que todos se comprendían en aquel pedantesco abuso que llamaban “estilo culto”, de que sin duda fue uno de los sectarios nuestro autor, por lo que sus obras carecen de aquella sólida y noble belleza que da estimación y crédito a esta especie de trabajos, aun dentro de la esfera de la poesía meramente de estilo. Además de esto, los asuntos a que dirigió sus composiciones son por lo común de tan poco interés que a nadie puede utilizar su lectura, y es uno de los principales fines de la poesía y en que menos se paraban los compositores de aquel tiempo, solo en las poesías místicas y sagradas, en que se manifestó otro espíritu y circunspección. De este abuso del tiempo se puede sacar algún género de disculpa para nuestro autor y otros muchos, que ciertamente tuvieron prendas de poetas, y elocuentes, pero la corrupción y mal gusto de su siglo no les permitió hacer mayores progresos, salvo aquellos espíritus sublimes y originales que supieron discernir porque nacieron para la enseñanza y reforma y florecieron entre las espinas. Las obras que publicó y se conocen de nuestro autor son las siguientes: Oraciones evangélicas para los días de Cuaresma; Oraciones evangélicas en las festividades de Cristo nuestro señor, de su santísima madre y de sus santos; Oraciones evangélicas y panegíricas funerales a diferentes intentos; Epitafios o elogios funerales al rey don Felipe III, el piadoso; las poesías, que por modestia religiosa publicó con el título de Obras de Don Félix de Arteaga, y se imprimieron en Lisboa, año de 1645 y en Madrid, año de 1650. Igualmente se guarda en la librería del convento de san Felipe el real de esta corte un manuscrito en cuarto mayor con este título: Constancia cristiana o discursos del ánimo y tranquilidad estoica, copiados de papeles del maestro fray Hortensio Félix Paravicino, del Orden de la Santísima Trinidad. Lope de Vega en su Laurel de Apolo le hace el dilatado y excesivo elogio siguiente:

Pero ya de mi amor las justas quejas,
(Fama, si tú tus alabanzas dejas
por su infinita suma,
que no querrás fiarla de esta pluma)
al padre Hostensio Félix me proponen:
los laureles perdonen
de Grecia y Roma en ocasión tan justa,
que el cerco de oro de su frente augusta
juzgó a pequeño premio y le consagró
estos versos por único milagro,
porque, como él lo es, también lo fuera,
si amor y no la pluma los hiciera.






GRUPO PASO (HUM-241)

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2018M Luisa Díez, Paloma Centenera