Información sobre el texto

Título del texto editado:
“Noticia de los poetas castellanos que componen el Parnaso español. Tomo VIII. [Biografía de] Francisco de Sá de Miranda”
Autor del texto editado:
López de Sedano, Juan José (1729-1801)
Título de la obra:
Parnaso español. Colección de poesías escogidas de los más célebres poetas castellanos. Tomo VIII
Autor de la obra:
López de Sedano, Juan José (1729-1801)
Edición:
Madrid: Antonio de Sancha, 1774


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Fuentes
Información técnica






El doctor Francisco de Sá de Miranda, caballero comendador de la orden de Cristo, nació en la ciudad de Coímbra, reino de Portugal, año de 1495. Fueron sus padres Gonzalo Méndez de Sá y doña Felipa de Sá, ambos de antigua y esclarecida estirpe. Después de las primeras letras, se dedicó al estudio de las humanidades y lenguas sabias a que le llamaba su inclinación, pero hubo de sacrificarla por obedecer a su padre en obsequio del rey don Juan III, que había plantificado aquella Universidad de Coímbra, dedicándose a la facultad de Leyes, en la que no obstante hizo grandes progresos y se graduó de doctor. Continuó con los mismos leyendo en varias cátedras y adquiriendo nuevos aplausos en tanto que vivió su padre, pero muerto este dejó las escuelas y el ejercicio de la facultad a que no le llamaba su genio, y aun renunció algunas plazas de consejero para que había sido elegido, entregándose del todo al estudio y práctica de la filosofía y las buenas letras. A este fin resolvió el viajar, y después de haber corrido las principales ciudades de España, donde residió algún tiempo, pasó a Italia y vio Roma, Venecia, Nápoles y todo lo mejor de Sicilia, Milán y Florencia, y bien aprovechado, se restituyó a Portugal y a la corte, donde luego se hizo lugar en la estimación de todos por sus prendas, instrucción y talento, hasta el mismo rey don Juan, quien por sus méritos y el lustre de su casa le condecoró con el hábito de Cristo y la encomienda de Santa María de duas Igrejas en la Diócesis de Braga. Tras esto le hubiera elevado su concepto a alguno de los más señalados cargos del Reino, pero la envidia, enemiga implacable del mérito y la ciencia, le empezó desde luego a acometer para cortar los pasos a su fortuna, tomando materia donde cebarse con la siniestra interpretación de algunos lugares de sus poesías, por lo cual, no queriendo nuestro poeta exponerse más a las consecuencias de la que ya era declarada contradicción, determinó retirarse a una quinta propia de su encomienda junto a Ponte de Lima, llamada A tapada, abandonando las delicias de la corte, los amigos y las esperanzas de sus acrecentamientos, que podría esperar del favor del príncipe don Juan y el infante cardenal don Enrique, sus protectores, resolviéndose a vivir según su genio filosófico y entregado del todo a la conversación de las musas, disfrutando pacíficamente el fruto de sus estudios y peregrinaciones. En esta apreciable constitución, pensó en tomar estado de matrimonio, que contrajo con doña Briolanda Dazebedo o de Azebedo, mujer principal y de gran discreción y prudencia, pero de tan poca hermosura y tanta edad que, siéndole mostrada la primera vez, la saludó con esta ingeniosa claridad: “Castigayme, senhora, con este bordaon porque vim tan tarde”. Sin embargo, tuvo en ella sucesión de dos hijos, que fueron Gonzalo Méndez de Sá, que siguiendo las armas pasó a la jornada de África y murió valerosamente en el sitio de Ceuta, a cuya muerte compuso nuestro autor una ternísima elegía, y Gerónimo de Sá Dacebedo, que continuó la casa. En la suya disfrutaba nuestro poeta cuantas satisfacciones le podía proporcionar su inclinación y las prendas y virtudes de su consorte, constituyéndole en un estado de felicidad y concordia envidiable, pero todo se lo arruinó la muerte de aquella, por lo que, poseído enteramente del dolor, que siendo muy profundo no respeta las máximas de la más severa filosofía, y vencido de él a los pocos años, le rindió la vida, pues solo vivió tres, sumergido en tristezas y negado a todos sus empleos, ejercicios y entretenimientos, y murió en el año de 1558, a los 63 de su edad, y yace en la iglesia de San Martín de Carracedo de la referida Diócesis de Braga. Fue hombre de mediana estatura, grueso de cuerpo, blanco de carnes, ojos verdes, la barba y cabello negro y poblado; de aspecto grave y melancólico en la apariencia, pero muy agraciado y humano en su conversación y en su trato; fue muy inclinado a la caza y a la música, y diestro en la vihuela de arco, y tenía en su casa profesores asalariados para su diversión y que enseñasen a sus hijos. Sus costumbres correspondieron a sus prendas intelectuales. Fue muy religioso y devoto, muy sobrio para sí y franco para todos, en particular para los pobres y huéspedes, a quienes admitía con mucha frecuencia, agasajo y ternura. Incluimos y colocamos a Francisco de Sá Miranda, siendo portugués, en el número de los poetas castellanos, no porque nuestra lengua necesite mendigar poetas a ninguna, pues en número y calidad puede surtir a otras muchas, sino por la razón de ser español y de haber compuesto una gran parte de sus poesías en ella, por la cual se pueden sin violencia adoptar los poetas nacidos en otros reinos, y mucho más en este autor, cuyas producciones castellanas no fueron las menos apreciables, pues por su mérito ha sido contado entre los buenos poetas de su edad. Los portugueses le estiman con mucha razón entre los mejores de su lengua e introductor del buen gusto en su poesía, pues fue el primero que usó de los versos largos y demás galas y especies del gusto y rima de los italianos. Tuvo sin duda las grandes partes de poeta de ingenio e instrucción, y sus poesías en su lengua propia tienen mucha gracia, elegancia y pureza, particularmente las sátiras respecto a la cultura de su tiempo. Las producciones en lengua castellana fueron por lo general por el metro y gusto de la de Italia, y se reducen a las especies de canciones, sonetos, églogas y otras semejantes, en las cuales, aunque se divisa ya la reforma que empezaba a establecerse en nuestra poesía por el decoro, los pensamientos y la imitación de los antiguos, se distingue no menos la rudeza antigua de que se la iba despojando, por la falta de cultura en el estilo y de hermosura y elegancia de la versificación que practicaron sus reformadores, a que se agrega en nuestro Sá el uso de muchas voces y frases populares y anticuadas, en que incurrió como portugués, bien que no del todo impropio para algunas clases de composiciones, como igualmente el de la mezcla de los versos agudos con los graves, que uno y otro defecto afea y desluce la hermosura de la cadencia. Sus obras líricas se han impreso cuatro veces en Lisboa, en 1595, 1605, 1614 y 1651, y otras dos sus dos comedias portuguesas de Os Villalpandos y Os Estrangeyros. Las sátiras, que es lo más aventajado de sus producciones en su lengua propia, porque resalta más en ellas el arte, el decoro, la imitación y la cultura del estilo, se imprimieron separadamente. El elogio que se le hace a este poeta en el Laurel de Apolo es el siguiente:

Llegando, pues, la fama
a la mayor ciudad que España aclama,
por justas causas despertar no quiso,
y fue discreto aviso,
al gran Sá de Miranda:
que le deje, Melpómene le manda, etc.






GRUPO PASO (HUM-241)

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2018M Luisa Díez, Paloma Centenera