Información sobre el texto

Título del texto editado:
“Noticia de los poetas castellanos que componen el Parnaso español. Tomo VIII. [Biografía de] El licenciado Francisco don Francisco de Rioja”
Autor del texto editado:
López de Sedano, Juan José (1729-1801)
Título de la obra:
Parnaso español. Colección de poesías escogidas de los más célebres poetas castellanos. Tomo VIII
Autor de la obra:
López de Sedano, Juan José (1729-1801)
Edición:
Madrid: Antonio de Sancha, 1774


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Fuentes
Información técnica






El licenciado don Francisco de Rioja, presbítero, racionero de la santa iglesia de Sevilla, inquisidor de aquella ciudad, y después, de la suprema y general Inquisición, bibliotecario del rey don Felipe IV y su cronista, nació en dicha ciudad de Sevilla, cuyo año se ignora a punto fijo, pero a lo que se puede conjeturar pudo ser por los de 1600. No constan tampoco los nombres de sus padres, aunque sí que fue de honrada familia. Después de los primeros estudios se aplicó al de las Leyes, en cuya facultad se graduó de licenciado, pero no pudiendo reducir su talento a los límites de una sola profesión, se entregó al estudio de todo género de letras y erudición sagrada y profana, señalándose aventajadamente en la inteligencia de las lenguas griega y latina, cuyos créditos le hicieron conocido, manifestándolo después con muy doctas obras, y le adquirieron verosímilmente la protección del conde duque de Olivares, que obtenía entonces el primer ministerio y la privanza del rey don Felipe IV, el cual le hizo su abogado consultor y su bibliotecario, y continuándole su favor le confirió los empleos de bibliotecario del rey y su cronista de Castilla. Sucesivamente fue provisto en la plaza de inquisidor de Sevilla y después en la del Consejo de la suprema y general Inquisición. No se sabe si por este tiempo o antes de él, como parece regular, le dieron la ración de la Santa Iglesia de Sevilla; lo cierto es que tomó la posesión de ella en 10 de noviembre del año 1636. Después padeció aquella gran persecución suscitada por sus émulos, cuya causa, a lo que se puede colegir, fue la de atribuírsele ciertos escritos satíricos o de interpretarle maliciosamente algunos asuntos de sus obras, que no solo le derribó de la gracia y concepto del conde duque, sino que le condujo hasta el extremo de considerarle como reo de estado, por lo que sufrió una dilatadísima prisión en Madrid, de que se lamenta en algunas de sus obras, aunque muy disfrazado bajo el argumento amatorio. Pasada esta borrasca y acrisolada ya su inocencia, se le restituyó a sus honores y a su iglesia de Sevilla, donde vivía conforme a su genio filosófico, entregado a la pasión de las letras y a la comunicación de las musas, a cuyo fin dispuso una casa proporcionada con su jardín cerca del convento de san Clemente el Real de aquella ciudad, como consta de las memorias que existen hoy en poder del conde del Águila, hasta que fue llamado segunda vez a la corte, cuyos motivos se ignoran, solo que le nombró el cabildo de su iglesia por su agente en Madrid, donde después de algún tiempo le asaltó la muerte en viernes 8 de agosto del año de 1659, ya muy avanzado en edad. Enterrose en la iglesia de san Luis, aunque hoy ya no existe en esta parroquia ningún documento o memoria que lo justifique. El licenciado don Francisco de Rioja fue bien proporcionado de cuerpo, la cabeza grande y prolongada, el semblante modesto, apacible y meditador, el color blanco, los ojos rasgados, penetrantes y vivos, las cejas grandes, eminentes y triangulares, y el cabello, bigote y barba crespo, no muy poblado y bien puesto; y si del aspecto y las obras debemos deducir las costumbres cuando no hay otros documentos de donde copiarlas, en nuestro autor se deben reputar por las más arregladas, encontrando en él todas las prendas y señales de un verdadero filósofo, como la severidad de su condición, la pasión al estudio y al retiro y la sensibilidad a los desórdenes de las costumbres y abusos políticos o literarios, que no podía mirar con indiferencia, sin emplear su ingenio en su crítica y corrección, pero no en los términos que le quisieron suponer sus émulos hasta precipitarle a los más lastimosos infortunios. Acaso se le inculcó en las revoluciones que acaecieron con motivo de los escritos atribuidos a su grande amigo y contemporáneo don Francisco de Quevedo, y es cierto que el papel intitulado El Tarquino español y cueva de Meliso, que es una ingeniosa y viva sátira contra algunas costumbres de su tiempo, que se le atribuyó también falsamente al mismo Quevedo, la tienen algunos por obra de nuestro Rioja, pero es igualmente cierto que en su causa parece que tuvo más parte la calumnia que la verdad, pues después de tan dilatada prisión se le restituyó a su libertad y a sus honores y empleos, lo que no parecía regular ni decoroso si hubiera resultado reo de tanta gravedad. Las obras que hasta hoy conocemos de este ilustre escritor y poeta son: El Aristarco o censura de la proclamación católica de los catalanes, que publicó sin nombre de autor en Madrid; El Ildefonso o tratado de la Purísima Concepción de Nuestra Señora, cuya obra alaba mucho don Tomás Tamayo en su libro de La verdad de dentro; Carta sobre el título de la cruz; Respuestas a las advertencias contra su carta, un tomo en 4º; Avisos a predicadores, cuya obra le atribuye Francisco Pacheco en sus Diálogos de la pintura; las Poesías, las cuales se encuentran en un códice de obras inéditas de varios autores que para en la Biblioteca Real, y hoy se han copiado y disfrutará el público las más preferibles, entre las pocas que existen, sucediendo en nuestro poeta lo que por lo común acontece en todos en cuanto a la desigualdad de sus producciones, pues ni los asuntos son de una misma calidad, ni está siempre templado el numen a un propio tono, pero generalmente reina en ellas la pureza del estilo, la fecundidad de las imágenes y la armonía y sonoridad del verso, que en medio de su corta cantidad, pues esta no da el mérito intrínseco a ningún poeta, le acreditan por uno de los más ilustres ingenios sevillanos y más famosos de la nación. El elogio que se le hace en el Laurel de Apolo es este, siguiendo al de Fernando de Herrera:

Con este gran ingenio, previniendo
musas latinas, griegas y españolas,
con arrogancia entumeció las olas,
y a los muros arroja
pedazos de cristal como que llama
al célebre Francisco de Rioja,
pero luego, sabiendo que desama
la inquietud de las cortes y el bullicio,
no quiso perturbarle,
porque fuese el dejarle
de su respeto indicio, etc.






GRUPO PASO (HUM-241)

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2018M Luisa Díez, Paloma Centenera