Información sobre el texto

Título del texto editado:
“La vida del auctor. Comienza la vida del clarísimo poeta, filósofo y orador Francisco Petrarca, con la suma de las obras que compuso”
Autor del texto editado:
Obregón, Antonio de (s. XVI)
Título de la obra:
Francisco Petrarca con los seis triunfos de toscano sacados en castellano con el comento que sobre ellos se hizo [por Antonio de Obregón]
Autor de la obra:
Petrarca, Francesco (1304-1374)
Edición:
Logroño: Arnao Guillén de Brocar / Antonio de Obregón, 1512


Más información



Fuentes
Información técnica





La vida del auctor. Comienza la vida del clarísimo poeta, filósofo y orador Francisco Petrarca, con la suma de las obras que compuso


Es universal costumbre de los antiguos, señor muy ilustre, considerar muchas cosas con diligencia en el principio de sus libros, las cuales si al presente fuesen del todo por mí relatadas serían más causa de prolijidad que de declaración, porque muchas de ellas son más superfluas que necesarias. Y solo por esto diré cuatro cosas que más a nuestro propósito hacen. La primera será el sujeto e materia de esta obra. La segunda la utilidad de ella. La tercera el nombre del auctor y del libro. La cuarta y última su división.

Cuanto a la intención y sujeto, que es la primera, digo que. considerando nuestro poeta seis estados de nuestra ánima. compuso seis triunfos con muy artificiosa fictión poética. El primero de los cuales es el de Amor, porque naturalmente en la juventud son todas las gentes sujetas al apetito sensitivo, y porque en semejante edad tiene la sensualidad su señorío muy poderoso, finge nuestro poeta que venía amor sobre un carro triunfal con infinitos presioneros en muy estrechas presiones.

El segundo triunfo es de la Razón o Castidad, donde en persona de la razón viene figurada madona Laura, triunfando del amor después de haberle vencido, lo cual naturalmente acaesce en la edad perfecta y en la vejez cuando los deleites sensitivos se han resfriado por haber el calor natural perdido parte de sus fuerzas, y aun porque los hombres vienen a caer en el verdadero conoscimiento y emiendan los yerros pasados con las virtudes presentes, y de esta manera triunfa la razón de la sensualidad.

El tercero triunfo se llama de Muerte, porque como los hombres llegan a la virilidad y después a la vejez obrando virtuosamente y teniendo sometida la voluntad a la razón, llega la muerte y acaba las vidas de los mortales, quedando ella en el campo como vencedora universal, y así veremos en el proceso de la obra cómo triunfa la muerte cuando mata a madona Laura, que viene en persona de la razón.

En el cuarto lugar triunfa la Fama de la muerte, pues aunque el cuerpo esté apartado de la ánima y no pueda obrar, paresce que por la fama de sus obras pasadas es tornado de nuevo en la vida, pues vive su nombre por alabanza y por ejemplo suyo se mueven otros a virtud, y porque la fama resucita lo que la muerte mata y es más poderosa que ella, llamamos a este cuarto estado el triunfo de fama.

En la quinta parte es más poderoso el Tiempo que la fama, porque dando muchas vueltas el sol y pasando muchos días, meses y años, acábanse las memorias donde se conservaban los hechos famosos, piérdense los libros donde las claras hazañas estaban escritas, cáense los edeficios en que los nombres magníficos con grandes letreros esculpidos vienen a ser encubiertos de escuras tinieblas y olvido perpetuo.

Finalmente toda cosa mortal viene por tiempo a ser corrumpida, y de esta manera triunfa tambien de la fama. El sexto triunfo se llama de la Divinidad, porque después del Juicio Final no correrá el sol como agora hace, mas siempre estará parado en un lugar, de donde se seguirá que no habrá tiempo pasado ni por venir, pues siempre será presente, y de esta suerte triunfará la divinidad del tiempo según más largamente veremos en su lugar

Y pues tengo ya dicho a vuestra muy magnífica señoría la materia y sujeto universal del libro presente, quiero agora decirle el provecho que de él se podrá seguir a quien le leyere. Sentencia muy aprobada es por todos los morales que las obras virtuosas o la misma virtud sea el summo bien, y aquella cosa es juzgada por muy provechosa que por camino derecho nos guía a tal posesión, y pues esto así está averiguado, ¿qué cosa a nosotros se nos puede mostrar de más utilidad que la presente doctrina, pues nos dará muy claro conoscimiento de la escuridad del apetito y de la claridad de la razón, para que, huyendo del un contrario, nos alleguemos al más provechoso? Porque, conoscida la diferencia que hay entre la virtud y el vicio, no siento quién no someta la desenfrenada sensualidad a la muy templada razón; quién será de ánimo tan delicado que, considerando la propiedad de la muerte, no recobre mucho esfuerzo para vencer los peligros que en esta vida tan presentes tenemos. Quién será el que leyendo los hechos famosos de los pasados no se encenderá en el deseo de semejantes obras, así como acaescía cuando los romanos miraban las imágines marmóreas de sus predecesores, por ejemplo de los cuales se incitaban con mayor ánimo a ganar por merescimiento los triunfos de tanta gloria, así como hizo Escipión Africano por contemplar en sus antiguos y Temistocles, ateniense, por los triunfos de Milcíades. Quién será el que contemplare el olvido que causa la longura del tiempo peresciendo la fama que no cobre en sí mucha templanza para no estimar en nada lo que en este mundo se posee. Quién será, finalmente, aquel que conosciendo el justo juicio divino haberse de seguir y después la eternidad, donde el tiempo será muerto, que no trabaje en obrar de tal manera que, huyendo de la pena eterna, pueda alcanzar la gloria perdurable. Pues bien, diremos con razón, señor muy ilustre, ser esta muy saludable dotrina la cual del tempestuoso mar de las mundanas tribulaciones nos puede llevar seguros a la patria celestial.

Cuanto a lo tercero, del nombre de la obra y del auctor, digo que se llama el Libro de los triunfos de micer Francisco Petrarca. Llamolos Triunfos porque triunfo no es otra cosa sino lo que los romanos usaban antiguamente cuando algún capitán suyo venía con vitoria de las guerras que le cometían, al cual con grandísima pompa y gastos inumerables recebían a la entrada de Roma, haciéndole un arco triumfal por donde él pasaba puesto encima de un muy rico carro, levando consigo los presioneros muy subjetos y las imágenes de las cibdades vencidas por él, y muy acompañado de sus caballeros laureados puestos por su orden según antigua costumbre, a cuya semejanza el nuestro excelente poeta ordenó y compuso estos sus triunfos morales y de mucha dotrina.

Francisco Petrarca fue de antiguo y noble linaje. Su padre fue llamado Petrarco, y su madre Leta, naturales de Florencia, personas menos ricas que virtuosas. Fue natural de Arecio, que es una cibdad subgeta a Florencia, puesto que por paternal origen se puede llamar florentín, siendo nascido en Arecio acidentalmente, por el destierro en que a la sazón sus padres estaban en el año del parto de la Virgen de mil y trecientos y cuatro años, lunes, a veinte días del mes de julio, puesto que algunos dicen primero de agosto.

Fue hombre de buena dispusición corporal, los ojos muy vivos y de mucha y muy turable vista, la nariz algo crescida, mas no tanto que viniese con el rostro desproporcionada, porque tambien le tenía abultado. Fue bazo en la color, según se ve en las partes que en Florencia le tienen pintado del natural en tabla y de bulto, especialmente en la imagen que a perpetua memoria suya está esculpida en las puertas de la capilla en las casas de la señoría de Florencia, donde claramente verán en su fisionomía haber sido persona de peregrino ingenio y de muy estremado juicio.

Fue repartido el tiempo de su vida de la manera siguiente: el primer año pasó en Arecio, donde nasció; los seis siguientes en una aldea llamada Ancisa, a catorce millas de Florencia. Mas, como llegó al octavo año, comenzó a mostrar en obras y palabras el excelente saber de que nuestro señor le doctó. E sintiendo el congojoso y amenguado destierro de sus padres, importunoles mucho que saliesen de la tierra de Florencia y aun de toda Italia y fuesen a poblar otra región, los cuales por importunación del hijo se fueron dos años a Pisa y finalmente pasaron en Francia, asentando en la cibdad de Aviñón, donde la corte romana entonces residía, en tiempo del papa Clemente Quinto.

Estudió cuatro años en Carpentras, que es una cibdad a cuatro leguas de Aviñón, donde trabajó con tanta voluntad y diligencia en la Gramática, Lógica y Retórica y supo tanto que siendo discípulo no hallaba ya maestro. De allí pasó a Monpeller, donde estudió otros cuatro años de Leys. Y en aquel lugar, oyendo la fama del estudio de Bolonya, se fue a estudiar entre los bolonenses, donde por espacio de tres años pasó todo lo que del Derecho Civil en las escuelas se lee, y fuera en esta facultad varón de mucha excelencia, si su condición fuera al tal estudio inclinada. Mas no pudo en ello perseverar, porque la obediencia de su padre le tenía forzadamente ocupado en las leyes, siendo su natural inclinación seguir poetas y filósofos. En este tiempo tornó de Bolonia a Aviñón por visitar su padre y madre a quien amaba más que a sí, y puesto que por muchas partes peregrinase, de contino tornaba a aquella cibdad, la cual el gran amor que a sus padres tenía se la había hecho propria naturaleza.

Acaesció que una vez, viniendo a tener la Pascua en casa de su padre, andaba las estaciones en la Semana Sancta en Aviñón, y parándose a oír la Pasión en una iglesia llamada Sancta Clara, el Viernes Sancto a seis días de abril, vio una doncella muy hermosa que había venido a la cibdad a la devoción que en tal tiempo se requiere, de la cual se namoró tanto que la amó veinte y un años viva y diez después de muerta, escribiendo contino de ella. Y, puesto que con mucha voluntad la amó, fue muy honesto su amor, sin alcanzar más fin de la buena fama que por ella ganó. Fue esta madona Laura natural de una villeta muy cercana a la cibdad de Aviñón, que se llama Gravesons, nascida de honestos padres. Tuvo costumbres y hermosura más de divina que humana y con su soberana gentileza tuvo tanta castidad, sin rifar lo uno con lo otro, que podemos decir que tal concordia fue más venturosa que natural.

Llamábase Laureta, como se muestra en aquel soneto que comienza: Quando io mouo i sospiri a chiamar voi il nome che, etcétera; aunque después, por amor del verso y por darla nombre de más autoridad, la puso nombre de "Laura," como en muchos sonetos y canciones lo demuestra el mismo poeta, por las cuales obras él y ella quedaron para siempre claros y famosos entre los mortales.

Siendo ya pasado un año de sus amores morió su madre, cuya muerte sintió tanto que tenía por imposible haber jamás consuelo de ella. Y antes de ser el año acabado plugo a nuestro señor privarle también del padre, para cuyo consuelo acordó de pensar que eran mortales y por fuerza habían de morir y que él también era a lo mismo obligado por deuda de naturaleza. Como después el tiempo comenzó a adelgazalle el dolor e se vio libre de la obediencia paterna, acordó de dejar el estudio de las leys escogiendo por mejor ser verdadero filósofo que mentiroso abogado. No porque las leys no son de sagrada y venerable auctoridad, mas porque la malicia de las gentes las hacen torcer, haciéndolas decir lo que no dicen. Y a esta causa quiso antes el nuestro famoso Petrarca escrebir en sus soledades que chismear por las audiencias. Y desde allí comenzó a posponer los estudios pasados y del todo se dio a los poetas, oradores y filósofos, los cuales siempre fueron sus amigos naturales.

Y partiéndose del estudio de Bolonia tornó a Aviñón, donde se comenzaron a conocer sus sublimadas virtudes. Fue muy amado y tenido de muchos señores y deseado de ser conocido y conversado de muchas personas de alta manera y estado, porque la fama excelente de sus gracias singulares era por todo cabo tan derramada que ningún señor se tenía por contento si no gozaba en algún tiempo de su muy dulce conversación. Mas sobre todos fue muy amado del reverendísimo Cardenal de Coluna y de su hermano Iacobo Coluna, obispo Bombriense, puesto que algunos dicen Bombergense, con el cual vio toda la Gascuña y parte de Francia y de Alemaña mucho a su contentamiento.

Y acabada esta peregrinación, después de haber sido muy festejado de muchos señores que le deseaban conoscer, vino a Roma por ver en ella las cosas sanctas y antiguas que desde su niñez había deseado, en la cual venida fue muy festejado de Stefano Coluna, padre del Cardenal y del Obispo que arriba dejimos. Desde allí pasó a Nápoles, donde a la sazón reinaba el rey Ruberto, el cual con el mayor deseo del mundo le esperaba y, como le vio entrar por la sala de su real palacio, le hizo tan cortés acogimiento como a un príncipe hiciera, despidiendo de sí los embajadores y señores de gran estado que con él estaban y retrayéndose con él por gozar más a su placer de lo que tantos días había deseado, donde vio y leyó muchas obras suyas dignas de perpetua memoria.

Después de esto tornó a Aviñón, y como era enemigo del tráfago de las cortes y muy amigo del reposo solitario, acordó de buscar lugar donde sin bollicio pudiese tener agradable compañía de las obras que los varones excelentes habían escripto. Y ocurriole tal lugar para poner su deseo en ejecución cual por él había sido deseado de contino, que era un valle solitario a cinco leguas de Aviñón que se llama Clausa, muy apropriado para el ejercicio de su singular ingenio, en el cual nasce la fuente Sorga, que sobre todas las fuentes tiene señorío y excelencia. Y los arroyos que de ella salen manando y discurriendo sobre claras piedras y los aires templados que hacen suave sonido en las verdes hojas de los fructíferos árboles juntamente con el dulce canto de los ruiseñores y otras agradables avecicas eran causa a que de una semejanza en otra se levantase el entendimiento a la contemplación del divino hacedor de tales obras; donde, después de haber pasado sus libros y las cosas necesarias al servicio de su persona, escribió todas o la mayor parte de sus obras latinas y vulgares, así las que nos son manifiestas como las que no parescen. En este mismo tiempo sucedió en el summo Pontificado el papa Benedito por muerte de su predecesor, y, viniendo a su noticia la virtud y habilidad de nuestro excelente poeta y conosciendo el entrañable amor que tenía a madona Laura, dispensaba con él que, siendo clérigo como era, se casase con ella y gozase de los beneficios que tenía y de los que su santidad después le daría. Pero, como nuestro poeta creía que era más deleitosa la hambrienta conversación de la amiga que la fastidiosa usanza de la mujer, acordó de no aceptar la nueva y inusitada merced que el pontífice le hacía, y aun por no dejar de escrebir muchas cosas que por ella en la fantasía tenía imaginadas, así como fueron los Sonetos y canciones y los Triunfos que tenemos entre las manos, hechos en su lengua vulgar toscana.

Fue hombre de muy honestas y discretas palabras y de muy justas y virtuosas obras. En comer y beber muy templado, en vestir muy humilde, y en todas sus cosas relució mucho la virtud de la humildad, porque de contino fue muy enemigo de la soberbia presuntuosa, por ser vicio muy contrario al descansado reposo. Y paresce que por merced muy señalada permitió con él nuestro Señor, para ayuda de lo que él se ayudaba, que en llegando a los cuarenta años le fueron amatadas las llamas carnales, siendo sus fuerzas y complisión de tanto vigor como siempre habían sido, para en prueba de lo cual escribe de sí mismo en una epístola las palabras que se siguen:

"Desearía yo poder decir con verdad que fui virgen, mas mentiría si lo dijese. Pero una cosa puedo seguramente afirmar: que aunque el hervor de la edad e complisión a los deleites carnales me inclinase, siempre aborrescí la suciedad y vileza de tal vicio, y en llegando a los cuarenta años, aunque mis fuerzas estaban enteras y el calor natural en su vigor, no solamente aparté de mí la obra, mas aún en la memoria nunca me quedó señal de vicio semejante, lo cual cuento entre mis mayores buenas venturas dando muchas gracias a Dios que, estando en mis fuerzas y esfuerzo, me libró de tan vil y aborrescible servidumbre. "

De manera que nuestro bienaventurado poeta hasta en esto tuvo ventura, que pudo dejar los pecados antes que ellos dejasen a él, y pudo hacer penitencia cuando más aparejo tuvo de pecar.

Y tornando agora a nuestro propósito comenzado, digo que fue este nuestro poeta muy deseoso de buenas amistades y muy fiel conservador de ellas. Y, puesto que a la natural complisión suya no podía resistir algunas veces de no alterarse en enojo, obraba tanto en esto su saber que la saña y ira de su corazón nunca dañaba segunda persona, teniendo por mejor sofrirlo en la suya. Gradesció tan bien los bienes y de tal manera perdonó los males, que ingratitud ni venganza nunca fueron en él conoscidas.

Mostrose siempre menospreciador de riquezas, pues, teniendo aparejo de persona para alcanzallas, tuvo por bien ser de ellas privado, por serlo así mismo del trabajo con que se ganan, porque le parescía mal ser poseedor de cosa que su ganancia es trabajosa y su posesión congojosa y su pérdida muy triste. Holgaba mucho de la conversación de sus amigos, y mientra podía nunca sin alguno de ellos comía ni holgaba.

Fue hombre de tan recto juicio y tan elocuente, que en su tiempo fue la flor más resplandesciente de cuantas hubo, y en cualquier tiempo que nasciera lo fuera. Porque en la poesía y oratoria alcanzó todo lo que un humano ingenio puede alcanzar, y, siendo ya la fama suya muy estendida y en todas partes muy deseado, recibió en un mismo día cartas del Senado de Roma y del Estudio de París, en que los unos y los otros con mucha instancia le rogaban que a su cibdad fuese a recebir la corona de laurel con la cual los famosos poetas antiguamente se coronaban; juntamente con estas dos universidades fue muy importunado por el rey Ruberto se fuese a coronar a Nápoles; teniendo por muy gran honra tan insignes y nobles cibdades que nuestro poeta en ellas fuese honrado de semejante corona. Mas al fin, por consejo e importunación del su Cardenal de Coluna, la hubo de ir a tomar a Roma, así por la dignidad del imperio como por habella recebido allí otros muy grandes y famosos poetas. Y así fue en Roma laureado con muy gran aparato del Senado romano, como se muestra en el previlegio que de ello le dieron, el cual anda entre sus obras impreso.

Después de hecho esto quiso tornarse a Aviñón, y veniendo en el camino fue detenido en Parma por los señores que rigían e mandaban aquella tierra; los cuales, deseando mucho gozar de la conversación de ese nuestro tan famoso poeta, como mucho antes habían deseado, acordaron de hacerle arcediano de la iglesia catedral de aquella cibdad por tener causa de gozar de él algún tiempo. Y, como él desde el tiempo de su niñez había siempre deseado seguir el hábito clerical, aceptó la merced que con tanta y tan buena voluntad le hacían. Mas porque los bandos enojosos y sangrientos de las cibdades contino le fueron desplacibles y las reposadas soledades muy agradables, procuró tomar asiento en una selva muy deleitosa que se llama Plana, cerca de un río llamado Encia, donde, convidado de la suavidad del lugar, tornó a su estudio, habiéndole ya dejado algún tiempo por su luenga peregrinación.

Y después que allí hubo estado muchos días tornose al su deseado Valclausa, siendo de edad de treinta y cuatro años, donde estuvo por algún tiempo no pasando la vida en ociosidad, mas siempre leyendo, escribiendo o pensando lo que a tan alto ingenio convenía. Desde algunos días que allí estaba recibió cartas de Jacobo de Carrara, señor de Padua, en que le rogaba mucho le fuese a ver, y, viéndose importunado por ellas y por los mensajeros que le inviaba, acordó de obedecer su mandado y fuele a ver, donde le fue por aquel señor hecho un recebimiento el más solemne y espléndido que a ningún mortal se puede en la tierra hacer. Y viendo que nuestro poeta era de vida clerical y religiosa, y que de aquello se deleitaba, le dio una calongía de Padua, por tenérsele algún tiempo en su compañía. Y así estuvo con él dos años, que no vivió más aquel señor. Y por recebir algún consuelo de su muerte, tornose a Francia para habitar en su Valclausa y gozar de la fuente Sorgia, donde mucho tiempo vivió.

Era de todos honrado y tan amado que el papa procuró muchas veces tenerle en su servicio y hacerle grandes mercedes; pero él, que amaba más la libertad con pobreza que la riqueza con servidumbre, contino lo rehusó con muy corteses escusas. Tuvieron en tanto los de Arecio que Petrarca fuese su natural cibdadano que, pasando un día a caso por allí, le salieron a recebir con palio y cruces y con las reliquias de los sanctos, y por perpetua memoria hicieron constitución que la " casa donde Petrarca " nasció fuese reparada y mantenida en pie para siempre de las rentas y proprios de la cibdad y que siempre fuese llamada la casa del Petrarca. Pues, los florentines no tuvieron en poco tal cibdadano, pues sin pedirlo él y sin pensarlo le alzaron el destierro que a su padre habían puesto y mandaron al fisco restituirle todos los bienes que habían sido de sus padres. Fue hombre de grandísima continencia, tanto que ayunaba cuatro días en la semana y los viernes a pan y agua. Dormía muy poco y las más veces se acostaba vestido. Levantábase siempre a media noche a rezar los maitines, como todo buen clérigo debe facer, y luego se sentaba entre sus libros porque temía la cuenta que del tiempo mal gastado se ha de dar. A toda sciencia era muy inclinado, pero principalmente a la Filosofía Moral, a la Oratoria y Poesía, y a saber de la antigüedad de las historias, mientra fue mancebo. Mas después que ya fue entrando en días del todo se dio al entendimiento y doctrina de la Sagrada Scriptura, donde halló escondida tanta dulzura que del todo se apartó de las poéticas artes, salvo para el ornamento del hablar o escrebir. Quísole nuestro señor hacer tan señalado que por las señales de fuera manifestaba la sciencia que dentro tenía, pues hasta los niños tenían conoscimiento de su saber, lo cual se demuestra por el ejemplo siguiente. Estando un día en Milán con el ilustre Galleazo, vizconde de Pavía y señor que entonces se llamaba de Milán, entre muchos señores valerosos y famosos letrados, mandó el dicho señor a un hijo suyo muy niño, que aun apenas sabía hablar, que les mostrase entre todos aquellos señores y letrados cuál le parescía el hombre más sabio de todos. El niño entonces, mirando a un cabo y a otro y guiado por divino espíritu, fue a tomar por las faldas del manto a Petrarca, con gran admiración de los que estaban presentes. Así que aun hasta los niños, sin saber, conoscían el que él tenía.

Bien se puede de él decir que la elegancia del hablar que tantos tiempos estuvo perdida fue hallada y restituida por él a los que en su tiempo y después vinieron, para prueba de lo cual no podemos hallar más abonados ni verdaderos testigos que los mismos libros que por él quedaron compuestos, los cuales son los siguientes: el libro que llamó el Itinerario; un libro que llamó el Secreto de sus cuidados, partido en tres diálogos; De los illustres varones, un libro; De la vida solitaria, dos libros; Del reposo y quietud de los religiosos, un libro; dos diálogos que tratan De vera sapiencia; De las cosas dignas de memoria antiguas y modernas, cuatro libros en diversos tratados; una comedia intitulada Al cardenal de Coluna, que aún acá no ha parescido; cuatro libros de Invetivas contra un médico; un libro de Epístolas, sin título; ocho libros de Epístolas familiares; dos grandes libros de Epístolas, uno de cosas juveniles y otro de cosas más ancianas; siete psalmos penitenciales; la Bucólica, dividida en doce églogas en versos; otro libro de Epístolas en verso; la África en verso, a la cual puso tal nombre por Escipión Africano, de quien en ella se trata, y dividiola en nueve libros; dos libros, uno De próspera y otro De adversa fortuna compuso en un volumen, de los cuales hizo traslación de latín en castellano el reverendo y muy discreto varón Francisco de Madrid, arcediano de Alcor.

Compuso también los Sonetos y canciones en vulgar toscano con los Seis triunfos en la misma lengua, cuya traslación es la presente, en los cuales muy claramente quiso manifestar la grandeza de su dotrina y la excelencia de su saber, mostrándose en ellos gran poeta, muy gran orador, grandísimo historiador, insigne filósofo, excelente astrólogo y muy contemplativo y católico teólogo, según que la materia singular de cada triunfo lo requiere, mostrando muy graves y provechosas sentencias debajo de un velo muy agradable con palabras de mucha dulzura y gentileza.

Y, puesto que otros naturales de su tierra hayan en su lengua compuesto obras de mucha doctrina y gravedad, y su fama sea divulgada por muy excelente, si los lectores de ellas quisieren juzgar la verdad sin afición, sé muy cierto que dirán haberles excedido el nuestro poeta sin comparación porque en él solo se paresció el estilo más subido y más alindado que podía en la lengua toscana hallarse, lo cual se paresce muy claro en que antes ni después de él no hubo nadie que de tal manera escribiese. Todas las obras que compuso fueron en latín, salvo estos Triunfos y los Sonetos, que fueron en toscano. En lo uno se muestra cuánta elegancia puede haber en el latín, y en lo otro cuánta gentileza puede ser en lo toscano.

Pues viéndose ya el nuestro filósofo en edad algo cansada, acordó de retraerse a Padua, donde era canónigo. Mas, no podiendo vivir en el tráfago de la gente, se recogió en una aldea muy agradable y convenible a sus pensamientos llamada Arcuato, cerca de Padua, con un grandísimo amigo suyo llamado Lombardo. Y en aquel lugar edificó una casa donde vivió lo que le quedaba de la vida escribiendo y estudiando hasta que nuestro Señor dio fin a sus días. Pues, juzgando cómo vivió desde los cuarenta años hasta que murió, sin saber su fin, le podríamos juzgar por bueno, según el testimonio de la vida pasada. Mas, como de contino tenía ante sus ojos la muerte, procuró de vivir como quien había de morir por ser vivo después de muerto, y así ordenó su ánima haciendo el testamento que anda impreso entre sus obras. Y, recibiendo los sacramentos, estando sin sospecha de ninguna enfermedad, como muchas veces los recebía, y después salteado de una dolencia que los médicos llaman apoplejía, no podiendo ya la delicada virtud hacer resistencia a la recia enfermedad, dio el espíritu a su Criador en el año del señor de mil y trecientos y setenta y cuatro años, a veinte y ocho días del mes de agosto, así que el espacio de su vida fueron setenta años. Enterrose en aquella aldea cerca de Padua, en una iglesia donde tenía determinado hacer una capilla a nuestra señora. Y porque fue sepultado su cuerpo en el suelo, siendo merescedor de famosa sepultura, fuele hecho después en la parte más honrada de la iglesia un sepulcro muy rico de mármor, donde sus huesos fueron trasladados con un epitafio o título que él mismo había hecho viviendo, el cual en nuestra lengua dice así: "Cubre esta piedra los fríos huesos de Francisco Petrarca. Tú, Virgen y Madre, recibe el ánima, la cual tu hijo perdone y, cansada ya de la tierra, le plega que huelgue en el cielo."

Y porque más conozcamos la excelencia de nuestro poeta no es razón que callemos los cien ducados que un rústico labrador mandaba para la obra de aquella iglesia, por que enterrasen su cuerpo con el de Francisco Petrarca, creyendo aclarar la oscuridad de su sangre con la muy clara virtud de nuestro poeta. Mas el obispo, como más amigo de la razón que del interese, mandó al cura del mismo lugar, so graves penas, que no consintiese por precio alguno que la sepultura que de tantas partes iban a ver, por quien dentro de ella estaba, fuese violada de rústica compañía; puesto que el obispo quedó riyendo e alabando al labrador que en tanto estimaba los claros varones.

Así que, partida del mundo aquella ánima digna y generosa de nuestro poeta, no es de dudar, según sus obras virtuosas, sino que haya alcanzado el premio de su merescimiento en la gloria del justo juez que nunca dejó mal sin castigo ni bien alguno sin galardón.





GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera