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Título del texto editado:
“Noticia de los poetas castellanos que componen el Parnaso español. Tomo IX. [Biografía de] Gonzalo de Argote y de Molina”
Autor del texto editado:
López de Sedano, Juan José (1729-1801)
Título de la obra:
Parnaso español. Colección de poesías escogidas de los más célebres poetas castellanos. Tomo IX
Autor de la obra:
López de Sedano, Juan José (1729-1801)
Edición:
Madrid: Antonio de Sancha, 1778


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Gonzalo de Argote y de Molina, señor de Daganzuelo y de la Torre de Gil de Olid, conde de Lanzarote, alférez mayor de las milicias de Andalucía, gentilhombre de cámara del rey Estéfano de Polonia, provincial de la Santa Hermandad y veinticuatro de Sevilla, nació en esta ciudad por los años de 1549. No consta el nombre de sus padres, pero sí lo ilustre de su antigua y clara descendencia. Pasó sus primeros estudios en el corto espacio de tiempo que tuvo para seguirlos, pues a los 15 años de su edad le encontramos ya en la carrera a que le inclinaba su espíritu marcial, sirviendo en la famosa empresa y jornada del Peñón de Vélez, y a los 16 obteniendo el empleo que le confirió el rey de alférez mayor de la Andalucía y su milicia. En estos destinos empezó a ejercitar su valor, continuándole en las galeras de España bajo el mando del señor don Juan de Austria, con diez banderas de las de su cargo. Sucesivamente continuó sirviendo en la guerra de los moriscos del Reino de Granada con treinta escuderos de a caballo, mantenidos a su costa, portándose en todas estas ocasiones como valiente soldado y animoso caudillo, por cuyos servicios le hizo el rey merced del cargo de provincial de la Hermandad del Andalucía, cargo muy honorífico y distinguido, con el cual, adquiriendo nuevo incentivo, su espíritu animoso le empezó a ejercer allanando una gran parte de las sierras de Jerez y Ronda, limpiándolas de los salteadores que las ocupaban, padeciendo en esta loable empresa grandes fatigas y exponiéndose a mayores peligros de su persona y de su gente, por ser la de los bandidos mucha y bien armada. Pasados estos ensayos de su valor, determinó establecerse en el estado de matrimonio, que contrajo con doña Constanza de Herrera y Rojas, hija natural y única de Agustín de Herrera, marqués de Lanzarote, una de las Islas Canarias, por donde nuestro autor tomó el título de conde de Lanzarote. En esta señora tuvo dilatada sucesión, aunque no consta más que don Agustín de Argote y Herrera, que sólo continuó el señorío de las villas de Daganzuelo y la Torre de Gil de Olid, que era de su padre, porque el de la isla de Lanzarote ya había pasado a buscar la sucesión legítima y varonil, luego que el don Agustín, suegro de nuestro Argote, tuvo un hijo, y este dejó de intitularse conde de Lanzarote. Inmediata a su casamiento, le ocurrió una nueva ocasión y la mayor de acreditar su espíritu animoso, pues echándose sobre las Canarias, y principalmente sobre aquella isla, Amurat Arráez, virrey de Argel, con armada del Gran Turco y del Jerife, le sitió e hizo guerra por espacio de treinta y dos días con pérdida de ambas partes, aunque de la suya solo murieron doce hombres, y de la de los infieles, veintiséis sin contar los heridos, hasta que, finalmente, defendiendo su causa y su isla, como afirma nuestro Argote, pues parece que no podía ser por medios humanos, rechazaron a los moros y se libraron de tan manifiesto peligro. Este triunfo tan glorioso para nuestro Argote fue a costa de veinte personas que llevaron cautivas los infieles y a la más terrible y dolorosa de que aumentase este número la condesa doña Constanza, su nueva esposa, contratiempo y pérdida a que no pudo contrastar su valor y su sufrimiento, sino su amor y su liberalidad, rescatándola con las demás personas a sus propias expensas con la cantidad de veinte mil ducados, sin que se sepan las demás particularidades del rescate. Desde este periodo en adelante, faltan las noticias circunstanciadas de sus hechos civiles y militares, con las demás que nos informasen los motivos, porque se le confirieron los cargos y comisiones honoríficas de agente del rey de Francia, gentilhombre de cámara del rey Estéfano de Polonia y factor del rey don Sebastián de Portugal, y solo consta que, viviendo después la mayor parte de su edad en Sevilla, su patria, la empleó entregado a la quietud filosófica y a la tarea de sus excelentes obras, hasta que adoleciendo de la terrible enfermedad de perturbación del juicio le originó la muerte. Ignórase también el año de esta, aunque se deduce que no pudo ser muy avanzado en su edad. Enterrose en la bóveda de la capilla mayor de la parroquia de Santiago, llamado “el viejo”, de aquella ciudad, enterramiento de sus antepasados y patronato suyo, en virtud de compra que hizo a la fábrica por la cantidad de ochocientos ducados por escritura otorgada en 28 de enero de 1586 ante Diego Gabriel, escribano público de la misma ciudad. La lápida de su sepulcro tiene cuatro escudos de las armas de los apellidos de Argote, Molina y Mejía, y esta inscripción: “Esta capilla y entierro es de don Gonzalo Argote de Molina, provincial de la Hermandad de la Andalucía y veinticuatro que fue de Sevilla, y de sus herederos”. Gonzalo de Argote y Molina fue hombre de mediana estatura, no muy recio, aunque robusto de miembros, y el rostro abultado, la frente espaciosa, los ojos alegres y vivos como ingenioso y esforzado, el aspecto agradable y majestuoso, el color blanco, la barba y el cabello largo y bien puesto. Las virtudes de su ánimo correspondieron a las que denotaba su aspecto, principalmente las del valor, la magnanimidad, la constancia y la piedad cristiana, pues todas las practicó ejemplarmente en los continuados lances y trabajos de su vida, como fueron el servicio militar que en la famosa jornada y conquista del peñón de los Vélez y en las galeras de España empezó a ejercer desde la tierna edad de quince años; el cargo de alférez general de la milicia de Andalucía; la empresa que se siguió a este de la expedición y guerra de los moriscos de Granada; la que ejecutó en virtud de su oficio de provincial de la Hermandad de Sevilla en la destrucción y castigo de los salteadores escopeteros que habitaban las sierras de Jerez y Ronda; la valerosa defensa de su isla de Lanzarote contra tan pujante enemigo, y la no menos animosa y grande acción con que llenó todos los oficios de buen soldado, buen señor y buen caballero, rescatando a tanta costa a su esposa y a sus vasallos, y últimamente, la reedificación de la iglesia parroquial de Santiago, “el viejo”, de la ciudad de Sevilla, sepulcro de sus abuelos, en memoria y reconocimiento de una gran victoria que alcanzó de los moros en su día, que verosímilmente fue la de las islas Canarias. Sin embargo de esto, la entereza de su espíritu en sostener sus derechos, lo rígido de su condición y la elevación remontada de sus pensamientos, a que regularmente conduce a los hombres el amor propio o la distinción de sus grandes méritos y talentos, le ocasionaron muchas persecuciones y ruidosos pleitos, en particular con su cabildo, sobre los oficios de alférez mayor y provincial de la Hermandad, rebajándole el precio de los aplausos que debió merecer en vida, prestando materia a los envidiosos y avivando el fuego de la contradicción, que como ingenioso y sabio no le pudo faltar. En medio de todos estos sus trabajos, fatigas y aspectos de fortuna, resplandecieron las luces de su aplicación a las letras, interpolando los cuidados de sus destinos y persecuciones con el comercio de las musas y el continuado estudio de varias ciencias y artes, y en particular las matemáticas, bajo el magisterio de Jerónimo de Chaves, célebre cosmógrafo y astrónomo de aquellos tiempos en Sevilla. Principalmente se dedicó al estudio de la Historia, y en esta al ramo de la genealogía, con tanta aplicación, esmero y progreso como lo acreditan sus admirables obras, y le proporcionaron los preciosos manuscritos de crónicas, privilegios y códices antiguos de grande estimación que poseía, y por su muerte se confundieron, a reserva de los pocos que quedaron en poder de don Garci López de Cárdenas, su sobrino, que también perecieron con el tiempo. Y aunque de la clase de poesía fueron tan pocas sus producciones, si hemos de estar a las que conocemos, bastan para indicar su genio sobresaliente, cuyos versos llenos de espíritu, majestad y pureza de dicción, no solo le deben colocar en el número de los ilustres poetas de su tiempo y de su patria, sino que por las sabias reglas que nos dejó estampadas, aunque en compendio, de las leyes técnicas de la poesía castellana, está justamente reputado por uno de los más clásicos maestros de ella. Las obras de este ilustre escritor impresas y manuscritas, tanto propias como publicadas por él, son las siguientes: Historia de la nobleza de Andalucía, obra genealógica, impresa en Sevilla en 1588, con el origen de muchas familias ilustres de España en general, y en particular de los reinos de Córdoba, Jaén, Baeza y Úbeda, de suerte que se estima por el nobiliario más clásico que tenemos, sin embargo de no haber publicado el autor los libros III y IV; Historia de las ciudades de Baeza y Úbeda; El conde Lucanor, obra que compuso el príncipe don Juan Manuel, hijo del infante don Manuel y nieto del santo rey don Fernando, al cual añadió nuestro Argote varios opúsculos como son la “Vida del Infante”, su autor, el “Principio y sucesión de la casa de los Manueles” y el “Discurso de la poesía castellana”, con otros índices muy curiosos, y todo lo publicó en Sevilla en 1575 en un tomo en 4º, y se reimprimió después en Madrid, con menos exactitud, en 1642; Historia del gran Tamorlán: itinerario y narración de la embajada que Rui González de Clavijo le hizo por mandado del Rey Don Enrique III de Castilla, impreso en Sevilla en 1582; El libro de la montería, que mandó escribir el muy alto y poderoso rey don Alonso de Castilla y León, último de este nombre, al cual añadió nuestro autor un “Discurso” propio sobre el dicho Libro de la montería, con otras curiosidades, como la “Descripción del bosque y Casa Real del Pardo” y la “Égloga en que se describe el bosque de Aranjuez”, compuesta por el granadino don Gómez de Tapia, que dejamos inserta en el tomo III de esta colección, y se imprimió en Sevilla con estampas en 1582. Todas las cuales obras han merecido el mayor concepto y estimación de los eruditos, tanto por su bondad esencial en la exactitud, sana crítica y nobleza de estilo, cuanto por la cualidad accidental de lo raras que se han llegado a hacer. Tratado de la Casa de Argote; Vida y linaje de don Pedro Niño, conde de Buelna y señor de Cigales; Repartimiento de Sevilla, con introducción y elogios de don Gonzalo Argote de Molina; Aparato para escribir la historia de la ciudad de Sevilla, que consta de apuntamientos, cuyo original conserva hoy don Martín Pérez Navarro, veinticuatro de la misma ciudad. Son muchos los elogios que dan a nuestro Argote varios escritores contemporáneos; bastaría por todos el de su grande amigo el célebre cronista Ambrosio de Morales al capítulo 31 de las Antigüedades de España, pero siguiendo nuestro proyecto y no encontrándole, como sucede a otros muchos, en el Laurel de Apolo de Lope de Vega, ni en ninguno de los que han escrito elogios de nuestros poetas en poesía, tanto inéditos como publicados, que hemos tenido presentes, sustituiremos en su lugar el más legítimo, elegante y comprensivo elogio que podemos ofrecer de nuestro Argote, en un precioso documento que es una especie de epitafio compuesto por él mismo para dirección y enseñanza de su hijo y sucesor don Agustín de Argote, en que le presenta un epílogo de sus fortunas y de sus empleos, ejecutado con toda la destreza, concisión, aire y gusto de la antigüedad, y se halla al principio del original de la referida obra del Aparato para la historia de la ciudad de Sevilla, que copiado con toda exactitud es el siguiente:

Gonzalo Argote de Molina a su hijo, don Agustín de Argote.

Este sepulcro es de tu padre. Mi tronco de varón es de Hernán Martínez de Argote, señor de Lucena y Espejo, alcaide de los donceles. De edad de quince años serví en la jornada de El Peñón, de dieciséis me nombró el rey nuestro señor por alférez mayor de Andalucía y su milicia. Serví al señor don Juan, su hermano, en las galeras de España con diez banderas de las de mi cargo, y en la rebelión del reino de Granada, con treinta escuderos de a caballo sin sueldo de mí ni de ellos.

Hízome el rey nuestro señor merced por mis servicios de provincial de la Hermandad de Andalucía. Allané gran parte de la sierra de Jerez y Ronda, a gran riesgo de mi persona, de muchos salteadores escopeteros que andaban en ellas.

Por honra de la Andalucía escribí seis libros de la nobleza de ella.

Reedifiqué esta iglesia del señor Santiago, sepulcro de mis abuelos, como ahora está, por una victoria que tuve de los moros tal día.

Casé con doña Constanza de Herrera y Rojas, condesa de Lanzarote, descendiente del rey don Alonso, el último de Castilla. Luego que me casé, vino Amorat Arráez, virrey de Argel, con armada del Gran Turco y del Jerife sobre aquella isla. Hízome guerra treinta y dos días: matome doce hombres; yo le maté veintiséis. Defendiola Dios. Cautivó en esta guerra a la condesa y veinte personas. Rescatelos a mi costa con veinte mil ducados.

He servido a los príncipes cristianos de mi tiempo: al rey nuestro señor, de criado; al rey de Francia, de agente; al rey Estéfano de Polonia, de gentilhombre de su cámara; al rey don Sebastián de Portugal, de factor; a la Santa Inquisición, de comisario; a la Santa Hermandad, de provincial; a Sevilla, mi patria, de veinticuatro.

Sigue de mí los trabajos y de otros, mayor ventura.

Ahora nos parece insertar una composición, hecha para elogio al retrato del célebre doctor Nicolás Monardes que se halla en su famosa Historia de las cosas medicinales de las Indias occidentales, etc., impresa en Sevilla en 1574 por el ilustre señor Gonzalo Zatieco de Molina, porque todas las razones nos convencen a que es obra de nuestro autor. La principal es que, no conociéndose por aquel tiempo en Sevilla ni en ninguna otra parte un poeta con esta identidad de nombre y apellido, no queda arbitrio para dudar que haya sido nuestro Gonzalo Argote de Molina, pues, hallando solo cambiado el Argote por el Zatieco, se debe creer que fue para ocultarse por algún motivo o ser también apellido de su casa. Agrégase a esto el nombre de "elogio," y elogio hecho a retrato era la práctica que tenía en todas sus poesías que hasta hoy conocemos, como se habrá observado en las que hemos incluido en esta colección, a que contribuye también el epíteto de “Ilustre señor”, que, atendiendo a sus circunstancias, era el dictado que comúnmente usaban para publicar sus poesías, como se ve en la obra de Jerónimo de Chaves, de donde se ha tomado la que da principio al presente tomo. Últimamente, el espíritu de la composición, que es la calificación decisiva en estos casos, nos parece que basta a desvanecer toda sospecha, por la grandeza de los pensamientos, la pureza de la dicción, la elegancia del verso y otras buenas calidades de su poesía, que pueden cotejarse para su identidad con las de su misma especie que dejamos insertas en el tomo IV, bien que con cierta ventaja de la presente en la gallardía, erudición y novedad de las ideas y de las expresiones. Sin embargo de tan poderosas causas, la nimia precaución que observamos en este punto de legitimidad no nos ha permitido incorporar esta elegante canción en la materia de la obra, reservándola para este lugar, por no defraudar a los curiosos del gusto de tenerla más corriente, por lo raro de la de Monardes y, principalmente, para que supla la escasez de las producciones de nuestro Argote.

Elogio hecho por el ilustre señor Gonzalo Zatieco de Molina al retrato del autor que se ve en su museo.

Cuanto del mundo extraño
nuestra España abastece
y a todo el Oriente hace avaro
no es de precio tamaño
ni tanto te enriquece,
Sevilla, como un hijo muy preclaro,
cuyo retrato claro
nos representa el arte,
que es Monardes ilustre,
grande ornamento y lustre,
y de tu gran valor la mejor parte.
¡Oh, luz del sacro coro,
de nuestro Betis gloria y gran tesoro!

Si de una planta nueva
o extraña medicina
a un príncipe se daba heroico nombre,
ya que hiciste prueba de tanta peregrina
virtud, aún no sabida de algún hombre,
¿qué sagrado renombre,
qué gloria merecías,
sevillano galeno?
¿Qué prosa o verso lleno,
si tu modestia quiere, no tendrías?
Teofrasto y Matiolo
te dieran la ventaja con Apolo.

Aquellas duras leyes
escritas en diamante
por la mano del halo indispensable,
que a príncipes y reyes
hacen de mal talante
y doman toda fuerza inexpugnable
con valor admirable
de soberana ciencia,
las rompes o prorrogas
con saludables drogas
que hacen milagrosa la experiencia,
y aquel frágil estambre
de Laquesis lo vuelves duro alambre.

Ni el ejemplo espantoso
del médico te asombra
que murió fulminado por dar vida
al joven desdeñoso,
porque la sacra sombra
que tu frente rodea esclarecida
es segura guarida
de aquella furia ardiente,
y el ímpetu del rayo
allí hiere al soslayo.
Seguro das la vida a toda gente
y antes alaba el Cielo
tu pïadoso oficio y santo celo.

Ha suelto de la mano
la despiadada muerte
las saetas indómitas y el arco,
y el barquero inhumano
de la sombría suerte
echa el rezón y deja solo el barco
por el portazgo parco
de su infernal pasaje,
y el miserable flete
de la funesta Lete,
y a su patrón demanda nuevo gaje,
porque la oscura niebla
del mísero Aqueronte se despuebla.

Todo el mundo se espanta,
Guadalquivir ufano,
de tus nuevas frescuras y arboledas.
Ni tanto ya se canta
aquel rico verano
de Atlante y las doradas alamedas
de las sombrías veredas
de Eridano sagrado.
La copia el fértil cuerno
con nuevo olor eterno
por tu verde ribera ha derramado,
y de otro nuevo mundo
te siembra plantas de frescor jocundo.

Teje tu oliva fresca
con la acacia olorosa
el cierto cinamomo peregrino,
y en el medio parezca
la colorada rosa,
y en el cándido azahar de olor divino,
con un lazo benino
del precioso tabaco
de color de esmeralda,
y sea tu guirnalda
más linda que de Apolo ni de Baco:
tal corona conviene
a quien tan glorïoso hijo tiene.






GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera