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Título del texto editado:
“Al que leyere”
Autor del texto editado:
Pellicer de Tovar, José 1602-1679
Título de la obra:
Cristales de Helicona. Rimas de don García de Salcedo Coronel, caballero del Hábito de Santiago
Autor de la obra:
Salcedo Coronel, García de ca. 1592-1651
Edición:
Madrid: Diego Díaz de la Carrera, 1650


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AL QUE LEYERE


Cristales de Helicona llama su autor a esta unión de clarísimos poemas. Con razón “cristales”, pues, habiendo corrido desperdiciados en varias copias, cada cual por sí, por las academias de Italia y España, al modo de cristalinos arroyos, hoy, vueltos a su primer cauce, salen más lucidos, con la diferencia que hay del cristal que corre en agua al que se cuaja en piedra. Con más razón “de Helicona”, porque, si aquella que imaginó la antigüedad sagrada fuente sólo servía para que los amantes de las Musas, mojando en sus ondas los estudiosos labios, quedase en sus espíritus influido el extático numen de la poesía, en esta solo con hacer labios de los ojos beberá la vista del que leyere más activa aquella influencia, de tantos deseada y de tantos menos conseguida, desfrutando más utilidad de esta verdadera leyenda que de aquella fabulosa bebida.

Mandome el Supremo Consejo de Castilla que viese esta obra. Dije allí lo que cabía dentro de la severidad de la censura, sin divertirme a los elogios que allí deben ser medidos, dignos del senado que los manda y dignos del censor que obedece. Aquí correrá la pluma con todos los vuelos de panegírico, no ya como de motivo mayor, sino del propio motivo, y propondré al viso de mi sentir la fineza y valor de estos Cristales.

Cristales de Helicona vuelvo a decir que son, y una Helicona de los más puros cristales que en nuestro siglo ha brotado el manantial perene de la poética de España. Si así no lo sintiere la envidia, diga la envidia mal de mí, que así lo siento. De esta vez el cristal de España ha de quedar por rey de las piedras preciosas. No blasone el electro, rica espuma del mar, por quien todas las islas septentrionales se frecuentan. No aquel cristal antiguo y sosegado hielo que reluce entre las nevadas balsas de los Alpes. No la esmeralda, condensación de un húmedo verde que relampaguea en las quiebras de los peñascos de Bactra. No el topacio, esmeralda imperfecta, que en hechura de ojos raya engarzado en los riscos de Caramania. No el carbunco, llama inocente que en los climas otrisios centellea por virtud de la luz, mezclada en sustancia de agua. Todas cedan a este nuevo cristal que aparece, no ya cristal material, sino refinado, como aquel que se solicita entre las cristalinas masas del oriente y busca la ambición, que, haciéndole perder su fineza el nombre de cristal, cobra el de diamante, que no es otra cosa que una última esencia del cristal, cuyo resplandor le levanta de una terrena reliquia de las estrellas a ser estrella de los ojos, ojos de los anillos, pupila de los collares, pompa de las coronas, real adorno de las cabezas, delicia de las sienes y consejero de las orejas. Quien hiciere el tanteo de la fineza de estos Cristales los hallará diamantes finísimos con que se adornan las Musas, al tope de la envidia y al fondo de la estimación.

Ni son de una calidad ni de un género, aunque de igual belleza, todos los que derrama esta fuente, porque los partos de la poesía no fueron jamás como los de Leda, tan uniformes en color y semblante, que ni su madre los distinguía. Son y deben ser como los de Niobe, diversos en facciones, pero semejantes en hermosura. Muchas hijas engendra la poética de diversos aspectos, más no de diversa gentileza: la tragedia, la comedia, la épica y la ditirámbica. Y aun la oratoria, hermana suya, produce diversos géneros, todos, empero, igualmente hermosos. Una es sola la idea del bienhablar, y todas las demás son menos bellas cuanto no son parecidas a aquella sola. Así lo enseñaba Tulio. Y si yo me contentara con que don García Coronel hubiese cumplido a toda luz de la perfección con esta idea, no hallaran más que desear los discípulos de aquel gran maestro de la elocuencia. Veo yo más primor en el arte español, formado de la naturaleza, de estos poemas, porque en ellos se han de hallar tantos géneros de ideas perfectas cuantos géneros hubiere de leyentes. Dividámoslos en dos clases: una de ingeniosos y otra de populares, que a esta división nos guía aquella contienda de Apolo y Marsias en que fingieron ser jueces Minerva y Midas; Minerva por la delicadeza del ingenio, simulacro de los sabios, Midas por las orejas de bruto, símbolo de los más sencillos. Bien que entre estos hay algunos medianos, que como pájaros anfibios no andan tan en la tierra, que no levanten algo el vuelo de ella. Mas estos, cansados del rápido curso de la letura, caen con facilidad con los muchos. Si los ingeniosos (siempre hablo de los desapasionados) llegan a pasar los ojos o los oídos por la diversidad de poemas que componen este volumen, hallarán en cada cual y en todos con igual felicidad aquel género exquisito que se debe especular de cerca, reconociendo por menor el concepto, la colocación, la frase, la metáfora, la alegoría, la viveza, el estilo y las demás perfecciones que hacen hermosísimo el rostro de cualquier composición. Si los miran los populares, que es preciso sea de lejos, por la falta de perspicacia, también hallarán a su modo con perfecta proporción el segundo género, que llaman concertativo, moviéndose con los afectos sonoros, con los periodos dulces, con las sentencias claras y con todo aquello que es capaz su inteligencia, como lo que tantas veces oímos en la comedia y en que vimos muy docto al vulgo. No hallo comparación más ajustada a esta obra que aquella cabeza de Minerva en que en Atenas compitieron Alcmenes y Fidias. La de Alcmenes tenía todas sus delineaciones perfectísimas, que admiraron los príncipes de la escultura al reconocerla de cerca. La de Fidias no pareció a los ignorantes sino un tosco rebujo de labores hasta que la colocó en la coluna, para que la distancia le diese proporción, y la proporción, hermosura, con que ambos vencieron con el cerca de la perfección y con el lejos de la proporción. Unos y otros leyentes hallarán en ambos géneros la enseñanza y el deleite. Unos admirarán el coturno; otros alabarán el zueco. Unos verán aquí el emplo de Hércules, que no profanaba ni el vuelo de la mosca. Otros, el de Apolo egipcio, donde entre la armonía de las cítaras no se desdeñaba el ruido de la golondrina. Unos con la maravilla mirarán los primores de la perfección. Otros con el deleite llegarán al mérito de la maravilla. Digno es su autor de ser imitado de todos, pero los que entraren a imitarle reparen en lo que dicen haber sucedido al temerario Hiparco, que, blasonando de que podía cantar al son de la lira de Orfeo, descolgándola del templo de Apolo Licio, en vez de atraer los hombres a oírle, convocó a los canes a hacerle pedazos.

Este es el juicio que hago de la calidad del libro. La del autor no quiere mi amistad pasarla en silencio ni dejar de restituir a Aragón este ingenio, de donde trae su origen. Ninguna familia floreció allí con más grandeza, más poder ni más vasallos en los tiempos antiguos que la de Cornel, que, corrompida la voz, llaman Coronel en Castilla. Allá fueron ricos-homes de sangre y naturaleza desde don Fortún Garcés de Biel, que, por hacer por armas las cinco cornejas negras en campo de oro, quedó el apellido de Corneles. Antes, pues, que en Aragón acabase de extinguirse este antiquísimo cuanto ilustrísimo tronco, pasó a Castilla don Tomás Cornel en servicio de don Juan II de Aragón, siendo infante; y, siendo rey, le sirvió en la guerra de Cataluña, y en el año 1462 se señaló tanto en la campaña de Lérida, que quien leyere los Anales del insigne Zurita, en el libro diecisiete y en el capítulo cincuentaycinco, le hallará ponderado haber sido el primero que pasó el puente y a quien siguió toda la caballería. Volvió a morir a Castilla, donde casó y tenía ya heredamientos, y está enterrado en la iglesia mayor de Zafra, en la capilla de Nuestra Señora de la Candelaria, donde esta casa hasta hoy tiene memorias y aniversarios.

Juan Coronel, uno de sus hijos, fue caballero del Orden de la Banda, mas no dejó descendencia. Túvola Tomás Coronel, su hermano, de doña Leonor de Soto, su mujer, y el testamento que justifica lo dicho se otorgó el año 1494, por donde consta se mandó sepultar en el entierro de su padre.

Luis Coronel, su hijo, no fue menos valeroso que su padre y abuelos, ni conservó menor estimación. Y fue tanta la que hizo de la casa de Feria, que casó con doña Francisca de Figueroa, de muy cercano deudo con ella. De sus hijos, el que continuó esta sucesión se llamó:

Francisco Coronel, a quien dijeron el Viejo, que casó con doña Leonor de Guevara, prima hermana de D. Juan Beltrán de Guevara, arzobispo de Santiago. Y fue su hijo Francisco Coronel el Mozo.

Francisco Coronel a quien dijeron el Mozo, a diferencia de su padre, sucedió en la casa y casó con doña Leonor de Salcedo, hermana entera de García de Salcedo, uno de los más señalados caballeros que hubo entre los conquistadores del Perú, veedor general de aquel imperio, donde tuvo la encomienda de Nasca. De su lealtad y valor hacen particular memoria Antonio de Herrera, Francisco López de Gómara y otros historiadores de las Indias. De los hijos que tuvieron solo pertenecen a esta ligera memoria Ambrosio Coronel, que continuó su baronía, y Diego Coronel, que, siendo el mayor de esta casa, volvió a entrar su línea en ella. Casó Diego Coronel con doña Leonor de Salcedo, su prima hermana, hija del veedor general García de Salcedo y de doña Inés Manjarrés, su mujer primera, cuya hija única y herdedera de la casa y servicios de su padre fue doña Francisca de Salcedo.

Ambrosio Coronel, hijo segundo de Francisco Coronel y doña Leonor de Salcedo, juntó las casas y mayorazgos, casando con doña Francisca Coronel de Salcedo, dos veces sobrina suya, hija de Diego Coronel, su hermano mayor, y de doña Leonor de Salcedo, su prima hermana. Fueron sus hijos don Francisco Coronel de Salcedo, don García Coronel de Salcedo y doña María Coronel. Don Francisco Coronel de Salcedo casó en Sevilla con doña Ana María Manrique, hermana de don Francisco Gaspar de Solís, caballero del Orden de Calatrava, y de doña Aldonza Manrique, mujer de don Antonio Manrique, hermano del marqués de Jódar. Es su hija y sucesora en el mayorazgo primero de los Coroneles doña Catalina Coronel Manrique, que casó en Úbeda con don Cristóbal Pardo de la Casta, sucesor del mayorazgo de la Casta en aquella ciudad.

Doña María Coronel casó con don Rodrigo de Benavides, hijo de don Manuel de Benavides, caballero del Orden de Santiago, castellano, gobernador y capitán a guerra de la ciudad de Cádiz, y doña Cecilia de Boudman, su mujer. Fueron sus hijos don Ambrosio de Benavides Coronel, caballero del Orden de Calatrava, veinticuatro de Baeza, que casó en Úbeda con doña Mencía Pardo de la Casta, cuarta nieta legítima de don Jerónimo Pardo de la Casta, caballero del Orden Santiago, el primero que pasó a Úbeda, y era hijo de mosén Juan Pardo de la Casta, hermano de mosén Pero Pardo, señor de la Casta, cuyos descendientes son hoy marqueses de la Casta, y conde de Alaquez; y doña Francisca Benavides de Coronel, mujer de don Luis Antonio de Godoy, hijo de don Antonio de Godoy y nieto de don Antonio de Godoy, caballero y comendador del Orden de Calatrava.

Don García Coronel de Salcedo fue llamado así en memoria del veedor general García de Salcedo, su bisabuelo materno; es caballero del Orden de Santiago, fue gobernador y capitán a guerra de la ciudad de Capua, caballerizo del serenísimo Cardenal Infante, capitan de la guarda de aquel gran duque de Alcalá, virrey de Nápoles, que tanto supo honrar los méritos y las letras. Es don García el Orfeo de estos Cristales de Helicona y que ha sabido tomar por Alcides defensor de este parnaso español a un príncipe que, si en una mano empuña la clava de Alcides para su defensa, en la otra tiene la lira de Apolo para su conocimiento. Tal es el excelentísimo don Luis Fernández de Córdoba y Figueroa, marqués de Priego y duque de Feria, en quien la emulación entre su grandeza y su ingenio, compitiendo siempre, está siempre hallando qué vencer más cuanto más crecen su ingenio y su grandeza. De los estudios de don García, porque lo han dicho ya sus escritos, diré poco. Véanse sus comentarios doctísimos a las obras del cisne de Córdoba, del águila de Andalucía, del fénix de España, que por el canto de su voz, el vuelo de su pluma y lo único de su estilo lo fue todo don Luis de Góngora, debiendo él ser más fénix, más águila y más cisne a las ilustraciones de don García, y a quien Baeza le está hoy debiendo los aparatos de la historia que va meditando de los sucesos de aquella ciudad, seminario y plantel de tanta nobleza.

Casó don García con doña Elvira de Benavides y Mendoza, de la misma clase, de nobilísima sangre que dicen sus apellidos, y de la misma línea de la ilustrísima casa de los marqueses de Jabalquinto. Porque Manuel de Benavides, tercer señor del estado de Jabalquintto, Estivel y La Ventosilla, fundó con facultad real en Rodrigo de Benavides, uno de sus hijos, el mayorazgo de las Rozas, que dicen de Jabalquinto.

Rodrigo de Benavides, primer señor de las Rozas, casó con doña Isabel Dávalos, hija de Francisco Dávalos y doña Isabel de Zambrana, su mujer, nieta del comendador Juan Dávalos y de doña Catalina Cerón, su mujer; descendiente de doña Leonor Ramírez Dávalos, hermana del gran condestable don Ruy López Dávalos, y de don Gonzalo García de Olid, su marido; que fue hija del famoso Diego López Dávalos, alcaide del alcázar de Úbeda. Fue su hijo y sucesor:

Sancho de Benavides, a quien llamaron el Bueno. Fue segundo señor de las Rozas y casó con doña Catalina de Mendoza, hermana de don pedro de Mendoza, general del Río de la Plata, hijos los dos de don Fernando de Mendoza, que se halló en la conquista de Guadix, y se le dio el repartimiento de Valdemanzanos, y de doña Constanza de Luján, su mujer, natural de Madrid; nieto de don Juan Hurtado de Mendoza, hijo sexto de don Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, y hermano de don Diego Hurtado de Mendoza, primer duque del Infantado, y de doña Elvira Carrillo, su tercera mujer. Fue su hijo y sucesor:

Sancho de Benavides, que fue el tercer señor de las Rozas; caso con doña Isabel Flores de Benavides, su tía, hija del comendador Juan Flores de Montoya y de doña Elvira de Benavides, su mujer, que fue hija de Juan de Benavides el Bueno, segundo señor de Jabalquinto, nieta de don Manuel de Benavides, primer señor de este estado y nieta del famoso Dia Sánchez de Biedma y Benavides, progenitor de las tres casas de Santisteban, Frómesta y Jabalquinto. Entre otros hijos que tuvieron fue el que sucedió en la casa:

Don Manuel de Benavides, cuarto señor de las Rozas, castellano, gobernador y capitán a guerra de la ciudad de Cádiz, caballero del Orden de Santiago. Casó con doña Cecilia de Boudman, hija de Hugo de Boudman, caballero inglés, y pariente de doña Juana Dormer, duquesa de Feria, con quien vino de Anglaterra. Fueron sus hijos don Sancho de Benavides, castellano de Cádiz, que murió sin sucesión; don Pedro de Benavides, caballero del Orden de Santiago, quinto señor de las Rozas y sargento mayor del reino de Jaén; don Rodrigo de Benavides, que, como queda dicho, casó con doña María Coronel, hermana de don García; y:

Doña Elvira de Benavides y Mendoza, mujer de don García Coronel de Salcedo. Son sus hijos don Estacio Luis Coronel, de quien luego diremos; doña Mariana Coronel y Benavides, que, viuda de don Miguel de Herrera y Jáuregui, mayorazgo en Granada, entró religiosa en Sancti Spiritus de aquella ciudad; y doña Francisca Coronel y Benavides, que ha casado con don Juan Fernández de Córdoba, veinticuatro de Granada y poseedor del mayorazgo de su casa, hijo de don Luis Fernández de Córdoba, veinticuatro de Granada, que en aquella ciudad llamaron el Nieto, y de doña Mariana de Lisón y Contreras, su mujer, hija legítima de don Mateo de Lisón y Biedma, veinticuatro de Granada, su procurador de cortes, señor de Algarmejo, y de doña María de Contreras. En esta consecuencia es nieto de don Juan Fernández de Córdoba, alférez mayor de Granada, señor de las villa de la Taha de Órgiva, Albendín y Guájar, nieto segundo de don Luis Fernández de Córdoba, comendador de Villanueva de la Fuente en la Orden de Santiago, alférez mayor de Granada, corregidor de Toledo, señor de las villas de Órgiva, Guájar, Albendín y la Zubia, caballerizo mayor del señor don Juan de Austria, y de doña Francisca de Córdoba, su mujer y prima hermana, hija de don Gabriel de Córdoba y de doña Ana de Zapata y Mendoza, su mujer, señora de las Guajaras, hija de Juan Álvarez Zapata Bustamante, que llamaron el Adoptado, señor de las Guajaras y veinticuatro de Granada, y de doña Leonor de Mendoza, su mujer, hija de don Pedro Hurtado de Mendoza, adelantado de Cazorla por el gran cardenal de España, su hermano, capitán general de la iglesia de Toledo, señor de Tamajón, Sarracines, Palazuelos y Algecilla, y de doña Leonor de Quiñones, su primera mujer. Doña Francisca de Córdoba fundó el mayorazgo de sus bienes, que tenía en Castro del Río, Rute, Loja y Granada, en don Luis Fernández de Córdoba, su nieto, que es el que hoy posee don Juan Fernández de Córdoba. El cual es nieto tercero de don Pedro de Córdoba, hermano mayor de don Gabriel de Córdoba, señor del estado de la Zubia, corregidor de Toledo y presidente del Real Consejo de Órdenes, y de doña Felipa Enríquez, su mujer. Y el presidente don Pedro de Córdoba fue hermano tercero de don Luis Fernández de Córdoba, cuarto conde de Cabra, hijos los dos de don Diego Fernández de Córdoba, tercer conde de Cabra, y de la condesa doña Francisca de Zúñiga, su mujer. Con que no hay que pasar adelante.

Don Estacio Luis Coronel y Benavides, sucesor en la casa de sus padres, es hoy caballero del Orden de Santiago, caballerizo mayor del rey nuestro señor, habiendo sido en la guerra de Cataluña capitán de caballos corazas españolas y teniente de la compañía del duque de Ariscot. Está casado con doña María Enríquez de Silva y Noroña, señora de Campo-Cebada, La Manchada y mayorazgos de Enríquez de Noroña y de Silva en Jerez de los Caballeros, y descendiente de don Alonso Enríquez, conde de Gijón y de Noroña (hijo natural del rey don Enrique segundo), por don Diego Enríquez de Noroña, uno de sus hijos. Fue don Diego frontero de Jaén contra los moros, año 1410, en tiempos del rey don Juan el Segundo, como parece por su Crónica. Casó con doña María de Guzmán, su sobrina, hija de don Enrique de Guzmán, segundo conde de Niebla, su primo hermano. Fue su hijo primogénito.

Don Diego Enríquez de Noroña, comendador de los Santos de la Orden de Santiago. Su casamiento y sucesión ignoró Alonso López de Haro, queriendo escribirla muy de propósito. Casó con doña María de Vargas Sotomayor, hija de García de Vargas, alcaide de Medellín y primer señor de Torre de Caños, y de doña Constanza Méndez de Sotomayor. Así consta de la fundación del mayorazgo de Campo-Cebada. Fueron sus hijos don Alonso Enríquez de Noroña, don Carlos y doña Juana, mujer de Martín de Sepúlveda, y natural don Juan Enríquez, cuya sucesión refiere Haro. Don Carlos Enríquez está confundido en este autor con su sobrino, de su mismo nombre. Murió don Carlos en la Florida, año 1541, en la batalla que dio el adelantado Hernando de Soto (tío de su mujer) a Tascaluza. De su mujer, doña Isabel de Soto, tuvo a don Fernando Enríquez de Sotomayor, que llamaron el del Golfo, y casó en Jerez de los Caballeros con doña María Maraver y procreó a doña Isabel, doña Francisca y doña Luisa, de quien en Extremadura hay noble sucesión.

Don Alonso Enríquez de Noroña, el hijo mayor, está olvidado por Haro. Fue regidor de Badajoz y casó con doña Mencía de Soto, hermana del adelantado Hernando de Soto. Juntos alcanzaron facultad del emperador, año 1528, para fundar mayorazgo, y le fundaron en Jerez de los Caballeros el de 1548 de Campo-Cebada, Peña-Butrera, heredamientos de Dintal y Trorrontesal, Cortinal de Alcacelía, juros de Granada y casas de Jerez de los Caballeros. Consta de la escritura haber sido sus hijos don Diego Enríquez de Noroña, primer llamado, cuya sucesión se acabó; don Carlos Enríquez, comendador de Christus en Portugal, que Haro equivoca con su tío, y su línea se extinguió, don Alonso Enríquez, que vino a suceder en el mayorazgo, año 1575, y no tuvo descendencia; y doña María Enríquez de Vargas, en cuyos descendientes está hoy la casa.

Doña María Enríquez de Vargas, cuarta señora de Campo-Cebada y su mayorazgo, casó con Luis de Silva, señor del mayorazgo de La Manchada y del que fundó Cristóbal de Silva, su tío, año de 1525. Era hijo de Francisco de Silva, señor de La Manchada, y de doña María de Ulloa, nieto de Arias Vázquez de Silva y de doña Mencía de Manjarrés, su mujer, fundadora del mayorazgo de La Manchada, año de 1525. Y Arias Vázquez de Silva era legítimo descendiente de Vasco Hernández de Silva, progenitor de los señores de La Higuera y Burguillos, que fue hermano segundo de Arias Gómez de Silva, de quien proceden los condes de Cifuentes, marqueses de Montemayor y condes de Portalegre. Fueron sus hijos don Luis Enríquez de Silva, señor de ambos mayorazgos, que poseyó hasta el año de 1647, en que murió, y el general don Alonso Enríquez de Silva.

El general don Alonso Enríquez de Silva y Noroña fue caballero del orden de Santiago y murió habiendo hecho muy particulares servicios. Casó con doña María Micaela Dávila y Brizuela, en quien tuvo a don Francisco Enríquez de Silva, caballero del Orden de Santiago, que luego murió sin sucesión, y a

Doña María Enríquez de Silva y Noroña, mujer de don Estacio Luis Coronel, que el año 1647 sucedió en los mayorazgos referidos, por muerte de su tío don Luis Enrique sin dejar sucesión, y los posee hoy.

Esto es lo que brevemente se me ha ofrecido decir del libro y del autor de él. Y, si hasta agora pareciere estar poco puesto en plática de tal género de introducciones en ajenas obras, y la novedad cargare más el reparo en la presente, quede respondido el que le hiciere con que cada siglo se toma más licencias del que tuvo el que pasó para añadir usos nuevos. Pues no todos los ejemplares que hoy se imitan nacieron con el mundo. Hombres fueron los que comenzaron, y hombres que acaso al tiempo que vivían no estuvieron en tan alto predicamento como les dio después la veneración. Sea ejemplo Homero, que en vida no logró más aplauso que el de la risa que causó en todos, y después de muerto fue admiración del mundo, y sus obras, idea perfecta a cuantos escribieron. Y bien cierto será que todos los entendidos se alegrarán de ver al principio de la Eneida de Virgilio una larga introducción de quién fue y cuáles fueron sus pasados. Lo mismo en Séneca, Marcial y los demás, porque estuviera hecho desde entonces lo que después han intentado los escritores de sus vidas y no lo han conseguido sino con mucha limitación. Y cuando en esto tuviere algo que suplir el que leyere, en tanto que los venideros lo imitan, cárguelo a cuenta de la amistad que profeso con don García Coronel, que es solo quien pudo moverme la pluma para decir de él lo que su modestia no le dejara decir de sí.


Madrid, veinte de setiembre de mil seiscientos y cuarenta y nueve años.


Don José Pellicer de Tovar






GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera