Respuesta del autor
Señor maestro, la voluntad mía
jamás fue a
imprimir
libros inclinada,
pero
mandome
aquella que podía
sacase a la luz esta obra mal trovada.
Concedo que no
entiendo
la poesía [5]
y solamente sé que no sé nada,
y sé que, si no sé, muchos no saben,
y, al fin, no se me da que no me alaben.
Que ni bebí en la fuente
Cabalina,
ni yo soñé jamás en el
Parnaso,
[10]
ni entiendo qué es octava o qué es sestina,
ni de las nueve Musas hago caso,
ni tengo vena yo tan repentina
que vomite coplones cada paso,
ni sé medir los versos por los dedos [15]
ni con la boca hacer dos mil denuedos.
Ni yo me
alquilo
para hacer
sonetos
a los libros que imprimen nuevamente,
ni hago romances yo, ni hago tercetos,
ni digo consonantes de repente, [20]
ni jamás supe hacer ecos perfetos
respondiendo al acento brevemente,
ni hago ensaladas yo ni cosas tales
que puedan tener nombres madrigales.
Ni sé nombrar los faunos y silvanos [25]
ni la maldad de tantos semideos,
ni el semicapro Pan de corvas manos,
ni la escuadra de aquellos lares feos;
ni sé si llevan cuernos muy lozanos
los sátiros por gala o por arreo, [30]
ni me muerdo los dedos de los guantes
cuando quiero pensar los consonantes.
Ni sé decir vocablos nunca
usados,
ni he leído libros de caballerías,
ni nombro caballeros denodados, [35]
ni me paro a contar conquistas frías;
ni sé qué cosa sean los pies quebrados,
que sanas tengo yo las piernas mías,
ni sé hacer unos cortos, otros largos,
unos muy dulces, otros muy amargos. [40]
Ni a la malmaridada bella glosas
hago, ni canto abril de flores lleno,
ni sé nombrar las ninfas ni estas cosas,
ni sé decir al prado “prado ameno”;
ni canto muchas damas muy hermosas, [45]
que una sola loar tengo [por] bueno,
ni, aunque yo note
amor
en Adriana,
se ha de entender en esta tudelana.
Ni sé si llevo nombres trastocados;
sé que es la culpa de las
impresiones,
[50]
que, si los versos van mal concertados,
con las estampas tienen divisiones.
Sé que es verdad que hay casos relatados
que no llevan mentiras ni fictiones,
porque no sé contar dudosos cuentos [55]
buscando allá en los cielos fundamentos.
Ni sé por dónde lleva el sol camino
ni por dónde se rige la ancha luna,
como aquel hijo de Mercurio Lino
que igualó a la de Apolo su fortuna, [60]
y Hércules, su discípulo malino,
le dio muerte severa y importuna
quebrando en su cabeza veinte liras,
porque fue amigo de decir mentiras.
Ni sé dar a entender la astrología [65]
a los pomposos reyes como Arato,
ni sé el oriente, ocaso o mediodía,
ni a ver estrellas me detengo un rato,
porque se turba allí mi fantasía
cuando miro los cielos con acato, [70]
ni sé el Orión, el Hirco o conjunciones,
ni sé si hace el Dragón oposiciones.
Ni sé escribir de Dios la alta natura
y después el amor de Leandro y Hero
como
Museo,
el que por su escritura [75]
quiso saber el
motu
que es primero.
Ni como Filemón, el que de pura
risa murió, morirme hasta ahora quiero,
que vio que un asno suyo higos comía;
notadme en hora buena qué poesía. [80]
Ni me corrí jamás de ver mi gesto
por gentes extranjeras dibujado,
como Hiponax, que dicen que por esto
quiso dar a la Parca el censo usado.
Ni soy el otro que de puro cesto [85]
cincuenta años durmió en un bosque echado,
pensando ver las dríadas y napeas
por tratallas de hermosas o de feas.
Ni soy como Anacreonte enamorado
de mochachos, ni versos les escribo, [90]
ni moriré con grano de uva ahogado
como este, pues mi amor no es tan nocivo.
Ni como Hesiodo sé guardar ganado,
ni sé escrebir el arte en verso esquivo
de cultivar la tierra, que en mi vida [95]
supe arar la campaña endurecida.
Ni sé hacer como Píndaro canciones
al son de la guitarra mal templada,
ni he querido poner en mis ringlones
epigrama en mi
loor
solo trovada. [100]
Ni sé usar las comedias y razones
de Epicarmo y su pluma tan cortada
como Plauto, aquel cómico y farsero
que sirvió al miserable molinero.
Ni soy yo como Safo, la ramera [105]
que al gentil Afaón amaba tanto,
que quiso con sus versos de hechicera
metelle bajo su lascivo manto.
Ni como Circe, la poetisa fiera,
en puercos volveré con dulce canto [110]
los hombres, ni querré yo, como Erina,
desesperado echarme en la marina.
Ni a mí con heces me ungirán la cara
por la gran gravedad de mi escritura
como al antiguo Esquilo, a quien la avara [115]
Parca dio fin y muerte sin ventura.
Ni como Aristófanes de la clara
composición huir tengo natura,
el que inventó de versos mil maneras
como quien saca trajes y banderas. [120]
Ni estoy como Sófocles tan contento
de mi áspera y pobrísima poesía,
que vea como él mi acabamiento
a causa de esta muy simple alegría.
Ni llevo como Antímaco yo intento [125]
de escrebir tanto que una librería
se pueda hinchir de versos tan oscuros,
que no saben quién son sin mil conjuros.
Ni como Arquesilao yo rompería
las ollas, aunque hiciesen mentirosos [130]
mis versos al cantar en la ollería
los jornaleros malos y envidiosos.
Ni sé yo hacer tres versos en un día
como el hinchado Eurípides forzosos,
que buscaba vocablos escogidos [135]
que de ninguno fuesen entendidos.
Ni soy yo tan chiquito y tan liviano
como Filetas, que me vea decente
llevar pesado plomo en la una mano
por librarme del aire diligente. [140]
Ni celebrara yo, siendo tan vano,
la ninfa Vatis, linda estrañamente,
si así fueran los versos de su amante,
mas era su poesía a él semejante.
Ni soy como Menandro mentiroso, [145]
ni como Nevio he sido desterrado,
ni soy como Filípides deseoso
del oro más que del secreto amado,
ni como aquel Lucrecio tan famoso
que fue su único seso transformado [150]
en local y su vena en agua fría
a causa de una dama que quería.
Ni pidiré por maldecir partido
como Zoilo al gran rey Ptolomeo
ni yo como Simónides he sido [155]
bastante a hacer llorar, ni como Orfeo.
Ni a mí como a Sicoro me han querido
cegar, porque escrebió el caso tan feo
de Elena, aquella griega tan taimada
por quien la antigua Troya fue abrasada. [160]
Ni escribo de los
héroes
las simplezas
como Nicandro, ni me entono tanto
como Accio, que del César las grandezas
en menos tuvo que su vena y canto.
Abajaban los otros sus cabezas [165]
por obediencia, y él, que causa espanto,
por rey ni emperador no se movía,
confiado en las canciones que sabía.
Ni usurpo versos del antiguo Homero,
que así honraba sus dioses inocentes [170]
y, como ciego por ganar dinero,
al Aquiles contó entre los valientes,
y fue en el escrebir tan verdadero
que a Penélope casta hizo entre dientes,
sabiendo bien nosotros que no hay una [175]
que en calidad parezca al alma Luna.
Ni sé tampoco hurtar de la manera
que hurtó Vergilio cuanto aqueste hizo,
que desnudar cualquiera le pudiera,
si no temiera dalle romadizo. [180]
Ni sé nombrar a Dido por ramera,
siendo tan casta, ni tampoco atizo
tan mal mi vena y con tan fieros daños,
que le costó la
Eneida
sus diez años.
Ni sé volver en piedras y animales [185]
los hombres como Ovidio un tiempo hacía,
ni sé hacer los mortales inmortales
ni sé sino que en todo nos mentía.
Ni sé hacer artes tan pestilenciales
como él para el que amores pretendía, [190]
ni sé si habré de ser yo desterrado
como él lo fue por este gran pecado.
Ni sé ayunar como Enio el afamado
para hacer las
tragedias
más llorosas,
ni soy yo como el frío Horacio pagado [195]
por hacer a la flor de Gnido glosas.
Ningún Mecenas liberal he hallado,
por esto no compongo dulces cosas,
ni sé escrebir
Tebaidas
como Estacio,
siguiendo al triste Antímaco despacio. [200]
Ni sé representar tantos rufianes
como el poeta Terencio representa,
dando de dichos torpes de truhanes
y de malas mujeres larga cuenta.
Ni me paro a contar los capitanes [205]
que el famoso Lucano nos imienta
con unas hinchadísimas poesías,
como de libros de caballerías.
Ni jamás supe hacer un
Asno
de oro
como Lucio Apuleyo hizo algún día, [210]
ni el cuento de la cabra ni el del toro
supo jamás contar la lengua mía,
como la de Iposete, aunque no ignoro
que va encerrada allí filosofía,
mas es tan gorda, que de muy pesada [215]
no se levanta de la tierra nada.
Ni sé por dónde bajan al infierno
y al purgatorio como supo
Dante,
ni sé de dónde toma su gobierno;
pienso que lo aprendió de otro que fue ante. [220]
Ni sé de quién hurtó su estilo tierno
Petrarca, el que cantó la casta amante,
ni sé si casta a Laura yo le diga,
pues hubo fama de que fue su amiga.
Ni sé yo como Ariosto mudar nombres [225]
a los cuentos que Ovidio había contado,
haciendo creer a los mortales hombres
las cosas que él de noche había soñado.
Y tú, Alcocer, es lícito te asombres,
tú que en español lo has trasladado, [230]
a cada pie añadiendo veinte puntos,
que parecen pies de hombres ya difuntos.
Ni sé yo hacer como hizo Joan de Mena
coplas que se han de leer a descansadas,
el cual, como tenía preñada vena, [235]
Trecientas
de ellas nos dejó preñadas.
Ni sé yo divulgar pintura ajena
como el de las
Emblemas
tan nombradas,
que las hurtó, según es fama, a un griego
y su nombre de aquel nos dejó ciego. [240]
Ni jamás supe hacer un
Cortesano
poniéndole estranjeras vestiduras,
poniendo de uno un pie, de otro una mano,
al fin robando ajenas escrituras.
Ni sé tampoco como el Feliciano [245]
relatar cuchilladas y aventuras;
mi lengua a disbarates no se inclina,
como la de aquel gran Joan del Encina.
Ni sé qué cosa es Júpiter o Marte,
ni versos de
La Arcadia
sé de coro, [250]
porque
usurpó
esta
Arcadia
tan sin arte
de las
Bucólicas
todo el tesoro.
Como uno que trovó no sé que parte
de
La Diana
hurtando de Heliodoro,
y menos sé quién dicen que lo ha hecho; [255]
hágale como quiera buen provecho.
Tampoco sé yo hacer qué cosicosa
como el de las
Preguntas y respuestas,
ni como Garcilaso de la prosa
del Sanazaro coplas hago prestas. [260]
Ni sé yo hacer mi pluma muy famosa
llevando el hurto italiano a cuestas
como el Boscán que tanto se me entona
porque llevó el Amor a Barcelona.
Ni yo procuro [deslargar] la rienda [265]
en hacer la
Segunda Celestina,
ni sé hacer versos que ninguno entienda,
como Ausiàs March en lengua lemosina,
que cosa suya no hay que no descienda
de aquella vena de Petrarca fina, [270]
que si él trata de amor de aquella suerte
el otro y por lo mismo de la muerte.
Ni
traducillo
yo jamás supiera
tan torpemente como el lusitano,
ni sé hacer
Cancioneros
de manera [275]
que mezcle lo divino con lo humano.
Ni
Diana
segunda ni primera
jamás supo trovar mi torpe mano,
por parecerme todas niñería,
ni hago
Florestas de varia poesía.
[280]
Tampoco supe hacer
La Carolea
por no saber fingir poesías dudosas
y porque no me hallé en una pelea
para contar particulares cosas,
y, al fin, también sería cosa muy fea [285]
meter mis rimas bajas y enfadosas
entre los hechos de un tan gran monarca
que el orbe todo con su fama abarca.
Pues menos sé hacer
Selvas de aventuras
como Contreras el cronista ha hecho, [290]
ni cuento por verdad dos mil locuras
que imagino soñando acá en mi pecho.
Ni sé moralizar las escrituras
antiguas que ya el tiempo había deshecho
como el que comentó
Cuarenta cantos
[295]
que comentar pudiera cuatro tantos.
Ni se me entiende la nigromancia
ni para devociones tengo vena
como el de Santillana la tenía,
ni saco farsas de escritura ajena [300]
como Bartolomé Torres hacía
en su tiempo, ni como Cartagena
me he preciado jamás de muy coplero,
ni saco yo invenciones por dinero.
Ni sé hacer la
Pasión
como hizo Diego [305]
de San Pedro y después
Cárcel de amores,
que lo uno parecía oración de ciego,
y lo otro, cuento para cavadores.
Ni como el de
Quistión de amor
yo niego
mi nombre a los solícitos lectores. [310]
ni como Badajoz hago el
Infierno
con estilo más viejo que moderno.
Ni iré a poner mi nombre al
Cancionero
general,
donde están los muy letrados,
ni reñiré por cuál será primero [315]
como muchos que van allí nombrados.
Ni entre los muy famosos nombre quiero
ni en esto puse nunca mis cuidados,
pero, por si algo fuere, haceme diestro,
señor Melchior Enrico, mi maestro. [320]
Porque no digo mal de estos varones
tan altos por sentirme yo bastante
para poder llegar a sus blasones
ni aun a poder ponérmeles delante,
mas, porque sin sufrir mil reprensiones [325]
nadie alcanzó la fama muy triunfante,
y pues de estos dijeron tan famosos,
¿qué harán de mí los necios y
envidiosos?
VALE.