Información sobre el texto

Título del texto editado:
“Noticias para la vida de don Íñigo López de Mendoza, señor de Hita y Buitrago, primer marqués de Santillana y conde del Real de Manzanares”
Autor del texto editado:
Sánchez, Tomás Antonio (1723 1802)
Título de la obra:
Colección de poesías castellanas anteriores al siglo XV. Preceden noticias para la vida del primer marqués de Santillana y la carta que escribió al condestable de Portugal sobre el origen de nuestra poesía Tomo I.
Autor de la obra:
Sánchez, Tomás Antonio (1723-1802)
Edición:
Madrid: Antonio de Sancha, 1789


Más información



Fuentes
Información técnica





NOTICIAS PARA LA VIDA DE DON ÍÑIGO LÓPEZ DE MENDOZA, SEÑOR DE HITA Y BUITRAGO, PRIMER MARQUÉS DE SANTILLANA Y CONDE DEL REAL DE MANZANARES


I. Don Diego Hurtado de Mendoza, almirante mayor de castilla, ricohombre en tiempos del rey Enrique III, hijo de Pero González de Mendoza, hombre de muy antiguo y esclarecido linaje en la provincia de Álava, casó dos veces, la primera con doña María de Castilla, hija del rey don Enrique II, hermana de don Juan el I; y la segunda con doña Leonor de la Vega, descendiente de Diego Gómez de la Vega, cuya casa solariega permanece en la villa de Torre de la Vega, que dista una legua de la de Santillana, cabeza de las Asturias de su nombre. De este segundo matrimonio nació Íñigo López de Mendoza, siendo su padre de edad de 31 años, en Carrión de los Condes, villa “del patrimonio de su madre”, como dice Salazar de Mendoza, 1 un lunes 19 de agosto de 1398.

II. A los siete años de su edad, estando en Guadalajara, quedó huérfano de padre y bajo la tutela de su madre, doña Leonor. Hernando del Pulgar 2 dice que siendo bien pequeño de edad quedó huérfano de padre y madre. El padre Fernando Pecha, 3 jesuita, dice que murió la madre de Íñigo siendo este de siete años, su hermano Gonzalo Ruiz, de seis, y su hermana Mencía, de cinco. Por muerte de don Diego Hurtado de Mendoza, pertenecía el Almirantazgo mayor de Castilla a su hijo Íñigo, pero, por haber quedado huérfano en tan tierna edad, el rey don Enrique III mandó a Ruy Díaz de Mendoza que le administrase en el ínterin que Íñigo tuviese edad competente para tan alto cargo. Doña Juana de Mendoza, tía de Íñigo, hermana de su padre, que vivía en Ríoseco, se pasó a Guadalajara con su marido, don Alonso Enríquez, para cuidar de la crianza de sus tres sobrinos y ser tutora de ellos. Con este motivo el rey don Enrique mandó al dicho Enríquez sirviese el Almirantazgo como le servía Ruy Díaz de Mendoza.

III. Desde la edad de siete años hasta la de diez y seis en que ya le hallamos en la Crónica de Don Juan el II entre los grandes y señores de Castilla, se ocuparía Íñigo en instruirse en los rudimentos de nuestra santa religión y en las letras y pericia militar, de que después dio tan gloriosas pruebas. Pues, como dice Alonso de Castro, 4 estudió Íñigo lengua latina, retorica, erudición y filosofía. Pecha dice también que estudió latín, letras humanas, poesía y filosofía con gran continuidad y tesón. Desde la edad de diez y seis años seguiremos los pasos de su vida, recogiendo los sucesos más notables de ella, según los hallamos esparcidos en nuestras historias impresas y manuscritas, señaladamente en la Crónica de don Juan el II.

IV. Por esta sabemos que el año de 1414, cuando tenía 16 de edad, se halló en Zaragoza, como uno de los principales señores de Castilla, a la coronación del rey don Fernando, cuñado de la reina doña Catalina, que lo era de Castilla. Entrado en los 18 pidió al rey la venia 5 para administrar sus estados, y el rey se la concedió, pero, resistiéndose don Alonso Enríquez a darle el Almirantazgo, que tenía interinamente, Íñigo le puso pleito. El rey, por evitar discordias entre tan grandes señores y parientes, mandó que D. Alonso Enríquez se quedase con cl Almirantazgo, y en recompensa dio a Íñigo las villas de Coca y Alaejos. Siendo de edad de 18 años, dice Pecha, 6 se casó Iñigo con doña Catalina de Figueroa, y se celebraron las bodas el año de 1416. Pero esto no concuerda con lo que dice Francisco de Medina y Mendoza. 7 Dice este hablando del marqués de Santillana que pasaron 40 años desde que se casó hasta que murió. Y, constando que murió el año de 1458, se infiere que se casó el de 18, siendo de 20 años de edad.

V. El año de 1420, habiendo gran desavenencia entre los infantes de Aragón, don Juan y don Enrique, que andaban en la corte de Castilla, y cada uno pretendía apoderarse de la voluntad del rey, que era joven, y del gobierno, Íñigo López pasó a Ávila, donde estaba el rey; fue uno de los que tomaron el partido de don Enrique, y asistió al auto que en forma de cortes se celebró en la catedral de aquella ciudad, en que declaró el rey a este infante libre de lo que se le imputaba sobre desavenencia con su hermano y sobre cierto movimiento acaecido en la villa de Tordesillas. Este mismo año, habiendo salido el rey de Talavera en secreto y como huyendo, el infante don Enrique fue en su seguimiento acompañado de Íñigo. El de 21 se halló en Ocaña con otros muchos caballeros y gente de armas.

VI. El de 27, estando el rey en Simancas, y habiendo pasado a Valladolid el príncipe don Enrique y aposentádose en el monasterio de S. Pablo, como asimismo el rey de Navarra, pasó también a dicha ciudad Íñigo López y se alojó en el mismo monasterio, en donde se tuvieron muchas conferencias sobre apartar del rey al condestable don Álvaro de Luna, por el deservicio que recibía su majestad y el reino en que dicho condestable rigiese tan absolutamente estos reinos. Este mismo año se halló en un consejo celebrado en el campo, en que el rey de Navarra propuso al de Castilla que Fernán Alonso de Robles, contador mayor de S. M. y grande amigo del condestable, con la autoridad y mañas que tenía, traía divididos a los grandes del reino y hablaba de su rey loca y atrevidamente, de lo cual resultó que el rey le mandó prender.

VIL. El año de 28 Íñigo acompañó, de orden del rey, a la infanta de Aragón doña Leonor, hermana de los reyes de Aragón y de Navarra, la cual vino a Valladolid a despedirse del rey para ir a casarse con el príncipe don Duarte, hijo mayor del rey don Juan de Portugal. Este mismo año pasó a Segovia, donde estaba el rey, y se tuvo allí un consejo sobre ciertas treguas que pedían los moros. El de 29, hallándose el rey junto a Santisteban de Gormaz, llegó Íñigo a hacer el juramento de fidelidad y homenaje que ya habían hecho otros muchos señores. Y, habiendo tardado mucho en acudir a hacerle, no sin alguna sospecha de parte del rey, como Íñigo era tan elocuente, dio tales escusas de su tardanza, que el rey quedó enteramente satisfecho y asegurado de su lealtad.

VIII. Este mismo año le mandó el rey que pasase a Ágreda con 300 lanzas contra los aragoneses y navarros, y les hiciese todo el daño que pudiese. Hallándose allí por capitán de la frontera, perdió en el campo de Araviana, término de Castilla, una batalla que le ganaron los navarros. Eran estos 900 hombres, y los de Íñigo no llegaban a 300, los cuales empezaron a huir luego que vieron el excesivo número de los enemigos; y, siguiendo los navarros la fuga de los castellanos, Íñigo, que no sabía huir, se quedó en el campo en una altura con solos 40 hombres, esperando cualquier ventura que le deparase una guerra tan adversa. Era esta la primera batalla que mandaba este capitán; hallábase en el mayor ardor de su edad; y, aunque poseía el arte de la guerra, quiso más pecar en el extremo de temeridad que incurrir en la más ligera sospecha de cobardía. Dice Argote de Molina 8 que, hallándose Íñigo en Ágreda por frontero de Aragón, compuso unas serranillas. Entre otras hay en su cancionero manuscrito una que empieza

Serranillas de Moncayo, 9
Dios vos dé buen año entero,
ca de muy torpe lacayo 10
facíades caballero.


En esta serranilla hay una copla que dice:

Aunque me vedes tal sayo
en Ágreda soy frontero.


Esta es sin duda la serranilla de que habla Argote de Molina. Después de esta batalla el rey le hizo merced de la villa de Yunquera con 500 vasallos y las tercias de trigo, cebada y centeno que allí se cogía. El año de 1450 se la hizo también de 12 villas alrededor de Guadalajara, las cuales repartió después entre sus hijos. 11

IX. Por este tiempo, hallándose el monasterio de Sopetrán reducido a solos tres monjes y en suma pobreza, Íñigo le restableció llevando a él doce religiosos del de San Benito de Valladolid. Uniole a su congregación, mudó el nombre de abad en el de prior y restableció allí una rigorosa observancia de la regla, todo con autoridad de la silla apostólica. Hízole varias donaciones, como se verá después, y trajo o ayudó a traer con sus limosnas y autoridad la imagen de nuestra señora de Sopetrán, fabricada en Flandes por el más famoso escultor que se conocía, y es la que se venera todavía en el altar mayor.

X. El año de 31 a fines de abril o principios de mayo, yendo a la guerra de los moros de Granada, enfermó en Córdoba y, no pudiendo continuar su marcha, se restituyó a Guadalajara. Hallándose allí el año siguiente, supo que el rey había hecho prender al conde de Haro y al obispo de Palencia, con quienes él tenía parentesco y estrecha amistad; y, recelándose de que otro tanto se hiciese con su persona, se fortaleció en su castillo de Hita con más gente de la que solía. Y, aunque el rey le escribió que no tenía razón para sospecha alguna, y él satisfizo dando sus escusas y alegando ciertos pretextos, sin embargo, como era tan cauto y tan prudente, permaneció allí hasta que las cosas tomaron más favorable semblante.

XI. El año de 33, estando el rey en Madrid, hubo en esta villa una justa de guerra muy famosa, de que fueron mantenedores Íñigo López de Mendoza y su hijo mayor, don Diego, con veinte caballeros; y fue aventurero don Álvaro de Luna con otra tanta gente. Fue esta justa muy celebrada, y hubo en ella grandes rencuentros. Hizo la función nuestro Íñigo, y cenaron en su casa todos los justadores y muchos caballeros y gentiles hombres de palacio. El año de 33, habiendo muerto la duquesa de Arjona, hubo gran contienda entre Íñigo López y su primo el adelantado Pero Manrique sobre la herencia de la difunta. Don Diego Manrique, hijo de Pero, luego que espiró la duquesa tomó el tesoro y joyas y se fue con todo a Cogolludo. Íñigo López fue sobre Cogolludo y empezó a combatirla fuertemente, hasta que, sabido por el rey, mandó que cesase el combate, se secuestrasen los bienes de la duquesa y se viese en justicia a quién pertenecían. Este mismo año Íñigo, hallándose en Buitrago, hizo sala al rey, a la reina, al condestable don Álvaro de Luna y a toda la corte. Hacer sala era en aquellos tiempos dar un gran convite. El de 57 fue uno de los nombrados para jurar y firmar la concordia solemne que se hizo entre el rey de Castilla y don Alonso, rey de Aragón.

XII. El de 38, hallándose por capitán mayor de la frontera de Jaén, el día 20 de abril tomó de los moros por fuerza de armas la villa de Huelma después de cuatro días de continuo y reñido combate, en el cual pelearon muy valerosamente sus dos hijos, Pero Laso e Íñigo López. Las gentes de aquel obispado que habían concurrido con sus banderas a ayudar a Íñigo tuvieron gran contienda sobre cuál de las banderas había de entrar la primera en la plaza conquistada, pero Íñigo, usando de su prudencia, las tomó todas juntas, las metió a un mismo tiempo en la villa y dejó iguales en la gloria a los que disputaban la preferencia.

XIII. Dice Hernando del Pulgar 12 que hizo Íñigo tan cruda guerra a los moros, que los puso so el yugo de servidumbre y los obligó a dar en parias cada año mayor cantidad de oro de la que el rey esperaba recibir, ni ellos jamás pensaron dar, y que los constriñó a que soltasen a los cristianos cautivos, a los cuales redimió y puso en libertad. Allí fue donde hizo una serranilla que empieza:

Entre Torres y Ximena,
acerca de un allozar, 13


la cual serranilla se halla en su cancionero m[anuscrito], y Argote de Molina la trae impresa en su Nobleza de Andalucía. 14 A principios de febrero del año de 39 se halló en Madrigal acompañando al rey de Navarra y al infante don Enrique con otros muchos grandes y señores de Castilla.

XIV. El de 1440 fue, de orden del rey, con el conde de Haro y don Alonso de Cartagena, obispo de Burgos, por la princesa doña Blanca, hija del rey de Navarra, y la acompañó hasta Valladolid, donde estaba el de Castilla para casar con ella al príncipe don Enrique. El día 7 de octubre de dicho año, que fue jueves, salió en público la princesa a la misa que se dijo en Santa María la Nueva de dicha ciudad. Don Íñigo fue uno de los señores que la acompañaron, y comió en palacio con la reina de Castilla. El año de 41 hizo el rey merced de la villa de Guadalajara al príncipe don Enrique, más por desapoderar de ella a Iñigo, dice la Crónica de don Juan el II, que por dársela al príncipe. Envió este a tomar posesión de ella, pero Íñigo no quiso oír a los enviados ni consintió que entrasen en la villa, ni tomasen posesión. Muerto Íñigo, el rey don Enrique se apoderó de la villa y la hizo ciudad, habiendo sido antes del marqués y de sus antepasados, si es verdad lo que dice Salazar de Mendoza en la Crónica del Gran Cardenal. 15

XV. A principios de este mismo año tomó Íñigo a Alcalá de Henares, que era del arzobispo de Toledo, y puso alcaide en su fortaleza. Hallándose en ella con 300 hombres de armas, Juan Carrillo, adelantado de Cazorla y capitán de la gente del arzobispo, salió de Madrid con 500 de acaballo y 1200 peones; tomó el camino de Illescas para más bien ocultar su designio, pero, dejándole luego que anocheció y tomando el de Alcalá, llegó cerca de ella al amanecer. Sabido esto por Íñigo, salió con 230 de armas y, aunque conoció la gran ventaja del enemigo, como era tan valiente y atrevido, no dudó dar la batalla. Diose junto al rio Torote; duró la pelea tres horas, y estuvo algún tiempo indecisa la victoria. Al principio huyó don Gabriel Manrique, comendador mayor de Castilla, con algunos que le siguieron. Fueron muchos los muertos y heridos de ambas partes, siendo Íñigo uno de los segundos. Herido, peleaba como si estuviera sano y nunca dejó de pelear hasta que vio que de los suyos unos eran muertos, otros heridos, otros habían huido y otros eran prisioneros. Excedió en esta batalla, como en la de Araviana, el valor de Íñigo a su prudencia y pericia militar.

XVI. El año de 42 el rey y la reina se partieron de Valladolid para Madrigal, y de aquí para Segovia; y en esta jornada Íñigo los acompañó. Este mismo año, dice Pecha, 16 usando Íñigo de su discreción y prudencia, apaciguó los vasallos de Álava, que se habían levantado y pedido licencia al rey para ponerle pleito. El de 44, estando el rey de Castilla arrestado por el de Navarra en la villa de Tordesillas, de donde fue después trasladado a Portillo, el príncipe don Enrique trató de poner en libertad a su padre, y tuvo sobre esto muchas conferencias secretas con los principales señores de Castilla. Como ninguna empresa de consideración se meditaba en que no tuviese parte el consejo y valor de Íñigo, el príncipe le escribió pidiendo le ayudase a sacar al rey su padre de la opresión en que le tenía el de Navarra. Íñigo le respondió que tenía con el rey cierta diferencia sobre los vasallos de Asturias de Santillana; que, si su alteza tuviese por bien darle su fe de ayudarle a que su padre le confirmase y le hiciese merced de aquellos valles, él se juntaría con S. A. y le serviría hasta que el rey saliese de su opresión. El príncipe convino en lo que pedía Íñigo, y juraron sobre este convenio cierta capitulación. Con la ayuda de Íñigo el rey de Navarra se vio obligado a retirarse de Castilla, y el rey don Juan quedó en libertad y restablecido en las posesiones que se le habían usurpado. Puesto el rey en libertad, Íñigo le acompañó desde Roa a Burgos.

XVII. Garci González de Orejón había representado al rey que los valles de Asturias de Santillana pertenecían a la corona real y que Íñigo López los tenia usurpados, sobre lo cual se habían formado autos en la chancillería de Valladolid. El rey, agradecido a los singulares servicios de Íñigo y reconvenido con la capitulación que el príncipe le había jurado, mandó a su fiscal desistiese del pleito, se le entregase a Íñigo el proceso original y se le diese privilegio rodado de los valles. Con este privilegio envió Íñigo a tomar posesión de ellos, pero Orejón, en cuya tenencia estaban, no quiso darle cumplimiento, alegando que tenía mil nulidades. Quejose de Orejón Íñigo, y dicen que el rey le dio licencia para que, si por bien Orejón no entregase los valles, se los tomase por fuerza de armas.

XVIII. Envió Íñigo a su hijo mayor con gente armada, pero, como los de los valles eran muchos en número y estaban bien pertrechados en sus casas y lugares, vencieron a la gente de Íñigo, y esta se vio en la necesidad de retirarse, y Orejón se fue a un lugar de los valles llamado Ventanilla. Don Diego Hurtado, deseando tomar venganza de Orejón y castigar su osadía, logró con dadivas y promesas que un hijo del mismo Orejón, llamado García, espiase a su mismo padre. Este hijo cruel, olvidado de sí mismo y de su obligación, avisó que su padre estaba en Ventanilla. Fueron soldados a buscarle; encontráronle dormiendo la siesta sobre un escaño; despertó al ruido y, viéndose cercado de soldados con las espadas desnudas, les pidió le dejasen morir como cristiano y ordenar su testamento, que empieza así: “En el lugar de Ventanilla, estando yo, Garci González de Orejón, el cuchillo a la garganta, en poder de mis enemigos, ordeno este mi testamento &c.”; y, acabado de otorgar, le cortaron la cabeza. Muerto Orejón, don Diego Hurtado de Mendoza en nombre de su padre tomó posesión de los valles, puso justicias en ellos y los dejó pacificados. Esta es la sustancia de lo que refiere Pecha. 17

XIX. Medina 18 dice que, siendo niño Íñigo se le levantaron las villas de Asturias de Santillana, que fue en persona a apaciguarlas y que, peleando, dando, halagando y castigando con moderación, pacificó la tierra y dejó en ella, para que la tuviese en su nombre, a su hermano Gonzalo Ruiz de la Vega, señor de Valdelozoya, y Íñigo se volvió a Guadalajara. 19 Como quiera que esto haya sucedido, parece que la pacificación de los Valles se hizo el año de 1444. Este mismo año Íñigo escribió a don Alonso de Cartagena, obispo de Burgos, una curiosa carta intitulada Cuestión sobre el origen de la guerra, a que el obispo respondió. Así descansaba Íñigo de las fatigas de la guerra. También este mismo año, estando el rey en el real de Roa, a 10 de agosto le hizo merced del alcázar de Guadalajara , del cual Íñigo tomó posesión en 9 de septiembre del dicho año, por ante Juan de Morejón, escribano real. Habiendo el rey hecho donación de Guadalajara al príncipe don Enrique, como queda dicho, por desapoderar de ella a Íñigo, no parece podía esperarse que después le hiciese merced de su alcázar, pero esto solo prueba cuán aceptos eran al rey los servicios que Íñigo le hacía.

XX. El año de 1445 fue Iñigo muy señalado en la batalla de Olmedo, en que el rey de Castilla venció al de Navarra, por el cual servicio y por otros muchos que había hecho y se esperaban de su prudencia y valor, el rey, estando en Burgos, le hizo marqués de Santillana y conde del Real de Manzanares a 8 de agosto de dicho año. Y, por ser el primer marqués de Castilla, se hizo esta función con la mayor solemnidad y aparato que jamás se había visto, en un salón del real palacio de Burgos. Esteban de Garibay 20 dice que el segundo estado que en Castilla tuvo título de marquesado fue el de las Asturias de Santillana (debió decir el de Santillana) y que es el primero de cuantos ahora conservan su título y dignidad. Lo mismo dice Salazar de Mendoza, 21 porque el de Villena está incorporado en la corona de Castilla. Don Alonso de Aragón, padre del famoso don Enrique de Villena, fue el primer marqués de Castilla, creado el año de 1356, y Íñigo López de Mendoza, el segundo, por lo cual el marquesado de Santillana es ahora el primero y el más antiguo de cuantos se conservan.

XXI. El año de 46 el rey hizo frontero de Guadalajara contra Torija a don Alonso Carrillo, arzobispo de Toledo. Tenía a Torija el rey de Navarra, y, aunque el arzobispo había hecho todos sus esfuerzos para tomarla, no había podido conseguirlo; antes bien, los de Torija hacían insultos en los arrabales de Guadalajara, donde el arzobispo estaba. Viendo esto el rey, el año siguiente, que fue el de 47, mandó al marqués que se juntase con el arzobispo para tomar la villa, y la tomaron. El autor de la Crónica de don Juan el II con muy agrias palabras desaprueba aquí el nombramiento del arzobispo para frontero de Guadalajara. “¡Oh, cuánto conviene –dice- a los reyes no dar causa a los suyos de errar, y cuánto deben mirar si los que cerca de sí tienen les dan consejos por sus propios intereses, no mirando el servicio de ellos y el bien de la propia tierra! Que por cierto, si el rey don Juan buen consejo hubiera, no hiciera tan grande ultraje a caballero tan noble como el marqués de Santillana, que, morando él en Guadalajara, hubiese de dar cargo de la frontera de Torija a ningún otro. Que no es duda, si esta capitanía él le diera, que con menos gasto y trabajos la villa de Torija se cobrara, y el rey ganara tanto en esto, que conociera si el marqués le quería servir como debía, ca no es duda, según quien él era, que, dándole tal cargo, hiciera su deber: y, cuando el contrario quisiera hacer, lo cual no es de creer el rey tuviera el mesmo remedio que tuvo para enviar otro capitán cual él pluguiera”.

XXII. Por el mes de agosto de dicho año de 47 se halló el marqués en Madrigal a la boda del rey don Juan con la reina doña Isabel, hija del infante don Juan de Portugal. Desde allí pasó a Soria en compañía del rey a recibir a ciertos embajadores del de Aragón, para tratar con ellos de algunas diferencias que tenía con el de Navarra; y, habiéndose mantenido allí hasta diciembre, se restituyó a Guadalajara. El de 49 el marqués fue uno de los señores que se acordaron para solicitar la libertad de algunos grandes que estaban presos injustamente por el condestable D. Álvaro de Luna y de otros que estaban desheredados sin haber sido oídos en justicia, procurando hacerlo todo con el respeto debido a la persona del rey. Para este fin se juntaron con el príncipe muchos señores en Coruña, a donde el marqués concurrió por sí y en nombre de otros muchos señores.

XXIII. Este mismo año dio al monasterio de Sopetrán diez paniaguados para labrar sus tierras y facultad al prior para poder nombrarlos de los lugares que quisiese de aquellos sus señoríos. La fecha del instrumento que se conserva en dicho monasterio, dice: “Dada en mi lugar de Trujeque a 30 días del mes de enero de 1449”. 22 No solo hizo esta y otras donaciones al monasterio, sino que le dio también muchas limosnas y alhajas para la iglesia y sacristía, entre ellas una caja de marfil de mucho precio, en la cual se guarda la del santísimo sacramento. A imitación y ejemplo del marqués, la marquesa, que no era menos piadosa que su marido, le hizo también muchas limosnas, y algunas por el tiempo de su vida, las cuales cesaron con su muerte.

XXIV. El de 51 pasó el marqués a Gumiel de Izán a tratar segunda vez con otros muchos señores de los medios de solicitar la libertad de los que estaban presos; y de allí se volvió á Guadalajara. El de 52 dio al dicho monasterio 10.000 mrs. [maravedíes] de limosna anual sobre las martiniegas de sus tierras de Hita. También le hizo donación de cien fanegas de sal. La fecha de ambos instrumentos, que se conservan originales en el archivo de Sopetrán, dice: “Fecha en la villa de Torija en miércoles dos de agosto, en el cual día el señor arzobispo de Toledo don Alonso Carrillo e yo entramos por combate la villa de Torija, año del nascimiento de nuestro salvador Jesucristo de 1452”. Estas fechas parecen opuestas a lo que dejamos dicho, conviene a saber, que la villa de Torija fue tomada el año de 1447, como se afirma en la Crónica de don Juan el II y en la Historia del P. Mariana. Sin duda, el marqués con las palabras “en el cual día” quiso decir “en tal día como este”, denotando que la villa de Torija había sido tomada el día dos de agosto de I447.

XXV. El dicho año de 52 don Pedro de Estúñiga, conde de Plasencia, requirió al marqués y a otros señores para que se juntasen y tratasen de destruir al condestable don Álvaro de Luna antes que este acabase de arruinar a todos los grandes del reino. Juntos acordaron que el marqués enviase a su hijo don Diego Hurtado a Valladolid con doscientas lanzas y se fuese derechamente a la posada del condestable. Pero este designio no fue tan secreto, que el condestable no le descubriese y frustrase. Habíase llenado la medida del enojo que los grandes del reino habían concebido contra el condestable, o por la ambición que le dominaba y altanería con que mandaba o por la envidia y celos que ocasionaba su gran privanza y gobierno absoluto de todo el reino, o por todo junto. Por lo cual el rey se vio obligado a separarle del mando y le hizo degollar en Valladolid el año de 1453. El de 54 falleció el rey don Juan el II, y por eso no se hallan en su Crónica las siguientes noticias del marqués.

XXVI. Sucediole Enrique IV, para cuya instrucción el marqués había compuesto el Centiloquio de proverbios, obra justamente celebrada. Y, como el marqués -dice Pecha 23 - tenía tan estrecha amistad y cabida con el nuevo rey, quiso señalarse en ser de los primeros que le besasen la mano y le diesen la norabuena. Salió de Guadalajara acompañado de sus cuatro hijos, y con gran séquito de parientes, amigos y de criados llegó a Segovia, donde estaba el rey; besole la mano, y el rey le manifestó mucho agradecimiento por la presteza de su venida. El marqués suplicó al rey mandase sacar de prisión al conde de Alba de Liste, y el rey lo hizo, restituyéndole las villas y haciendas que el rey Don Juan le había secuestrado.

XXVIL Este año el rey don Enrique, luego que tomó posesión de la corona, convocó cortes a Cuellar, como dice Diego Enríquez del Castillo, o a Ávila, como quiere Alonso de Palencia, para tratar de abatir la insolencia de los moros de Granada. Y, dando todos los convocados sus veces al marqués para que hablase, este hizo un elocuente razonamiento en que dio al rey muchas gracias por tan acertado pensamiento, y todos se ofrecieron a servirle, como lo hicieron el año de 1455, con gran daño y asombro de los moros. El citado Pecha 24 dice que este año murió la marquesa de Santillana, doña Catalina de Figueroa, hija de don Lorenzo Suárez de Figueroa, maestre de Santiago, y de su mujer, doña María Orozco, hija de los señores de Santa Olalla. Fue esta señora muy ilustre por su sangre y mucho más por sus virtudes cristianas. Este mismo año el marqués fue en romería al santuario de Guadalupe, y compuso en alabanza de nuestra señora una canción que se halla en su cancionero manuscrito y anda impresa en el Cancionero general. También pasó dicho año a Sevilla, y compuso en alabanza de esta ciudad un soneto que anda entre otros muchos de su cancionero.

XXVIII. Boscán en su carta a la duquesa de Soma, que precede al libro segundo de sus poesías, se hace inventor de los sonetos castellanos o el primer imitador de los italianos. Esto lo dice tantas veces y lo perifrasea por tan varios modos, que sería preciso creérselo, si fuera verdad y no supiéramos que casi un siglo antes el marqués había hecho sonetos de la misma forma que los de Boscán, y esto sin encarecer su trabajo ni el gran beneficio que de tan útil invención podría resultar a la monarquía.

XXIX. Sin embargo de esto, don Diego de Mendoza, como otros muchos, creyó a Boscán, pues, hablando de ciertos poetas en una carta manuscrita, “ni tampoco habrá entre ellos –dice- un Boscán, que fue el primero que trajo los sonetos italianos a España. ¡Maravillosa caridad de hombre! Otro fue, por cierto, esto que llevar mucho trigo de Cicilia a España en tiempo de caristía, porque antes vivíamos como unas bestias, que no sabíamos hacer coplas sino de ocho silabas o doce, y él de puro ingenio las hizo de once y estaba en propósito de componer una obra donde diera a entender que las tales eran muy mejores coplas, aunque fuesen tan frías como las suyas, que las buenas siendo de ocho o doce. Femando de Herrera, en las Notas a Garcilaso, y Argote de Molina, en su Discurso de la poesía castellana que está al fin del Conde Lucanor, advierten que el marqués introdujo los sonetos antes que Boscán, y el primero pone uno para muestra. Atribúyasele, pues, esta pequeña gloria al marqués, mientras no conste que otro la mereció antes.

XXX. El año de 56 murió el célebre poeta Juan de Mena y fue sepultado en la iglesia parroquial de la villa de Tordelaguna, en un suntuoso sepulcro que su amigo el marqués le hizo labrar. Al presente se conserva en la primera grada del presbiterio de dicha iglesia una lápida con este epitafio:

FELIZ PATRIA, DICHA BUENA,
ESCONDRIJO DE LA MUERTE
AQUÍ LE CUPO POR SUERTE
AL POETA JUAN DE MENA.


XXXI. Había Juan de Mena compuesto en alabanza del marqués el poema intitulado Coronación, que consta de cincuenta coplas de diez versos de ocho silabas; en el cual poema se finge que las nueve musas coronan al marqués de laureles, y las cuatro virtudes cardinales, de ramos de roble. El marqués manifestó su agradecimiento erigiendo al poeta un sepulcro en que se depositase su cadáver y se conservase su memoria.

XXXII. El año de 57, dice Pecha, 25 determinó el rey don Enrique volver a la guerra de los moros de Granada. Envió a llamar al Marqués que le acompañase, y se escusó diciendo que estaba viejo y aparejándose para morir, pero que en su lugar irían sus hijos, parientes y amigos, y gente. Este mismo año el marqués fue uno de los que, sintiendo que las leyes estuviesen sin fuerza, los méritos sin premio, y los malhechores sin castigo, determinaron avisarlo al rey para bien de la monarquía. Para esto el arzobispo de Toledo y el Marqués se vieron en Uceda, y, entendido por el rey, les envió a decir que no turbasen el reino. Pero, volviendo ellos a representar los desórdenes que pedían remedio, el rey les prometió que juntaría cortes para tratar de la enmienda.

XXXIII. El año de 1458 murió el marqués en Guadalajara. A su muerte, Gómez Manrique, su sobrino, hizo una larga poesía, en la cual, después de haber hecho mención de varios poetas que la muerte le había robado, dice:

Y no con estos contenta,
esta maldita de Dios 26
vino con gran sobrevienta
en el año de cincuenta
y más cuatro veces dos;
y sacó por mi gran mal
de esta cárcel humanal,
domingo por la mañana,
al marqués de Santillana
y gran conde del Real.


XXXIV. Salazar de Mendoza 27 “murió -dice- domingo, 25 días del mes de marzo, día de la Encarnación del Hijo de Dios, en edad de sesenta años menos lo que hay desde 25 de marzo hasta 19 de agosto, porque nació en tal día el año de 1398 y murió el de 58. Fue enterrado en San Francisco de Guadalajara”. Lo mismo dicen, en cuanto al día y año de la muerte, Nicolás Antonio y otros escritores.

XXXV. El año de 1458 cayó la Pascua a dos de abril, retrocediendo de este día al 25 de marzo, se halla que el 25 de marzo no fue domingo, sino sábado. Acaso murió el marqués la noche del sábado al domingo sobre el amanecer, y los escritores fijaron su muerte en el día de la Encarnación, por ser tan santo y señalado, no parándose en las pocas horas que lo embarazaban. Hernando de Pulgar 28 dice con equivocación que el marqués “fenesció sus días en edad de sesenta y cinco años”. El mismo Pulgar dice también que el primer duque del Infantado, hijo del marqués, “murió en toda prosperidad en edad de sesenta y cinco años”. De aquí pudo nacer esta equivocación, a no ser que la tomase Pulgar de Lucio Marineo Sículo, que dio al marqués 65 de vida.

XXXVI. Vivió, pues, el Marqués sesenta años en unos tiempos tan turbados e inquietos, que, como queda visto, a toda hora se hacía preciso acudir a todas partes, y en todas era necesario su consejo y su valor. Las discordias civiles, las continuas guerras con navarros, aragoneses y moros de Granada, la defensa de sus estados y negocios políticos que se le confiaban, traían tan ocupado al marqués, que no parece podía quedarle tiempo ni ocio para hacer tan notables progresos en las letras y leer tantos libros como se deja entender por sus escritos, que le merecieron el renombre de Sabio. 29

XXXVII. Dejamos dicho con la autoridad de Alonso de Castro y de Fernando Pecha que en sus tiernos años estudió latín, retórica, poesía y erudición. A la verdad, todos estos estudios resplandecen en sus obras, así prosaicas como poéticas. Pero, si hemos de creer a Juan de Lucena, Íñigo López de Mendoza ignoraba la lengua latina siendo ya marqués de Santillana, pues en el Tratado de vita beata, que es un diálogo entre don Alonso de Cartagena, obispo de Burgos, el marqués y Juan de Mena, introduce al marqués hablando con el obispo en estos términos: “Si con Juan de Mena fablases a solas, latino sermón razonarías, yo lo sé. ¡Oh, mí, mísero, cuando me veo defetuoso de letras latinas!”. El ya citado Medina 30 dice también que “el Marqués no aprendió más lengua que la castellana”. Creíble es que el Marqués no supiese la lengua latina como era menester para “razonar latino sermón” en un diálogo cual se representa en aquel tratado, pero se hace increíble que no tuviese de ella aquella inteligencia que basta para entender los autores latinos, sin lo cual parece imposible hubiese hecho tanto estudio en la doctrina de los antiguos.

XXXVIII. En su carta da bastantes indicios de que entendía la lengua latina, pues usa con mucha oportunidad del texto de San Pablo, cum essem parvulus &c., y de la sentencia de Horacio, quem nova concepit olla &c., pues, aunque está en la carta del marqués desfigurado el verso, se conserva la sentencia, y esto prueba que la entendía, aunque no se acordase de lo material de las palabras. Lucio Marineo Sículo, 31 poco posterior al marqués, “no hallo alabanzas -dice- con que ensalzar a Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, porque, si ha habido alguno en España que en las armas y pericia militar ha merecido verdadera alabanza, ciertamente ha sido este”. Esto por lo que toca a las armas. “Fue también aficionadísimo –prosigue- a los estudios de la latinidad”. No parece, pues, debe dudarse que entendía la lengua latina. También se conoce, por el contexto de su carta, que entendía la italiana y francesa, pues da noticias de sus principales poetas y bastantes pruebas de haberlos leído en sus lenguas originales. Acaso aludiendo a esto, entre otras cosas, dice Argote de Molina 32 que “fue doctísimo en letras curiosas, de las cuales tuvo comercio con los hombres insignes de aquella edad”.

XXXIX. La fama del Marqués en las letras y pericia militar fue tan grande que muchos estranjeros venían a España solo por tratarle y conocerle. Juan de Mena, en el prólogo a la Coronación, le llama “prudentísimo, magnánimo e ingente caballero”, de la fama del cual –dice- muchos estranjeros que en España no habían causa de pasar hayan por huéspedes sufrido venir en la castellana región, no es a nosotros nuevo”. Sabía el marqués, como lo dice en el proemio de sus Proverbios, que “la sciencia no embota el fierro de la lanza, ni face floja el espada en la mano del caballero”, y así supo hermanar estos dos ejercicios, de modo que no hallaba otro descanso en la fatiga de las armas que el dulce embeleso de los libros.

XL. Juan de Lucena, hablando del marqués en nombre del obispo, “Jamás –dice- las desnuda (las armas), salvo cuando viste la toga. En armas estrenuo, disertísimo en letras. Si en lo uno trabaja, descansa en lo al. Ni las armas sus estudios, ni los estudios empachan sus armas”. Del mismo concepto usó Esteban de Garibay, 34 diciendo: “falleció en estos días el valeroso caballero, en quien las letras no embotaron la lanza, don Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana y conde del Real de Manzanares”. Mosén Jaime Ferrer de Blanes, catalán, en un libro que escribió en lemosino en tiempo de los Reyes Católicos, intitulado Sentencias Católicas del Diví Poeta Dant, y se imprimió el año de 1545, en 8º, hace honorífica mención del marqués y le llama “sabio y prudente caballero digno de reverente memoria”. Y añade: “y, no obstante que abunda en plenitud de muchas ciencias, fue muy gran dantista, según se muestra en muchas partes de sus Proverbios gran semejanza en algunas autoridades de las comedias de dicho autor”. Don Nicolás Antonio 35 le llama “ mecenas de los literatos, excelente cultivador de las letras y poeta del primer orden”; llámale también “la mayor honra y delicias de la nobleza española”. Finalmente, la fama de nuestro marqués fue tan merecida, que apenas se han atrevido nuestros escritores a nombrarle sin llamarle prudente, magnánimo, esforzado, sabio y virtuoso.

XLI. Fue el marqués, dice Hernando de Pulgar, 36 de mediana estatura, hermoso de rostro y bien proporcionado de miembros. Fue hombre agudo, discreto y de gran corazón. No le alteraban las cosas grandes, ni quería entender en las pequeñas. En todo mostraba que era generoso y magnánimo. Hablaba bien y no decía cosa que no fuese de notar. Era cortés y honrador de todos los que acudían a él, especialmente de los hombres de letras. En el comer y beber fue siempre muy templado, y guardó gran continencia. Tuvo dos notables ejercicios, que fueron la disciplina militar y el estudio de la ciencia. Tenía en su casa hombres con quienes conversar sobre materias literarias, y caballeros con quienes trataba de la disciplina militar, practicándola con justas y con los demás ejercicios de la guerra, de suerte que era su casa escuela perpetua de armas y de letras.

XLII. Era tan prudente en gobernar las gentes de su capitanía, que sabía ser con ellas señor y compañero, porque ni el señorío le hacía altivo, ni la compañía bajo, pues dentro de sí tenía una humildad que le hacía amigo de Dios, y fuera guardaba tal autoridad, que le hacía amigo de los hombres. Daba literalmente todo lo que a él como capitán mayor le pertenecía de las presas que se tomaban a los enemigos, y, además de esto, daba de lo suyo cuando conocía que a alguno le era necesario. Por esta graciosa generosidad las gentes de su capitanía le amaban y, temiendo enojarle, no salían de su orden en las batallas. El rey don Juan el II, conociendo las claras virtudes de tan excelente caballero, le dio título de marqués de Santilla y conde del Real de Manzanares, acrecentándole su casa y patrimonio. Y no solo confiaba de él su persona, sino a veces la gobernación de sus reinos, y gobernaba con tanta prudencia, que los poetas decían de él que en corte era gran Febo por su clara gobernación, y en campo Aníbal por su grande esfuerzo.

XLIII. Era muy celoso de las cosas que pertenecen a varón y gran reprehensor de las flaquezas que veía en los hombres. Viendo a un caballero llorar por un infortunio que le había sucedido “¡Oh, cuan digno es de reprehensión –le dijo- el caballero que por ningún grave infortunio que le venga derrama lágrimas sino a los pies del confesor”. Ofreciéndosele un día acrecentamiento de sus rentas, respondió enojado que ese no era su lenguaje, que hablasen de esa cosa con otros que mejor la entendiesen. A los que amaban los deleites solía decir que mucho más deleitable era el trabajo virtuoso que la vida sin virtud, por deliciosa que fuese. Consideraba las cosas y los hombres según la realidad y no según la opinión, y en esto tenía una virtud singular y casi divina que jamás le permitió acepción de personas. Era tan piadoso, que cualquier atribulado hallaba consuelo en su casa. Tuvo gran copia de libros y tan claro renombre en los reinos estranjeros, que muchos venían a España solo por conocerle y tratarle, pero reputaba mucho más la estimación entre los sabios que la fama entre los muchos. La alegría que mostraba en su semblate era indicio de la virtud que reinaba en su alma. Todo esto y mucho más en elogio del marqués dice Hernando de Pulgar.

XLIV. El marqués había tomado por divisa una celada, y jamás había revelado el misterio que encerraba. Hallándose próximo a la muerte, recibidos los santos sacramentos, teniendo en una mano un crucifijo y en otra una candela encendida, “llegada es –dijo- la hora en que vamos a descubrir la celada”. Habíale servido esta celada de una perpetua recordación de la muerte, y así siempre gobernó sus acciones por el santo temor del Señor. Finalmente, el marqués de Santillana fue un perfecto modelo de caballeros cristianos.

XLV. Quiso Dios premiar sus claras virtudes dándole una consorte tan ilustre y tan virtuosa como doña Catalina de Figueroa, y en ella una dilatada sucesión en que afianzase y propagase la estirpe de su ilustre casa. El primero de los hijos que tuvo el marqués fue don Diego Hurtado de Mendoza, primer duque del Infantado; el 2º, don Íñigo López de Mendoza, conde de Tendilla, embajador de los Reyes Católicos en la corte de Roma y adelantado mayor de Andalucía; el 3º, don Lorenzo Suárez de Figueroa y Mendoza, vizconde de Torija y conde de Coruña. El 4º, don Pedro Laso de la Vega, señor de Valdermoso; el 5º, don Pedro González de Mendoza, obispo de Calahorra y la Calzada, y después de Sigüenza, arzobispo de Sevilla y de Toledo, gran cardenal de España, inquisidor general, patriarca de Alejandría, etc.; el 6º, don Juan Hurtado de Mendoza, señor de Colmenar y otros lugares; el 7º, don Pedro (o don Fernando) Hurtado de Mendoza, adelantado de Cazorla y señor de las villas de Tamajón y Serracín. Tuvo también tres hijas, doña Mencía, doña María y doña Leonor, que lograron enlaces correspondientes a su alta nobleza.

XLVI. Como el marqués fue tan sabio y curioso, dejó una copiosa librería, que sería hoy una de las más selectas en línea de manuscritos, si no se hubiera incendiado al principio de este siglo en su casa de Guadalajara. Consérvanse algunos en la librería que tiene en su casa de Madrid el excelentísimo señor duque del Infantado. Había entre ellos muchas traducciones castellanas hechas por orden del marqués, y gran parte de este trabajo había tocado al cardenal, su hijo.

XLVII. Don Diego Hurtado de Mendoza, primer duque del Infantado, vinculó los libros de dicha librería, para que su hijo el conde y descendientes se diesen al estudio de las letras, como su padre, el marqués, lo había practicado. Así lo dice don Nicolás Antonio en su Biblit[theca] vet[us].

XLVIII. Don Íñigo López de Mendoza, cuarto duque del Infantado, digno sucesor y heredero del nombre y virtudes del marqués, en el libro que escribió intitulado Memorial de cosas notables, hablando de sus mayores con su hijo don Diego Hurtado de Mendoza, marqués del Cenete, “la fama de todos -dice- se la llevó, y con mucha razón, solo uno, que fue el marqués don Íñigo López de Mendoza, vuestro abuelo… Muéstrase este ejercicio de letras de nuestros antepasados no solo por relaciones antiguas que de sus personas hay, sino también por la gran copia de libros curiosamente escriptos que en esta casa dejaron como apropiados y cuasi vinculados al señor de ella”. Dejó también el marqués copioso número de obras escritas en prosa y verso, en cuyas composiciones descansaba de los trabajos de la guerra. Resplandece en ellas su ingenio, su sabiduría y sus virtudes. Ojalá se imprimieran todas. Las que contiene su cancionero y algunas que andan fuera de él son las siguientes.

CATALOGO DE LAS OBRAS IMPRESAS Y MANUSCRITAS DE D. IÑIGO LOPEZ DE MENDOZA, MARQUES DE SANTILLANA Y CONDE DEL REAL


Las impresas llevan esta señal. *

* Los Proverbios de Íñigo López de Mendoza con su glosa. Tienen al fin esta nota: “Fenescen los Proverbios de Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, con el Tratado de Providencia contra Fortuna, compuesto por Diego de Valera. Impresos en Sevilla por Menardo Ungut Alemán e Stanislao Polono, compañeros. A quince días del mes de noviembre, año del Señor de mil e cuatrocientos e noventa e cuatro”.

Fueron hechos por mandado y ruego del rey don Juan el II para instrucción de su hijo don Enrique, príncipe de Castilla, que le sucedió en la corona y fue el IV de este nombre. Llámase también esta obra Centiloquio, porque contiene cien coplas, que son otros tantos consejos o documentos en que se hallan admirablemente hermanadas la moral cristiana y la política. Obra hecha a imitación de los consejos de Salomón y verdaderamente digna de que la lean y mediten los que tengan o hayan de tener el dificultoso y peligroso cargo de gobernar. Las coplas son todas como la que se pone aquí por muestra, que es la primera de la obra:

Fijo mío mucho amado,
para mientes,
no contrastes a las gentes
mal su grado.
Ama e serás amado,
e podrás
facer lo que no farás
desamado.


El marqués glosó algunas de estas coplas, pero la mayor parte de ellas, Pero Díaz de Toledo, por mandado del mismo rey. Esta edición, que parece la primera, debe ser preferida a las demás, por conservarse en ella las mismas voces, ya anticuadas, de que usó el marqués, que en las posteriores se hallan algo alteradas.

La estimación que ha logrado esta obra se manifiesta en las muchas impresiones que se han hecho de ella dentro y fuera de España. Pues, además de la sobredicha, hay otra en folio en la Real Biblioteca, sin año ni lugar de impresión, encuadernada con el Tratado de vita beata de Juan de Lucena, impreso en Burgos por Juan de Burgos el año de 1502. Lo que acaso ha dado ocasión para que algunos hayan aplicado a esta impresión de los Proverbios del marqués el año y lugar de la del tratado de Lucena. Esta impresión que tienen por la primera, y acaso lo es, los que no han visto la de 1494 nos parece ser la segunda.

Imprimiose después en Sevilla por Jacobo Cromberger alemán el año de 1515. en folio; en Toledo, por Gaspar de Ávila el de 1525, en folio; en Sevilla, en casa de Juan Jurado de Varela el de 1552, en folio; en Toledo, con varios opúsculos de otros, el de 1552, en folio; en Amberes, este mismo año con los proverbios y sentencias de Seneca, en 12º; en esta misma ciudad, en casa de la viuda de Martin Nucio, el de 1558, en 12º; segunda vez por dicha viuda, el de 1594, en 12º; tercera vez por la misma viuda, y en este mismo año, con otros opúsculos ajenos, en 8º. Después de estas diez impresiones de que tenemos noticia, y casi todas las hemos visto, es este libro uno de los raros de nuestra lengua. Don Luis Velázquez 37 aseguró que la primera impresión de esta obra fue la de Sevilla del año de 1532, siendo esta la quinta entre las que conocemos. Si hubiera dado por fiador de esta noticia a don Nicolás Antonio, merecería disculpa su equivocación.

Luis de Aranda, vecino de Úbeda, glosó en coplas de diez versos de pie quebrado cincuenta y cuatro proverbios de los del marqués, escogiéndolos entre todos como los de más moral sentido. Esta glosa, con otra que hizo de veinte y cuatro coplas de las 300 de Juan de Mena, se imprimió en Granada el año de 1575, en 8º.

Estos Proverbios o Centiloquio y todas las demás obras que había compuesto el marqués cuando se las pidió el condestable de Portugal andan desde entonces juntas en un cancionero que tuvo Argote de Molina, que acaso es el mismo que se guarda entre los M. SS. [manuscritos] de la Real Biblioteca. De las que se contienen en él, algunas andan impresas en el Cancionero general, y son todas las siguientes:

Proemio al condestable de Portugal, o carta con que le dirige el marqués sus obras; y es la que ha dado ocasión a nuestras notas.

* Proverbios del marqués de Santillana: ut supra.

Favor de Hércules contra Fortuna. Empieza: “Revuelva Fortuna el eje pesado”. Son seis coplas de ocho versos y una cuarteta que los antiguos llamaban “finida”, porque con ella daban fin a la composición. Llamaremos octavas, décimas y cuartetas a las coplas de ocho, diez y cuatro versos, aunque sean de distinto artificio de las que hoy tienen estos nombres.

El triunfete de Amor. Empieza: “Siguiendo el plasiente estilo”. Son veinte octavas y una cuarteta.

Querella de amor. Empieza: “Ya la gran noche pasaba”. Son siete octavas y ocho cuartetas.

Pregunta de nobles. Empieza: “Pregunto qué fue de aquellos”. Son diez octavas y una cuarteta.

Vision. Empieza: “Al tiempo que va trenzando”. Son trece octavas y una cuarteta.

El planto de la reina doña Margarida. Empieza: “A la hora que Medea”. Son diez y ocho oclavas y una cuarteta.

El infierno de los enamorados. Empieza: “La fortuna que non cesa”. Son sesenta y ocho octavas y una cuarteta.

Varios decires que no se especifican aquí.

El sueño. Empieza: “Oyan, oyan los mortales”. Son sesenta y siete octavas y una cuarteta.

Canción. Empieza: “Bien cuidaba yo servir”. Son una cuarteta y dos octavas de pie quebrado.

Loor a doña Juana de Urgel, condesa de Fox. Empieza: “No punto se discordaron”. Son cuatro octavas y una cuarteta.

El aguilando. Empieza: “Sacadme ya de cadenas”. Son treinta octavas y una cuarteta.

Oración de mosén Jordi. Empieza: “La fermosa compañera”. Son veinte y cuatro octavas con que Jordi pretendió ser laureado.

* Defunsión (muerte) de don Enrique de Villena, señor docto et de excelente ingenio. Empieza: “Robadas habían el Austro e Borea”. Son veinte y dos octavas.

Comedieta de Ponza. Empieza: “Oh, vos, dubitantes, creed las historias”. Son ciento y veinte octavas sobre la batalla naval que el rey de Aragón y el de Navarra dieron a los ginoveses junto a la isla de Ponza, en las costas de Nápoles un viernes 25 de agosto de 1435, en la cual fueron apresados dichos reyes y otros varios personajes, como se puede ver en la Crónica de don Juan el II 38 y en la Historia de España del P. Mariana. 39 Hace mención de este poema don Fernando de Herrera en sus Anotaciones a las obras de Garcilaso de la Vega. 40

El marqués a ruego de su primo don Fernando de Guevara hizo doce octavas de pie quebrado que empiezan: “Antes el rodante cielo”.

Carta del Marqués a una Dama. Empieza: “Gentil dama, cuyo nombre”. Son cuatro octavas y una cuarteta, y empieza cada copla por la última palabra de la antecedente.

Once sonetos.

* Varias coplas a las cuartanas que padeció en Valladolid el rey don Juan el II.

* Varias preguntas y respuestas curiosas entre el marqués y Juan de Mena.

Treinta y un sonetos a varios asuntos; y el uno en alabanza de Sevilla, con motivo de haber ido a dicha ciudad el año de 1455.

La canonización de los bienaventurados santos maestre Vicente Ferrer, predicador, e maestre Pedro de Villagreces, fraire menor. Empieza: “Remoto a vida mundana”. Son veinte y ocho octavas.

* Los gozos de Nuestra Señora. Empieza: “Gózate, gozosa madre”. Son doce octavas de pie quebrado.

* El marqués a nuestra señora de Guadalupe cuando fue a romería en el año de 55. Empieza: “Virgen eternal esposa”. Son seis décimas y una sextina.

Al rey don Alfonso de Portugal. Empieza: “Rey Alfonso, cuyo nombre”. Son ocho octavas.

* Doctrinal de privados del marqués de Santillana al maestre de Santiago Don Álvaro de Luna. Empieza: “Vi tesoros ayuntados”. Son cincuenta y tres octavas sobre el trágico fin del maestre, degollado en Valladolid el año de 1455. Hay en este poema muy importantes avisos para privados.

* Bías contra Fortuna. Es un dialogo entre Bías y Fortuna, de ciento y ochenta octavas de pie quebrado, como las que se darán por muestra. Compúsole el marqués con motivo de hallarse preso su primo el conde de Alba en la fortaleza de Roa, en donde fue puesto por orden del rey el año de 1448, o en el alcázar de Segovia, adonde fue trasladado después. 41 Hay en este poema sentencias muy agudas, mucha filosofía moral y documentos muy oportunos para formar un corazón superior a todos los reveses de la fortuna. Precédele una carta con que el marqués le envió a su primo, y la vida de Bías, uno y otro en prosa. Esta poesía con la carta y vida de Bías se imprimió en un tomo en 4º en Sevilla, por Estanislao Polono, según denota el carácter. Faltan al fin del ejemplar que he visto algunas hojas que contenían 40 coplas del poema, y por eso carece de la nota del año y lugar de la impresión. Posee esta obrita don Antonio Pisón. La carta del marqués se reimprimió el año de 1775 en la Colección del Centón Epistolar y otras obras, pág. 224. El poema empieza asi:

BIAS. *

¿Qué es lo que piensas, Fortuna?
¿Tú me cuidas molestar
o me piensas espantar
bien como a niño de cuna?


FORTUNA.

¿Cómo? ¿Y piensas tu que non?
Verlo as.


BIAS.

Faz lo que facer podrás,
ca yo vivo por razón.


Acaba así:

BIAS.

Yo me cuido con razón,
mera justicia derecho
haberte por satisfecho,
e así fago conclusión
e sin vergüenza ninguna
tornaré
al nuestro tema e diré :


¿Qué es lo que piensas, Fortuna?

* Suplicación al magnifico señor marqués de Santillana, su tío, de Gómez Manrique, que le pide un cancionero por medio de ocho octavas, y el marqués se le envía con otras ocho, que empiezan: “Sea Caliope adalid o guía”.

Nueve canciones muy donosas, y la primera en lengua gallega empieza: “Por amar non saibamente”.

Seis serranillas que en la dulzura del verso y naturalidad del estilo nada deben a la mejor composición castellana en este género de poesía. Sirva de muestra la siguiente:

SERRANA

Moza tan fermosa
non vi en la frontera
como una vaquera
de la Finojosa.

Faciendo la vía
de Calateveño
á Santa María,
vencido del sueño,
por tierra fragosa
perdí la carrera,
do vi la vaquera
de la Finojosa.

En un verde prado
de rosas e flores,
guardando ganado
con otros pastores,
la vi tan fermosa,
que apenas creyera
que fuese vaquera
de la Finojosa.

Non creo las rosas
de la primavera
sean tan fermosas
nin de tal manera,
fablando sin glosa,
si antes supiera
de aquella vaquera
de la Finojosa.

Non tanto mirara
su mucha beldad,
por que me dejara
en mi libertad.
Mas dije “Donosa”
por saber quién era
aquella vaquera
de la Finojosa.


Escribió también el marqués un poema sobre la creación del mundo, dividido en las siete edades, que consta de 333 octavas como la que se dará por muestra. El no hallarse en su cancionero hace sospechar que le compuso en los dos o tres últimos años de su vida, después de haber enviado dicho cancionero al condestable de Portugal. Guárdase este poema en la librería de la Santa Iglesia de Oviedo en un códice de pergamino en que hay también otras cosas. Su letra, dicen, parece del siglo 15. Hemos visto una copia en poder de don Pedro de Torres, canónigo de dicha Iglesia, de donde se sacó la primera octava, que dice así:

Al tiempo que fue del Señor ordenado
por nos el su fijo enviar a nascer,
sin otro ningún mensajero tener,
los cielos e tierra crio por mandado.
Lo que como todo estoviese ayuntado
antes que por partes fuese repartido,
por cima las aguas era traído
un viento por boca de Dios espirado.


* Refranes que dicen las viejas tras el huego, esto es, calentándose a la lumbre, ordenados por el orden del A.B.C., a ruego del rey don Juan el II. Imprimiéronse en Sevilla por Jacobo Cromberger el año de 1508, y son acaso la primera colección de refranes que se conoce, no solo en la lengua castellana, sino también en las demás vulgares de la Europa. Contiene 625 refranes, que se pueden ver en el tomo 1 de los Orígenes de la lengua castellana, publicados por el erudito don Gregorio Mayans y Siscar.

Juan de Sorapán en el prólogo de su Medicina española dice que “Íñigo López de Mendoza, sabio varón, por mandado del rey don Juan juntó en Medina del Campo trecientos de ellos (refranes) con unas glosillas de manera de consonancias”.

Don Tomás Tamayo de Vargas hace mención de estos refranes en su biblioteca M. S. [manuscrita], atribuyéndolos con equivocación a don Iñigo López de Mendoza marqués del Cenete, con este título también equivocado acaso por el que los imprimió: Refranes que dicen los viejos tras el fuego etc., impresos en Toledo por Juan de Ayala año de 1537, en 4º. El marquesado del Cenete entró en la casa del Infantado por don Rodrigo de Mendoza, hijo de don Pedro González de Mendoza, cardenal de España, y nieto del marqués de Santillana, y, aunque el dicho don Rodrigo tuvo un hijo llamado don Iñigo López de Mendoza, que, por ser primogénito, sería marqués de Cenete, este, siendo bisnieto del primer marqués de Santillana, no pudo ser autor de dicha colección impresa el año de 1508, cuando no habría nacido o sería muy niño. Finalmente, diciéndose en el epígrafe de esta colección que fue hecha por don Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana y a ruego de don Juan el II, no hay razón para atribuir a otro esta gloria.

En el Homero romanzado por Juan de Mena que se guarda M. S. [manuscrito] entre los de la Real Biblioteca se halla una carta del marqués con este título: Cuestión fecha por el noble y magnifico señor don Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana et conde del Real, al muy sabio et notable perlado don Alonso, obispo de Burgos, fecha a 20 de enero de 1444. Contiene una pregunta sobre el origen de la guerra y ocupa medio pliego de letra muy metida y como de aquel siglo. La respuesta fue fecha en Burgos a 17 de marzo del mismo año.

Dice don Nicolás Antonio 42 que escribió el marqués una carta muy celebrada, en respuesta a otra que le dirigió don Alonso de Cartagena, obispo de Burgos, dedicándole el Doctrinal de caballeros. Pero, habiendo escrito su obra el obispo a ruego de don Diego Gómez de Sandoval, conde de Castro y de Denia, como se lee en la portada del libro y en el prólogo, y habiéndosela dedicado, como consta al fin de la obra por estas palabras: “Vos de buena mente aceptad este pequeño trabajo que por mandamiento vuestro con alegre corazón e presta mano en esta composición yo tomé”, se puede dudar de la noticia de don Nicolás Antonio. Muy creíble es que el obispo enviase al marqués su Doctrinal para que le viese, y que este le escribiese alguna carta llena de erudición y por eso muy celebrada, pero no tenemos noticia de ella.

El P. Labbé hace mención de las cartas del marqués de Santillana al conde de Alba cuando estaba preso, con algunas poesías españolas como, existentes entre los M. SS. [manuscritos] de la Real Biblioteca de París, pero creemos que no son obra distinta del Bías contra Fortuna, con la carta que le precede y vida de Bías, de que hemos hablado.





1.  Crón[ica] del Gr[an] Card[enal], lib. I, cap. 23.
2.  Cl[aros] varon[es], tit. IV.
3.  Histor[ia] M.S. [manuscrita] de Guadalajara, fol. 138 y 39 [Se trata de la Historia eclesiástica y seglar de la muy noble y muy leal ciudad de Guadalajara, de Alonso Núñez de Castro, Madrid, por Pablo de Val, 1653]
4.  Hist[oria] de Guadalaj[ara].
5. Pecha, folio 138.
6. Fol. 140.
7.  Vida del Gran Card[enal], m.s., fol. 5
8.  Nobl[eza] de Andal[ucía], lib. 2, cap. 233.
9. Montaña de Ágreda.
10. Soldado de infantería.
11. Pecha, fol. 134.
12.  Clar[os] varon[es].
13. Sitio poblado de almendros.
14. Lib. 2, cap. 233.
15. Lib. 1, cap. 24.
16. Fol. 146.
17. Fol. 147.
18. Fol. 5.
19. Pecha, fol. 448.
20. Lib. 15, cap. 54.
21.  Dignid[ades] de Cast[illa], lib. 3, cap. 12.
22. Lo que se dice en estas noticias relativo a Sopetrán es tomado de la historia que escribieron de este monasterio fray Basilio de Arce y fray Antonio de Heredia, monjes benedictinos.
23. Fol. 153.
24. Fol. 153.
25. Fol.154.
26. La muerte.
27.  Crón[ica] del Gr[an] Card[enal]
28.  Cl[aros] varon[es].
29.  Sandov[al], Descend[encia] de la casa de Mendoza.
30. Fol. 4,
31.  De laudib[us] Hisp[aniae], lib.5.
32.  Nobl[eza] de Andal[ucía].
34. Lib. 17, c. 5.
35.  Bibliot[heca] Vet[us], tom. 2, pág. 176, n. 416.
36.  Clar[os] var[ones].
37.  Oríg[enes] de la poes[ía] cast[ellana], pág. 50
38. Año 35, cap. 261.
39. Lib. 21, cap. 9.
40. Pág. 541.
41.  Crón[ica] de don Juan el II.
42.  Suplem[ento] Bibliot[heca] Nov[a] M.S. [manuscrito], pág. 325.

GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera