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Título del texto editado:
“Vida del Poeta”.
Autor del texto editado:
Faria y Sousa, Manoel de (1590-1649)
Título de la obra:
Lusiadas de Luis de Camoens, príncipe de los poetas de España, al rey nuestro señor Felipe Cuarto, el Grande. Comentadas por Manuel de Faria y Sousa, caballero de la Orden de Cristo y de la Casa Real. Contienen lo más de lo principal de la historia y geografía del mundo, y singularmente de España, Mucha política excelente y católica, varia moralidad y doctrina, aguda, y entretenida sátira en común a los vicios, y de profesión los lances de la poesía verdadera y grave y su más alto y sólido pensar. Todo sin salir de la idea del Poeta
Autor de la obra:
Faria y Sousa, Manoel de (1590-1649)
Edición:
Madrid: Juan Sánchez, a costa de Pedro Coello, 1639


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VIDA DEL POETA


Escribió la vida de Luis de Camoens con estudio, curiosidad y diligencia el doctor Manuel Severim de Faria, chantre en la ilustre y santa Iglesia de Évora, sacando lo más de ella de las mismas obras del autor; y, siendo el primero que lo supo hacer, nos arrebató esa gloria que andábamos solicitando con dar a la estampa su libro intitulado Discursos varios y políticos, el año 1624, en que ya nos hallábamos con el segundo borrador de este trabajo, a lo menos de muchos años, cuando de pocos aciertos. Dámosle las gracias de lo que nos enseñó con su buen celo y diligencia y, arrimando a ella la nuestra, diremos así.

II. Como si Luis de Camoens no fuera grande por sangre y por ingenio y por acciones militares y estudiosas y hubiera nacido muchas edades antes, vino a padecer duda el lugar de su nacimiento y total olvido el año de él. Cosas que descubren bien cuán poco cuidado dio a su patria un varón tan raro y descuido en que mucho más que a él la hallo yo perdidosa a ella. Algunos afirmaron que fue natural de Coímbra, porque en esa ya florente corte portuguesa tuvieron ilustre casa ascendientes ilustres suyos. Toda vía de sus obras no consta eso, porque ninguna vez en ellas nombra el río Mondego –claro honor de aquella nobilísima ciudad y deliciosísimo terreno– que le llame patrio y suyo, como algunas veces llama al Tajo. Verdad sea que le muestra amor y le celebra, pero eso es como quien pasó los primeros años en sus márgenes con ocasión de los estudios que siguió en aquella siempre celebre academia, que soleniza en la e[stancia] 97 del c[anto] 3. Y como quien en ella tuvo amores finos y les dejaba el alma, se despide en el soneto 3, de los pocos suyos que se ven en el tomo, que la codicia hizo llamar Parte segunda de sus Rimas:

Doces agoas e claras do Mondego,
doce repouso de minha lembrança,
onde a comprida e perfida esperança
longo tempo a pos si me trouxe cego;
De vos me aparto, etc .


Y en la canción 4, que ya fue escrita en Lisboa:

Vam as serenas agoas
do Mondego decendo
mansamente que atè o mar nam param;
por onde minhas magoas
pouco e pouco crecendo,
para nunca acabar se começàram, etc.


Pero del Tajo no se descuida de llamarle suyo y patrio, y a las damas, suyas y tajides. En la est[ancia] 3 de este poema: "E vos Tag des minhas." Y en la 81 del c[anto] 7: "E ainda Ninfas minhas," hablando con las propias tajides. Y si bien en la est[ofa] 78 antes se acuerda de los dos ríos, diciendo:

………… Mas, ò cego!
eu que cometo insano, e temerario,
sem vos Ninfas do Tejo; e do Mondego?
Vosso favor invoco, etc.


Esto es, en cuanto respeta solamente a que Coímbra fue su parnaso, y los estudios que allí consiguió, sus musas, con que canta agora de su patria; o también en respeto de que Coímbra, como Lisboa, fue el asiento de la corte portuguesa y valor portugués que celebra, dando a las damas naturales el titulo extraño de musas, por las razones que dijimos sobre la e[stancia] 3 del c[anto] 1. Descúbrese esto en que cuando las trata solo como damas dice que ellas solamente son las que le hacen cantar los hechos lusitanos, de puro obediente a su hermosura, porque los señores de puro estériles le secaban la vena y le destemplaban la lira, como claramente se ve de la e[stancia] última del c[anto] 5 y de la 145 del 10. Y así se desvió su poesía al amor de esas ninfas, como lo publica en esa e[stancia] del c[anto] 5:

………… Dar a todo o Lusitano feito
seu louvor, he somente o prosuposto
das Tagides gentis, e seu respeito .


Y por eso a ellas invoca al principio del c[anto] 1 y al fin del 7, como allá apuntamos. Al Tajo, como natural, procuró siempre engrandecer, y de eso están llenas todas sus obras, y en la e[stancia] 3 de este poema confiesa que todas ellas fueron enderezadas a él, y se lo pone por deuda a las propias ninfas, para que, mostrándose gratas a ella, le den nuevo espíritu así:

E vos Tagides minhas pois criado
tendes em mi hum novo engenho ardente,
se sempre em verso humilde celebrado
foy de mi vosso rio alegremente;
daime agora um som alto, etc.


Mostrando, que apenas cantó cosa alguna que no fuese llevado del amor de su patria de ellas y de él, que tanto las amaba a ellas como a ella.

III. Mas, si nadie puede afirmar que el p[oeta] nació en Lisboa, ¿quién quita a la insigne villa de Santarén la acción que tiene a su nacimiento, siendo su madre, doña Ana de Macedo, natural de ella, y ella en aquellos tiempos ilustre retiro de los reyes y en todos asilo de los caballeros? Juntase a esto que, cuando el p[oeta] fue desterrado la primera vez, a esa villa, como a sagrado natural se acogió, según parecerá de lo que diremos adelante. Y tanto puede celebrar el Tajo y sus ninfas un natural de Santarén como otro de Lisboa, pues se bañan en él con igualdad. Verdad es que dice el licenciado Manuel Correa, persona de crédito y de la edad del poeta y su amigo, que nació en Lisboa por los años 1517. Dejáronse creer algunos que el p[oeta] hablaba de si en el soneto 100 cuando dijo:

Crioume Portugal na verde e cara
patria minha Alenquer.


Singular absurdo, pues no vieron que era menester le hubiese el p[oeta] hecho en el otro mundo, porque allí habla en persona de un muerto. La duda que podía quedar en pie acerca de dónde eran las damas que invoca y que celebra, pues llamándolas tajides, igualmente podían ser de Lisboa y Santarén, como ahí dijimos, se puede contravenir con mostrar que el p[oeta] descubiertamente estaba apasionado por las de Lisboa en su carta I, diciendo: "Agora julgay, señor, o que sintir à bum estomago costumado a resistir as falsidades de hum restinbo de tauxia de būa dama Lisbonense, etc." Pero esto podía ser como enamorado por asistente, y no como natural por nacimiento. Y así, no habiendo el licenciado Correa traído otro testimonio más del suyo, en cosa que padecía tanta duda, no prueba que Luis de Camoens haya nacido allá en modo que se pueda tener por cierto, y más habiendo pareceres de que nació en Coímbra, y no siendo desproporcionado el nuestro de que pudo antes ser en Santarén. Mas al fin parece que convenía a la grandeza de Luis de Camoens, como a la del Nilo, que no se supiese con seguridad su nacimiento y que, como por Homero las siete ciudades griegas, compitiesen por él las dos primeras ciudades y la villa primera de Portugal. Gran cosa que de hombres grandes, en cuanto vivos, se haga tan poca cuenta generalmente, y que todos los quieran después de muertos.

IIII. Era Luis de Camoens caballero por sangre, de la ilustre de los reinos de Galicia y Portugal. De esta manera: tradiciones y constante fama publican que entre Noya y tierra de Barcala y Soneyra fue el solar de la familia de los Caamaños, señores de diez y siete pueblos o feligresías –como dicen las memorias manuscritas–, en que todavía permanece el nombre de Caamañesas y que por las ocasiones de aquellos tiempos –particularizando que un señor de esta casa mató un caballero de la de Castros– vino ella en diminución, por ser forzoso ausentarse, como lo hizo, pasándose a vivir en una casa fuerte llamada Rubianes, que tenía de la otra parte de un brazo de mar, que llaman Ría de Arosa, adonde desde entonces permanece esta familia, siempre con lustre de su primero estado, aunque disminuido, porque con la mudanza y las causas referidas y otras se perdieron aquellas tierras que tenían de la otra parte. Y consta más, que, habiendo sucedido esto habrá trecientos años, aun hoy se conservan casas con este apellido, como son las de los señores de Nebra y Romelle y la de Rubianes, que es hoy el solar y mayorazgo entre Pontevedra y Villagarcía, de cuyos señores con sucesión continuada consta por testamento y escrituras auténticas desde el año 1402, empezando en Ruy Fernández de Caamaños, y se fue dilatando hasta hoy, emparentada siempre con familias ilustres de Galicia y de Castilla y produciendo personas de singulares partes, ocupando muchas honrados puestos. Refiérelo más largamente el doctor Juan Salgado de Araújo, abad de las iglesias de Pera, diligente investigador de las casas de Galicia, en el libro que tiene compuesto de ellas. Esto allá.

En Portugal tiene principio la familia de este apellido (con alguna corrupción, pues decimos Camoens) en Vasco Pérez de Camoens, que desde Galicia pasó a servir al rey don Fernando de Portugal, el año 1370, por ventura obligado de las mismas causas que obligaron su gente a perder aquel primer señorío y pasarse a Rubianes. De quién fuese hijo no consta, mas fácilmente parece que lo debía ser, o hermano, de ese Ruy Fernández con quien empieza la memoria de esta familia; pero sábese que era persona tan señalada, que luego le dio el rey las villas de Sardoal, Puñete, Marão, Amendoa, concejo de Gestaço y las tierras que en Avís y Estremoz fueron de la infante doña Beatriz, y le hizo de su Consejo y, lo que es más, le fio la alcaidía mayor de Portoalegre y Alenquer, lugares notables y cargo de gran confianza y estimación en todos tiempos, y en aquellos mucho más. Siguió después las partes de Castilla –esas eran las buenas–, y, perdiéndose en Aljubarrota, le quedaron solamente algunas tierras en Alentejo, adonde hoy permanecen caballeros sucesores suyos. Fue casado con hija de Gonzalo Tenreyro, general de las armadas de Portugal, que tuvo título de maestre de la Orden de Cristo. Sus hijos fueron Gonzalo, Juan y doña Costanza de Fonseca, hija de Alonso Vázquez de Fonseca, alcaide mayor de Moreira y Marialva, que era hijo de Vasco Fernández Coutiño, de quien proceden los memorados condes de Marialva, con sucesora de cuya casa casó un infante legítimo de Portugal, en el tiempo de su mayor grandeza, que fue el de los reyes don Manuel y don Juan Tercero. De esta su mujer hubo Gonzalo de Camoens a Antonio, de quien fueron hijos Lope y Aldonza. El Lope casó con Inés Díaz de Cámara, hija de Diego Alonso de Aguilar y nieta de Juan González de Cámara, tronco de los condes de Calleta; y tuvieron a Antonio, a Simón y a Duarte de Camoens. Antonio casó con doña Isabel de Castro, hija de don Juan, hermano de don Fernando de Castro, de quien proceden los condes de Basto. Fueron sus hijos Lope Vaz y Luis González, fundador del mayorazgo de la Torre, que se continúa en sus descendientes. Casó el Lope con doña María de Fonseca, hija de Gaspar Roiz Preto, hijo de Jorge, caballerizo mayor de la emperatriz doña Isabel. De ella tuvo a Antonio y a doña Ana. Antonio casó con doña Francisca de Silveira, hija de don Álvaro, hijo de don Diego Silveira, conde de la Sortella y guarda mayor del rey don Juan Tercero. Tuvieron hijos, y así ilustremente fue creciendo este ramo del hijo primero del trasplantador de esta familia en nuestro reino. Vengamos al segundo del segundo hijo suyo, de quien procedió el sin segundo poeta.

V. Juan Vaz de Camoens, vasallo (título que en aquellos tiempos era grande, si bien no le tenían solo los mayores) del rey don Alonso V, y era justo que el grande Camoens fuese produción de un hombre que hubiese logrado título de grandeza. Persona fue notable en la guerra y en la paz. Tuvo casa y tiene entierro, todo ilustre, en la ciudad de Coimbra. Casó con Inés Gómez de Silva, hija de Jorge, descendiente legítimo de Juan Gómez de Silva, señor de muchas tierras y alférez mayor del rey don Juan el I. Tuvieron hijo a Antonio Vaz de Camoens, que casó con doña Guiomar Vaz de Gama, de que tuvo a Simón Vaz de Camoens, que casó con doña Ana de Macedo, de la villa de Santarn, estanque ya de nobilísima sangre. De ellos nació nuestro poeta, que empezaba a vivir cuando su padre perdió la vida sobre un naufragio padecido en la costa de Goa, llevando la capitanía de una nave de la India. Esta es la calidad del nacimiento de Luis de Camoens, que, así como excedió en el espíritu poético a casi todos, en ella también los excedió, porque raros son de ellos los que la tienen de las primeras como él, y pocos llegan a la mediana observación que os enseñará la providencia divina, que a ninguno deja de adornar con alguna gracia o virtud, dando a los menores lo que, si el mundo no lo tiene por mayor, ello en realidad lo es; porque el ingenio raro y el juicio y el talento dones divinos son de la primera clase; que la sangre más quilatada y la hacienda numerosa ordinariamente se ven contrapesadas con la falta de estro, que es notabilísima falta. Pero en Luis de Camoens concurrió todo de manera, que fue ilustre dos veces: una por la sangre y otra por el ingenio. Y él se preció tanto de su nobleza, que, si de su ingenio se jacta en los lugares que enseñaremos en la última nota a este poema, no se jacta menos de ella en las estancias de sus rimas a don Antonio de Noroña, que, siendo caballero de los de la primera magnitud, le dice que no conocerá otro más honrado, así.

E allí outrem ninguē me conhecera,
Nem eu conhecerà a outro mais honrado,
Senam a vos, etc.


En él, que no tuvo sucesión, feneció este ramo a manera de luz cuando se apaga, que al apagarse resplandece mucho más. Ya habréis notado que, siendo él tan llegado por sangre a la familia de los Gamas, parece que a la de ellos fue fatal el descubrimiento de la India por el océano y del océano de la poesía por esa acción. Y también ponderareis que, siendo tan poderosa siempre la fuerza de la sangre, no bastó a contrastar la adversa fortuna de un ingenio raro, pues parece que los Gamas por esta le negaron lo que le debían por esotra. Ni yo dudo de que, cuando el poeta se queja de ellos en la e[stancia] 99 del c[anto] 5 y llama suyo al Gama "(o nosso Gama)," atendió a su fortuna y a su parentesco.

VI. En el escudo de armas de los Caamaños o Camoens hallo variedad. Aquellos papeles manuscritos que citamos en el número 4 dicen que ellas son un pino en campo rojo, con diez lanzas hincadas en el suelo, cinco a cada lado. El licenciado Molina en su libro del reino de Galicia dice que un brazo puesto en las manos de un ángel entre dos alas, teniendo en la mano una corona en campo de oro. Argote en la Nobleza de Andalucía, que tres besantes de plata, guarnecido cada uno de tres fajas rojas, y por orla ocho aspas de oro en campo rojo, y por timbre un brazo y mano de ángel, vestido de plata, con una corona de espinas en la mano y las puntas ensangrentadas. Del libro de blasones juntos por el rey don Manuel se ve que las armas de los Camoens en Portugal son una sierpe de oro que va pasando entre dos peñascos de plata en campo verde. Que en los de Galicia se halle variedad me da más cuidado que el no conformarse en algo con ellos los de Portugal, porque en aquel tiempo muchos caballeros –esto consta–, mudando de reino y de príncipe, mudaban de blasones, y así es de creer que le tomó nuevo de la mano del rey don Fernando Vasco Pérez de Camoens, y debía eligir la sierpe entre los dos peñascos por estrecharle la necesidad a hacerse de dos príncipes o reinos y porque, como ella se renueva entre ellos, él se renovó en este pasaje con las mercedes que halló en nuestro rey. Y, por dicha, que por gratitud de ellas eligió por blasón el timbre de este reino, que es la sierpe, por figura de Cristo, según lo ordenó el rey don Alonso Enríquez. Sirva este discurso mientras no hallamos otra certeza.

Varias opiniones hay sobre la causa del apellido de Caamoens, voz en que hallo mucha antigüedad, pues ya el padre de la poetisa Safo se llamó Camón, y también un lugar, según consta del cap[ítulo] 10 de los Jueces, al principio. Una es que fue el ave llamada camón en portugués, que es el porfirión, mas parece –aunque no es forzoso, –que le había de tener por blasón si fuera así. Lo mismo concurre en la otra, de que procediese de una torre llamada de Camoens o Caamaños en Galicia, de que no hallo más vestigios que los apuntados en el número 4 de aquellas feligresías y casa fuerte que poseyeron. Otro tanto sucede a la otra, de que fue su origen el pomo que en algunas partes de Portugal –principalmente llegadas a Galicia–, se llama camoès, que de la camuesa no defiere en color y gusto, aunque defiera en forma, por tener él más un poco de piramidal que ella; y de esta fruta es fértil Galicia, y puede ser que lo fuesen singularmente aquellas tierras de que estos caballeros eran señores. La otra, de Sebastián de Covarrubias Orozco en su Tesoro de la lengua castellana, en la voz Camoes, diciendo que este apellido resultó de un lugar de este nombre en Portugal, es al contrario, porque una hacienda o mayorazgo que se llama la Camoeira, en Alentejo, tomó este nombre del apellido de los Camoens, que la instituyeron y poseen hoy, si ya no le dijo informado de que en la provincia de Trasosmontes hay una villa con este nombre.

No me puedo contener que no me detenga en carear esas figuras de los blasones y estos orígenes del apellido de Camoens con la persona, calidades y fortuna de nuestro poeta. En el primer blasón hallo un pino, que es árbol príncipe en el adorno y pompa de las casas señoriles; eso fue el p[oeta] en su patria; es árbol de los consagrados a deidades; él lo fue a las del Parnaso; es árbol dedicado a las fábricas marítimas; él nació con estrella de habitarlas; es árbol que, degollándole una vez, no revienta; el degollado de disfavores suspendió la copia de su poesía; es árbol de fruto que necesita de industria para ser logrado; las obras de este poeta, que son sus frutos, necesitan de buen juicio y entendimiento para ser gustadas enteramente; es árbol cuyas hojas pican y que deja tal vez caer una piña que hiere; entre la copiosa hermosura de las poesías de Luis de Camoens y singularmente de este poema, hay términos picantes y estancias que cayeron en las cabezas a algunos y no los lastimaron poco; es árbol que tarda en crecer y dura mucho crecido; el p[oeta] tardó en este poema y durará en él con el mundo; es árbol en que el fuego se enciende de buena gana, formando llama grande; así en el poeta la ha formado el mismo Apolo, encendido en él con igual fuerza; es árbol de cuya especie se hacen los instrumentos músicos; logrole el p[oeta] tan cabal como de cosa suya: es árbol que siempre sustenta sus hojas; el p[oeta], su estimación. De las lanzas diremos solo que, si el p[oeta] nació con ellas, con ellas vivió, no teniendo menos airosa mano para la lanza que para la pluma, como es notorio.

Y, si el blasón es un brazo puesto en las manos de un ángel, teniendo en la mano una corona en campo de oro, como dice el licenciado Molina, le cuadra al p[oeta] cuanto puede ser, porque se pudiera decir que algún ángel le fue llevando la mano en lo divino de sus escritos y poniéndole luego en ella la corona o láurea que merecía por ellos, y dudo si él mismo aludió a esto cuando dijo en la e[stancia] 5 del c[anto] 10 que era angélica la sirena que allí canta, por llamar angélico a este canto, guiado de aquella noticia, y lo mismo dudo de aquel lugar de su ode 7, diciendo de este modo:

Sempre foram engenhos peregrinos
da Fortuna envejados;
que quanto levantados
por hum braço nas asas sam da fama;
tanto por outro a forte que os desama,
com o peso e gravidade
os oprime da vil necessidade.


Adonde veo bien que alude al muchacho del emblema de Alciato, con alas en un brazo que le eleva y peso grande en otro que le abate, pero vehementes sospechas tengo que también alude a esta figura de su blasón, en que se ve puesto un brazo entre dos alas en las manos de un ángel, y a su fortuna, que, pudiendo más que su nacimiento ilustre y ingenio ilustrísimo, le arrastra y le deslustra. Bajemos un poco las cuerdas al instrumento. A las virtudes angélicas toca el amor, la música y la ciencia; eso vemos concurrir en un poeta que tiene por blasón un ángel, porque él se precia de abrasado en amor de la patria, como veréis en las notas primeras a este poema, sobre el nombre de Luis de Camoens que explicamos, y en las est[ancias] 154 y 155 del c[anto] 10 se precia de la ciencia y de la música poética y en otros lugares que se verán de la nota última a este poema, como si nos dijera en todo eso que en su persona concurría lo que en su escudo o blasón y cómo en él hay corona, y con esa le faltó la patria y los príncipes de ella; de esa falta se lastima mucho en la est[ancia] 81 del c[anto] 7 diciendo que a trueque de las coronas que le prometía su ingenio –como se las había dado su calidad– le dieron tormentos.

Y si la corona de este blasón ha de ser de espinas con las puntas sangrientas, eso es lo que justamente pusieron en la cabeza a este poeta los dueños de la hacienda de Portugal, porque aún hoy está manando sangre la calavera de este hombre grande, lastimada de las asperezas, ingratitudes y miserias con que fue tratado. Dejo las aspas y besantes y fajas, que también son insignias que se pudieran carear con sus martirios.

Pero, siendo su verdadero blasón en Portugal la sierpe entre los peñascos, ella símbolo de la prudencia, ellos de la austeridad y selvatiquez, queda el poeta siendo esa serpiente metida entre lo robusto y duro de sus naturales, que no le sirvieron más que de desollarle, sin el provecho que ella saca de salir vestida de nuevo después de desollada, sino que por las manos de la impía fortuna se estrecharon los peñascos al pasar la sierpe y miserablemente acabaron de oprimirla, en vez de renovarla. Yo del mismo poeta lo he sacado. Él en las est[ancias] últimas del c[anto] 5 va mostrando que un capitán para ser perfeto ha de tener estudios, que ordinariamente son los maestros de la prudencia, y en las últimas también del c[anto] 10 dice de sí que en él concurrió esto, y fue verdad, si fue jactancia; luego veísle ahí hecho la serpiente, símbolo de la prudencia. Y en la e[stancia] 95 del c[anto] 5 se duele de que caballeros portugueses, aunque eran valientes, no eran sabios, y con esa falta les las llama robustos y duros: Cuja falta – allí –os faz duros e robustos; luego veis ahí los peñascos, porque de ellos son muy propios esos dos epítetos. Síguese que ese nombre de peñascos dio claramente a esos caballeros; claro está: habiéndose, pues, dado a si propio el de serpiente, se queda la historia entera. Él, sierpe entre ellos y de ellos estrujada; toda vía no de modo que el poeta no quedase siempre superior, porque, hurtándoles la vuelta con la fama, ya que ellos se la hurtaron con la escaseza, sucedieron los siguientes elogios.

Sierpe, sí, entre peñascos, pero con el castigo a ellos que del propio Dios fue dado a ella por haber engañado a Adán: que andaría siempre arrastrada, como falta de pies, y ellos lo andan de la fama por falta de ánimo. Serpiente sí, pero, como ella corriendo y enroscándose imita las olas del mar, por más que batieron esas olas en el poeta, ya estaba convertido en peñascos de gloria –habiendo ya tomado para si los de su blasón–, y en virtud de su ingenio quedó firme entre ellas, como el escollo, ofendiéndolas más agora de lo que ellas le pudieron ofender entonces; porque, apareciendo siempre estable ese peñasco o escollo y continuamente tocado de los rayos de las alabanzas que le ilustran, dejan mucho más corrida toda la tormenta que le quiso deslustrar. Más. Para la sierpe es veneno la saliva del hombre; los hombres escupieron en esa sierpe con desprecios, pero, como ella también para ellos es veneno, el poeta que ella representa lo derramó sobre ellos de modo que los dejó rabiando, curándose con su propia triaca del otro que ellos le habían echado. Con la sierpe de metal se reparaban las mordeduras de las sierpes vivas; con la suya, del metal más sublime, que es el oro, y con el metal sonoroso de la fama se curó el p[oeta] de todo lo venenoso de esas sierpes, y mejor si la suya es tomada del timbre portugués, como apuntamos. Con la sierpe en círculo se figura el tiempo; de él tiene tomado posesión nuestro poeta, representado en esa sierpe, que en virtud de su ingenio va feneciendo el círculo de un siglo, del cual se irán engazando todos los que restan de duración al propio tiempo. La sierpe se encanta y desencanta; esta se encantó con la opresión de motivos de lágrimas y se desencantó con este canto de motivos de alegrías, admiración y elogios. Finalmente, la sierpe desollada sale con nuevo esplendor a vida nueva; esta sobre tantos aprietos vive, resplandece y va corriendo veloz por las cumbres de la inmortalidad, silbando y poniendo horror al de la propia miseria que le apretó y de la adversa fortuna que le hizo desconocer.

Vengamos agora al uno y al otro origen que se da a su apellido de Camoens. Si queréis que sea la ave llamada camón, ella tiene de la naturaleza el morirse en la casa en que la señora de ella comete adulterio, como lo dice el mismo poeta en sus redondillas.

Exprimentouse algum hora
da Ave que chamau: Camàm
que se da casa onde mora,
ve adultera a senhora
morre de pura paixàm,


tomándolo de Eliano en el cap[ítulo] 2 del lib[ro] 4, si ya no lo tomase de Opiano, por ser poeta que también lo trata. Podéis, pues, sospechar que al nuestro portugués camón le anticipó la muerte el ver adulterada de sus naturales la estimación con que él había casado su ingenio. Pero más se me parece al búho, sobre que desciende airada la turba de las otras aves, parece que ciegas en la copia de luz de aquellos hermosísimos ojos, con que sale en público, porque, saliendo el poeta con el dilatado resplandor de su poesía, no vio sobre si otra cosa que la turbamulta de ignorantes y de ingratos, que, aturdiéndole, le hicieron morir infelizmente, pagando una vida que no tenía culpa y una poesía que tenía tantos resplandores el crimen de la ingratitud y de la ignorancia. Toda vía, si era el camón que murió de ver aquel adulterio, está castigando los autores de él con su triunfo y llevando en sus alas, que son las de la fama, la noticia de tal vileza a par de la grandeza de su espíritu. Y si os agrada más el parecerse al búho, a que tantos ingratos y necios miraron con mal ojo, de admirados en sus luces, parecerá que la fortuna, a uso de cazador –que con esa ave engaña todas esas otras y las destruye, quedando ella siempre viva–, usó de nuestro poeta con ellos a ese modo, pues ellos después de correrle están corridos, él eternizado y extintos ellos, como mariposas a la llama, que, queriendo pasar por ella, perecen ellas y ella vive.

Y si os inclináis a que sea la torre, ella es imagen de la constancia, batida de las injurias del tiempo, y eso concurrió en el p[oeta], que ninguna lo mudó del propósito de alabar los beneméritos y del amor de la patria. La torre suele ser farol a navegantes, el poeta a los ingenios; la torre suele ser fuerza de que se acañonean los enemigos, el poeta eso hace a los suyos y a los del valor en este poema; y, finalmente, esta torre en que se figura nuestro p[oeta] tiene parecer a la de David, de que pendían mil triunfos, pendiendo de ella todos los de la poesía hermosa.

Y si el origen fue aquel árbol, así como él en premio de dar su dulce fruto padece tal vez el destrozo de la inclemencia de un rayo o bien del golpe de una segur, así el p[oeta] de la dulzura de sus versos, con que dio gusto a tanta gente, no vio por ello más en su persona que rayos y golpes inclementes de la ingratitud y de la miseria. Pero, cabiéndole en suerte a este árbol lo que a muchos, que después de ser tan útiles fueron tan infelices, también le cupo la de otros, que después de cortados revientan más copiosos y adquieren mayor duración; porque el poeta muerto en esa miseria resucitó en su misma gloria, haciéndose materia incorruptible al gusano del olvido y viendo desde su cumbre olvidados los que le trataron de ese modo y que, cuando llegue a haber alguna memoria de ellos, es como la de Eróstrato, que la pretendió con ser ruina de una fábrica admirable o –porque no salgamos de árboles– como Milón, que, queriendo destruir uno, él quedó muerto en el árbol, y el árbol vivo en su virtud.

Y si se atiende menos al árbol que a su pomo, y ese pomo representó el p[oeta], fue parecido al de Adán en que todos pecaron, con esta diferencia de que el género humano pecó por comerle, y el portugués por no darle de comer. O fue el pomo de oro de la discordia, habiendo de ser del aplauso; mas últimamente fue el pérsico, "melhor tornado no terreno albeo," como el p[oeta] dice en la e[stancia] 58 del c[anto] 9, porque en las tierras extrañas le estimaron más que en la suya.

VII. Volvamos de los elogios a la historia. La Universidad de Coímbra es fundación de nuestro entendido rey don Dionís, que con premios grandes trujo a ella grandes maestros en toda suerte de ciencias. Habiendo caído de esta cumbre la reparó nuestro no menos político rey don Juan el III, que también con reales alientos hizo correr a ella doctísimos sujetos, que la restauraron felizmente. De estos oyó nuestro poeta sus letras, que llegaron a filosofía, fundamento de todo saber, cuando sobre él se levanta un ingenio tan sublime. Con este, y buen empleo en las humanas, empezó a ejercitarse en la poesía, prometiendo de sus principios raros fines a quien le miraba con juicio. Con estas letras y adornos, juntos a las calidades de caballero y galán, y entendido sobre modo, pasando a Lisboa, llevó tras sí lo mejor de la corte, y principalmente la hermosura, porque fue muy estimado y favorecido de las damas. Al son de sus favores (apetitosísimo instrumento de los ingenios) escribió la mayor parte de sus rimas y de este poema. Y hay tradiciones que una de palacio fue la ocasión de su destierro, porque, perdido por ella, y haciéndola perder por sí, fue el remedio el apartarle. De este apartamiento se lamenta en aquella hermosa elegía que comienza "O Sulmonense Ovidio desterrado, etc. " Acordándose de aquel dulcísimo poeta que corrió la misma fortuna y llorándola como él, dice luego.

A vida com que vivo desterrado
do bem que noutro tempo possuia, etc.


El lugar de este destierro no está claro; aunque más adelante dice, que desde donde estaba vía el Tajo así:

Vejo o puro, suave, e brando Tejo
com as concavas barcas que nadando
vam pondo em doce efeito o seu desejo.
Dali falo coma agoa, etc.


Y esto nos persuade a que creamos que debía estar en la villa de Santarén, de que era natural su madre, y vecinos sus parientes; o tendría allí algunos a que poderse arrimar, cuando ya no la tuviese a ella. Y como esa ilustre villa está eminente al Tajo, que se ve caminar a Lisboa, adonde estaba la causa de su destierro, decía a las aguas su tristeza para que ellas allá dijesen a su señora, y lloraba el no poder ir a ella con ellas, envidiando el verlas ir adonde él no podía.

VIII. Finalmente, debía perder las esperanzas de volver a Lisboa, y resolviose en servir por la guerra. Pasó para este efeto a la ciudad de Ceuta, por ventura convidado de don Antonio de Noroña, que pasaba allá o asistía en aquella plaza, caballero de grandes calidades y singular estimador de las del poeta. Allí escribió la otra excelente elegía que empieza "Aquella que de amor descomedido etc." , adonde dice de este modo:

Ando, etc. ao longo de hūa praya, etc.
subome ao monte que Hercules Tebano
do altisimo Calpe dividio, etc.


Y ese monte que Hércules dividió del Calpe, y a que nuestro p[oeta] subía es el Abila en Ceuta, desde el cual dice estaba registrando antigüedades africanas así:

Dali estou tanteando aonde vio
o pomar das Hesperidas matando
a serpe que a seu passo resistio.


De manera que claramente consta de estos lugares que asistía en Ceuta cuando los escribió. Y debía ser esto poco tiempo antes de su pasaje a la India, que fue el año 1553, pues aún se hallaba en Ceuta don Antonio de Noroña, la nueva de cuya muerte allí llegó a la India el año siguiente, y el la lloró luego en su gran égloga I, como adelante mostraremos.

Sirviendo en África, como no tenía nada de cobarde (según consta de quien le conoció y de su primera carta, en que se precia de que nunca nadie le vio las plantas de los pies, habiendo él visto las de muchos) exponíase a los peligros, y sacó por testimonio de esto el sacársele el ojo derecho con una centella o ascua resurtida de un cañón encendido y disparado de los moros en el estrecho de Gibraltar, sobre una fusta en que andaba peleando al lado de su padre, de que parece que el seguirle en este ejercicio fue la ocasión verdadera de su pasaje a Ceuta. En la admirable canción 10 dice algo de esto, quejándose del amor, no porque él le tirase esa llama, sino porque le llevó a los tiros de ellas el haberle él tirado tanto con sus flechas, pues de amar tanto aquella dama le resultó aquella vida; así,

Fezme deixar o patrio ninho amado
pasando o longo mar, que ameaçando, etc.
Agora experimentando a furia rara
de Marte, que eo os olhos quis, que logo,
visse, e tocasse o acerbo fruto seu.


IX. Bien pondera el chantre que esto fue en África, y no en la India; pues, llegando allá y escribiendo su carta I, dice "Manuel Serràm, que sicut etc. nos manqueja de hum olho." De que se ve claramente que ya iba ciego de aquel ojo del reino, pues habla desde la India, adonde acababa de llegar, como de cosa que llevaba de él y que en él era notoria.

Volvió de Ceuta a la corte, traído por ventura de sus deseos amorosos, con achaque de pedir algún premio de sus ocupaciones militares, y más trayendo en la mejor parte del rostro, por testimonio vivo de ellas, una luz muerta. A lo menos con este alegaba él a la dama difunta sus méritos amorosos, pues en el soneto 19, que es a la muerte de ella, dice:

... Aquelle amor ardente
que ja nos olhos meus tam puro viste,


aludiendo a que Marte le ofendió en los ojos, porque el amor de ella le entró tanto por ellos, que le hizo ir adonde se los pudiesen quitar. Y así se ha de entender ese trozo de aquel soneto, no solamente con la propiedad del amor, que particularmente asiste en los ojos.

Más, vuelto el p[oeta] a la corte, vino a hallarse con tantos inconvenientes para continuarla, que se resolvió en pasar a la India a proseguir el ejecicio de las armas, de que se precia en la e[stancia] 155 del c[anto] 10, "Para serviros brazo as armas feito," hablando con el rey don Sebastián. Los inconvenientes parece fueron verse adelantado poco con la poesía, que soberanamente ejercitaba, y con singularidad algunas pendencias, como da a entender en la carta I, que desde allá escribió, diciendo "que agradece a si propio el haber sabido huir de los peligros que en Lisboa le armaban los sucesos, los humores y las lenguas." Aún hay quien quiera que todavía volvieron a encenderse los amores de palacio, y que ayudaron a esta segunda ausencia. Quién haya sido esta dama no consta; consta que el poeta con rebozo y cautela dice el nombre de Violante en el soneto 13, y eso insinúa peligro en declararse o cuidado en encubrirse. Agora dejo a los devotos de letanías de damas palaciegas el acordarse o averiguar las que se llamaron Violantes en palacio, volviendo una docena de años tras del de 1553, en que el p[oeta] se embarcó, que será desde el de 541, y sin duda podrán así venir en conocimiento de la tal Violante, si es que la hubo. Todavía el licenciado Juan Pinto Ribero entiende que ella se llamaba doña Caterina de Almada, su prima, y que la celebraba con el nombre de Natercia, cifra del de Caterina, como parece del soneto 70:

Quando Liso pastor num campo verde
Natercia crua Ninfa so buscava.


Y sobre esta advertencia noto yo que también el nombre de Luis, que también se escribe Lois, está en el del pastor Liso, y el declarar que estaba en un campo verde parece lo asegura mejor aludiendo el p[oeta] a que la sierpe, que es su blasón, en campo verde está.

Sea como fuere, el poeta salió de Lisboa para la India tan escandalizado, que llevó propósito de no volver a la patria, creyendo se vengaba así de ella, pues en la propia carta dice que al salir del puerto dijo aquellas notorias palabras de Escipión Africano: "Ingrata patria non possidebis ossa mea;" y como el filósofo, que, desterrado de su ciudad, dijo "que si le condenaban a que no viviese en ella, él la condenaba a que se estuviese sin él." Pero, mudando de parecer (que al fin puede tanto el amor de la patria), volvió a ella y murió tan lleno de amor de ella en Lisboa, que se cree fue la postrera cosa que escribió una carta que contiene estas palabras: "Em fim acabarey a vida, e veràm todos, que fuy tam afeiçoado a minha patria, que nam so mente me consentei de morrer nella, mas de morrer com ella;" mostrando claramente que se acordaba de los intentos con que salió de Lisboa para la India, y que, si había dicho las palabras de Escipión, no las había ejecutado y que había podido menos con él la ingratitud que el amor de la patria. Lo último que ahí dice fue porque se vía espirando en una triste cama, al tiempo que sobre la corona portuguesa se estaban echando suertes, en tanto que (¡oh dolor eterno!) la tenía la inútil vejez del cardenal don Enrique, y estaba anteviendo el poeta su ruina, y por eso la llama muerta.

X. Pasando, pues, el poeta a buscar la vida adonde de su padre había hallado la muerte (auspicio malo, si las fortunas se heredaran, aunque las adversas no están tan libres de eso como las prosperas), se embarcó en la nave de Fernando Álvarez Cabral, que iba por capitán de cuatro. Era esto el año 1553, y de la edad del poeta 36, habiendo nacido por los de 1517. Tenía el virreinado de la India don Alonso de Noroña, con quien luego se embarcó el poeta en una poderosa armada con que iba en socorro de los reyes de Cochim y de Porca. Dícelo el mismo poeta en su elegía I, en que con estilo valiente describe los sentimientos de la partida y los peligros de la navegación, y después aquel primer empleo militar, así:

Desta arte me chegou minha ventura
a esta desejada, e longa terra, etc.
Foy logo necesario termos guerra, etc.
Que būa ilha que o Rey de Porcà tem
que o Rey da pimentalha tomàra,
fomos tomarlha, e suecedeonos bem, etc.


Y tan bien, que en dos días después de llegados, fueron reducidas a fuego aquellas islas, que el Rey de la Pimienta quería usurpar, y él estrechado a pedir misericordia.

El año 1555 pasó el p[oeta] al estrecho de Meca, sobre que se levanta el monte Félix, en una armada de que fue capitán Manuel de Vasconcelos, adonde se detuvo algún tiempo. Consta esto de su canción 9, en que elegantemente describe aquel pedazo de mundo, y toda su alma entregue al sentimiento de la ausencia de sus amores:

Iunto de bum seco faro, esteril monte, etc.
cujo nome do vulgo introduzido
be Felix por antifrasi inf[e]lice, etc.
Aqui, etc. me trouxe bū tempo e tevo
minha fera ventura.
Aqui nesta remota, espera, e dura
parte do mundo quis que a vida breve
tamben de si deixasse bū breve espasso;
porque sicasse a vida
pello mundo em pedaços repartida.


Pero no la compuso allí, como piensa el chantre, pues dice el p[oeta] "Aquí me trujo un tiempo, y tuvo mi ventura," en que habla ya de lo pasado, y toda ella es relación que hace a su amada de que fue allí, como quien ya se hallaba en otra parte, que debía ser en Goa, adonde es cierto se vino a recoger la armada en que pasó allá, y adonde el ocio pudo dar lugar a esta ocupación y a otra que le trujo inquietud, porque escribió una sátira que intituló Disparates, y después otra que llamó Relación de fiestas en Goa, y andan en sus Rimas, y contienen motejos de algunos vicios de personas que en aquel tiempo no eran las ultimas de la ciudad; y, resultando quejas de esto, resultó de ellas prenderle y desterrarle para la China Francisco Barreto, que gobernaba la India el año 1556, y este es el mandato que el p[oeta] llamó injusto, y de que se lamenta en la est[ancia] 128 del 7, y después lo tocó en la canc[ión] 10 de esta manera:

Em fim nam ouve trance de Fortuna, etc.
(injustiças daquelles que o confuso
Regimento do mundo antiguo abuso
faz sobre os outros homens poderosos)
Que eu nam passasse, etc.


Y en sus primeras admirables redondillas tiene por tan injusta esta pena, que muestra desear, por venganza contra quien se la dio, la noticia perpetua de tanta injusticia, diciendo que desea verla esculpida en materia inmortal así:

A pena deste desterro,
que eu insis desejo esculpida
em pedra, ou em, duro ferro, etc.


Esta, pues, fue la causa de su estada en aquellas partes, adonde vio parte de lo que describe en algunas estancias del c[anto] 10, y también la canción 6 entra describiéndole y diciendo que en ella estuvo cargado de sus pensamientos, tristezas y fortuna siempre adversa.

XI. Después pasó a Macao con el oficio de proveedor mayor de los difuntos, adonde con el descanso debía dar alguna buena mano a este poema, pues ya cuando salió perdido en el puerto o margen del río Mecón habló como de cosa concluida, diciendo en la e[stancia] 128 ahí citada que allí salvó esta obra que traía consigo. Habiendo salido naufrago en aquella playa del Mecón o bien del seno amplísimo en que él desboca y entra en el mar, por donde venía navegando, y hallándose en miseria extrema, y procurando repararse, se detuvo algunos días convidado de humanidad y abrigo que halló en aquella tierra, como parece de la propia e[stancia] 128: "Este recebirà placido e brando." Aquí se cree haber escrito aquellas admirables redondillas, a imitación del salmo Super flumina Babylonis. Y, a la verdad, ellas están tales, que bien muestran ser hijas de espíritu que a poder de trabajos estaba reciamente entrado de compunción de culpas, porque sin impulsos semejantes no hay escribir cosa tan buena, ni en la tristeza ni en la alegría.

XII. Reparado, el p[oeta] volvió a fiarse al mar, y llegó a Goa, según parece, el año 1561, teniendo el cetro de la India el virrey don Constantino de Braganza (hermano del duque don Teodosio), a quien el p[oeta] fue muy aficionado y celebró en aquellas bonísimas estancias que andan en sus Rimas, ofrecidas al mismo virrey, que siempre le hizo mucha merced, como su hermano; y, por ventura, que el verle con el gobierno de la India le trujo más presto a ella desde Macao. Vivió el p[oeta] contento mientras aquel excelente varón la gobernó, que fue poco; y aun esto fue menos que el acabarse (acabado su gobierno) la modestia portuguesa en toda la India, porque después de él no fue más vista, dándose todos desenfrenadamente a la codicia, sin poderlo reparar el conde de Redondo, que le sucedió y favorecía también, como caballero grande, a nuestro gran poeta. Todavía no bastó ese favor a librarle de que fuese acusado por culpas que le imponían, cometidas en el cargo de proveedor que tuvo en Macao (y que parece, con la presencia de don Constantino, no se escucharon) ni de que fuese preso. Desde la cárcel se mostró sin culpas, pero no sin deudas, porque un Miguel Rodríguez Fiosecos le embargó en la prisión por algunas, sobre que el p[oeta] desde allá escribió unas coplas al virrey, que andan en la segunda parte de sus Rimas y comienzan:

Qual demonio ha tam danado,
que nam tema a cutilada
dos Fiossecos da espada
do fero Miguel armado?


Y también se ve de estas y otras obras que en la corriente de los trabajos se estaba burlando de ellos, cosa muy propia de los hombres tan grandes como este, que sobrepujan con el ánimo la fortuna, aunque en esto de deber y burlarse de aquellos a quien se debe no le faltan hoy muchos compañeros a nuestro p[oeta], sin las calidades, toda vía, de su grandeza, que, si a los ojos de la vanidad y de la ignorancia lucen poco, a los de la razón y de la fama son las primogénitas de la gloria. Libre el p[oeta], continuó el servir en las armadas, como los otros caballeros, siempre con singulares muestras de valor.

XIII. Hallándose pobre, y ofreciéndole bonanzas Pedro Barreto, que pasaba a ser capitán de Zofala (sin acordarse de lo mal que le había tratado este apellido, pues Francisco Barreto le había arrojado a la China), se fue con él. Mas, como promesas de hombres ordinariamente son vanas, como fundadas en caprichos de que luego varían, el poeta, experimentándolo, tomó por resolución entrarse en una nave que allí había llegado de pasaje para el reino, en que venían Eitor de Silveira, Antonio Cabral, Luis de Vega, Duarte de Abreu, Antonio Ferràm y otros caballeros. Pero, estando de acuerdo con ellos, lo experimentó mejor; porque Pedro Barreto, que no le había hecho aquellas promesas para mejorarle con la ejecución de ellas, sino para entretenerse con la grandeza de su ingenio (lastimosa desgracia que un hombre a quien Dios hizo grande sin potencia se vea reducido a depender y ser entretenimiento de otros, a quien la fortuna hizo poderosos sin grandeza) viendo que se iba, le pidió como deuda doscientos ducados, que con él (dijo) había gastado en traerle a aquella plaza: y esos caballeros que le querían traer le rescataron, y le trujeron, de manera que a un mismo tiempo la persona de Luis de Camoens y la gloria de Pedro Barreto fueron vendidas por ese precio. Entraron en el puerto de Lisboa el año 1569, en que toda ella estaba ardiendo en pestilencia, para que siempre el poeta, huyendo de una, viniese a parar en otra. Ya entonces tenía el rey don Sebastián tomado el gobierno, aunque el chantre diga que no, porque, viniendo (como el confiesa) Luis de Camoens el año 69, el rey había entrado a gobernar el de 68, y de su edad catorce.

En rever este poema y sazonar la gracia del rey don Sebastián para publicarle con algún favor suyo se pasaron tres años, y publicole el de 1572, dando con él un estallido en todos los oídos y un resplandor en todos los ojos de los que tenían ciencia sin arrogancia. Mas ¿quién es arrogante que pueda ser ciente? Que no es creíble ver cuántos hay que, pretendiendo que estimemos mucho lo que hacen, desestiman cuanto ven hecho. ¡Torpísimo engaño! Al fin, pasmose Europa, porque al fin en toda ella no había salido poema heroico (que no fuese griego o latino) con acierto. Porque, si el Ariosto había empuñado la palma de la elocuencia, facilidad, dulzura y términos poéticos, nuestro poeta se la arrebató de las manos, con tener lo mismo aventajado en partes y mejor orden en todo. Torquato Tasso vino después, y así no tiene gloria que no sea segunda a la de Luis de Camoens, que por lo que ahí acabamos de decir es el padre de la poesía de Europa despues de griegos y latinos que merecieron nombre por ella, y que primero corrió en este circo, y felizmente imitó y aun venció en algo la grandeza virgiliana. Y, porque no falta quien dude de si nuestro p[oeta] fue primero que el Tasso, conviene saber que no lo fue menos que con 27 años de distancia, porque el Tasso, como consta de su entierro, que vimos en la iglesia de san Onofre de esta ciudad de Roma, nació el año 1544, habiendo nacido el Camoens por los de 1517. Yo he averiguado cuándo estampó la primera vez su poema, aunque no hallé esto en personas de buenas noticias. Lo cierto es que se imprimió el año 1581, y aún no entero entonces, porque en la impresión del año 1582, que fue en Venecia, como esa otra, dice Celio Malespina en la dedicatoria escrita este año al senador Juan Donato, que agora le ofrece entero el poema del Tasso, que el año pasado le había ofrecido no entero; tal era la fama de aquel escrito, que le hizo imprimir la primera vez imperfeto, así como lo pudieron coger, y este mismo año ya el Tasso estaba falto de juicio, como lo confiesa Felipo Pigafeta en el discurso que se sigue a aquella carta. Después que el Tasso volvió algo en sí, dio a la estampa la Conquistata el año 1592, pareciéndole que se vengaba de los que le imprimieron la Liberata sin su consentimiento y de su mecenas, de quien no se halló satisfecho. De modo que esta segunda obra sacó el con más de 20 años después de haber visto la de Camoens, y la primera con casi diez, porque este poema fue impreso la primera vez el de 1572, como ya se dijo. Concurren a esto las imitaciones, que sería duro de negar, del Tasso en lugares de los que más le ilustran, como se verá por todo ese comento. Así se ve que el Camoens no alcanzó a ver el poema del Tasso, pues murió dos años antes de su impresión.

XIIII. Después de la impresión de este poema se revolvieron las cosas en el reino de manera, con el pasaje del rey don Sebastián a África, y en el poeta con sus disgustos y enfermedades, que para ser triste aun no le bastaron siete años que vivió después, huyendo hasta del desahogo de los atormentados, que es la queja, porque en todo aquel tiempo no se halla que escribiese cosa alguna de gusto, y de pena, pocas. Así vino a morir en un hospital (dicen algunos), que es la ejecutoria de la miseria; y cuando fuese en alguna casa de posadas, como parece, pues (dicen otros) le envió un caballero la sabana en que le envolvieron para enterrarle (y eso no se suele enviar a los hospitales a ese punto), no es ejecutoria menos calificada de ese género. Fuese a donde fuese la cama, él la ocupó en tal estado, que en una carta que allí escribió, ya sin esperanza de vida, dijo entre otras cosas: "Quem ouvio dizer nunca, que em tam pequeno teatro como o de bū pobre leito, qui sesse afortuna representar tam grandes desaventuras? E eu, como se ellas nam bastassem me ponho ainda de sua parte; porque procurar resistir a tantos males, parecería especie de desavergonhamento." Aquello de "pobre leito" claramente da a entender que fue en hospital, cuyas camas con propiedad se llaman pobres, aunque fuesen ricas, porque son de pobres y desamparados de la fortuna; y el p[oeta] las llama así en la e[stancia] 23 del c[anto] 10, cuando dice "Morrer nos Hospitaes em pobres leitos." Y véase lo que allá dijimos. Yo verdaderamente me duelo mucho del poeta cuando me paro a contemplarle en el trance de esas palabras, pero mucho más sin comparación de la patria, adonde se vio usar esto con un tal hombre. Y, si el decirlo de alguna manera pudiera ser venganza de él, le vengáramos de buena gana. Mas, como él propio advierte en la e[stancia] 98 del c[anto] 5, "A muitos lhe dà pouco, ou nada disso."

XV. Después de su muerte algunos años, el licenciado Fernando Rodríguez Lobo Zurupita (letrado no de los que aún son barbaros en las mismas letras, sino ingenioso, y gran poeta y cortesano) juntó y ordenó lo principal que entonces pudo hallarse de las Rimas varias del Poeta, y las hizo imprimir el año 1595. En las ediciones siguientes se fueron añadiendo algunas cosas, y también quitando algunas, con más impertinencia que importancia, como también en este poema se quitaron seis o siete, que ya no se quitan, porque tan grandes hombres como este en letras, juicio y calidad, no dicen cosa que no sea para ser dicha. Modernamente se estamparon en 1616 otras Rimas con su nombre y título de Parte segunda de las suyas, en que bien parecen suyos los sonetos, una elegía, una canción, y una oda, y pocas redondillas, y dos comedias de las que se usaban entonces; una es en parte tradución de los Anfitriones de Plauto, otra, los amores de Filodemo. Lo demás no es suyo, y menos los tres cantos de la composición del hombre, pero es en un librero codicia de más hacienda el apropiar a un varón famoso escritos ajenos, como en un codicioso de honra el usurpar el apellido y blasón que no le toca. Crimen con buena disculpa, porque los grandes apellidos y los autores grandes antes quedan honrados que deminuidos en esa que, al parecer de los que alcanzan poco, se figura afrenta.

XVI. Como el poeta peregrinó tanto, hemos deseado averiguar las tierras y el tiempo del mundo y de su edad en que escribió estas obras. De este poema no hay duda que tenía escrito mucho cuando pasó a la India, y que desde sus primeros años le tuvo en la idea, porque en la égloga 5, que se intitula de su puericia (y lo parece, aunque con bonísimas luces, que la hacen aurora benemérita del gran resplandor que tras sí trujo) entra la e[stancia] 4 así:

Em cuanto eu aparelho biē novo esprito,
e voz de Cisne tal que o mundo espante.


Y en la égloga 4, que también es de sus primeras cosas, invoca la dama (debía ser la Violante que celebra en el soneto 13, o la Catalina que en el 70) y dice así:

Podeis fazer que creça de hora em hora
o nome Lusitano, e faça enveja
a Esmirna que de Homero se engrandece.


Y esto claramente es hablar de este poema, que ya traía entre manos, porque Homero solamente por semejantes obras es conocido. Y, así como invocó el favor de su dama para esta égloga, le invoca al principio del poema (y por ventura le tenía invocado ya cuando le invocó en la égloga, porque eso supone lo dicho en esos tres versos), pues entra en la e[stancia] 3,diciendo: "E vos Tagides minhas, etc." No haga duda el plural, que por el singular es frecuente en los poetas. La ode 7, escrita a don Manuel de Portugal, también es del tiempo antes de pasar a la India, y ya habla de este poema como de cosa que andaba en la fragua y tenía ya forma y alabanza, cuando dice:

O rudo canto meu que resucita
as honras sepultadas,
as palmas ja pasadas
dos belicosos nossos Lusitanos,
para tesouro dos futuros annos, etc.


Y aunque se puede decir que el poeta escribió esta oda después de haber vuelto de la India, porque don Manuel vivía entonces y aún vivió mucho después, los términos de ella muestran que la escribió antes, singularmente cuando dice

E sacro o nome vosso
farcy se algūa con sa em verso posso.


Y esta oferta no era para hecha después que el p[oeta] vino de la India, porque ya entonces trataba tan poco de esto, que respondió a Ruy Díaz de Cámara, pidiéndole una obrecilla, que ya no estaba para eso, como veremos adelante, y aun parece que el p[oeta] tenía pensamiento de ofrecer el poema a don Manuel cuando le componía, porque le dice también allí.

Por Mecenas a vos celebro e tenho,


y abajo le encarga el oficio de mecenas.

……O rudo canto meu, etc.
com vosco se defende
da ley Letea, a aqual tudo se rende.


Las estancias con que capta la benevolencia al rey don Sebastián al principio y las con que le aconseja a lo último claramente se escribieron después que llegó de la India. Lo mismo creemos de aquellos con que reprehende al mismo rey y a los ministros y al gobierno, al fin del can[to] 5, al fin del 7, y las 54, 55 del 8, y las 4 de la 26 del 9. El canto 10 muestra que se escribió en la India casi todo, y particularmente en la China o Macao, adonde estuvo de espacio con aquel cargo de proveedor, y escribe aquella geografía y lo notable de la tierra como quien vio de ella buena parte. Aquella e[stancia] 128, en que se lastima sobre su naufragio, de lo mal que le trataban, parece ser escrita en el puerto del Mecón, luego que salió allí, y que fue esto el año 1560 y de su edad 43 (conforme a la cuenta que ahí dejamos hecha), y corresponde este número con el que ajustamos sobre la e[stancia] 9 del c[anto] 10 y en la 145 del mismo, las ponderaciones que hacemos a este propósito sobre dos lugares suyos.

De manera que el creerse que la mayor parte de este poema iba escrito de Portugal cuando pasó a la India no es difícil; y menos el ver que desde sus primeros años le comenzó, porque las dos églogas 4 y 5, en que ya nos daba noticias de él, son de ellos, como luego se verá; y, cuando no le comenzase sino a los 20 (que en tan vivo y osado ingenio es bien creíble), le trujo entre manos 30 años, pues, naciendo por los de 1517 e imprimiéndole el de 1572, son 55, y, quitados los 20, quedan 30, y cuando menos, 20. Si nos hubiéremos de dejar creer (yo a lo menos no lo dudaré mucho) que el poeta escribió este poema incitado de haber leído las primeras dos Décadas de Juan de Barros, porque totalmente va tras él en lo histórico y en el estilo le imita en algunas partes, como dejo descubierto en las notas; aunque de creer es, siendo hombres tan grandes por los estudios, y enamorados de un propio asunto, que se comunicarían y que mucho antes que el Barros imprimiese las Décadas las vería en su mano el poeta. Y cuando no fuese así, habiéndose ellas impreso el año 1552, y el poeta embarcándose para la India el de 1553, aún queda en pie lo que dijimos de que el primer bosquejo se hizo en Portugal en este tiempo que corrió desde la impresión de las Décadas a su partida, y también se le dio en Lisboa la última lima, pues el poeta se detuvo dos o tres años primero que le imprimiese el de 1572, y así, cuando menos, son veinte los que trujo consigo este poema. Pero la verdadera cuenta es que son 30 y aún más, porque esas dos églogas que ya dan señas de él son notoriamente de su puericia, y esa no llega a los treinta y cinco años de edad, que el poeta tenía cuando salieron las Décadas, o treinta y seis cuando se embarcó para la India. Y los otros versos que ahí quedan citados de su ode 7 muestran que el poema ya tenía forma y opinión cuando el poeta la escribió, y esto no se podía conseguir en un año que hubo desde la impresión de las Décadas a su pasaje. Y pues la puericia no llega a los veinte años, ni en las cuentas más largas, y aquellas dos églogas son de ella y dan ya esperanzas de este poema, preciso parece que creamos le dio principio a los veinte años, como ahí dijimos. Y no hace contra esto el imitar en él las Décadas, que no se imprimieron sino el de mil quinientos y cincuenta y dos, porque las pudo ver antes mucho en la mano de Juan de Barros, como también hemos dicho. Y también pudo tener acabado el poema cuando salieron las Décadas y, viendo que en ellas había lugares dignos de siguirse, irlos enjiriendo. Y así es cuenta más ajustada que el poeta trujo esta obra treinta años en las manos, componiéndola, limándola y lamiéndola. Finalmente, concluyo que el poeta no dijera en la estancia 79 del canto 7, con una gran representación de largo tiempo, lo mucho que había que andaba cantando esta acción, si no fuera lo que dijimos, poco más o menos. Dice de esta manera:

Oihay que ha tanto tempo que cantando
o vosso Tejo, e os vossos Lusitanos,
a fortuna me tras peregrinando,
novos trabalhos vendo, e novos danos.


Y de esto se ve que el poeta estaba aún en la segunda peregrinación, que fue la Asia, pues dice "me trae," no "me truxo," habiendo sido la primera la África, según ya descubrimos. Pues, si el poeta dijo esto en la India y casi al fin de este poema (pues es al fin del canto séptimo), síguese que lo más de él llevaba escrito del reino, y no que en él había ya noticias de este canto, pues, hablando con las ninfas del propio reino en estos versos, les habla de esta obra como de cosa que ellas habían visto ya antes de su ausencia. De manera que siempre ella le llevó los años que dijimos. Y fábrica tan grande en cuidado, aciertos, armonías y misterios no había menester menos tiempo; antes, aun este se debe tener por más breve para ella que los once para las termas de Diocleciano. Y también no son muchos para que adviertan los que le hallan defetos y sacan un poema cada semana cuántas serán las perfecciones de él. Yo le quise imitar en esto, ya que no pude en la bondad, pues pasa de 24 años que traigo entre manos este comento. Ojalá sea tan cuerdo como es viejo, que la vejez (ya lo experimentáis) no siempre satisface a sus encargos, siendo el primero la cordura.

¡Oh buen Dios, cómo favoreces las honestas ocupaciones! ¡Oh judiciosos lectores, amigos de hallazgos de monumentos doctos! Hasta aquí tenía yo discurrido con mis pensamientos y conjeturas sobre esto de lo que tardó nuestro poeta en esta música, cuando, al punto que se empezaba la impresión de estos comentarios, encuentro casualmente dos manuscritos de este poema. El primero, y de más estima, apareció entre unos libros viejos de Pedro Coello, librero en esta corte de Madrid; es una copia de los primeros seis cantos, escrita antes que el poeta pasase a la India, con que me hallo más contento que un ignorante, más loco que un enamorado, y más soberbio que un rico. Y, porque ella me honra grandemente, confirmando lo mucho que por conjeturas y juicios había dicho sobre el poeta y sobre el poema en este comento, referiré particularidades de ella. Primeramente, está escrita de letra buena y conocida, porque es la misma de que Juan de Barros tenía escrita su cuarta Década, que yo vi, y su Geografía, de que tengo dos cuadernos, y de que yo tuve escritas las obras de Francisco de Sà de Miranda, que vinieron a caer en la librería de un caballero que mostraba estimar libros, desestimando mucho los autores de ellos. Fenece esta copia con esta declaración: "Estes seis cantos se furtaraō a Luis de Camoēs da obra que tem começado sobre o descubrimiento, e conquista da India por os Portugueses. Vam todos acabados, excepto o sexto, que posto que vay aquí o sim delle, faltalhe būa historia de amores que Leonardo contou estando vigiando, que ha de prosiguir sobre a Rima 46 onde logo se sente bem a falta de Ila; porque sicafria, e cuarta a conversaçam dos vigiantes; e o propio canto mais breve que os outros." Luego comuniqué este gran hallazgo a don Tomás Tamayo de Vargas, a los doctores Juan Salgado de Araujo, abad de Pera, fray Francisco Brandam, Miguel de Vim Bodino y al licenciado Juan Pinto Ribeiro, que se hallan en esta corte y que con su gran deseo de los grandes estudios me envidiaron esta dicha y estuvieron por gran espacio atentos a mirarla y revolverla, estimándola mucho más cuando vieron en ella muchas estancias que no están en el poema impreso, y muchas enmiendas y mucha variedad. Y, porque de todo esto se ve patente mucho de lo que yo pretendía vencer con argumentos, apuntaré algo de ello. Sea lo primero lo tocante a lo que ahí acabé de tratar, de que el poeta trujo esta obra entre manos algunos treinta años. Esto confirma bien el verse que esta copia es antes de su partida para la India por estas razones. Ello es cierto que de la India trujo el poeta acabado este poema, y luego que llegó trató de imprimirle; siendo esto así, como es, ni habría ya ansias de copiarle, ni se hallaran solamente seis cantos con tanta variedad y faltas y sobras; ni dijera la declaración del copiador o de quien le mandó copiar que ellos eran de la obra que el poeta tenía comenzado, si este hurto no se le hiciera antes de su partida para la India. Pruébase también que la empezó mozo, porque algunas de las estancias reprobadas tienen de lo pueril, como en su lugar diremos. Pruébase también con esta copia lo que dijimos de la estimación que se hacía de este poema, aun antes de acabado, pues así como iba escribiendo se lo iban hurtando. Pruébase de la misma suerte lo dicho de que limaba, ponía, y quitaba mucho, pues, no siendo ya estos los primeros, ni aun serían los segundos borradores, apenas hay estancia en estos seis cantos que no tenga alguna alteración en lo que imprimió, y en muchas de ellas notablemente, como veremos en las lecciones varias que pondré aparte, y en las estancias que mudó enteras, o quitó o añadió, que pondré en sus lugares, y son estos. En el c[anto] 1 añadió la e[stancia] 32; la 77 es casi toda diferente; y entre esta y la 78 quitó dos y añadió una, que es la misma 78, y hizo notable mudanza en la 79, y después de la 80 quitó otra. En el c[anto] 2 no hay alteración en el número de las estancias, aunque la haya en muchos versos. En el 3 la hay de este modo: la e[stancia] 10 es muy otra; entre ella y la 11 había otra; la 12 también tiene mucha diferencia; tiénela también la 21; la 29 es toda muy otra, y notable la mudanza; la 67, casi otra; la 117 es añadida toda; así las 140, 141. En el c[anto] 4 quitó tres estancias entre la 2 y la 3; los primeros 3 versos de la 8 son diferentes; quitó una después de la 11 y otra después de la 17; la 25 es totalmente otra, aunque trata la misma sentencia; otra quitó después de la 27, y después de la 33, otra; y después de la 35 quitó tres que nombraban algunos portugueses muertos al principio de la batalla de Aljubarrota; la 38 acaba con gran diferencia; y después de ella condenó otra, poniéndose otra por ella; después de la 40 quitó 8 juntas, que nombraban algunos castellanos de los que también allí murieron; después de la 44 quitó dos; la mitad de la 49 es otra muy diferente, y luego quitó dos; la mitad de la 61 también es muy otra, y otra reprobó después de la 66 y dos después de la 86. En el c[anto] 5 es añadida la e[stancia] 13. En el c[anto] 6 quitó una e[stancia] después de la 24; en la 26 faltaban dos versos; después de la e[stancia] 41 reprobó cinco y la orden que llevaba, mudándola como allá veremos; la 81 casi toda es diferente; después de la 94 quitó 7 con que fenecía el c[anto] y puso en lugar de ellas las 5 con que le fenece. Ojalá alcanzáramos los otros cuatro cantos que faltan, para que viéramos tan gustosas alteraciones, si es que el p[oeta] los tenía compuestos a este tiempo. Esto del primer manuscrito. El segundo, aunque no es de tanta estima, porque, teniendo infinitas alteraciones, se ve claramente que no son del p[oeta], lo es porque tiene muchas estancias enteras que son suyas, y que también reprobó al imprimir el poema. Hallé esta copia en manos del doctor Fernando Cardoso, amigo de estos estudios, aunque no tuviese reconocido lo que había en ella. Ella es escrita de la mano de Manuel Correa Montenegro, hombre algo conocido por sus estudios, y singularmente en lo histórico; tiene en las márgenes algunas notas de poco fondo, y prometía en el prólogo dilatarlas en una tabla. El titulo dice así: Lusiada de Luis de Camoēs, agora nuevamente reduzida por Manuel Correa Montenegro, etc. Y en la dedicatoria que escribía al duque de Braganza don Teodosio desde Salamanca, en quince de agosto de 1620, dice de este modo: "Encontrey os dias passados esta obra, e determiney restituila, e emendala de muitos erros, etc. " Y en el Prólogo dice esto: "Començou Luis de Camoēs a ilustrar a lingua Portuguesa, reduzindo muitos vocabolos antigos e obsoletos, e induzindo outros de novo tomados do Latim, etc. que se ouvera Escritores que despois o ajudàram, fácilmente se remedeariam as faltas da nossa lingua, etc. E assi desejando eu remedear em parte, tam grande daño, determiney fazer imprimir esta obra, etc. " Y más adelante dice: "E porque trabalhos tam ilustres namse desdourem, nem menoscabem em nada, avemos buscado bū original dos mais antiguos, ao qual naō falta nada de quanto o Poeta escreveo." Y luego abajo dice lo siguiente: "Entrando na materia mudamos todos os versos Esdrujulos, y agudos, por ser muy mal parecidos em estilo heroico, ao menos no tempo de agora: trocamos alguās palabras por outras ao parecer melhor soantes, etc." Y confiesa (si bien con modo sufridor de explicación) que da añadidas en aquella copia algunas octavas que parece reprobó el poeta al imprimir el poema, y eso se deja ver fácilmente por dos razones clarísimas: una, decir el Montenegro que le da restituido y que vino a sus manos el poema, que todo arguye novedad, y esta no se podía entender de lo impreso tantas veces por discurso de casi cincuenta años; y el decir luego abajo que halló un original de los más antiguos en que no falta nada de cuanto el poeta escribió asegura todo eso mucho mejor; y, así, las enmiendas y añadiduras que cuenta por suyas luego lo parecen, porque el querer variar de palabras le hizo desordenar la armonía de Luis de Camoens, y mucho más el querer purgarle de los agudos y esdrújulos, aunque estos son tan pocos, que solamente los hay en tres lugares, con la ponderosa condición que advertimos sobre la e[stancia] 29 del c[anto] 5, y pudiera ser en cuatro, si el Regia y el Egregia de la e[stancia] 85 del c[anto] 9 fueran esdrújulos como él pensó y piensan otros. Las lecciones varias que en esta copia pueden ser del poeta irán también juntas a las otras, y las octavas que en ella hay del poeta y que el reprobó al tiempo de la impresión irán también en el comento debajo de aquellas a que ellas se seguían, que son estas. En el canto 6 hay una después de la 7. En el 8, tres después de la 32, una después de la 36. En el canto 10 después de la estancia 72 aparecen diez juntas, y once después de la 83, y después de la 141 hay otra. Y el no estar en esta copia las otras estancias reprobadas del poeta que están en la primera nos enseña que el original de que ella se sacó era ya purgado por el poeta y que lo fue después de venido de la India, cuando le anduvo limando para imprimirle; y la grandeza de las estancias muestran bien que las escribió en Lisboa, ya en aquella edad solida, y quitarlas al imprimir (por más que eran tan excelentes) pudo ser por las razones que apuntamos en los lugares en que las traemos. Otros tienen para sí que el poeta dio principio a esta gran fábrica en la India, y Juan Pinto Ribero me dijo que persona que le conoció y trató otras que le conocieron allá decía que en Zofala o Mombasa había el poeta amanecido un día prometiendo, in[e]speradamente este escrito, como si aquella noche le hubiese sido inspirado por algún divino medio. De la grandeza y misterio de él bien se puede sospechar algo de esto, y, si fuese así, cualquier tiempo, aunque muy breve, le bastaba para obrar tanto, porque el cielo para obrar no ha menester tiempo. Pero, si no fuese así, bien hubo menester todo el que le concedemos, porque para obras que tienen tanto de divino no hay duda que humanamente necesitan de largo tiempo. Cada uno en lo que no es de fe puede creer lo que quisiere, pero ni yo quiero que el poeta escribiese por milagro, sino por ingenio, por estudio, por arte y por trabajo.

Digo solo que, cuando el poeta no llevase de Portugal este poema con la forma, a lo menos llevaba mucho de él en trozos, porque es cierto que muchas de las estancias reprobadas del primer original con que me hallo son evidentemente del tiempo de mozo, y que él no pasó mozo a la India, sino ya en la edad que dijimos, y en que escribía una tal égloga como es la primera y una tal elegía como es la primera también, que admiran con su grandeza y no consienten que quien las escribió hubiese de escribir aquellas estancias reprobadas, sino al tiempo que se escribieron las dos églogas cuarta y quinta, que tienen mucho de la propia calidad. Esto, sin lo discurrido arriba, que nos parece ajustado.

XVII. De Las Rimas varias diremos agora. La primera cosa es la égloga quinta, que sin duda es de los principios de sus estudios en Coímbra y al de sus amores que allí tuvo, imitando en ella algunas estancias de Serafino Aquilano, que entonces corría con gran aceptación. El soneto 3 de la parte 2, que citamos al principio, es a la despedida de Coímbra. La égloga 4 o es del mismo, o de lo primero que escribió llegado a Lisboa, ya empleado en los segundos amores, si bien la canción 4 aún suspira por los primeros del Mondego. La ode 7 ya es de la corte, y el soneto 17, a su Violante, bien muestra ser de cuando andaba en su punto la amorosa llama. El 24 parece escrito a la despedida, cuando se embarcó, y el 25, después que iba navegando, lastimándose de la desesperación que le seguía de volver a ver a su amada, y conforma esto con el propósito que llevaba de no volver a la patria, como confiesa en su primera carta que ya citamos. El 27 prosigue con la misma desesperación, sin poder olvidar el amor. El 28 y todos los amorosos significadores de su pena dulce, hallándose glorioso con padecerla, todos son escritos en la presencia del objeto de su amor, porque después que se ausentó no se sabe que tuviese otro ni que dejase de llorar la ausencia, como luego mostraremos. El 39 es al haberse quemado en el rostro doña Guiomar de Blasfè, dama de palacio, como consta de las redondillas que, hechas al mismo asunto, traen ese título. Los lectores del Flos Nimpharum sabrán su vida y edad y tiempo de ella. El 40 mucho parece de la despedida de sus amores de Coímbra, después de hallarse en Lisboa, y por dicha después de haberlos dejado por estotros, como también la primera glosa de las suyas, que es al mote Campos bemaventurados, porque campos alegres, hermosos, etc. que encarece la glosa y el soneto, en siendo de la otra parte del Duero al Tajo, son propiamente los del Mondego. El 44 también es a la despedida de Lisboa, como el 24. El 51 y 52 parece sucedieron al 25. El 54 corrió tras el 24. El 56 huele al motivo del 40. El 59 es epitafio al rey don Juan Tercero. El 62, respuesta a otro de un amigo por los consonantes, como se usa. El 73 acompaña al 47. El 77, que contiene el tiempo en que se enamoró, si no fue escrito entonces, fue poco después, y así queda siendo de sus principios en Lisboa, y muestra el p[oeta] en él que sus amores tuvieron la fortuna de los de Petrarca, en haber nacido en la Semana Santa y en la iglesia, o en la iglesia del título de las Llagas en Lisboa, según Juan Pinto Ribeiro entiende del soneto 77:

O culto divinal se celebrava
no Templo donde toda criatura
louva o Feitor divino, que a feitura
com seu divino Sangue restaurava;


aunque el ser en aquel templo parece lo encuentra el tiempo que el p[oeta] describe en otros lugares. El 83 es a la muerte de la real doncella infante doña María, que estimaba mucho al p[oeta], y, así, fue escrito en Lisboa año 1579, en que ella y él murieron, que viene a ser por ventura lo último que el p[oeta] ha escrito.

XVIII. La canción I bien muestra que es del tiempo del soneto 13; así la 2 y la 3. La 4 claramente se escribió en Lisboa, poco después de llegado de Coímbra, que contiene sentimientos de ausentarse de la amada, y así es señal que aún no tenía principiado los amores que después tuvo en la corte. La excelentísima ode 6 me hace dudar si se escribió en Santarén, cuando le desterraron la primera vez de la corte, si en Ceuta, si en la India; inclínome a lo primero, por las razones que algún día se verán sobre ella, pues agora no caben aquí. La elegía 2, en Ceuta. La 3, antes de pasar allá, mas ya fuera de Lisboa, y creemos que en Santarén, por las razones ya ponderadas al principio. La cuarta, o tercetos, es en alabanza del libro que escribió del Brasil Pedro de Magallanes, y anda en él, que se imprimió el año 1576. La 5, que llama capítulo, es a imitación de otros del Serafino, y del tiempo de sus amores en Lisboa.

XIX. Las églogas 2, 3, 6, 7, admirables, son escritas en el tiempo que la vez primera asistió en la corte, abrasado en aquellos amores, describiéndolos, y ellas lo muestran bien, porque tales pensamientos no se escriben sino en tales ocasiones y en tal edad. La cuarta y la quinta ya dijimos que fueron de los principios de Coímbra esta, y de los de Lisboa aquella. La octava que llamó piscatoria de los de Lisboa nos parece, por lo que dice y por el modo. De la primera diremos en lo que es escrito en la India. En las redondillas (que por la mayor parte son soberanas) las segundas, que llaman "Carta a una dama," a imitación del Petrarca en la canción 31 o del Molza y Agustín Centurión en otras, como se verá en su ocasión, o de las coplas de Boscán que tienen por título Mar de amor y comienzan

El sentir de mi sentido,


son de aquel amoroso tiempo. Todas las otras que se siguen amorosas son del mismo, como la glosa del verso

Mas porē a que cuidados,


con la carta siguiente, que fue a doña Francisca de Aragón, dama de Palacia. Y esto es lo que nuestro poeta escribió en el reino y en Ceuta. Agora veamos lo que en la India, que no es mucho, ni lo pudo ser, así porque ya estaba ausente de las damas que el confiesa eran sus musas, y que a la verdad son las luces de que los poetas son mariposas, como porque trataba de seguir la guerra, y, como dijo el poeta latino, en no habiendo ocio perecen las artes amorosas.

XX. El soneto 4 y el 6, a don Enrique de Meneses cuando en el Mar Rojo quemó una armada enemiga. El 12, a la muerte de don Antonio, de que diremos luego al hablar de la égloga I. El 19, a la muerte de su señora. El 72, al soñar con ella difunta. El 92 parece continuación de esta lástima. El 11 a don Constantino de Bragança, siendo virrey, y su amigo. El 46, a la fineza de su amor en la ausencia. Los 48 y 49, a sus esperanzas, y los 50, 53, 55, 57. El 64 también parece acompañó el 11, porque contiene parte de las estancias de que luego diremos. De allá son los 67, 76, 85. El 86 es al conde de Redondo, que debía ser al entrar en el gobierno de la India, que fue el año 1561. El 88 es epitafio al sepulcro de don Enrique Meneses, de que dijimos sobre la estancia 55 del c[anto] 10. Los 89, 98, 101, 102, 104 allá se escribieron. El 105 es a don Leonís Pereira, por las vitorias que tuvo en Malaca. La canción sexta, aunque entra así:

Com força desusada
a quenta o fogo eterno
buā ilha là mas partes de Oriente,


y aquel là, o allà, hace parecer que estaba acá quien la escribió, no hay duda que allá fue escrita, porque la est[ancia] penult[ima] dice esto:

Agora venho a dar
contado bem passado
a esta triste vida, e longa ausencia, etc.


Y, prosiguiendo en pensamientos, como de quien se hallaba ausente, remata la canción hablando con la dama, y diciendo:

Mas se tam longo e misero desterro
vos dà contentamento,
nunca me acabe nelle o meu tormento.


De manera que allá estaba (porque ese era el destierro que dice aquí y la ausencia que dice arriba) hablando como desde acá. Este lugar trujimos sobre la est[ancia] 5 del c[anto] 8, y acredita mucho lo que allí enseñamos. La canción 9 fue escrita en Goa después que vino de ver el monte Feliz, desde el estrecho de Meca, como advertimos arriba; y fue esto el año 1555. La ode I allá fue escrita, porque su est[ancia] 7 dice:

As drogas cheirosas
deste nosso Oriente, etc.


Así la 8, que es en alabanza del doctor García Dorta, médico, en el libro que compuso de cosas medicinales de la India, y se imprimió en Goa en abril de 1563; en ella habla con el conde de Redondo, a quien se ofrecía el libro. La elegía I claramente fue escrita el año en que el poeta llegó a la India, después de hallarse en la destruición de las islas que el Rey de la Pimienta usurpaba, como ya dijimos, pues la envió al reino el de 1554 con las nuevas de aquella acción fresca, que fue al fin del de 1553. Las estancias a don Antonio de Noroña sobre el desconcierto del mundo escribió poco después de volver de Macao, que sería el año 1561. Las que se siguen, al virrey don Constantino, su mecenas, se escribieron primero; y las últimas, a la flecha de san Sebastián que al papa Paulo Cuarto envió al rey don Sebastián, y nos admira eso por ser en la fuerza de su edad y furor poético, siendo ellas de calidad, que las pudiéramos poner entre los escritos de su puericia, o bien de sus disgustos postreros, si contra ello no estuviera la averiguación del tiempo, porque Paulo entró en el pontificado el año 1554 y debía enviar la flecha por el embajador de la obediencia, que podría volver el de 555, que era el segundo de la edad del rey don Sebastián, que nació el de 554, y, cuando mucho lo extendamos, no pasará del de 559, en que murió este pontífice, y entonces eran los cuarenta de la edad del poeta y los seis de su estada en la India, poco más a menos. Embarázame todavía estas cuentas, que parecen ajustadas, la impresión primera de estas Rimas, porque tiene por título en estas estancias esto: "Sobre la flecha que el santo Padre envió al Rey don Sebastian el años 1575," con que no queda claro si el Papa la envió aquel año, que sería contra lo que está dicho arriba, o si aquel año hizo el poeta las estancias, o si sucedió todo junto; y, si fuese así, entonces diríamos que aún pudieran ser peores que de la puericia, porque la edad cargada de tales oprobios como él padecía puede volver un hombre a peor que niño y un Platón a mentecato. Y entonces sería el papa que envió la flecha Gregorio Decimotercio, que se sentó en la silla pontifical el año 1572, que todo es contra lo que hallo en las memorias; aunque, como semejantes gracias siempre suceden a alguna ocasión singular, no lo era menos la de pasar el rey en tiempo de este pontífice a África contra infieles, con el nombre de aquel valeroso soldado de Cristo, que el haber nacido en su día, que fue el motivo de tomar ese nombre en tiempo de esotro. Pero ayuda a lo primero el ser cierto que algunos años antes tenía el rey instituido una nueva insignia de Caballeros de la Flecha, que no pudo ser sino porque el tener la de este valiente mártir le añadió devoción a la deuda de haber nacido en su día, para reconocerla y celebrarle con instituir una orden de caballeros honrados con las insignias de su martirio; y así, aquel número debe estar errado. Véase lo que dijimos de estas estancias sobre la 49 del canto 2 y 40 del 10. La égloga primera, que el propio poeta estimó por mejor de cuantas había escrito (ella es notable), allá se hizo entre los años cincuenta y cuatro y cincuenta y cinco, porque en ella llora la muerte de don Antonio de Noroña (no ese que gobernó la India), sobrino de don Pedro de Menenses, capitán de Ceuta, amigo del poeta, y la de nuestro príncipe don Juan, padre del rey don Sebastián; y la nueva de estas muertes, que fueron el año 1554, llegó a la India en setiembre, y el siguiente la envió el poeta con el soneto duodécimo, de la propia muerte de don Antonio, a un amigo, como se ve de su carta 1. De modo que cuando el p[oeta] escribió esta valiente égloga tenía de edad 38 años, conforme a la cuenta que ahí dejamos. De las redondillas, aquellas primeras (nunca bastantemente alabadas y siempre inimitables) al son del salmo "Super flumina," etc., ya dijimos que las escribió escapado del naufragio en las márgenes del Mecón. Otras que van más adelante, burlescas, y se llaman El convite, hecho a ciertos caballeros, en que al descubrir de los platos se hallaban coplas en vez de comida, porque esta es la más segura en la casa de un poeta. Fue esto al tiempo que fenecía don Constantino su virreinado, en que el p[oeta], como a la sombra de un señor que sabía serlo, trujo alegría y gusto para semejantes burlas y galanterías. Otras, al virrey conde de Redondo, y otras, que llamó Disparates, y la Relación de que ya hemos dicho. Otras, a Juan López Leitam engañado de una dama; otras, a un caballero que le había prometido una camisa y no se la daba, y qué suerte de camisa fuese esta, porque entonces no faltaba al p[oeta] una camisa, decimos en las notas a las Rimas. Otras, a una mala mujer azotada por un verdugo que se llamaba Cuaresma. Las primeras endechas, a una esclava que parece le agradó, a que también debían ser hechas las otras que se ven en la primera impresión y se vedaron, y pendían del mote viejo que comienza "Catarina bem promete." Las otras redondillas, amorosas y a varios intentos, por la mayor parte son del primer tiempo de Lisboa. La carta primera, ella propia dice que se escribió en la India, poco después de llegado. La segunda parece haber venido tras ella, y, a lo menos, que o allá o en Ceuta se escribió, porque entra con aquellos versos de Garcilaso "La mar en medio y tierras he dejado."

XXI. Lo que parece ser escrito después que vino el poeta de la India es el soneto I de sus Rimas: y el 3 y el 5, y la admirable canción 10, y la ode 3 y la 9, y los otros tercetos a Pedro de Magallanes que arriba quedan en el núm[ero] 18 y el soneto a doña Maria en el núm[ero] 17, y otras cosas que tienen por allá el tiempo en que se escribieron; y las sextinas: y en las redondillas, el laberinto y las dos al desconcierto del mundo, acerca de sí, porque casi todo eso contiene llanto y relaciones de cosas pasadas en toda la vida, y de quien se hallaba desamparado ya de la fortuna a los umbrales de la muerte.

XXII. De todas estas observaciones se coge que lo más y mejor del poeta fue escrito desde que salió de Coímbra para Lisboa, hasta que salió de allí para la India; y era cosa clara, aunque no lo tuviéramos hecho patente, porque después que salió de la patria con tanto disgusto, que supuso no volver a ella, apenas vio el rostro al descanso ni al gusto; y así todo lo que allá escrib[i]ó casi no contiene otra cosa que lástimas y llanto. Añádese a esto lo que respondió a Ruy Díaz de Cámara, quejoso de que no le tradujese los salmos penitenciales como le había pedido: "Señor" (dijo él) "cuando yo escribía andaba favorecido de damas y contento, y no me faltaba nada, y agora me falta todo." Y esta bonanza miserable, aunque alegre, no la logró el poeta sino ese tiempo que estuvo en Portugal, antes de pasar a la India. Cógese también de estas observaciones mucha particularidad de su vida y del tiempo y motivos de algunas de sus obras, hasta que en las de sus Rimas lo veamos como en su lugar, si el que los curiosos hicieren a lo trabajado en esta nos animaré a ofrecerles esotra, que no nos tiene costado menos estudio. De la llamada Segunda parte de sus Rimas no trato aquí, por lo mucho que en ellas hay no suyo; lo que lo es tengo añadido a las suyas, por que todo ande en un tomo, y cuando él salga (si Dios quisiere) se verá todo.

XXIII. Muchos juicios se cansaron en sentenciar cuál de los dos estilos, heroico o erótico, había adquirido más gloria a nuestro poeta. Ya no es pequeña suya el hallarse en esta suspensión juicios buenos. Lo cierto es que la más segura sentencia será siempre la de estar neutral entre obras tan perfetas, que cada una en su género no tiene envidia de la otra. Esto digo yo en cuanto a cumplir igualmente con lo que requieren los dos estilos, pero como un poema heroico pide más invención, más grandeza y más misterios, y el poeta cumplió profundamente con estas obligaciones en este, síguese que esta es con gran distancia mayor obra, y que quien no lo juzga así no le entiende acá tanto como allá. Agora digo que, en consecuencia de haber este gran poeta sido no menos feliz en lo lírico que en lo heroico, aunque esto quiere más caudal que esotro, justo es advertir que en nadie concurrió esta perfeción en los dos estilos. Homero en sus himnos es mucho menor que en los dos poemas heroicos. Así sucede a Virgilio entre sus tres grandes obras y sus epigramas; si son suyas. Horacio no tenía poder para salir de lírico. Ovidio no tuvo en lo heroico la felicidad que en lo amoroso; así los otros poetas elegíacos, satíricos, epigramatarios, liricos y cómicos, de griegos y latinos y vulgares, que escuso nombrar. Estacio todo fue ajeno de la suavidad lírica. Dante inferior es mucho con sus rimas a su llamada Comedia. Petrarca, aunque fue laureado por su poema de la África, no es estimado sino por sus rimas. Sanazaro en ellas es muy desigual a los versos de su Arcadia, y desigualísimo en todo a su poema sacro. Ariosto con mucha diferencia resplandece [más] en su Orlando que en sus rimas. Bernardo Tasso, al contrario, mejor en ellas que en sus dos poemas de su Amadig[i] y Floridante. Del gran Torquato, su hijo, creen juicios buenos (y creen bien) que sus rimas no se leyeran si él no hubiera ganado crédito para ellas con la Jerusalem Liberata. Don Alonso de Ercilla escribió algunas que no permanecieron como su Araucana. Lope de Vega libra su opinión en las comedias. De manera que lo que no se pudo juntar en un sujeto por discurso de tantos siglos se juntó en Luis de Camoens con tanta igualdad, que, si bien en Castilla dan algunos el primer lugar a las Rimas (y será por la razón que apuntamos en el núm[ero] 34 del juicio de este poema,) es dificilí[si]ma la averiguación de en cuál de los dos géneros resplandece más. También esta duda pudiera entrar en el estilo cómico, porque también es cierto que hasta su tiempo y mucho después, no se escribieron mejores comedias que las suyas, y aún agora está la diferencia solamente en la forma (si la de agora ha de tener estimación entre los doctos), que en la galantería, conceptos y propiedades, todas quedan atrás sin duda alguna. Así luego, España en solo Luis de Camoens vio junta la grandeza de Homero y Virgilio en lo heroico la de Píndaro y Horacio en lo lírico, la de Menandro y Plauto en lo cómico, con igualdad notable, apropiándose a sí solo cuanto consiguieron en diferentes edades y sujetos los griegos y los latinos, los italianos y los españoles.

XXIIII. El ingenio, pues, de nuestro p[oeta], de que nos cabía tratar agora, no ha menester mayores testigos ni más elegantes elogios que sus obras. Por ellas veremos lo fácil, lo suave, lo alto (juntar esto es lo más difícil de la poesía, y es junta que hoy no se encuentra) con que dijo todo cuanto intentó decir. Descúbrese esto mucho en los asperísimos asuntos del canto 10, como por todo él dejamos ponderado, y principalmente sobre la e[stancia] 78. No digo ya la traza y la orden de todo el poema y la invención hermosa de los concilios de dioses y, en particular, la del marítimo, cosa nueva, y la fábula de Adamástor, solamente suya, que sin duda hace sombra a Homero y a Virgilio, y que sola pudiera acreditar un poema y mil espíritus poéticos; y el canto 9, que solo pudiera ser gloria de un espíritu grande, porque contiene fábrica para mil poemas, ni lo que descubren de esto las églogas (que fue mucho hacerlas parecer tan grandes, a vista de las de Virgilio y Sanazaro y Beniveni y Bernardino Rota y Garcilaso, que parecía habían quitado la esperanza de igualarlas, cuanto y más excederlas), sino que cualquier soneto o redondilla está resplandeciendo con invención y concepto y elegancia y alteza y suavidad. Ni puedo dejar de decir, con todo el respeto que se debe a los grandes hombres, que de los griegos hay muchos que no tuvieron mano para los versos grandes, como Píndaro, Anacreonte y otros; y de los latinos, Horacio, que, aunque dice buenas cosas en los versos mayores, apenas hay en ellos uno bueno, siendo insuperable en los pequeños. En ellos se quisieron probar grandes poetas italianos, como Beniveni, Serafino y Policiano, y no consiguieron tanto crédito como en los otros. Así sucedió de los españoles al venerable Juan de Mena y al feliz Garcilaso, que, aunque no escribieron muchos versos pequeños, siempre vienen a ser los que bastan para hacer este juicio; y por ventura que el haberlo hecho el propio Garcilaso le hizo escribir menos de ellos que Mena, al revés de Boscán, que en ellos se hizo más estimable que en los sonetos y canciones, advirtiendo que Francisco de la Torre no desdijo tanto de esta gloria de la igualdad en los dos género de versos. Jorge de Montemayor y Luis Gálvez de Montalvo por las redondillas se conservan. Nuestro Francisco de Sà de Miranda por ellas solas se lee. Diego Bernárdez por sus églogas y cartas, que todas son en verso mayor. Fernando do Herrera no osó escribir los menores, ni Francisco de Figueroa, ni fray Luis de León. De los de nuestros días (hablo de los que prometen duración después de muertos, no de los muertos estando vivos) Lope de Vega muchas cosas escribió con felicidad en versos mayores, pero nadie dudará de que en las redondillas se aventajó mucho, y que es el que las enseñó a escribir en Castilla, imitando el aire de las de nuestro p[oeta]. Don Luis de Góngora es digno de estima grande por su gran ingenio, pero de que no fuera tan censurado de muchos a no escribir los más de los versos grandes cosa es clara, porque sobre los pequeños nadie ha llegado a formarle culpa, procediendo eso de que en estos tiene facilidad, propiedad, conceptos, elegancias, pensamientos y agudezas, y de que en esotros falta totalmente todo esto, porque solamente contienen términos exquisitos, locuciones, metáforas perpetuas, y remontadas y un puro martirio del entendimiento para descifrarle y, lo que es peor, no hallar cosa de provecho después de descifrado con tanto trabajo, más de esa extrañeza del decir que, si bien descubre ingenio (que yo no se lo niego), y pretenden imitarle muchos, no produce sustancia, con que todos se parecen a costales de nueces: mucho ruido y poco fruto, y ese de ningún provecho, como lo hallaréis afirmado por Laguna sobre Dioscórides, o como galas de alquimia: mucha luz y poca hacienda; o como mujer sin hermosura, que piensa la fábrica con afeites y más afeites, adornos y más adornos, y siempre se queda pintada y rica, pero no hermosa en la parte de la verdadera hermosura; porque la poesía grave, alta y divina no hace ruido con palabrones, sino con pensamientos vestidos con seso. El conde de Villamediana sin escrúpulo tuvo más suerte en las redondillas. Francisco Roiz Lobo, poeta natural y dulce, se hizo entrada en el Parnaso (no habiendo escrito pocos versos mayores) con los pequeños, y singularmente las églogas, dignas de toda estima. Y no solo en la poesía, sino en la prosa suelta. De Cicerón se sabe que no podía hacer versos con toda su elegancia. De nuestro Juan de Barros vemos que, con toda la suya en la historia, no se pareció a sí propio en los versos, como aún se ve de algunos que permanecen. Andrés de Laguna fue feliz en galantería y elegancia en la prosa castellana, y escribió versos ridículos; y, al contrario, conocemos autores de tan galanos versos, que casi se pueden llamar poetas, y que no saben responder a una carta familiar; y esto es lo que más nos admira, porque, siendo la poesía un modo de hablar tan realzado y superior, parecía puesto en razón que quien le hubiese conseguido se aventajase en la prosa, y que por eso no era mucho si un elegante en prosa no lo fuese en la poesía. Pero esto es que lo uno y lo otro quiere particular genio, y que le logra singularmente divino quien le tiene para todo, como sucedió a nuestro p[oeta], de quien permanecen prosas que no desdicen de sus versos. De suerte que con todos anduvo abreviada la naturaleza, sino con Luis de Camoens, en quien se derramó la copia liberalísimamente, por no decir con prodigalidad. Vuelvo a sus redondillas, que no pueden ser más alabadas que con decirse (y ser cierto) que logran igualdad con sus estancias, sonetos, canciones y elegías. En los motes, a que se sujetó con glosas o vueltas, descubrió la fertilidad del ingenio y abundancia del pensar, porque sobre muchos esterilísimos dijo tales cosas, que vino a ser lo propio que sacar bálsamo de piedras, volver en luces las tinieblas, y en oro el hierro, haciendo verdadera la piedra filosofal en este género de alquimia. Y verdaderamente me hallo con envidia de que don Luis de Góngora se le haya parecido tanto en esta gracia y aventajádose en la copia. Preciose mucho Sanazaro de ser el primero que escribió en su lengua égloga piscatoria. Bien luego nuestro poeta se puede preciar mucho (y lo hace) de ser el primero que juntamente la compasó piscatoria y pastoril, y es la 6 cierto grande; excelente, cierto. Sirva a este número lo que hemos ponderado en el antecedente, por tocar todo al caudal del ingenio, y todo junto sirva también de desahogo a los que estuvieren congojados con el título que en la fachada de este volumen dimos al poeta, de príncipe de los de España, que por todas estas razones no fuera mucho si dijéramos de todos los de Europa (que viene a ser de todo el mundo, pues solamente a ella cupo la suerte de las letras políticas, ingeniosas y doctas), ya que el p[oeta] se aventajó a todos en ser igual en todo.

XXV. Y, porque ordinariamente los hombres por ingenio grandísimos suelen caer por las costumbres en algún vicio grande (porque Dios quiere desengañarlos de que la ciencia humana no tiene seguros los aciertos), es mucho de notar que nuestro poeta se eximió de esta pensión, procediendo con sosiego, policía y valor en la paz y en la guerra; y totalmente no se le sabe defeto alguno que en alguna parte le pudiese manchar. Los otros son comunes a la humanidad. Y hubo quien dijo que había sido ingrato; ojalá fuera así, porque precediera a eso el haber recibido algún bien de algún hombre, pero, si él no le recibió, ¿cómo pudo ser ingrato? Luego, no tuvo ese vicio. Virtudes notables sí, porque, además de las que se pueden inferir de lo dicho, que son sufrimiento en las persecuciones, constancia en el sufrimiento, amor de la patria singularísimo, celo de celebrar los beneméritos, aun ofendido de ellos, aborrecimiento a la lisonja, rancor a las bajezas, fue liberalísimo, propiedad solamente de corazón generoso, entendimiento puro y ánimo soberano. Y el haber usado de esta virtud con muchos, sin acordarse de que nadie la usaba con él (porque el magnánimo jamás se acuerda de lo que no le dan, sino de lo que no da), le trujo a la miseria de vivir de limosna, que para él (dicen) pedía de noche un esclavo que había traído de la Java, porque, a no ser tan largo, ocasiones tuvo para no venir a experimentar lo que va de despender a pedir, puesto que no la tuviera para saber cuánto más glorioso muere el que llegó a pedir por liberal que el que subió a rico por miserable. Lo que le restaba de obligaciones precisas empleaba en el estudio, como lo descubres sus obras, porque apenas hay ciencia y erudición de que no necesiten los escolios que ellas merecen. Vuelvo a decir que fue enemigo descubierto de la adulación y de la codicia, aunque, en dándose de mano a esta, esotra luego perece. Esto se descubre claramente en sus obras, en que siempre habla con libertad notable de todos estados, y también se descubrió en su persona, porque, si grandes tontos medran tanto solo con las acciones serviles de aduladores, ¿quién dudará de lo que pudiera medrar Luis de Camoens, si con tantas calidades excelentes (y la del ingenio sin duda peregrino) quisiera tomar aquella senda? La verdad es que un varón raro por ingenio y un docto verdadero estima mucho más que un mundo su libertad, y jamás sabe hacer ni decir reverencias o palabras fingidas. Aunque en sus escritos parece muy dado a los amores y a mujeres, no casó ni se le supo que tuviese hijo alguno, ni otra alguna nota por esta inclinación. El ánimo fue naturalmente reposado, no alterándose con los sucesos, aunque tuviesen algo de aquello que suele alterar los ánimos y hacer que den muestras de su alteración. Esto se deja ver de su elegía I, en que, refiriendo la vitoria que se alcanzó del Rey de la Pimienta, en que tuvo parte por hallarse en ella, y no siendo ella para desestimar, no dice de esta acción más de que pasaron a ella y que les sucedió bien, así: "Fomos tomarlha, e sucedeonos bem." Otro espíritu lo exagerara, gloriándose de hallarse en ello. Y, perdiéndose el rey don Sebastián, ocasión que hizo arrojar a la pluma tantos ingenios, no se sabe que él la tomase para eso, conociendo que era aquel infausto suceso más para enmudecer que para escribir; y así dijo aquel responso a la muerte del reino y suya que ya queda al fin del número 9 y es el trozo de la postrera carta y cosa que escribió. Tengo observado que, aunque era caballero, no tenía aquella propiedad tan de la caballería, que es ser muy dada a los agüeros, pues, viendo que su padre se perdió en la India, no dejó de ir allá, y, viéndose allá lastimado de un Barreto, no dudó de creerse en otro. Era inclinado a algunas acciones jocosas, como se ve en sus redondillas, según allá notamos. Y, porque entre ellas faltan algunas, dejaré aquí dos de que tengo noticia. Como el p[oeta] vivía de miserias de algunos caballeros portugueses, parece que uno de que era tenido no por menos valiente que poeta, se quiso valer de él para vengarse de cierto hombre que le tenía ofendido, que es muy de la caballería comprar una mano ajena para satisfacerse. Pero el p[oeta], aunque se ofreció a esto, no lo cumplió, porque es muy del entendido no ejecutar la suciedad, aunque la piense; y, preguntándole el caballero por qué no lo hacía, respondió con esta copla:

Logo lhe vi muy mao gerto
quando volo dey por morto:
porque torto matar torto
naō me pareceo diretto,


jugando de la voz tuerto y derecho, porque era el p[oeta] tuerto de un ojo, y era un tuerto contra el derecho divino el matar al otro de aquella suerte que pretendía el caballero. Pidiéndole otro que le hiciese una carta de amores, enviole por ella cuatro pollos, por testimonio que era el ánimo de gallina, y el poeta enviole en las espaldas de la carta esta copla:

Moscas, abelhas e zangaōs
me comaō bofes, e baço,
se outra como esta faço
a troco de quatro frangaōs.


Cuéntase que, pasando por la puerta de un ollero que estaba cantando una canción suya muy viciada, entró dentro y fue quebrando vasos. Enojado el ollero, respondiole que sufriese el quebrárselos, pues él le quebraba sus canciones, si bien esto se refiere del poeta Filoxeno Citereo. Este humor jocoso le hizo ser un poco más fácil en seguir conversaciones desiguales a su sangre y talento de lo que era justo. Pero discúlpale la pobreza, a que hallaba más remedio en los pequeños que en los llamados dos grandes, y la necesidad rompe las leyes y el decoro.

XXVI. Su persona logró la virtud de los extremos, quedándose con el medio de la proporción de un cuerpo que no sube a gigante ni baja a enano. Correspondieron los miembros a la grandeza: era abultado el rostro, la frente caída un poco, la nariz paraba gruesa algo y corría larga, con una elevación no desairada en la mitad; testigo de ingenio, los ojos fueron vivos. De color se nos sufra decir que, como de fortuna, tuvo correspondencia con sus blasones, porque era blanco y rojo de tez, y rubio de pelo, que son los colores de los peñascos, sierpes y pomo, y singularmente el porfirión o camón, que, según dicen los cronistas de la naturaleza, tiene la cabeza roja. A lo menos, afirman los que conocieron al poeta que el pelo tenía con exceso la color del oro encendida, cual convenía a quien tiene las veces de Apolo en nuestra España. Visto (y más después de perdido él un ojo), era menos alegre que tratado; tratado, admiraba con la facilidad y gracia natural del decir y noticias con que lo adornaba. Entregole en los últimos años a la malencolía el verse con tan honrados ejercicios sin algún premio y sin vida para enmendar la pasada, como él lo deseó, porque seguramente a eso fue escrito aquel gran soneto 18 que fenece así:

O quem tornar pudera a ser nacido!
souberase lograr do bem passado,
se conbecer soubera o mal presente,


pensamiento digno solo de tan grande hombre, en tan miserable fortuna. Hemos llegado a tratar de ella y no lo hiciéramos con mucho gusto, si la que tuvo después de muerto no nos limpiara del humor de la que tuvo en cuanto vivo.

XXVII. Realmente, considerando que las insignias de la nobleza de Luis de Camoens son compuestas de castillos, peñascos, lanzas y sierpes, nos parece que la naturaleza, habiendo previsto su vida, le envió ceñido de todas estas armas contra su fortuna, y todas ellas no le valieron. Pero, si ella fue la que suele ser de los muy grandes sujetos, principalmente por el ingenio, poco tenemos que admirarnos de que muriese a las manos de la hambre y de las otras injurias del tiempo que conoció, y más siendo natural de un reino adonde después, de haber hecho anotomía en los polos de él, dijo de ellos en la e[stancia] 82 del c[anto] 7, hablando con las damas o las musas,

Vede Ninfas que engenhos de Senhores
o vosso Tejo cria valerosos:
que assi sabem prezar como tais favores
a quem os faz cantando gloriosos.


Esto después de referir algunas de las insolencias con que fue tratado. Acaso un día me hallé con un señor que, hablándome en el poeta, le alababa; entró en esto un curioso, que traía consigo este poema, y, habiendo entendido la plática, sacole y enseñósele; abriole, y encontró luego con esos versos y, turbándose un poco, dijo: "¿Podía abrirle en otra parte? Os afirmo todavía que, si él viviera hoy, o yo entonces, la mitad de mi hacienda hubiera de ser suya." El curioso, que parece había aprendido la libertad, si no el ingenio, en la escuela del poeta propio, dijo: "Señor, los pobres con los vivos, porque no tienen, y los ricos con los difuntos porque no viven, todos son muy liberales y prometen maravillas. Ea, pues; haya quien haga con algún príncipe que dé alguna cosa a Luis de Camoens resucitado, que yo buscaré quien haga con Dios que le resucite." Esto último me parecía más fácil, que, al fin, al fin, aquel humor magnífico de hacer bien y dar honra solamente por hacer, y darla a los entendidos, a los ingeniosos, a los doctos, fuese a la sepultura con los Mecenas y con los Augustos. El rey don Sebastián diole por el ofrecimiento de este poema una tenía (le llamamos) de cuatrocientos reales cada un año, en vida. Dijeron muchos que se espantaban de cómo no le dio más. Aquí nos espantamos de cómo le dio eso. Mas en aquel rey hervían aún pedazos de almas de los Alejandros, de los Augustos y de los Mecenas, y cuando comenzaba a entender qué cosa era ser rey de un ingenio y espíritu como el de Luis de Camoens faltolé la vida, para que faltase a tal poeta la ventura (que parece pendía de él, pues, en viéndole perdido, perdió la vida), porque no es posible que aquel animoso príncipe, envidiando la espada de Alejandro, no hubiese de ver que le había dado la naturaleza primero el escritor que la fortuna las hazañas.

XXVIII. Así como concurrió en nuestro poeta el ingenio de muchos, según ya mostramos, de muchos concurrió también la fortuna, como agora mostraremos. En quedar de pocos años sin padre se pareció al gran Petrarca. En ser desterrado por ejercitar el arte de amar, a Ovidio, por enseñarla y escribirla. En peregrinar el mundo y mendigar a las durísimas puertas de los poderosos, a Dante. En ser ciego y pobre, a Homero. En condenar la patria a vivir sin él, ya que ella le ofendía, a Escipión y a Diógenes. En salvar este poema de un naufragio, a César. En ser vendido por doscientos ducados, a José. En no saberse a lo cierto el lugar de su nacimiento, al propio Homero. En la libertad del decir, a los propios Dante y Petrarca. En traer algunos treinta años este poema entre manos primero que le publicase, a Virgilio, que trujo el suyo once sin haberle acabado; a Estacio, que en su Tebaida gastó doce; a Tucidides, que trujo veinte y siete su historia; a Sanazaro, que trujo veinte y uno su poema sacro; al caballero Guarino, que trujo otros tantos su Pastor Fido. En ser celebrado más después de muerto, a todos los grandes, que los que realmente lo fueron nunca vivos parecieron tanto. Y, finalmente, en la fortuna del nombre de Luis, que parece fatal en el Parnaso, fueron sus compañeros antes y después Luis Ariosto, Luis Alamani, Luis Tansilo, Luis Paterno, Luis Castelvetro, Luis Dolce, Luis Domenico, Luis Marteli, Luis Ricci, Luis Corfini, Luis Grotto, Luis Novelo, Luis Veniero, Luis Sanzes, Luis Gonzaga, el infante don Luis de Portugal, don Luis de Vivero, Luis Gálvez de Montalvo, fray Luis de León, don Luis de Góngora, Luis Pereira, Luis Vélez de Guevara, Luis Carrillo, Luis Ulloa Pereira, Luis Barahona de Soto, fray Luis de Sousa, la venerable madre Luisa de Carvajal. Quisiera pasar a los que de este nombre fueron raros en otras artes ilustres, mas por no salir de las materias que nuestro poeta trató, que fueron armas y letras, pondré solo al único maestro de las armas, don Luis de Narváez.

XXIX. Confesaron la grandeza poética de este valentísimo hombre todas las grandezas. Vengan las reales. El rey don Sebastián le hizo esa merced que ahí dijimos, con obligación que asistiría en la corte, conociendo que tal hombre era lustre en ella; y hay ignorantes que le condenan la obligación: podémosles perdonar, porque no le penetraron el intento. El prudente Felipe Segundo, en medio de toda la caterva de cuidados de grave peso con que entró en Portugal, preguntaba por nuestro poeta y pedía que se le trujesen, porque de haberle leído le estimaba mucho y quería lograrse de verle y verse rey de tan grande ingenio, y cuando le dijeron que de pocos días era muerto se mostró sentido. Don Teodosio, duque de la gran casa de Braganza (al fin producida, y productora de reyes) le estimó y honró mucho. Así su hermano don Constantino, virrey de la India, por no degenerar de aquella real grandeza. Nuestra entendida infanta doña María le honraba singularmente; así damas ilustres, así muchos señores. El gran Tasso allá desde esotra Hesperia hizo resonar en esta sus alabanzas, sin otro conocimiento de él que esta obra, y dicen muchos que publicaba el de sí no temer otro poeta sino a Luis de Camoens. El docto maestro Brocense dejó en sus escritos "Que la veneración debida a los verdaderos poetas por todos caminos se debía al nuestro." Fernando de Herrera, a fol[io] 93 de sus notas a Garcilaso, dice: "Tocó también este lugar Luis de Camoens, en aquella hermosa y elegante obra de sus Lusiadas." El padre Rio le da sublime nombre. El conde de Vimiolo don Francisco de Portugal, gran voto en estos estudios, dijo "Que nadie le igualaría jamas." Y era lo que el Comendador Griego había dicho por Juan de Mena. El conde de Idaña, entendidísimo, decía Que o debiera hacer esta obra tan breve que la pudiesen decorar luego, o tan larga que nunca la acabasen de leer, con el aire de lo que se dijo de nuestro rey don Pedro: "Que o nunca hubiera de nacer, o nunca hubiera de morir." Fernando Roiz Lobo Surupita, gran poeta y docto en estos estudios, dice en el Prólogo que hizo a las Rimas esto: "Tratar do estilo heroico nā he deste lugar, porque quem comentar a sua Lusiada, terà ese cuidado: mas o que com razam se pode afirmar he, que cumprio nella tanto à risca as obrigaçoēs do Poema Epico, que se nam parecerá arrogancia, puderamos darle assento muito perto de Virgilio." Lope de Vega, desde que tuvo conocimiento de estos estudios hasta que murió, estuvo en una perene imitación y alabanza suya. El grandiloco y sin duda poeta Bartolomé Cairasco, en aquella hermosa canción con que dedica su Templo a Felipe Tercero, exagerando hiperbólicamente aquel sagrado canto, dice así:

No entone Eneydas Manto, Smirna Iliadas;
Ni muestre Lusitania sus Lusiadas,


con que dio a entender que en la esfera de Homero y Virgilio solamente entraba Luis de Camoens; y esa es la verdad. Otros hay grandes; pero de segunda esfera. Don Tomás Tamayo de Vargas, cronista de su majestad y mayor de las Indias, cuyo voto es importantísimo, apoya, celebra y soleniza en todas ocasiones este gran poeta. El docto don Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana, verbo "Camuesa," dice así: "Camoes lugar de Portugal, de que tomó nombre el famoso Poeta;" ya arriba dijimos el engaño del origen de su nombre. El maestro Vicente Espinel, padre de algunas cosas de ingenio en España, me dijo muchas veces esto: "Es tan sola de Luis de Camoens una extravagante especie de grandezas de pensamientos, que si me dijeran algunos suyos sin decirme que lo eran, luego yo, gobernándome por los conocidos, conociera que no podían ser de otro hombre humano." El licenciado Antonio de León, relator en el Supremo Consejo de Indias, dice en su Epítome de la Biblioteca Oriental y Occidental, etc., plana 8, así: "Luis de Camoens Principe, etc. en aquel divino Poema que intitulo Lusiadas, cantando heroica y dulcemente, etc. El Licenciado Manuel Correa comentó este poema, aunque no como merecía, etc.," reconociendo con su buen juicio la excelencia de esta obra. Un gentil letrado (no le puedo nombrar) de la ciudad del Porto con la misma confianza que a Panormitano le alegaba en sus escritos. Nuestro Diego Bernárdez le admira el espíritu y llora la fortuna en un soneto. Los padres fray Luis de Sousa y Mateo Cardoso le aplaudieron en hermosos epigramas. No los copio aquí, porque me lo impide el bulto que va haciendo este escrito, y finalmente sería imposible tener memoria de cuantos ingenios celebraron este variamente en toda España; y también dejo otros que vi, porque no son capaces de alabarle. Vengamos a otra familia de elogios no menos importantes, pues nadie querrá que digamos más.

XXX. Don Gonzalo Coutiño (caballero al fin de este gran linaje y apellido) fue el primero que después de muerto nuestro poeta trató de honrarle, cuando ya no se atinaba con el lugar de su entierro, que era en la iglesia de Santa Ana do Lisboa, de monjas de san Francisco: y enterráronle allí porque vivía junto a esta iglesia, en la callejuela que vuelve a la Compañía o jesuitas, en una casa que nunca más fue habitada, o porque hizo huir a todos de aquel sitio el ver que en él padeció tan horrible fortuna un tal hombre, o porque la justicia divina quiso castigar en aquel pedazo de tierra la que le trató tan impíamente. Púsosele una losa de mármol con letrero (bien quisiera yo poderle llamar epitafio) que dice así

AQUÍ IAZ LUIS DE CAMŌES,
PRINCIPE
DOS POETAS DE SEV TEMPO.
VIVEO POBRE E MISERAVELMENTE,
E ASSI MORREO
ANNO DE M. D. LXXIX.


Creo que el juicio del letrero le contrapesa la honra de la piedra, porque llamarle en él " Príncipe de los poetas de su tiempo " sin duda huele a que en este hay otro nuevo príncipe. Pero debe él de ser como nuestro rey don Sebastián y el ave Fénix, de quien dicen muchos que los hay, y nadie los ve. Porque (¡oh verdad desnuda! Seas tú la que siempre resplandezcas) de Luis de Camoens en España se debe decir lo que de Homero dijo Veleo Paterculo, que "Cuando escribía no halló a quien imitar, y después de haber escrito de nadie pudo ser imitado." Además, que quien una vez fue príncipe siempre lo es, porque la ventaja en los futuros (de esto está libre hasta agora nuestro poeta) no quita la primacía en los pasados. Mas, al fin, fue aquella diligencia y aquel mármol y aquel celo honra a la grandeza (tras eso vamos) de este varón admirable. Siguiósele Martín González de Cámara (personaje ya de aquel reino), que entre otras honras hizo escribir en el papel de la propia losa, con la pluma del cincel, un elegante epitafio latino. Acción en que de necesidad descubro o poca noticia de lo que el p[oeta] dijo en algunos lugares de este poema (penetrándolos poco), que no son muy en favor de este apellido; o una hazaña hercúlea, que es, deponiendo la pasión de la llaga recibida, honrar la virtud de quien la abrió. Y esto último es justo que se crea de un caballero grande por sangre, mayor por entendimiento, y raro por modestia, templanza, justicia y celo de dar honra a los que la merecieron. Sucediole el licenciado Manuel Correa, persona de buenas letras y mayor virtud, que llegó hasta donde pudo en unos escritos que salieron póstumos el año 1613 con título de Comento a este poema. El cuarto fue el obispo fray Tome de Faria, que le puso en verso latino, si bien, no confesando que es tradución de Luis de Camoens, más parece que se honra a sí con él que a él con su latinidad. Tras el corrió Gaspar de Faria Severim, ejecutor mayor del reino (y amador de la política), que, haciendo grabar en lámina el retrato del poeta, con un elogio elegante, hizo ver de todos el rostro de un hombre tan grande. Su tío el chantre Manuel Severim de Faria acompañó la efigie y la inscripción con la vida, según ya dijimos. Allí nos dice que Diego de Couto, cronista de la India, comenzó a comentar este poema a ruego de su autor, llegando a la mitad, y que Luis de Silva de Brito, prior de Santarén, le tenía comentado con acierto. Pudo ser así, aunque no se haya visto acá fuera lo uno ni lo otro. El licenciado Juan Pinto Ribeiro tiene comentado las Rimas dignamente, según lo tengo entendido de lo descubierto en lo poco que le he tratado. Aquí en Roma venimos a encontrar el doctor Andrés Bayam, cortesano, honrado y sacerdote, que con grandes ventajas tiene pasado este poema a la elegancia latina. En Castilla hay tres traduciones, pero poco felices, como serán siempre todas las que se hicieren de poesía. En italiano se comenzó a hacer una. El resto que a este propósito acumula Pedro de Maris en el prólogo que hizo a Manuel Correa no consta, ni hace falta a la grandeza de Luis de Camoens. Últimamente le hemos ofrecido este nuestro trabajo, con más deseos de entenderle que presumpciones de que le damos entendido. Ponderamos, con todo, que parece fatal a la memoria de nuestro poeta el nombre de Manuel, porque Manuel Correa le intentó comentar primero; Manuel Severim de Faria le escribió la vida; y Manuel de Faria le desea comentar. Fatal también el apellido, porque tenemos uno propio el obispo que le tradujo; el chantre que le celebra; su sobrino que le estampa; yo que los envidio. Fatal también la calidad de los sujetos, porque todos somos constituidos en dignidad religiosa, para que hiciese armonía con la limpieza del ilustrado la de los que le ilustraron y pretendieron ilustrar.

XXXI. Finalmente, Luis de Camoens nació por los años 1517. Fue nobilísimo caballero, clarísimo poeta, valiente soldado, de costumbres correspondientes a sus calidades. A todos estos méritos le huyó la fortuna ciega con todo el premio. Habiendo peregrinado lo mejor del mundo, vino a morir en Lisboa, el año 1579. Fue enterrado con toda miseria en la iglesia de Santa Ana, luego al entrar de la puerta, casi al rincón de la mano izquierda. La derecha y la amplísima, no arrinconada, inmortalidad del nombre le tiene dado la fama, porque no tuvo poder en ella la ingratitud de la patria ni el sueño de los poderosos. Como de esta manera no murió, no había menester sepulcro. Así no consta de artificio de piedras su memoria. La de muchos, que para con él fueron piedras, consta de su lira, que sin duda alguna ha de ser oída y admirada en cuanto el mundo fuere habitado de los hombres.





GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera