Información sobre el texto

Título del texto editado:
“En alabanza de la v[enerable] madre Juana Inés de la Cruz, autora de este libro. Romance de arte mayor de don Marcial Benetasúa Gudemán”
Autor del texto editado:
Benetasúa Gudemán, Marcial
Título de la obra:
Fama y obras póstumas el Fénix de Méjico, décima musa, poetisa americana, sor Juana Inés de la Cruz, religiosa profesa en el convento de San Jerónimo de la imperial ciudad de Méjico
Autor de la obra:
Cruz, Juana Inés de la (1651-1695)
Edición:
Madrid: Manuel Ruiz de Murga, 1700


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En alabanza de la v[enerable] madre Juana Inés de la Cruz, autora de este libro. Romance de arte mayor de don Marcial Benetasúa Gudemán

Ya, Juana, que tu ingenio y tus virtudes
dichosas terminaron tus fatigas,
dando gozos aquellas a la muerte,
y aquel admiraciones a la vida;

ya que de tu bella alma al candor puro [5]
quedaron luminosas las cenizas
por que halle la piedad claros reflejos
de la gloriosa eternidad que habitas,

permite hable de ti, que a ti te invoque.
No aquí concurra, no, deidad mentida, [10]
pues tú sola, maestra de elocuencias,
con la que docta enseñas dulce inspiras.

Naciste, Juana, luminar hermoso
del mejicano cielo, que publica
fuiste en su esfera signo radiante, [15]
sagrado aspecto de las maravillas.

Creciste, y antes de cumplir dos lustros,
eras tan perspicaz, tan advertida,
que, a tener tú maestros, afirmaran
estudiabas lo mismo que sabías. [20]

Tu raro, prodigioso entendimiento
tan claras las especies te ofrecía,
que oír, ver, entender y saber nunca
parecieron en ti cosas distintas.

Aún no adulta las artes y las ciencias [25]
publicaban, si fieles te asistían,
que para enamorar con sus verdades
escuchaban el modo en tus doctrinas.

No obstante, tu modestia pudorosa
tuvo la vanidad siempre oprimida, [30]
porque hiciste al recato y al silencio
severos jueces de la fantasía.

La opinión de tus prendas singulares
sobre tu calidad notoria y limpia corrió,
y, corriendo, fuiste al real palacio [35]
de estimación y ruego conducida.

Observastes en él un virrey justo,
una virreina cuerda, amable y linda,
y que en consorcio tal se mutüaban
los jocundos semblantes de las dichas. [40]

Serviste atenta, obedeciste alegre,
y, aunque notada de favorecida,
tu sociedad, tu discreción, tu gracia
redujo a aplauso el ceño de la invidia.

Y no es mucho, que en cosas altamente [45]
desiguales no acción tienen sus iras,
y, si en maledicencia se disfrazan,
se hace fama, aunque impura, su malicia.

¡Qué de acechos, desvelos y cuidados
causaste a muchos que en las consentidas [50]
de palacio licencias anhelaban
siquiera a verte, por saber si vían!

Y, como no dejaba el niño ciego
de ofrecer los objetos a la vista,
poniéndose en tus ojos simulado, [55]
sin las flechas lograba las heridas.

Empero, tú, guiada del descuido,
dada a estudiosas útiles delicias,
allá en la fantasía ibas borrando
cuanta el sentido imagen repetía. [60]

Así pasaba en ti la infatigable
sucesiva tarea de los días,
sin más dispendio que la laboriosa
servidumbre agradable apetecida,

cuando, ¡oh, gran Dios!, una mental centella [65]
de las eternas lumbres desprendida,
unida a tu razón, llama suave,
tus pensamientos purificó activa.

Ilustrada la forma, la materia
robusta, como ciega, resistía, [70]
y aquí fue menester juzgarte grande
para ser grandemente agradecida.

Volviste a Dios, y con profundos ruegos,
humillada hasta el polvo le decías:
“Dadme un rayo de vuestra fortaleza, [75]
y acertaré a poder contra mí misma.

Yo conozco, Señor, que estos talentos
vuestras piedades me los comunican.
Dirigidlos por vuestros, Dios amado,
y serán más adonde más os sirvan”. [80]

Fuiste exaudida, Juana, y victoriosa,
mas ¿quién no lo es cuando animosa lidia
con el cruel, común, vil enemigo,
si al cielo busca y a la tierra olvida?

Venciste así, y hollaste vencedora [85]
engañosas del mundo las caricias,
de los palacios insidiosas artes
y de edad y belleza lozanías.

Cantaste la victoria, y el sagrado
de Jerónimo claustro solicitas, [90]
y el máximo doctor te admite y ama
cuanto como maestro te atraía.

El día del ingreso procurabas
como vuela la garza perseguida,
como la piedra grave baja al centro, [95]
y del monte el raudal se precipita.

Llegó, cubriose Méjico de aplausos,
y de concurso la función festiva;
ardía el gozo, y se explicaba el llanto,
hablaba el cielo y se bañaba en risa. [100]

Fue tan imponderable tu alborozo
de hallarte a tal custodia reducida,
que en ternuras brillantes expresabas
cual aurora elocuente tu alegría.

Como creció tu nombre en tu retiro, [105]
ansiosos todos verte pretendían,
pero la religión, madre prudente,
más te quiso observante que aplaudida.

Amaba tu juïcio vigilante
su desempeño, y cosas emprendías [110]
que pudieron dudar tus superiores
si uniste a lo discreta lo adivina.

Tu mérito crecía cada hora
en sujeciones fieles de novicia,
resignaciones de humildad constante [115]
y en inocentes voces de sumisa.

Cumplidas las legales, horas digo,
y a la profesión siendo apercebida,
rebosó el gozo y te selló los labios
con que en líquidas frases respondías. [120]

Clamaste a Dios, y en lágrimas parleras
dijeron tus palabras fugitivas:
“Pues queréis confirmarme vuestra esposa,
hacedme vos, mi Dios, de serlo digna”.

El día se asignó, y unió el festejo [125]
el aplauso y concurso a la noticia
con tal afecto, que las opresiones
fueron celebridad y no fatiga.

Ea, pues, Juana Inés, ya estás profesa,
y empiezan los progresos de tu vida, [130]
que en tu fin coronados merecieron
memoria eterna, fama esclarecida.

Déjame lastimar que esta llegase
en breve edad, por más que pluma antigua
suponga inseparable de lo raro [135]
la cualidad que alientos sincopiza.

Déjame contristar de que la Parca
ponga en lo prodigioso su ojeriza,
aunque hace luego más lo que deshace,
o sea de envidiosa u de advertida. [140]

Deja que gima que el vital estambre
pudiese en ti romperse tan aprisa,
quizá porque en lo grave y lo robusto
de tu ingenio agudísimo ludía.

Verdad es que, tus años calculados [145]
por los actos, en ellos se registran
numerosas larguísimas edades
de geómetros preceptos comprehendidas.

Mucho viviste, pues, según tus obras,
poco según el plazo de tus días. [150]
¿Si será aumentar premios reducirse
a lo que es breve lo que se eterniza?

Intentar referir tus excelencias
fuera profana rústica osadía,
que lo tan grande en simples locuciones [155]
se desfigura, Juana, no se pinta.

Y así concluyo, y lo que puedo ofrezco,
para que como obsequio lo recibas;
bien sabrás perdonar, pues tanto sabes.
Oye, que para mí siempre estás viva. [160]






GRUPO PASO (HUM-241)

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2018M Luisa Díez, Paloma Centenera