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Título del texto editado:
“Anuncio de las Memorias para la vida del señor Jovellanos”
Autor del texto editado:
sin firma
Título de la obra:
El Censor. Periódico político y literario
Autor de la obra:
Edición:
Madrid: en la imprenta del Censor por León Amarita, 1820


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Anuncio de las Memorias para la vida del señor Jovellanos


Anunciamos al público no solo con placer, sino con cierta especie de orgullo, las Memorias para la vida del excelentísimo señor don Gaspar Melchor de Jovellanos y noticias analíticas de sus obras, por don Juan Agustín Ceán Bermúdez, su amigo y compañero desde la niñez. Esta obra o, por mejor decir, estas obras (pues son dos, en efecto), al paso que interesan el ánimo de todo español al ver reunidas como en un cuadro las grandes virtudes del héroe cuya vida describen, arrancan también las lágrimas de todos los amantes de las letras, al considerar que todavía nos vemos privados de la mayor parte de las riquezas que nos dejó aquel gigante de la literatura.

Escritas una y otra por la docta pluma del señor Ceán, que es en el día uno de los sabios que más honor hacen a las ciencias y a las bellas artes en España, nos parece del todo inútil recomendar la pureza del lenguaje y las gracias de su estilo, porque, siendo tan conocido su mérito en las diferentes obras que ha dado a luz, nada podríamos añadir nosotros que no fuese inferior a la realidad. Otro es el brillo que se descubre en estas Memorias, y otros más dignos motivos han excitado nuestra admiración, así como la excitarán en todos los que las leyeren. Desde las primeras páginas empieza uno a olvidar casi del todo al escritor, para no ver más que al amigo y al ciudadano virtuoso. En cada periodo y aun en cada expresión se echa de ver que el alumno del señor Jovellanos no podía menos de poseer las mismas virtudes y el mismo amor a la verdad que tanto distinguieron a aquel ilustre magistrado. Refiere los hechos más notables de su preciosa vida y, sin salir un punto de la verdad histórica, ni tributar jamás una alabanza afectada, de cada nuevo suceso resulta necesariamente un elogio.

La pintura que hace de la figura y carácter de su inmortal amigo es un cuadro tan agradable y tan verdadero, que no podemos menos de copiarle para deleitarnos con el recuerdo del original: “Era -dice- de estatura proporcionada, más alto que bajo, cuerpo airoso, cabeza erguida, blanco y rojo, ojos vivos, piernas y brazos bien hechos, pies y manos como de dama, y pisaba firme y decorosamente por naturaleza, aunque algunos creían que por afectación. Era limpio y aseado en el vestir, sobrio en el comer y beber, atento y comedido en el trato familiar, al que arrastraba con voz agradable y bien modulada y con una elegante persuasión todas las personas de ambos sexos que le procuraban; y, si alguna vez se distinguía con el bello, era con las de lustre, talento y educación, pero jamás con las necias y de mala conducta. Sobre todo, era generoso, magnífico y aun pródigo en sus cortas facultades; religioso sin preocupación, ingenuo y sencillo, amante de la verdad, del orden y de la justicia; firme en sus resoluciones, pero siempre suave y benigno con los desvalidos; constante en la amistad, agradecido a sus bienhechores, incansable y duro en el estudio y duro y fuerte para el trabajo”.

Cuenta el señor Ceán con suma rapidez los ascensos y satisfacciones de su sabio amigo, dando a entender en su misma relación el poco apego o, más bien, el desdén con que uno y otro miraban los favores de la fortuna. Solo se detiene con amargo pesar y sensibilidad ternísima en las crudas persecuciones y trabajos que coronaron la gloria de aquel dechado de virtud y saber. Identificada su alma con los mismos afectos del señor don Gaspar, se la ve sufrir con las mismas penas, sentir con las mismas privaciones y gozarse también con igual ternura en prestar homenajes de gratitud a los favores de su amigo. En una palabra, el señor Ceán no solo nos presenta el retrato de un grande hombre que ya no existe, sino que también nos da el consuelo de que todavía poseemos otro no menos apreciable que aquel.

Toda la primera parte, como hemos dicho, la dedica el autor a las Memorias para la vida del señor Jovellanos, y la segunda, a analizar sus obras, tanto las publicadas como las inéditas. En este difícil trabajo manifiesta el señor Ceán el delicado gusto y finísimo tacto que tanta celebridad le han adquirido en Madrid y aun en toda España; da a conocer que no solo entendió perfectamente los pensamientos y bellezas de aquellas excelentes producciones, sino que debió de trabajar también en muchas de ellas según la claridad con que extracta lo más precioso y lo bien que llama la atención del lector sobre lo que más le debe interesar.

Para dar una ligera muestra del modo con que el señor Ceán analiza las obras, copiaremos aquí las palabras con que da idea del discurso segundo que pronunció el señor Jovellanos en el Instituto de Gijón:

“Después de una majestuosa introducción en que presenta a la filosofía natural en el principio de su estudio, diseña el sistema de Aristóteles y los fundamentos del Peripato. Refiere los progresos que este hizo en el Asia y en la India, su autoridad en la Grecia; cómo se derramó por el orbe latino, después por el imperio de la media luna y por toda la Europa; y cómo se estendió por todas las partes su influjo, que pudo conservar hasta nuestros días. Afirma que el Estagirista fue menos funesto a la filosofía por sus doctrinas que por sus métodos; que el de investigación separó esta ciencia del sendero de la verdad, y que el sintético, aunque admirable para conocer el error, no lo es para descubrir la verdad, y, aunque útil para comunicarla, inútil para inquirirla; que es muy ingenioso su sistema de las categorías y predicamentos, y que lo es también el de los silogismos, pero que la aplicación de ambos fue equívoca y perniciosa, y, en fin, que, si la sabiduría perdonase a este filósofo los errores que introdujo en su imperio, ¿cómo le perdonaría el haber cegado sus caminos y atrancado sus puertas?

Sigue diciendo que la gloria de abrirlas estaba reservada al gran ingenio de Bacon, y explica lo que hicieron y adelantaron los modernos. Vaga después por los cielos, por el aire y por la tierra, descubre los seres, las producciones, los fenómenos y los monstruos de los reinos animal, vegetal y mineral, y describe sabia y pomposamente al hombre, rey de la tierra, y le coloca en el centro de las relaciones que presenta la armonía del universo, siendo capaz de comprender esa misma armonía y de subir por ella hasta el eterno arquitecto que la ordenó. Penetrado el hombre, dice, de admiración y reverencia al reconocer esta purísima fuente de bondad, ve fluir de ella los tipos de lo bello, gracioso y sublime en el mundo físico y de cuanto es justo, honesto y deleitable en el mundo moral. Se inunda en esta fuente y se engolfa en estos puros sentimientos, que tanto realzan la gloria de la naturaleza y la dignidad de la especie humana; y, por último, allí ve cómo se concedió al hombre el amor a la verdad, el respeto a la virtud y la íntima y religiosa veneración a la divinidad, que, desprendiéndole de todas las criaturas, le mueve y le fuerza a buscar solamente en el seno de su criador la causa y el fin de toda existencia y el principio de toda felicidad”.

Pero en nada se echa más bien de ver la conformidad de ideas de estos dos sabios que en la concisa prodigalidad con que enumera el autor de estas Memorias los trabajos hechos o comenzados por el señor Jovellanos sobre el importantísimo ramo de la instrucción pública. Puestos ya en orden estos trabajos a fuerza de paciencia por el mismo autor de estas Memorias, ¿quién sabe la utilidad y el alivio que tendría ahora en sus tareas la comisión encargada por el Congreso de la formación de este plan, si un auto judicial no hubiese detenido la publicación de esta obra? Mas, ya que por otro auto del mismo juzgado acaba de permitirse su publicación, podemos prometernos que el ilustre académico don Juan Ceán Bermúdez no dilatará publicar los pensamientos de su difunto amigo, exornándolos y amplificándolos con los suyos propios, para coadyuvar a un objeto tan importante.

El apéndice contiene varias poesías sueltas del señor Jovellanos, exactamente corregidas de los muchos errores con que las habían desfigurado los copistas.

Los señores suscriptores podrán acudir a la librería de don Joaquín Sojo, calle de las Carretas, a recoger sus ejemplares, en donde también están de venta para los que no se hayan suscrito.





GRUPO PASO (HUM-241)

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2018M Luisa Díez, Paloma Centenera