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Título del texto editado:
“Noticia histórica de don Diego Hurtado de Mendoza, escrita por don Ignacio López de Ayala, catedrático de poética en los Reales Estudios de San Isidro de esta corte”
Autor del texto editado:
López de Ayala, Ignacio (1739-1789)
Título de la obra:
Continuación del Almacén de frutos literarios o Semanario de obras inéditas, nº 8 (7 de diciembre de 1818)
Autor de la obra:
Edición:
Madrid: Imprenta de Repullés, 1818


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Noticia histórica de don Diego Hurtado de Mendoza, escrita por don Ignacio López de Ayala, catedrático de- poética en los Reales Estudios de San Isidro de esta corte


Don Diego Hurtado de Mendoza, celebérrimo sabio y político, nació en Granada a fines del año 1503, de don Iñigo López de Mendoza, segundo conde de Tendilla, &c., y de doña Francisca Pacheco, hija del duque de Escalona, &c. Fue el quinto entre sus hermanos. Tamayo de Vargas quiere naciese en Toledo, pero no da pruebas. Aprendió gramática y principios de la lengua árabe en Granada, y en Salamanca, las lenguas latina y griega, filosofía y derechos civil y canónico. Entonces parece escribió por entretenimiento la Vida del Lazarillo de Tormes, obra ingeniosa, de buen lenguaje e invención, aunque Sigüenza afirma que fue el autor fr. Juan de Ortega, religioso jerónimo. Siguió después la milicia en Italia y otras partes por muchos años. Era tan aplicado, que dejaba los cuarteles de invierno y pasaba a Bolonia, Padua, Roma y otras universidades para adelantar en las ciencias. Oyó entre otros a los famosos Agustín Nifo y Juan Montesdoca. El emperador, que conocía su mérito y lo estimaba particularmente, lo envió de embajador a Venecia, donde sostuvo con tesón los intereses de Carlos V, procurando persuadir a la república se mantuviese firme en la liga que había hecho contra el Turco con el papa y el emperador. Allí se dedicó a juntar manuscritos griegos; envió hasta la Tesalia a Nicolás Sofiano a recoger y copiar cuanto hallase recomendable de la erudición griega. Arnoldo Ardenio, doctísimo griego, le trasladó muchos códigos de varias bibliotecas, y principalmente de la que fue del cardenal Besarión. Por su medio logró Europa muchas obras de san Basilio, del Nacianceno, san Cirilo Alejandrino, Arquímedes, Hierón, Apiano, Josefo y otras que tal vez se habrían perdido. Por este tiempo envió al gran Turco Solimán un cautivo que había comprado a gran precio; el Turco lo amaba con extremo y, habiéndoselo enviado sin rescate, quiso manifestar con dones su agradecimiento; pero Don Diego solo le pidió permitiese a los vasallos de Venecia, que se hallaban en estrema escasez, comprasen libremente trigo en sus estados y lo condujesen a los de la república. Logró esta súplica y juntamente que se le remitiesen muchos manuscritos griegos. Andrés Escoto dice que recibió una nave cargada de ellos; Ambrosio de Morales y don Nicolás Antonio, seis arcas llenas; don Juan de Iriarte en su Biblioteca afirma, persuadido del catálogo de los manuscritos griegos de don Diego, que copió de un códice del duque de Alba, que no fueron más que treinta y un volúmenes. En esta variedad nos parece verdadera la relación de Morales, que la hace en la dedicatoria de sus Antigüedades de España, que dirigió a don Diego, a quien conocía, a quien trataba, consultaba y de quien lo habría oído muchas veces; porque la relación de Escoto es increíble por el número, y la de Iriarte por el corto número que expresa, y que no corresponde a la fama del regalo ni a la grandeza de Solimán, poco avaro de estas riquezas. Además de esto, dicho catálogo se pudo hacer, deshecha ya la librería de don Diego, numerando solamente los códices que restaban o los más selectos; y, en efecto, numera ocho libros que no existen y que eran de los más apreciables de la antigüedad.

También es justo vindiquemos a don Diego de la maledicencia de Sciopio, que dice hurtó los manuscritos griegos que Besarión dejó a la república de Venecia, poniendo en lugar de ellos otros libros vulgares de igual volumen. Pero esta es mera malignidad, porque, además de que a don Diego le justifican sus circunstancias, envió a buscar manuscritos a la Grecia, pagó copiantes y todas sus riquezas las invertía en este objeto. Además de esto, se mantuvo muchos años en Venecia, y era exponerse a que lo descubriesen antes de retirarse. En poco tiempo juntó después en Granada más de cuatrocientos códices de árabes, siendo así que el cardenal Cisneros mandó quemar cuantos se encontrasen, y efectivamente se quemaron; luego un hombre aficionado a esta literatura, poderoso, autorizado e inteligente pudo juntar tan copiosa colección de manuscritos sin cometer la bajeza que le imputa Sciopio. Bien sé que un español de aquel tiempo (Pedro Chacón), afirma lo mismo, pero opongo los mismos reparos a su narración, y añado que la malignidad o envidia pudo ser la causa.

La casa de don Diego era la mansión de las personas eruditas. Pablo Manuelo le dedicó las obras filosóficas de Cicerón. Favoreció a muchos griegos, que llegaban huyendo de la esclavitud del turco. Lázaro Bonamici le dirigió una carta en verso heroico haciendo un digno elogio de su persona. Fue nombrado gobernador de Sena, sin dejar la embajada, y en 1543 persuadió al emperador no vendiese los estados de Milán y Sena al Papa. En 1541 fue nombrado embajador para el concilio de Trento con el canciller Granvela, su hijo el obispo de Arras y el marqués de Aguilar. Los tres primeros llegaron a Trento a 8 de enero de 1543, pero por entonces nada se efectuó. En marzo de 45 volvió a Trento don Diego, donde es indecible lo que trabajó. Basta decir por mayor que pretendió preceder al cardenal Madruci y sentarse después de los legados, como que representaba al emperador; y al fin se sentó, ni cediendo ni tomando precedencia; celebró magníficamente el nacimiento del príncipe don Carlos; no asistió a la primera y segunda sesión por padecer cuartanas, y un día se difirió la congregación general que precedió a la sesión quinta, porque en el que se había de celebrar era el mismo en que le sobrevendría la cuartana. En una palabra, era el alma y gobierno de tantos célebres españoles como concurrieron al concilio y el alivio de los demás, porque, como tenía tan selecta librería, fue de mucho socorro a los sabios que allí se juntaron. Don Martin Pérez de Ayala, Juan Páez de Castro y otros españoles participaron de su beneficencia. Trasladóse el concilio por las guerras de Alemania a Bolonia, por cuyo motivo pasó a Roma, donde hizo vehementísimas representaciones privadas y públicas al papa, pidiendo volviese el concilio a Trento, y, luego que supo la protesta que los procuradores del emperador Francisco de Vargas y Martin Soria Velasco habían hecho en Bolonia, pidió audiencia pública al papa, con asistencia de los cardenales y embajadores, y en ella le hizo presente el celo del emperador en congregar el concilio, los perjuicios que padecía la iglesia, los inconvenientes de la traslación, que lo inutilizaba, y que, en consecuencia, su beatitud era responsable de los inmensos daños que se seguían a la república cristiana &c. Lo mismo intimó a las cardenales, si no contribuían al remedio; puso por testigos a los embajadores y circunstantes, y pidió testimonio de su protesta, a la que pocos días después respondió el cardenal Polo. El pontífice, estrechado por don Diego, le dijo en una ocasión parase mientes que estaba en su casa, y que no se excediese, a lo que don Diego respondió que era caballero, y su padre lo había sido, y que, siendo ministro del emperador, su casa era donde quiera que pusiese los pies, y allí estaba seguro. Paulo III eligió suspender el concilio; don Diego se opuso; murió el papa; sucedióle el cardenal de Monte en 1550, quien concedió por don Diego el perdón a Ascanio Colona y, últimamente, volvió el concilio a Trento. Por este tiempo se mantenía don Diego en Sena, donde era gobernador, cuyos vecinos se rebelaron, y después de varios lances nombró el emperador por gobernador al cardenal don Francisco de Mendoza. Don Diego hizo castigar en Roma al alguacil cabeza de los esbirros, de lo que se quejó amargamente el papa. En 1551 pasó a Roma don Juan Manrique de Lara por embajador extraordinario. En 1554 se hallaba don Diego en España de consejero de estado, y en 57 acompañó a Felipe II en la jornada de San Quintín. Vuelto a España, tuvo en palacio palabras muy pesadas con cierto caballero, a quien quitó un puñal y le arrojó por el balcón, por lo que salió de la corte desterrado el año 69 de su edad. Pasó a Granada, y fue testigo de la rebelión de los moriscos y ayudó a sofocarla, poniendo en ello, como dice, “las manos y el entendimiento”. En aquella ciudad volvió a sus libros y estudios de antigüedades; le consultaban como a oráculo; se correspondía con los sabios; Ambrosio de Morales le dedicó sus Antigüedades; antes le había dedicado Carranza su Suma de Concilios; se entregó a la erudición árabe principalmente; juntó más de 900 manuscritos de esta lengua; y buscó aún consuelo más sólido escribiendo a santa Teresa de Jesús, que le conocía y respondía con particular cariño. Permitióle Felipe II volviese a la corte; su grande amigo Jerónimo de Zurita estaba encargado de buscarle casa, que disfrutó muy poco, pues murió del pasmo de una pierna en abril de 1575. Don Diego de Mendoza era de alta estatura, recio, de aspecto feo y gravísimo, pero muy humano, amigo de sus amigos y de hacer bien a todos, protector de los sabios, inclinado a honestas diversiones y a la conversación de hombres doctos. Tuvo religión sin mezcla de superstición; fue tenaz en sus empeños, incapaz de miedo en la ejecución de ellos, celoso del bien público, que defendía aun exponiendo su vida, perspicaz en el conocimiento de las personas, por cuyas prendas desempeñó con grandeza las comisiones que se le confiaron. Nunca dejó el estudio; escribió mucho y leyó inmensidad de autores; era de parecer que se enseñasen las ciencias en lengua vulgar. Las obras que escribió son Primera guerra de Granada, esto es, de la rebelión, en cuatro libros, impresos en Madrid en 1610. El venerable Palafox dice que es lo mejor que tenemos en castellano; don Nicolás Antonio lo coloca inmediato a fr. Luis de Granada. No hay duda que, si hubiese retocado su historia, sería de las mejores que se han escrito; aun como está, se le aventajan pocas, y no podré decir quién le exceda entre los castellanos, porque el autor historia no tanto lo material de los hechos cuanto el alma de ellos, las causas, los motivos e intenciones; tiene digresiones, aunque muchas son muy oportunas y llenas de recóndita erudición. Alude en muchos pasajes a otros de los más célebres escritores antiguos. Es un Tácito en las pinturas de los personajes, igualmente agudo y breve en ellas, aunque en la narración son muy difusos los períodos 1 . Nótanle que se vale de términos muy latinizados, pero estos pudieron usarse en su tiempo, o tal vez los creía más enérgicos mientras menos apartados de su origen. En 1610 se publicaron en Madrid sus poesías en un tomo en 4º por fr. Juan Diaz Hidalgo, quien dejó de publicar otros por lo raro de la materia 2 . Es muy buen poeta; sus conceptos, sólidos; su lenguaje, puro y magnífico. Es un disparate notarle que acabe versos en sílaba aguda. Escribió una excelente, ingeniosa e irónica crítica contra la historia de Carlos V &c. de Pedro Salazar, que no se ha publicado, como ni tampoco su traducción de la Mecánica de Aristóteles; corren también algunas cartas suyas inéditas, muy adecuadas para tomar conocimiento de Roma, y unos avisos excelentes para el gobierno y conservación de la república de Venecia. Ninguna de las ediciones de su historia es correcta. La que se publicó en Valencia en 1776 tiene perversísima puntuación, e igualmente la vida que precede, que yo escribí, pero el impresor acortó algunos pasajes, como la protesta pública que hizo al papa, que copié del cardenal Palavicino. Salió, no obstante, más aumentada que las precedentes, porque hice se insertasen en sus lugares respectivos los pasajes que faltaban, que se copiaron de la biblioteca griega de don Juan de Iriarte. Vide su vida, Sedan[o], tom[o] 4, Parn [ aso ].





1. No lo son menos, y quizá lo son más, los de fr. Luis de Granada, que pasa por el mejor prosador castellano. N. de los E.
2. Nosotros poseemos una colección de poesías inéditas de este grande hombre, que nos proponemos publicar.

GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera