“DON
DIEGO RABADÁN”
La historia moderna de nuestra
literatura
presenta una página que, por lo
original
y extravagante, podría pasar por fabulosa si la mayor parte de los que hoy viven no hubiesen sido testigos de ella. En todos los tiempos y en todas las naciones ha habido, en verdad,
malos
poetas a quienes el desconocimiento absoluto de las
reglas
del arte y del buen
gusto,
unido a una buena dosis de atrevimiento y de pujos de escribir, ha lanzado en la
arena
poética y con las únicas armas del
consonante,
de una ridícula
hinchazón
o de una
pedestre
naturalidad,
han logrado captar el favor de patios y bohardillas, de plazas y callejuelas. Las sátiras de Horacio y Juvenal, de Boileau y tantos otros nos hablan ya de los que por sus tiempos alcanzaban aquel
silvestre
laurel; y a la verdad que no los economizan los
dicterios
que, por otro lado, tenían harto merecidos.
Nuestra nación en todos tiempos ha producido también esta raza a quien nuestros célebres ingenios apostrofan y describen en los ratos de buen humor, pero sus insulsas vaciedades servían como de claroscuro a los magníficos cuadros trazados por aquellos, y por su comparación contribuían grandemente a realzar su superioridad. Este contraste, esta probante variedad hacía más animado el espectáculo literario de los siglos. Al lado de los vates pedantescos se alzaban los
Cervantes,
los López y los Villegas; al lado de los Comellas, Hermógenes y Eleuterios, los Moratines, los Cadalsos y los Iglesias, como en un variado jardín suelen nacer los cardos y amapolas entre las rosas y jazmines, o el
raquítico
arbusto al pie del erguido
ciprés.
Empero en la
época
que tratamos (verdadero anacronismo literario), por una reunión de circunstancias harto conocidas, veíase a estos ingenios
grotescos
dominar exclusivamente aquella mezquina página de nuestra historia literaria, sin temer el contraste que pudieran ofrecerles los verdaderos
genios
contemporáneos, a quienes la invasión de los franceses y las revueltas civiles había hecho desaparecer de la escena poética. Y en tanto que, extrañados o confinados, exhalaban estos sus amargas quejas en el destierro o en el estrecho recinto de una prisión, los
poetastros,
alzando su cabeza, hacían resonar sus
desapacibles
voces, semejantes a los graznidos de la rana en un estanque abandonado por los cisnes.
Como muestra de aquel lamentable período conservará la historia los diarios de los años 1814 y siguientes, mezquina arena que escogieron aquellas buenas gentes para esgrimir sus armas miserables. El hombre pensador y reflexivo hallará en ellos motivos suficientes a profundas consideraciones; y el frívolo y halagüeño, grandes ocasiones para soltar la rienda a su risa mofadora.
Al frente de aquella
cohorte
de coplistas, madrigaleros, anacreónticos elegiáticos, descollaba el célebre don Diego Rabadán, que por sus circunstancias particulares forma, digámoslo así, un verdadero tipo o
caricatura
política que Moratín parece haber predicho en el que figura en primer término en la
Derrota de los pedantes.
No era en verdad Rabadán uno de aquellos
copleros
que con sola la
facilidad
de su consonante improvisan
cuartetas,
décimas y quintillas, acrósticos y ovillejos de pie forzado, no; era un ingenio original, aunque limitado, era todo un poeta estravagante formado por malísimas y multiplicadas
lecturas
que, como el ingenio loco de Cervantes, tuvo la desgracia de identificarse con todo lo más ridículo de los poetastros y adoptarlo con una fe verdaderamente quijotesca. En un graciosísimo opúsculo, inédito, que tenemos a la vista, titulado
Apuntes para la historia de D. Diego Rabadán,
bajo este epígrafe:
De un
mal
poeta murcia-
contaré las aventu-,
a quien pésimas lectu-
la cabeza devana-,
le dice, entre otras cosas en estilo harto irónico y
burlesco:
Rebatió toda su mollera de lo más selecto y atildado de nuestro
parnaso,
según su delicado criterio. Se
atestó
de lo más clásico, nada le escapó a su robusta comprensión; todo se le quedó en la uña; los
retruécanos
de León Marchante y sus picantes equivoquillos; las sales de Gerardo Lobo; lo altisonante de las selvas de Gracián; la claridad enigmática del
Polifemo
de Góngora; las agudezas de sor Juana; el intrincado laberinto de Villamediana; el fornido
Macabeo
de Silveria; etc., etc. Nada se le pasó por alto, todito quedó en casa, de que darán un público testimonio sus innumerables
obras,
así
impresas
como
manuscritas,
tanto en prosa como en
verso.
¿Quieren nuestros lectores hallar aquí algunas muestras de su estilo y suficiencia? Pues vayan esas tomadas al acaso entre otras innumerables:
A los santos reyes. Soneto pastoril
Bienvenidos seáis, ¡oh, reyes santos!
Pronto la vuelta dais de ver al niño,
que hallaríais más limpio que un armiño
1
entre pastores y sencillos cantos.
De regocijos romperíais en llantos
al mirar en Belén el pobre aliño;
de María y José su gran cariño
os tendría a los tres como en encantos.
Supuesto que sabéis lo que allí pasa
y que n la tierra y cielo está mandando
Manolito Jesús, ... pedid sin tasa
que por España siga percurando
2
,
pues que tenemos ya dentro de casa
al mayoral virtuoso, ¡el gran Fernando!
A la muerte del infante don Antonio. Soneto
Ya vencidos de Acuario los rigores
que aprisíonan a líquidos cristales,
y del Aries y Tauro criminales
resultas de los eólicos furores,
cuando Febo aproxima sus ardores,
desatando a Neptuno los raudales,
y Amaltea sus galas y caudales
manifiesta con célicos primores,
quiso el cierzo terrible y dominante
de su cruel aridez dar testimonio,
arruinando a la España su almirante.
¡Neptuno, Tetis, Céfiro y Favonio
eterno mostrarán llanto abundante,
pues falleció el infante don Antonio!
A la instalación de tribunales. Soneto
Por la fiera irrupción y cruel tormenta
de los galos herejes infernales
ha sufrido la España tantos males,
¡que solo recordarlos amedrenta!
El cálculo, guarismo ni su cuenta
jamás liquidarán gruesos anales,
pues solo la estinción de tribunales...
¡¡fue otra desdicha que el dolor aumenta!!
Compadecido Dios de tantas penas, ...
de su recta justicia el brazo alzando,
nos libera de grillos y cadenas,
antiguos tribunales instalando,
con otras muchas providencias buenas
¡¡¡inspiradas al justo rey Fernando!!!
A la muerte del juez de imprentas. Soneto
¡Musas divinas, esforzad mi canto,
inspirando una dulce melodía
semejante a la orfénica poesía,
que alegraba los reinos del espanto!
¡¡A fin de consolar el gran quebranto,
los suspiros, los ayes y agonía
que los sabios repiten noche y día,
y al orbe inundan con su triste llanto!!
Todas las nueve musas esclamaron
con sus voces pausadas, macilentas
(efectos del dolor), y así me hablaron:
“En vano... auxilios... esta vez... intentas,
que ya... nuestros... placeres... se acabaron,
¡¡¡pues ... falleció... el gran juez... de las imprentas!!!
Poema didáctico. Definición del soneto
El soneto es poema bien sucinto,
de leyes rigidísimas severas,
que en ficciones y cosas verdaderas
nunca debe salir de su recinto.
Terrible complicado laberinto,
nivel de burlas y compás de veras,
que suele remontarse a las esferas
mejorado de Apolo en tercio
3
y quinto.
Sus partes han de ser todas perfectas,
derivados de un solo pensamiento,
sin estribos, tacones
4
ni muletas.
En los fines está su encantamiento,
y es la piedra de toque de poetas
o el Caribdis
5
y potro de tormento.
Innumerables fueron las composiciones de todos géneros y calibres en que el buen Rabadán alegró a los madrileños por aquella época. Innumerables y
celebérrimas
sus
églogas,
raptos, sueños, décimas, acrósticos, glosas y laberintos, en cuyo abundantísimo surtido
alternaban
con el
sombrerero
Abrial, Goveo, Garnier y otros, aunque sobrepujándoles siempre en extravagancia y fecundidad. Pero, si el hombre público, el poeta, se
distinguía
tan notablemente por aquellas cualidades, el privado no era menos original, menos digno de observación. Su carácter era honrado y bondadoso; su trato, amable y franco; su conversación, agradable y singular. Su prodigiosa memoria, la mal dirigida
erudición
y un sí es no es devaneo de su cabeza, daba lugar a escenas en estremo cómicas, de que sacaban no poco partido los festivos
concurrentes
a cierta librería de esta
corte
en que Rabadán solía hacer pública ostentación de su ciencia
pedantesca.
De este risueño recinto fue de donde salieron las burlescas
sátiras
que amargaron los
fáciles
laureles de don Diego; de aquí, los irónicos elogios, apuntes y apologías que su enferma imaginación le hacía tomar por verdaderos; de aquí, las supuestas cartas de los reyes y príncipes de Europa,
"al"
invitándole
"poeta español,"
con gracias y
mercedes
en sus estados, remitiéndole cruces y distinciones; de aquí, en fin, la semejante copia de su imagen ejecutada por un diestro pincel y que lució por aquellos años en la exposición de la academia, de cuyo retrato original hemos tomado el dibujo que acompaña.
Ello fue que, entre los devaneos de las musas y el auxilio de los amigos zumbones, el pobre poeta vino a representar en el siglo XIX una verdadera
efigie
del hidalgo de la Mancha, verificando el admirable sueño de Cervantes, cuando supuso una
imaginación
mediana extraviada por continuadas
lecturas
estravagantes y sin el debido
criterio
para discernirlas y calificarlas.
A la muerte de aquel desdichado uno de sus burlescos
apologistas
compuso el siguiente soneto,
imitando
el estilo de Rabadán:
El día catorce del corriente
del año del Señor mil ochocientos
diez y nueve, con grandes sentimientos
de la española y extranjera gente,
murió el señor don Diego de repente,
sin siquiera llevar los sacramentos,
de lo que todos quedan descontentos,
como puedes creer, lector doliente.
Malucho andaba ya, pero no tanto
que no blandiese el gran Cristobalino
y no hechizase su apolíneo canto.
Murió a manos de duendes. Peregrino,
si algo alcanzas en versos, rompe en llanto,
tributo al sabio numen Rabadino.
1. Armiño: es un animalito semejante a la comadreja y conejo, según los naturalistas Olao Magno, Agrícola, con Plinio y su famoso traductor Huerta. Los hay de cuatro clases, pero los más célebres son blancos lo mismo que la nieve. Para cazarlos ponen circos de lodo, y son tan limpios, que se dejan coger a mano por no ensuciarse, y así son símbolos de la pureza.
2. Voz rústica puesta de intento, que equivale a protegiendo y prosperando.
3. 3 La naturaleza de esta composición es lo más sublime de la poesía y, por lo mismo, la predilecta del dios Apolo y las nueve musas.
4. Quiere decir los apoyos inconexos y toda casta de miserables ripios que vemos en muchos sonetos cojos y mancos.
5. Caribdis. Escollo marítimo algún tanto oculto, en el cual peligran las embarcaciones; así los poetas en el final de los sonetos, después de sufrir el tormento de la composición; tal es la dificultad de conseguir sus perfecciones.