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Título del texto editado:
Vida de Miguel de Cervantes Saavedra [pp. 1-15]
Autor del texto editado:
Mayáns y Siscar, Gregorio (1699-1781)
Título de la obra:
Vida de Miguel de Cervantes Saavedra
Autor de la obra:
Mayáns y Siscar, Gregorio (1699-1781)
Edición:
[s.n.]: Briga-Real, 1737


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Vida de Miguel de Cervantes Saavedra, su autor don Gregorio Mayáns y Siscar


Miguel de Cervantes Saavedra, que viviendo fue un valiente soldado, aunque muy desvalido, y escritor muy célebre pero sin favor alguno, después de muerto es prohijado a porfía de muchas patrias. Esquivias dice ser suyo. Sevilla le niega esta gloria y la quiere para sí. Lucena tiene la misma pretensión. Cada una alega su derecho, y ninguna le tiene.

1. Defiende la parte de Esquivias don Tomás Tamayo de Vargas, varón eruditísimo, quizá porque Cervantes llamó "famoso" a este lugar, pero el mismo Cervantes se explicó diciendo: «Por mil causas famoso: una, por sus ilustres linajes, y otra, por sus ilustrísimos vinos».

2. El grande émulo de Tamayo, don Nicolás Antonio, patrocina la causa de Sevilla y, para probarla, alega dos razones o conjeturas. Dice que i Cervantes siendo niño vio representar en Sevilla a Lope de Rueda, y añade que los apellidos de Cervantes y Saavedra son sevillanos. La primera conjetura prueba poco. Yo siendo niño vi representar en el teatro de Valencia un gran comedión (que es el único que he visto) y no soy de Valencia, sino de Oliva. Fuera de esto, diciendo Cervantes que «Lope de Rueda, varón insigne en la representación y en el entendimiento, fue natural de Sevilla», era natural también llamarla su patria; y ni en ese ni en otros lugares donde nombró a Sevilla, la reconoció como tal. La segunda conjetura aun prueba menos, porque, si Miguel de Cervantes Saavedra hubiera sido de los Cervantes y Saavedra de Sevilla, siendo nobles estas familias, lo hubiera él apuntado en alguna parte, hablando en tantas de sí, y lo más que dijo fue ser hidalgo sin añadir circunstancia que indicase su solar, y, a ser natural de Sevilla, en las mismas familias sevillanas de Cervantes y Saavedra se hubiera conservado desde aquel tiempo la gloriosa memoria de haber dado a España tan ilustre varón. Prueba que hubiera alegado don Nicolás Antonio, siendo de esta opinión y natural de Sevilla.

3. En Lucena dicen que hay tradición de haber nacido allí. Cuando se pruebe la tradición o se exhiba la fe de su bautismo, deberemos creerlo.

4. Entre tanto, tengo por cierto que la patria de Cervantes fue Madrid, pues él mismo en el Viaje del Parnaso, ii despidiéndose de esta grande villa, le dice así:

Adiós dije a la humilde choza mía.
Adiós, Madrid, adiós tu prado y fuentes,
que manan néctar, llueven ambrosía.

Adiós, conversaciones suficientes
a entretener un pecho cuidadoso 5
y a dos mil desvalidos pretendientes.

Adiós, sitio agradable y mentiroso,
do fueron dos gigantes abrasados
con el rayo de Júpiter fogoso.

Adiós, teatros públicos, honrados 10
por la ignorancia que ensalzada veo
en cien mil disparates recitados.

Adiós, de San Felipe el gran paseo,
donde si baja o sube el turco galgo
como en gaceta de Venecia leo.

Adiós, hambre sotil de algún hidalgo,
que por no verme ante tus puertas muerto
hoy de mi patria y de mí mismo salgo.


5. Hecha esta observación, he recurrido a los «apuntamientos» que hizo don Nicolás Antonio para formar su Biblioteca, y en la margen de ellos he hallado añadida esta misma prueba de la patria de Cervantes, pero, deseoso don Nicolás de mantener su antigua opinión, concluye así: «si bien mi patria se puede entender por España toda». Cualquiera que lea atenta y desapasionadamente los tercetos de Cervantes juzgará que esta interpretación de don Nicolás Antonio es violenta y aun contraria a la mente de Cervantes, porque los cinco primeros tercetos son una definición descriptiva de Madrid, los dos primeros versos del sexto terceto una apóstrofe o razonamiento dirigido a su hambre, y el último verso un retorno a la villa de Madrid, donde ya había dicho que tenía la «humilde choza suya», de la cual salía por ir al Parnaso, viaje cuya descripción le sacaba de tino.

Fuera de esto, en el terceto inmediato dice así:

Con esto poco a poco llegué al puerto
a quien los de Cartago dieron nombre,
cerrado a todos vientos y encubierto.

A cuyo claro y singular renombre
se postran cuantos puertos el mar baña,
descubre el sol y ha navegado el hombre.


6. Si Cervantes entendiera por patria suya a toda España (cosa muy impropia y que no cabía en su pluma), al salir de ella sería cuando la llamaría «patria», pero no hablando con Madrid y al salir de esta villa para Cartagena, y más caminando «poco a poco» para llegar a aquel famoso puerto donde se había de embarcar para hacer con Mercurio el Viaje del Parnaso.

7. Quede, pues, por asentado que Madrid fue la patria de Miguel de Cervantes Saavedra y también el lugar de su habitación. El mismo Apolo dio las señas de ésta en el sobrescrito de una graciosa carta que dice así iii : «A Miguel de Cervantes Saavedra en la calle de las Huertas, frontero de las casas donde solía vivir el príncipe de Marruecos en Madrid. Al porte medio real, digo diez y siete maravedís». Y parece que su habitación no era muy acomodada, pues en el fin de la descripción de su viaje dijo:

Fuime con esto, y lleno de despecho
busqué mi antigua y lóbrega posada.


8. Nació Miguel de Cervantes Saavedra año 1549, según se colige de esto que escribió iv día 14 de julio del año 1613: «Mi edad no está ya para burlarse con la otra vida, que al cincuenta y cinco de los años gano por nueve más y por la mano». «Por la mano» entiendo yo la anticipación de algunos días, de manera que en mi sentir nació en el mes de julio, y cuando escribía eso tenía 64 años y algunos días.

9. Desde sus primeros años tuvo grande afición a los libros, de suerte que hablando de sí dijo v : «Yo soy aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de las calles». Amó muchísimo las buenas letras y totalmente se aplicó a los libros de entretenimiento, como son las novelas y todo género de poesía, especialmente de autores españoles e italianos. En estos géneros de letras fue su erudición consumadísima, como lo manifiesta el donoso y grande escrutinio de la librería de don Quijote vi , las frecuentes alusiones a las historias fabulosas, los exactísimos juicios de tantos poetas vii y su Viaje del Parnaso.

10. De España pasó a Italia, o bien para servir en Roma al cardenal Aquaviva, de quien fue camarero viii , o bien para militar, como militó algunos años siguiendo las vencedoras banderas de aquel sol de la milicia Marco Antonio Colona ix .

11. Fue uno de los que se hallaron en la célebre batalla de Lepanto, donde perdió la mano izquierda de un arcabuzazo x o, a lo menos, herida de él, le quedó inhábil xi . Peleó como debía un tan buen cristiano y soldado tan valiente. De lo cual él mismo se gloria, no sin razón, diciendo muchos años después xii :

Arrojose mi vista a la campaña
rasa del mar, que trujo a mi memoria
del heroico don Juan la heroica hazaña.

Donde con alta de soldados gloria,
y con propio valor y airado pecho,
tuve (aunque xiii humilde) parte en la vitoria.


12. Después, no sé cómo ni cuándo, le apresaron los moros y le llevaron a Argel. De aquí coligen algunos que la novela de El cautivo xiv es una relación de las cosas de Cervantes. Y por eso añaden que sirvió en Flandes al duque de Alba, que alcanzó a ser alférez de un famoso capitán de Guadalajara llamado Diego de Urbina, y después, hecho ya capitán de infantería, se halló en la batalla naval yendo con su compañía en la capitanía de Juan Andrea, de la cual saltó en la galera de Uchali, rey de Argel, y, desviándose esta de la que había embestido, estorbó que con sus soldados le siguiesen y así se halló solo entre sus enemigos, herido, sin poder resistir y, en fin, de tantos cristianos vitoriosos, solo él gloriosamente cautivo. Todo esto y mucho más refiere de sí el cautivo, que es el principal sujeto de la dicha novela, el cual después de la muerte de Uchali Fartax, que quiere decir «el renegado tiñoso» (porque había sido uno y otro), recayó en el dominio de Azanaga, rey cruelísimo de Argel, el cual le tenía encerrado en una prisión o casa que los turcos llaman «baños», donde encierran los cautivos cristianos, así los que son del rey como de algunos particulares y los que llaman de «almacén», que es como decir cautivos «del concejo», que sirven a la ciudad en las obras públicas que hace y en otros oficios; y estos tales cautivos tienen muy dificultosa su libertad que, como son del común y no tienen amo particular, no hay con quién tratar su rescate. Uno de los cautivos que por aquellos tiempos había en Argel juzgo yo que fue Miguel de Cervantes Saavedra, y tengo para esto una prueba manifiesta en lo que de él dijo el cautivo hablando de las crueldades de Azanaga: «Cada día ahorcaba el suyo, empalaba a este, desorejaba aquél, y esto por tan poca ocasión, y tan sin ella, que los turcos conocían que lo hacía no más de por hacerlo y por ser natural condición suya ser homicida de todo el género humano. Solo libró bien con él un soldado español llamado tal de Saavedra, el cual, con haber hecho cosas que quedarán en la memoria de aquellas gentes por muchos años y todas por alcanzar libertad, jamás le dio palo ni se lo mandó dar ni le dijo mala palabra, y por la menor cosa de muchas que hizo temíamos todos que había de ser empalado y así lo temió él más de una vez; y, si no fuera porque el tiempo no da lugar, yo dijera ahora algo de lo que este soldado hizo que fuera parte para entreteneros y admiraros harto mejor que con el cuento de mi historia». Hasta aquí Cervantes hablando de sí mismo en boca de otro cautivo, de cuyo testimonio consta que sólo fue soldado y así se llamó en otras ocasiones 1 , y no alférez y capitán, títulos con que se hubiera honrado a lo menos en el frontispicio de sus obras si los hubiera tenido. Cinco años y medio fue cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. xv Volvió a España y se aplicó a la cómica. Compuso varias comedias que se representaron con aplauso por la novedad del arte y adorno de las tablas, el cual debieron al ingenio y buen gusto de Cervantes los teatros de Madrid. Tales fueron Los tratos de Argel, La Numancia, La batalla naval y otras muchas xvi , manejando Cervantes el primero y último asunto como testigo de vista. También compuso algunas tragedias que fueron bien recibidas xvii . Su buen amigo Vicente Espinel, inventor de las décimas que por él se llamaron «espinelas», le juzgó digno de ponerle en su ingeniosa Casa de la memoria, xviii quejándose de la desgracia de su cautividad y celebrando la gracia de su genio poético en esta octava:

No pudo el hado inexorable avaro,
por más que usó de condición proterva
arrojándote al mar sin propio amparo
entre la mora desleal caterva,
hacer, Cervantes, que tu ingenio raro
del furor inspirado de Minerva
dejase de subir a la alta cumbre
dando altas muestras de divina lumbre.


Antes que Espinel, explicó estos mismos pensamientos Luis Gálvez de Montalvo en uno de los sonetos que preceden a La Galatea, que dice así:

Mientras del yugo sarraceno anduvo
tu cuello preso y tu cerviz domada,
y allí tu alma al de la fe amarrada
a más rigor, mayor firmeza tuvo,

gozose el cielo, mas la tierra estuvo
casi viuda sin ti, y desamparada
de nuestras musas la real morada
tristeza, llanto, soledad mantuvo.

Pero después que diste al patrio suelo
tu alma sana y tu garganta suelta
de entre las fuerzas bárbaras confusas

descubre claro tu valor el cielo,
gózase el mundo en tu felice vuelta
y cobra España las perdidas musas.


La conclusión de este soneto prueba que Miguel de Cervantes Saavedra, aun antes de ser cautivo, era ya tenido en España por uno de los más ilustres poetas de su tiempo.

13. Pero, como el informe que se tiene por los oídos no suele ser el más exacto, quiso Cervantes sujetarse al riguroso examen que hacen los juicios de los lectores en vista de las obras. En el año, pues, 1584 publicó los seis libros de La Galatea, los cuales ofreció, como primicias de su ingenio, a Ascanio Colona, entonces abad de Santa Sofía y después presbítero cardenal con el título de la Santa Cruz de Jerusalén. Don Luis de Vargas Manrique celebró esta obra de Cervantes con un soneto que, por ser mucho mejor que los que suelen hacerse, le pondré aquí:

Hicieron muestra en vos de su grandeza,
gran Cervantes, los dioses soberanos.
Y, cual primera, dones inmortales
sin tasa os repartió naturaleza.

Jove su rayo os dio, que es la viveza
de palabras que mueven pedernales,
Diana el exceder a los mortales
en castidad de estilo con presteza,

Mercurio las historias marañadas,
Marte el fuerte vigor que el brazo os mueve,
Cupido y Venus todos sus amores,

Apolo las canciones concertadas,
su ciencia las hermanas todas nueve,
y al fin el dios silvestre sus pastores.


14. Este soneto es una igualmente verdadera que hermosa descripción de La Galatea, novela en que Cervantes manifestó la penetración de su ingenio en la invención, su fecundidad en la abundancia de hermosas descripciones y entretenidos episodios, su rara habilidad en desatar unos nudos al parecer indisolubles, y el feliz uso de las voces acomodada s a las personas y materia de que se trata. Pero lo que merece mayor alabanza es que trató de amores honestamente, imitando en esto a Heliodoro y Atenágoras; de los cuales aquél nació en Emisa, ciudad de Fenicia, y escribió Los amores de Teágenes y Clariquea, y este no se sabe si vivió jamás porque, si son verdaderas las conjeturas del sabio obispo de Avranches Pedro Daniel Huet, Guillermo Filandro fue el que compuso la Novela del perfeto amor y la prohijó a Atenágoras. Como quiera que sea, nuestro Cervantes escribió las cosas de amor tan aguda y filosóficamente que no tenemos que envidiar a la voracidad del tiempo las Eróticas o libros amorosos de Aristóteles, de sus dos discípulos Clearco y Teofrasto, y de Aristón Ceo, también peripatético. Pero esta misma delicadeza con que trató Cervantes del amor temió que había de ser reprehendida y así procuró anticipar la disculpa: «Bien sé -dice- lo que suele condenarse exceder nadie en la materia del estilo que debe guardase en ella, pues el príncipe de la poesía latina fue calumniado en algunas de sus églogas por haberse levantado más que en las otras. Y así no temeré mucho que alguno condene haber mezclado razones de filosofía entre algunas amorosas pastoras que pocas veces se levantan a más que tratar cosas de campo, y esto con su acostumbrada llaneza. Mas, advirtiendo que muchos de los disfrazados pastores de ella lo eran solo en el hábito, queda llana esta objeción». No tuvo Cervantes igual disculpa que alegar en satisfacción de otra censura que viene a parar en una nota de la fecundidad de su ingenio, y es que entretejió en esta su novela tantos episodios que su multitud confunde la imaginación de los lectores por atenta que sea, porque, enlazados unos con otros, aunque con gran artificio, este mismo no da lugar a seguir el hilo de la narración, frecuentemente interrumpida con nuevos sucesos. Bien lo conoció él y aun lo confesó cuando, en boca del cura Pero Pérez (que era hombre docto, graduado en Sigüenza) y del barbero maese Nicolás, introdujo este coloquio: «Pero ¿qué libro es -preguntó el cura- ese que está junto a él?, -habla del Cancionero de Lope Maldonado-. La Galatea de Cervantes, -dijo el barbero-. Muchos años ha -respondió el cura- que es grande amigo mío ese Cervantes y sé que es más versado en desdichas que en versos. Su libro tiene algo de buena invención, propone algo y no concluye nada. Es menester esperar la segunda parte, que promete. Quizá con la enmienda alcanzará del todo la misericordia que ahora se le niega; y entretanto que esto se ve, tenedle recluso en vuestra posada». No llegó el caso de publicar La Galatea, aunque la prometió muchas veces. Una cosa noté algunos años ha y la repito ahora por ser propia del asunto, y es que el estilo de La Galatea tiene la colocación perturbada, y por eso es algo afectado. Las voces de que usa son muy propias, su construcción violenta por ser desordenada y contraria al común estilo de hablar. Imitó en esto los antiguos libros de caballerías, se conoce que de industria y por el deseo que tenía de la novedad, pues su dedicatoria y prólogo tienen la colocación más natural, y las obras que publicó después, mucho más, de suerte que son una manifiesta retractación de su antiguo error. En La Galatea hay coplas de arte menor de suma discreción y dulzura por la delicadeza de los pensamientos y suavidad del estilo. Sus composiciones de arte mayor son inferiores, pero hay en ellas muchos versos que pueden competir con los mejores de cualquier poeta.

15. Pero no es esta la obra por la cual debe medirse la grandeza del ingenio, maravillosa invención, pureza y suavidad de estilo de Miguel de Cervantes Saavedra. Todo esto se admira más en los libros que compuso de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Este fue su principal asunto, y el desapasionado examen de esta obra lo será también de mi pluma en estos mis apuntamientos de su vida, la cual escribo con mucho gusto por obedecer a los preceptos de un gran honrador de la buena y feliz memoria de Miguel de Cervantes Saavedra que, cuando no tuviera como tiene una fama universal, la conseguiría ahora por el favor de tan ilustre protector.





i. En el prólogo de sus Ocho comedias.
ii. Cap. I.
iii.  Viaje del Parnaso, cap. 8, en la “Adjunta”.
iv. En el “Prólogo” de las Novelas.
v. Tomo I, cap. 9.
vi. Tomo I, cap. 6.
vii. En el mismo capítulo 6.
viii. Véase la dedicatoria de La Galatea.
ix. Véase la misma dedicatoria.
x. “Prólogo” de las Novelas.
xi. En el Viaje del Parnaso, cap. I.
xii. En el Viaje del Parnaso, cap. I.
xiii. Alude a que solo era soldado, sin grado alguno.
xiv. Tomo I de Don Quijote, cap. 39.
1. En el Viaje del Parnaso, cap. I. En el prólogo de La Galatea. En la aprobación del segundo tomo de Don Quijote. En Los tratos de Argel, M.S.
xv. En el “Prólogo” de las Novelas.
xvi. Tomo I de Don Quijote, cap. 48,
xvii. Véase el mismo capítulo.
xviii.  Rimas de Espinel, fol. 44, col. 2.

GRUPO PASO (HUM-241)

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2018M Luisa Díez, Paloma Centenera