Información sobre el texto
Título del texto editado:
“D. José Álvarez”
Autor del texto editado:
Biografía no firmada
Título de la obra:
La Colonia Patricia. Periódico de ciencias, literatura, artes e intereses materiales,
núm.2
Edición:
Córdoba:
imprenta de García,
1843
Relación de todos los textos preliminares de la obra:
*
Transcripción realizada sobre el ejemplar Biblioteca Municipal de Córdoba
(texto completo)Encoding: Elena Cano Turrión
Transcriptor: Alaia Davant
Editor: Pedro Ruiz Pérez
Córdoba, 8 abril 2021
D. José Álvarez
Nació D. José Álvarez de
padres
honrados y
escasos
de fortuna en la villa de Priego a 23 de abril de 1768. Siendo todavía muy
niño
empezó a
ayudar
a su padre en la
profesión
de cantero y cincelador en piedra, que ejercía, a la manera que Miguel Ángel manejó desde su infancia el cincel,
imitando
a otro tallista en piedra, que era marido de su
nodriza.
Pasó a los
20
años a Granada para asistir a la
academia
de dibujo, y cuando volvió a su pueblo, después de haber pasado algún tiempo en esta ciudad, hizo por encargo del Ayuntamiento un león despedazando una serpiente, para cuyo estudio, a falta de otro original, le sirvió un perro, de quien tomó la musculatura y actitud en la acción de embestir. Esta obra, que aún se
conserva
en la fuente de la villa, dio a
conocer
su
talento
para la escultura, y le concilió la
protección
del obispo de Córdoba D. Antonio Caballero y Góngora, el cual le llevó a su palacio para agregarle a la academia que él mismo había establecido. Estuvo aquí como dos años, al cabo de los cuales, y tocando a los
26
de su edad, fue a Madrid donde se matriculó en la Real
Academia
de S. Fernando a 23 de abril de 1794. La aplicación y extraordinarios
progresos
del
"Andaluz"
(que por este nombre le conocían) le pusieron en estado de optar a los premios generales de la Academia en 1799.
Era el programa un bajorrelieve, en que había de representarse, acompañados del clero y del pueblo, al rey D. Fernando I y a sus hijos, llevando descalzos sobre los hombros el cuerpo de S. Isidoro arzobispo de Sevilla, milagrosamente descubierto, hasta depositarlo en la iglesia de S. Juan de León. Álvarez llevó el primer
premio
de la clase 1ª, y fue destinado por real orden del 20 de aquel año a viajar a París y Roma con una
pensión
de 12 reales, y a extender y
perfeccionar
sus conocimientos en la escultura. Poco después de su llegada a París se abrió el concurso de premios generales por el instituto de Francia, y el
joven
español se presentó en la palestra, sin arredrarle la novedad del teatro ni su calidad de
extranjero,
ni la falta de
protección
que pudiera tener en un país extraño y entre gentes desconocidas. Álvarez, según la opinión de los que conocieron bien el certamen, hubiera obtenido el primer
premio,
si este no fuese una pensión para pasar a Roma, como reservada a los artistas nacionales. Privado del lugar que le preparaba su mérito, se le adjudicó el segundo
premio
en sesión pública del instituto de 15 vendimiario, año diez (6 de octubre de 1802) sobre una multitud crecida de opositores. Por el acto de aquella sesión se consta que era entonces
discípulo
de Mr. Dejoux. En la exposición de 1804 presentó al público su estatua de Ganimedes vaciada en yeso, que arrebató la atención y
aplausos
de los inteligentes, y en particular del célebre David, primer pintor de su tiempo, quien decía que si se enterrase ejecutada en mármol, la
posteridad
no la distinguiría de los más preciosos restos de la Grecia. El jefe del gobierno francés en aquella época dio en testimonio de
aprecio
una
medalla
de 500
francos
al escultor, como a
uno
de los más
sobresalientes
artistas. La estatua fue remitida por su autor a Madrid, y colocada de orden del rey en la
Academia
de S. Fernando, donde se conserva.
El deseo de
rivalizar
con
Cánova
en el género
fuerte,
después de haberle igualado con su Ganimedes en el suave, le inspiró el pensamiento de representar a
Caupolican
cargado con el madero que debía conseguirle el mando del ejército Araucano; pero la lectura de Homero le sugirió la idea de representar más bien a
Aquiles
en el momento de haber recibido la flecha mortal. El modelo, mayor que el natural, en que desempeñó esta
grandiosa
idea, venciendo dificultades inaccesibles al arte, según decía David, se desplomó desgraciadamente, dejando a todos el sentimiento de su pérdida y el más
elevado
concepto del escultor, que no pudo restablecerle por su inmediata partida a Roma: en esta ciudad ejecutó Álvarez casi todas sus obras, y en recompensa del mérito que reveló en la primera, como fue la composición de cuatro bajorrelieves que le encargaron para una sala del palacio Quirinal en Monte Caballo, fue nombrado individuo de número y posteriormente miembro del Consejo secreto de la Academia de S. Lucas. Representábase en uno a
Leonidas
en el paso de las Termópilas, en otro a Julio César pasando revista a su ejército, y en el tercero un sueño de Cicerón viendo a Júpiter que distingue a Octavio entre toda la juventud romana; en el último el sueño de Aquiles en el sitio de Troya o la aparición de Patroclo. Estos bajorrelieves, de una belleza singular, por las nuevas alteraciones políticas no llegaron a colocarse en el sitio a que se destinaban.
Sin embargo de que el anhelo de la perfección le hizo
destruir
más obras que las que ha dado al público, todavía quedan bastantes en diversos géneros para acreditar su aplicación, y asegurar a su nombre la
inmortalidad.
Es la primera entre todas su
magnífico
grupo semicolosal, que representa una escena del
sitio
de Zaragoza. Aunque no gustaba hacer retratos, y se negó a ejecutar el de Bonaparte, hay sin embargo considerable número de bustos de su mano, cuya semejanza se
admira
generalmente: entre otros se cita el de Fernando VII, el del infante D. Franciso de Paula, el de D. Juan Cean Bermudez, y el del gran compositor Rossini. Todos los hombres señalados en todas las naciones le han tributado el
homenaje
de su respeto y alabanza: además de la
academia
de S. Lucas de Roma, la de S. Fernando de Madrid, la de Carrara, la de Nápoles, la del instituto de Francia, la de Amberes, han ilustrado con el nombre del artista español el catálogo de sus individuos, y en 1816 fue nombrado escultor de
Cámara.
Terminados los trabajos que le detuvieron en Roma, volvió a Madrid a principios de mayo de 1826, y nadie ignora que año y medio después, en 26 de noviembre de 1827 le arrebató a su patria y a la Europa una enfermedad que ya de mucho tiempo padecía.
Era de buena estatura, de formas bien proporcionadas, trigueño de color, enjuto de carnes, de rostro expresivo, nariz delgada, ojos pardos algo hundidos pero vivaces y animados, sencillo en su porte y aún descuidado frecuentemente, afable y placentero en su trato, dulce de carácter, modesto y sin presunción, aunque conocía sus fuerzas como todo el que las tiene.
Se le hicieron magníficas
exequias
en la iglesia de Sta. María de Almudena, a que asistieron los principales
artistas
y literatos, y muchos altos personajes de aquella capital. Está enterrado en el cementerio extramuros de la puerta de Fuencarral en un modelo nicho, cuya propiedad han prolongado sus hijos en 1833.
GRUPO PASO (HUM-241)
FFI2014-54367-C2-1-R
FFI2014-54367-C2-2-R
2018M Luisa Díez, Paloma Centenera