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Título del texto editado:
“Al ilustrísimo señor don Antonio de Aragón. Fray Jerónimo de San José, carmelita descalzo, salud”
Autor del texto editado:
San José, fray Jerónimo de
Título de la obra:
Obras poéticas del licenciado Martín Miguel Navarro, canónigo de la santa Iglesia Catedral de Tarazona y natural de la misma ciudad. Mandadas sacar a luz por el ilustrísimo señor don Antonio de Aragón, arcidiano de Castro y canónigo de la santa Iglesia de Astorga, de los Consejos de su majestad en la Suprema y en la Inquisición de España y Real de las Órdenes, caballero de la orden de Alcántara y tesorero de ella
Autor de la obra:
Miguel Navarro, Martín
Edición:
1646


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AL EXCELENTÍSIMO SEÑOR DON ANTONIO DE ARAGÓN


Fray Jerónimo de San José, carmelita descalzo, salud.

Mandome v.s. los días pasados, habiendo en su gran biblioteca dado insigne lugar a los manuscritos del canónigo Martín Miguel Navarro, los reconociese y examinarse todos y que, hallando algunos digno de publicarse, los pusiese en orden con una breve noticia de la vida y estudios del autor, para que por medio de la estampa se pudiesen entregar a la luz. Oyendo este mandato y viendo la honra que v.s. hace y prepara a las doctas vigilias de un ya difunto escritor, se me vino a la memoria y a la lengua aquella piadosa esclamación del joven Plinio: “Adhuc honor studiis durat”. Aún hay honra para los estudios; aún dura su estimación; no del todo se acabó el aplauso que en los pasados siglos se hacía a las mejores letras, pues en este vemos que a las de un ya difunto y casi olvidado escritor les hace tanto aplauso y honra quien con sola su aprobación la da singularísima. Con razón sacarán de aquí los estudiosos la consecuencia que Plinio: “Studeamus ergo, nec desidiae nostra pretendamus alienam”. Pues hay quien honra y estima los estudios, entreguémonos a ellos y no achaquemos al ajeno descuido los efectos del nuestro. “Sunt qui audiant, sunt qui legant; nos modo dignum aliquid auribus dignum chartis elaboremus”. ¿Qué, si hay quien oya y quien lea y quien estime y honre, si nosotros trabajamos algo que sea digno de oírse, de escribirse y estimarse? Yo en parte soy de esta opinión con Plinio, pero no en todo, con su buena licencia. Porque, si consultamos a la esperiencia universal, son muy pocos y aun rarísimos los que con premios cuentan los méritos a la virtud y a las letras, y aun los que con solo aplauso y loor alientan a los ingenios virtuosos. A estos se debía todo el principal golpe de la humana estimación, de la mayor comodidad y más buena fortuna, de la cual muy poca parte alcanza a los mayores talentos y mejores costumbres. Vimoslo en el canónigo Martín Miguel, varón insigne, de vida candidísima y de ingenio superior, adornado de las más bellas letras que reconoce la erudición más culta. Honras, aplausos y premios grandes merecía; tuvolos muy moderados, y esos como acaso y por descuido de la fortuna, y que parece se le cayeron de la mano con que levanta y enriquece a otros muy indignos. Saben estos obligarla con maña y diligencia, de la cual suele carecer la virtud y estudiosidad, enemiga de la lisonja y ambición, que son las artes y fuerzas con que de ordinario se conquistan los mayores puestos. Yace en un rincón retirada la virtuosa filosofía, y sepultado el estudioso entre sus libros se olvida y es olvidado de los valedores y válidos de este mundo, y mucho más de aquellos que les rodean y miran más de cerca y en su misma patria. Siempre fue desestimado en ella el profeta, como el metal más precioso, de aquellos mismos que nacieron y se crían a su vista. Flaqueza es y achaque vil de la humana no conocer lo que más de cerca de sí tiene, necesitando de alejarse para que se estime lo muy proprio y familiar. Y, porque la muerte es la que más aleja los objetos, pues apenas deja de ellos la memoria, suele nacer entonces la fama cuando muere el sujeto. Triste modo de negociarla, pues ha de costar la vida al que de esta manera la ha de conseguir. Todavía es consuelo para los vivos la honrosa memoria de los difuntos, de la cual también goza vivo el que la merece cuando, previniendo su posteridad, mira ya como presentes los honores que se ofrecerán después a sus cenizas. La modestia suma de Martín Miguel nunca supo más que merecerlos. Vivió para estudiar, estudió para saber vivir y con la virtud y el estudio no pretendió jamás anticipadas glorias ni mancilló la pureza de su alto fin con la bajeza de honra solo imaginada. Tanto más por eso mismo la mereció y alcanzó muy verdadera ya difunto, ordenando el cielo que v.s., ya que, por no haberle conocido antes, no pudo honrarle en vida, compensase después en la muerte con ventajas los favores y precios que él merecía y de v.s. hubiera recibido.

Pero, volviendo al mandato de reconocer sus papeles, digo, señor, que en ellos conocí de nuevo a este sujeto, y se me representaron tres cosas grandes en él. La primera, en tan poca edad tanta abundancia de escritos propios y ajenos, todos de su letra y de varias facultades, lenguas y artes, con observaciones atentísimas. Cuanto bueno topaba en todo género de letras lo copiaba él mismo de su mano, aunque fuesen tratados enteros. Y fue tanto lo que de esta manera escribió, que parece no bastara para solo ello el tiempo y la vida al que no hubiera de hacer otra cosa. Juzgo lo hacía para con este trabajo tan porfiado imprimir en el ánimo lo más selecto de los autores y hacerlo familiar a la memoria y a la pluma. Y verdaderamente, como el juicio y elección sea acertada, cual era en el canónigo, es el más firme y seguro modo de aventajar las noticias y con ellas el concepto y el estilo para quien ha de escribir. Porque, como el ordinario trato con gente cortesana y entendida hace a un hombre entendido y cortesano, así el curso de leer y manejar los mejores autores cría en los ingenios capaces una facilidad como nativa para el uso de aquello mismo en que los otros fueron escelentes. Esto consiguió Martín Miguel con singular felicidad, porque su trabajo y atención en esta parte fue singularísima , y así en la prosa y en el verso se le venía a la pluma lo más selecto que había observado en los autores griegos, latinos y vulgares. La segunda cosa que de sus escritos colijo grande nace de la primera, y es la universal capacidad de su ingenio para todo linaje de erudición, con la cual se alargó a la diversidad de lenguas, de ciencias y artes, prosa y verso, escribiendo en cada materia de las que emprendía con suavidad, profundidad y propriedad, que son tres condiciones de que se hallan adornados todos sus escritos. Con aquella generalidad de su talento emprendió varios y muchos asuntos, comenzando a ponerlos en orden y a dar cuerpo a la idea que había formado de ellos, y, como era de poca edad, le parecía poderlos acabar y dar entera perfección. Alternaba con este modo los estudios, y el cuidado y trabajo en los unos era prevención y ayuda para los otros, valiéndose de sí mismo en una materia para facilitarse y mejorarse en otra. Maestro de sus escritos y discípulo de sus observaciones. Pero, como los pensamientos de los mortales son falibles, y nuestras providencias inciertas, salieronle así a Martín Miguel las suyas, cortando la muerte en el hilo de su vida el de sus estudios y designios, y así dejó empezadas muchas obras y acabada ninguna. La tercera cosa grande que yo halló en estos escritos son las poesías suyas, en que se pueden considerar muy notables circunstancias de esta grandeza.

Porque, primeramente, no habiendo jamás tomado este género de estudio por principal y de propósito, sino por accesorio y muy acaso, y como una honesta diversión de otros mayores, causa admiración lo bueno y excelente que se halla en él, y mucho más si se consideran los pocos años de su edad, que apenas llegó a canas. Pero sus poesías son tales, que parecen vigilias de muy profundo y prolongado estudio, pues un grande ingenio, con suma aplicación y larga vida y con muy particular genio y don extraordinario, parece podía aventajarse más en este linaje de escritura. Los que le frecuentaron y son diestros en él juzgaran esto mejor, como quien sabe lo que cuesta llegar a lo que aquí admiramos. Yo, si en ello tuviera voto, dijera que había Martín Miguel robado y tal vez mejorado las más selectas flores de los poetas antiguos y modernos. Y, dejando aquellos y los extraños, halló entre los de nuestra lengua y nación tres padres y como maestros y príncipes de la poesía vulgar, que fueron Garcilaso de la Vega don Luis de Góngora y el canónigo Bartolomé Leonardo. A todos tres los imitó en lo mejor que se halla en ellos. A Garcilaso, en la claridad y suavidad; a Góngora, en la bizarría y esplendor; y a Leonardo, en la majestad y substancia. Pero a quien él particularmente eligió como a maestro y de quién pudo aprender con frecuente y familiarísimo trato como discípulo fue a Leonardo. A este únicamente se preció de imitar y robar, aunque no sé qué pudiera mejorar los robos, por ser las obras de aquel supremo ingenio tan puras, tan llanas, tan grandes, tan floridas y de tanta perfección, que parece imposible mejorarse lo que salía de su pluma. Porque nadie como él exprimió los afectos del ánimo, nadie con más alto concepto ni con más puro estilo exornó lo que exprimía, formando y dejando al poema tan limpio y tan perfecto, que parece cada verso suyo un rayo de luz resplandeciente, una vena de agua cristalina, un diamante hermosísimo y una bellísima flor. Así llegó a esta grandeza su discípulo Martín Miguel, y por ventura parecerá a algunos que llegó, y a otros que en algo trascendió. Pero lo que yo siento es que, ya que no llegase nuestro canónigo a Leonardo, ninguno se le acercó más ni le imitó mejor, porque es tanta la semejanza entre ambos que, si no tuviéramos noticia de las obras de cada uno, se pudieran tomar las unas por las otras, y dijera la observación pitagórica que el espíritu y genio de Leonardo se había transformado en Martín Miguel, y la cristiana podría decir que había heredado su espíritu doblado, como el de Elías Eliseo, pues en la prosa y en el verso ambos duplicaron el espíritu como aquellos santos profetas en el vaticinio y el portento. Solo una cosa lo diferenció de Leonardo y de los demás insignes poetas de nuestra edad; es, a saber, en el estudio y erudición de lenguas, matemáticas, filosofía, historia y política, en que, siendo a nadie inferior, ha excedido a muchos y por ventura es el primero entre todos. Las mismas obras, aunque imperfectas, perfectísimas, lo digan: esos fragmentos del Vesubio y los Pirineos, esa cosmografía y geografía, y aun todo lo demás que habemos juntado de sus poesías lo están manifestando. Los sonetos son pocos, pero muy altos; las canciones, gravísimas y profundas; los tercetos, gallardos y muy puros; las octavas, heroicas y llenas de substancia filosófica; las traducciones de salmos de David, de epigramas de Marcial, fragmento de Virgilio y otros, proprísimas y suavísimas; los juguetes de letrillas devotas, tiernos y afectuosos; los epigramas, odas y versos latinos y griegos, elegantes y graves; y, finalmente, los poemas de la cosmografía y geografía son tales, que ellos solo pudieran dar eterna fama y nombre al mayor poeta. Ni fuera vano encarecimiento el decir que, si este sujeto viviera larga edad, y recogidas todas las fuerzas de su ingenio a un asunto grande y heroico le hubiera emprendido, pudiera competir con Virgilio y Homero. Fue lástima el haberse divertido a tantos y haberle faltado vida para acabarlos. Si ella le acompañara, hubiera llenado el mundo de insignes volúmenes, y especialmente en materia de política, que era su principal asunto. Ya que de esto no quedó tratado alguno que pudiera darse a la estampa, ni de otros papeles de escelente prosa suya se ha podido formar volumen suficiente, me ha parecido que de las poesías se podía juntar un buen número, que es el que ofrezco a v.s. en este libro. Confieso que me ha costado trabajo el sacarlas de sus papeles originales, que, por ser sueltos y muy borrados, ha sido necesario mucho desvelo, y, como él hacía poco caso de estas poesías, las tenía escritas en papelillos perdidos y sobre cartas desechadas, sin orden ni concierto alguno. Por el que aquí tienen y estar copiadas con cuidado y toda felicidad, supuesto que de los originales no se puede hacer cuenta, podrá v.s. tener este volumen por original de las obras poéticas de Martín Miguel, que así lo asiguro yo y doy fe que todo lo que aquí se contiene es sacado de los mismos originales de su obra y mano y lo firmo de la mía en Zaragoza a 20 de enero de 1646.





GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera