Información sobre el texto

Título del texto editado:
Vida de Garci Laso de la Vega
Autor del texto editado:
Herrera, Fernando de 1534-1597
Título de la obra:
Obras de Garci Laso de la Vega con anotaciones de Fernando de Herrera
Autor de la obra:
Vega, Garcilaso de la 1501-1536
Edición:
Sevilla: Alonso de la Barrera, 1580


Más información



Fuentes
Información técnica





VIDA DE GARCI LASO DE LA VEGA


No es mi intento en esta memoria que yo hago de Garci Laso, príncipe de los poetas españoles, tratar con alguna particularidad las cosas que le sucedieron en el discurso de su vida, porque para ello requería un ingenio más desocupado que el mío y que con más felice estilo diera entera noticia de los casos que le acontecieron. Pero conociendo yo que este género de escrebir -poco usado en España- pide muy recatada consideración y que no permite ni sufre que se trate en él vida de algún hombre que no sea grande príncipe o capitán de clarísima fama con alguna demasía de alabanzas, porque luego trae sospecha de adulación, y que si el escritor della, por huir de semejante vicio, es corto en alabar, incurre en opinión de invidioso y vituperador de las cosas bien hechas, porque quien no alaba lo que merece estimación de gloria, dicen que se mueve con pasión de calunia, y juzgando también que no podrá salir este trabajo tan bien acabado y puesto en el extremo de perfeción que conviene a la nobleza y excelencia de Garci Laso, quiero antes, excusando el uno y otro peligro, contenerme deste deseo y tratar solamente lo que pertenece para la inteligencia destas obras, con la brevedad que demanda una narración tan desnuda y recogida.

Fue Garci Laso de la Vega natural de la ciudad de Toledo y hijo de Garci Laso, Comendador Mayor de León, y de doña Sancha de Guzmán, de la esclarecida y nobilísima casa de Toral, Señores de las villas de Cuerva y Batres y los Arcos; y aunque fue en la nobleza y claridad de su generoso linaje uno de los más ilustres y principales caballeros del Reino, fue sin comparación alguna mucho más glorioso por la excelencia y grandeza de su ánimo y virtud propria; porque los bienes ajenos, deseados de todos y tenidos en singular precio no merecen igual valor con los que nacen y viven en el hombre mesmo.

En el hábito del cuerpo tuvo justa proporción, porque fue más grande que mediano, respondiendo los lineamientos y compostura a la grandeza. Fue muy diestro en la música y en la vihuela y harpa con mucha ventaja, y ejercitadísimo en la disciplina militar, cuya natural inclinación lo arrojaba en los peligros, porque el brío de su animoso corazón lo traía muy deseoso de la gloria que se alcanza en la milicia.

Crióse en Toledo hasta que tuvo edad conviniente para servir al Emperador y andar en su corte, donde por la noticia que tenía de las buenas letras, y por la excelencia de su ingenio y nobleza y elegancia de sus versos, y por el trato suyo con las damas, y por todas las demás cosas que pertenecen a un caballero para ser acabado cortesano, de que estuvo tan rico que ninguna le faltó, tuvo en su tiempo mucha estimación entre las damas y galanes. Entrado en edad de 24 años o poco más, se casó en el palacio de la Reina de Francia, Madama Leonor, con doña Elena de Zúñiga, dama suya y hija de Íñigo López de Zúñiga, primo hermano del conde de Miranda, de quien hubo por hijos a Garci Laso de la Vega, que de 24 años mataron los franceses en una batería de Vulpiano, y a fray Domingo de Guzmán, de la religión de los dominicos, doctísimo teólogo, y a doña Sancha de Guzmán, con quien casó don Antonio Puertocarrero y de la Vega, hijo del conde de Palma, su cuñado.

Después de casado, sirvió siempre al Emperador en todas las jornadas de guerra que hizo y se halló con él cuando se opuso con aquel ejército fortísimo a la grandísima pujanza con que Solimano venía contra Viena. Después pasó a la empresa de Túnez, y allí fue herido un día, en una escaramuza, de dos lanzadas, una en la boca y otra que le atravesó el brazo derecho, de donde nació aquel bellísimo soneto a Mario Galeota. Acabada dichosamente esta guerra, volvió a Italia y estuvo algunos días en Nápoles, en la cual ciudad, por su virtud y suavidad de costumbres y vida, era tan estimado de los caballeros y señores della y de las damas que no pasó español más bien quisto y querido. Fue singularmente amado, por la igualdad de sus estudios y por la nobleza suya de don Alonso de Ávalos, marqués del Vasto.

Formando el Emperador en el año de 36 campo en el Piamonte, entró por la Provenza hasta Marsella, y en esta jornada mandó a Garci Laso que le sirviese llevando a su cargo 11 banderas de infantería. Retirándose el ejército sin efeto a la vuelta de Italia, en un lugar del orden de San Juan, 4 millas de Fregius yendo de Poniente para Levante, en una torre que allí estaba ocupada de 50 villanos franceses, los más dellos arcabuceros que no se quisieron rendir, como escribe Jovio en el libro 35 y Arnoldo Ferronio en el 8 y Guillermo Belai en el 7, mandó el Emperador que la batiese alguna batería española, y abierta una boca en lo alto, le arrimaron algunas escalas. Entonces Garci Laso, mirándolo el Emperador, subió el primero de todos por una dellas sin que lo pudiesen detener los ruegos de sus amigos. Mas antes de llegar arriba, le tiraron una gran piedra, y dándole en la cabeza, vino por la escala abajo con una mortal herida. Indinado desto el Emperador, mandó ahorcar todos los villanos que hallaron en la torre. Garci Laso fue llevado en el campo hasta Niza, donde murió de 34 años a 21 día de su herida. Fue depositado su cuerpo en Santo Domingo de Niza y traído en el año de 38 a Toledo, donde fue sepultado en San Pedro Mártir, en una capilla que está a la mano derecha de la mayor, antiguo sepulcro de los señores de Batres, antecesores suyos, y con él, en la mesma capilla está el cuerpo de su hijo Garci Laso.

En todas las jornadas que hizo, llevando cargo o sin él, jamás desamparó el estudio de las letras, tomando ora la espada ora la pluma, como él escribió en una de sus églogas.

Esto es, en breve, lo que se puede decir de Garci Laso en lo que toca a las acciones de su vida y la milicia. Pero lo que importa más para nuestra noticia, que es en declaración y juicio de sus estudios en la poesía, querría acertar a tratallo de suerte que, no ofendiendo a los que se estiman por aventajados escritores en este ejercicio, quedase él con la gloria que merece y le da el común consenso de los hombres.

Para esto sólo tocaré lo que pertenece a su alabanza con templada moderación, descubriendo las virtudes en que es ecelente, sin hacer comparación de sus versos con otros algunos, porque esta licencia que se han usurpado los que emprenden semejante argumento no es siempre bien recebida, y muchas veces es temeraria.

Es el estilo de Garci Laso inafetado, como se dijo de Jenofón, o, por más cierto, que ninguna afetación lo puede alcanzar; halla con agudeza y perspicacia; dispone con arte y juicio, con grande copia y gravedad de palabras y concetos, que no podrá aunque escriba cosas humildes, inclinar su ánimo a oración humilde; está lleno de lumbres y colores y ornato poético donde lo piden el lugar y la materia, y de grandes afetos y elocuencia, no sólo exprimiendo mas amplificando y componiendo y ilustrando sus pensamientos con tanta elegancia que ninguno le ecede. Tiene riquísimo aparato de palabras ilustres, sinificantes y escogidas con tanto concierto que la belleza de las palabras da luz al orden y la hermosura del orden da resplandor a las palabras, y aunque en algunas partes se pudieran mudar algunas voces y ilustrar con mejor disposición, está todo tan lleno de ornamentos y bellezas que no se puede manchar ni afear con un lunar que se halle en él. Los sentidos o son nuevos o, si son comunes, los declara con cierto modo proprio solo dél, que los hace suyos, y parece que pone duda si ellos dan el ornato o lo reciben. Los versos no son revueltos ni forzados, mas llanos, abiertos y corrientes, que no hacen dificultad a la inteligencia si no es por historia o fábula.

Y con aquella claridad suave y fácil, y con aquella limpieza y tersura y elegancia y fuerza de sentencias y afetos, se junta la alteza de estilo a semejanza de Virgilio, sin la cual claridad no puede la poesía mostrar su grandeza, porque donde no hay claridad no hay luz ni entendimiento, y donde faltan estas dos virtudes no se puede conocer ni entender cosa alguna, y aquel poema que siendo claro tendría grandeza, careciendo de claridad es áspero y difícil. La alteza nace en Garci Laso de las palabras escogidas y dispuestas con buen juicio, porque la primera, que es de materia alta y grande en invención y ornamento, no se halla en él por falta del argumento.

Tiempla la gravedad del estilo con la dulzura, haciendo un ligamento maravilloso y que raramente se halla aun en los poetas de más estimación, porque la grandeza aciende en soberbia y la dulzura deciende en humildad. Pero él anudó con tal temperamento estas dos virtudes que juntas en sus versos hacen una armonía igualmente proporcionada. Las flores y lumbres de que esparce su poesía parece que nacieron para adornar aquel lugar do las puso.

Las figuras y traslaciones están de suerte que no por ellas se pierde la inteligencia de los versos. No es más cuidadoso en escrebir proprio que figurado ni al contrario, antes tiempla uno con otro, porque no dice apuestamente para ostentación de ingenio sino para alcanzar su intento con la persuasión y afetos.

Hace los asientos de los versos, siempre llenos de hermosura y majestad, en lugar que quien lee respira y descansa, y aquel número tan suave y armonioso es sólo suyo. Con su regalo y blandura y suavidad es estimado por muy fácil, porque es tanta la facilidad de la dición que apena parece que pueda admitir números, y tanto el sonido de los números que apena parece que puede admitir lenidad alguna.

Finalmente, escribió mucho en poco, porque no dejó en aquel género lugar para los que le sucedieron. Mas si alguna cosa hay en él que de todo punto no satisfaga a los hombres que entienden, puede decir, como dijo Ovidio:

defuit et scriptis ultima lima meis.


Y en otra parte:

Quicquid in his igitur vitij rude carmen habebit,
emendaturus, si licuiset erat.


No faltaron algunos hombres de singular erudición que celebraron maravillosamente los versos y el ingenio de Garci Laso, como fueron, entre otros Paulo Jovio, en el libro 34 y en los Elogios de los hombres dotos , donde alaba las odas que escrebía con la suavidad de Horacio, y Pedro Bembo, en una carta latina que le envió en el año 35 y en otra toscana que escribió a Onorato Fasitelo, donde estima grandemente la belleza de su estilo y piensa que no sólo a los españoles pero que ecederá a los italianos si no se cansa en aquel estudio. Pero estos loores y otros que él dice, podrá ver quien quisiere ocupar un poco de tiempo en leer la hermosa y polida epístola que le escribe Pedro Bembo, porque yo no pienso traer en este lugar otros elogios que los escritos en verso.





GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera