74. Que Miguel de Cervantes Saavedra
no
tuviese envidia a
Lope
de Vega se ve en las alabanzas que le dio antes y después del discurso que hizo de las comedias donde, en persona del canónigo de Toledo, le
censuró
tan moderadamente como hemos visto. En el libro VI de su
Galatea,
en boca de la misma Calíope, dijo:
Muestra en un
ingenio
la experiencia,
que en años verdes y en edad
temprana
hace su habitación ansí la
ciencia
como en la edad madura antigua y cana.
No entraré con alguno en competencia
que
contradiga
una verdad tan llana,
y más si acaso a sus oídos llega
que lo digo por vos,
Lope
de Vega.
Después, en el
Viaje del
Parnaso,
habló del mismo con la mayor estimación:
Llovió otra nube al gran
Lope
de Vega,
poeta insigne, a cuyo verso o prosa
ninguno la
aventaja
ni aun le llega.
Y aun después de la
censura
del aragonés, en la continuación de la misma
Historia de don Quijote,
hablando de Angélica, dijo que «un
famoso
poeta andaluz -Luis
Barahona
de Soto- lloró y canto sus lágrimas, y otro famoso y único poeta
castellano
-Lope de Vega- cantó su hermosura». Y en otra parte aludió con mucha estimación a la
Arcadia
de Lope de Vega. La
censura,
pues, que de él hizo Cervantes no nació de envidia, pues le alabó tanto como el que más y sin medida alguna, sino de su gran
conocimiento,
pues fue muy
justa.
Y la que hizo de Cervantes el continuador tordesillesco fue hija de su
maledicencia
tan abominable como se ha visto.
75. De otra manera que Fernández de
Avellaneda
habló Lope de Vega de Miguel de Cervantes Saavedra, cuando, después de haber sido
censurado
y aun después de la muerte de su censor, cantó y
celebró
así su gloriosa manquedad :
En la batalla donde el rayo austrino,
hijo inmortal del águila famosa,
ganó las hojas del laurel divino
al rey del Asia en la campaña undosa,
la fortuna
envidiosa
hirió la mano de Miguel Cervantes;
pero su
ingenio
en
versos
de diamantes
los del plomo volvió con tanta
gloria
que por dulces, sonoros y elegantes
dieron eternidad a su memoria,
por que se diga que una mano herida
pudo dar a su dueño eterna vida.
76. También castigó Cervantes la
codicia
de su detractor haciendo desprecio de sus amenazas, encomendando al lector este recado : «Dile también que de la amenaza que me hace que me ha de quitar la ganancia con su libro, no se me da un ardite; que, acomodándome al entremés famoso de la
Perendenga,
le respondo que viva el veinteicuatro mi Señor y Cristo con todos. Viva el gran conde de
Lemos
(cuya cristiandad y liberalidad bien conocida, contra todos los golpes de mi corta fortuna me tiene en pie). Y vívame la suma
caridad
de ilustrísimo de Toledo don Bernardo de Sandoval y Rojas». (Sospecho que, porque Cervantes halló algún consuelo en la piedad de este prelado, dijo su detractor que se había «acogido a la iglesia y sagrado».) «Y si quiera no haya imprentas en el mundo, y si quiera se
impriman
contra
mí más libros que tienen letras las
Coplas de Mingo Revulgo.
Estos dos príncipes, sin que los solicite adulación mía ni otro género de aplauso, por sola su bondad, han tomado a su
cargo
el hacerme
merced
y favorecerme, en lo que me tengo por más
dichoso
y más rico que si la fortuna por camino ordinario me hubiera puesto en su
cumbre.
La honra puédela tener el
pobre,
pero no el vicioso; la pobreza puede anublar a la nobleza, pero no escurecerla del todo; pero, como la
virtud
dé alguna luz de sí, aunque sea por los inconvenientes y resquicios de la estrecheza, viene a ser estimada de los altos y nobles espíritus y, por el consiguiente, favorecida. Y no le digas más».
77. Puede ser que alguno eche menos la respuesta de Cervantes a lo que dijo el
maldiciente
satírico, que se hallaba tan falto de
amigos
que, si quisiese adornar sus
libros
con sonetos, no hallaría título quizás en España que no se ofendiera de que tomara su nombre en la boca. A lo cual Cervantes no respondió palabra alguna, porque ya no tenía qué añadir a lo que había dicho en boca de aquel amigo suyo, introducido en su prólogo como consejero del mismo Cervantes, satirizando las costumbres de los escritores de su
tiempo
con tanta
discreción
como esta : «Lo primero en que reparáis de los sonetos, epigramas o elogios, que os faltan para el principio, y que sean de personajes graves y de título, se puede remediar en que vos mesmo toméis algún trabajo en hacerlos y después los podéis bautizar y poner el nombre que quisiéredes, ahijándolos al preste Juan de las Indias o al emperador de Trapisonda, de quien yo sé que hay noticia que fueron
famosos
poetas, y, cuando no lo hayan sido y hubiere algunos pedantes y bachilleres que por detrás os muerdan y murmuren de esta verdad, no se os dé dos maravedís, porque, ya que os averigüen la mentira, no os han de cortar la mano con que lo
escribistes».
Había entonces en España la ridícula costumbre de prevenir el ánimo de los lectores con muchas alabanzas, la mayor parte de ellas fabricadas por sus mismos autores; como sucede hoy en los que dan muchas juntas literarias, que profesan la crítica con poca
seriedad
fiándose demasiadamente de juicios ajenos, tal vez ignorantes y tal apasionados. Reprehendió Lope de Vega aquel abuso cuando dijo que Apolo mandaba en un edicto varias cosas:
Y que no propusiesen alabanzas
en censuras fingidas,
con falsas esperanzas
de que serán creídas,
no sin risa escuchadas
en su soberbia y vanidad fundadas.
78.
Satirizando
Cervantes a estos tales y satisfaciendo al mismo tiempo al deseo que tenía de ser
alabado,
puso al principio de su
Historia
de Don Quijote
algunas composiciones
poéticas
en nombre, no de grandes señores (porque en la
república
literaria no hay más
grandes
señores que los que saben), sino de «Urganda la Desconocida al libro de
don Quijote de la Mancha»,
de «Amadís de Gaula», de «Don Belianís de Grecia, de Orlando Furioso, del Caballero del Febo y de Solisdán a don Quijote de la
Mancha»,
de la «Señora Oriana a Dulcinea del Toboso», de «Gandalín, escudero de Amadís de Gaula, a Sancho Panza, escudero de Don Quijote», del «Donoso Poeta Entreverado a Sancho Panza y Rocinante», y, últimamente, un «Diálogo entre Babieca y Rocinante», queriendo decir con esto que su libro de
Don Quijote de la Mancha
era
mejor
que todos los libros de
caballerías,
pues
Don Quijote de la Mancha
hizo ventaja al célebre
Amadís de Gaula,
libro que, según la fama común, y lo que dijo Cervantes , «fue el primero de caballerías que se
imprimió
en España y todos los demás han tomado principio y
origen
de este... dogmatizador de una secta tan mala; ...bien que es el mejor de todos los libros que de este género se han compuesto».
79. También se
aventajó
Don Quijote
al afamado
Don
Belianís
de Grecia:
«pues ese, replicó el cura –Pero Pérez, estando haciendo el escrutinio con el barbero maese Nicolás–, con la segunda, tercera y cuarta parte, tiene necesidad de un poco de ruibarbo para purgar la demasiada cólera suya, y es menester quitarles todo aquello del castillo de la fama y otras
impertinencias
de más importancia».
80. Ni son
comparables
con las
graciosas
locuras de
Don Quijote de la
Mancha
los desafueros de Orlando Furioso, bien que de su autor dijo el cura que si hablaba en su idioma le pondría sobre su cabeza.
81. No dijo otro tanto del
Caballero del Febo,
en cuyo nombre también hizo Cervantes un
soneto.
Imprimiose
este libro con este título:
Espejo de príncipes y caballeros, en el cual en tres libros se cuentan los inmortales hechos del Caballero Febo y de su hermano Rosicler, hijos del grande emperador Trebacio, con las altas caballerías y muy extraños amores de la muy hermosa y extremada princesa Claridiana, y de otros altos príncipes y caballeros, por Diego Ortúnez de Calahorra de la ciudad de Nágera.
Salió el Espejo de príncipes en dos
tomos
en folio que contienen la primera y segunda parte, en Zaragoza, año 1581. Su autor, Pedro la Sierra. Después, Marco Martínez de Alcalá continuó dichas fábulas con este título:
Tercera parte del espejo de príncipes y caballeros, hechos de las hijas y nietos del emperador Trebacio.
En Alcalá, año 1589. Y Feliciano de Silva escribió después La cuarta parte del Caballero del Febo. Sabidos estos títulos, se entenderá mejor el
soneto
del «Caballero del Febo a Don Quijote de la Mancha» y se podrá aplicar la
crítica
que hizo el cura cuando, tomando el barbero un libro, dijo : «Éste es
Espejo de Caballerías.
Ya conozco a su merced, dijo el cura. Ahí anda el señor Reinaldos de Montalbán con sus amigos y compañeros más ladrones que Caco, y los doce pares con el verdadero historiador Turpín. Y en verdad que estoy por
condenarlos
no más que a destierro perpetuo, siquiera porque tienen parte de la invención del famoso Mateo
Boyardo,
de donde también tejió su tela el cristiano poeta Ludovico Ariosto». Del estilo de Feliciano de Silva hizo gran
burla
Cervantes en otra parte .
82. De la misma suerte que los caballeros andantes cedieron a Don Quijote de la Mancha, fueron también inferiores sus damas a Dulcinea del Toboso. Y esto significan los versos quebrados de Urganda la Desconocida y el
soneto
de «La señora Oriana a Dulcinea del Toboso», damas que hacen mucho papel en la historia de
Amadís de Gaula.
Fuera de que esto también alude a que en tiempo de Cervantes dieron los
escritores
en la
ridícula
manía de hacer sonetos en nombre de mujeres para que, puestos estos al principio de sus obras, fuesen aquellas tenidas por
poetisas,
y ellos se tuviesen por favorecidos de ellas.
83. El
soneto
de Gandalín a Sancho Panza quiere decir que ningún escudero hubo como Sancho Panza. Y las décimas del Poeta Entreverado y el diálogo entre Babieca y Rocinante, que no hubo caballo tan
célebre
como Rocinante, pues «aunque tenía más cuartos que un real y más tachas que el caballo de Gonela, que
tantum pellis, et ossa fuit,
le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro ni Babieca el del Cid con él se igualaban».
84. En lo que toca, pues, al
cargo
que el aragonés hizo a Cervantes de que no tenía de quien valerse para
autorizar
con varios sonetos la entrada de su libro, no tenía Cervantes satisfacción alguna que añadir, pues de lo mismo que el otro echaba menos había hecho ya tanta burla, no solo en el prólogo de
Don Quijote,
sino también en el de sus
Novelas,
pues hablando de aquel abuso y del amigo en cuya cabeza introdujo los
discretísimos
consejos que el mismo Cervantes tan diestra y felizmente practicó, después de haberse pintado en lo exterior e interior, según el cuerpo, digo, y el ánimo, añadió: «Y cuando a la -memoria- de este amigo de quien me quejo no ocurrieran otras cosas de las dichas que decir de mí, yo me levantara a mí mismo dos docenas de testimonios y se los dijera en secreto con que extendiera mi
nombre
y acreditara mi
ingenio,
porque pensar que dicen puntualmente la verdad los tales
elogios
es disparate por no tener punto preciso ni determinado las alabanzas ni los
vituperios.
En fin, pues ya esta ocasión se pasó y yo he quedado en blanco y sin figura, será forzoso valerme por mi pico que, aunque
tartamudo,
no lo será para decir verdades que dichas por señas suelen ser entendidas». Después, prosigue diciendo lo que sentía de sus propias
novelas,
sin hablar, como dicen, por boca de ganso.
85. A lo que dijo el
maldiciente
de que Cervantes había
escrito
su primera parte de
Don Quijote
entre los yerros de la cárcel y que por eso había cometido
tantos,
sobre su encarcelamiento no quiso responder. Quizá por no ofender a los ministros de justicia, porque, ciertamente, su prisión no sería ignominiosa, pues el mismo Cervantes voluntariamente la refirió en el principio del prólogo de su primer tomo. En lo que toca a sus
descuidos,
yo no niego que Cervantes haya tenido algunos, los cuales tengo observados, pero como el aragonés no los especificó, no era razón que, satisfaciéndole Cervantes, le atribuyese la gloria de una justa o razonable censura. Y así la confesión de los
propios
descuidos o
defensa
de los que los críticos de aquel tiempo
censuraron
como tales, se reserva para la debida ocasión, y la censura de otros que se pudieran hacer reparables, se omite por la reverencia que se debe a la buena
memoria
de tan
gran
varón.
86. En lo que Miguel de Cervantes cargó más la mano a su injuriador fue en la
reprehensión
de su
atrevimiento,
pues lo fue, y muy grande, continuar una obra de pura
invención
siendo
ajena
y
viviendo
el autor. Por esto dice al lector: «Si por ventura llegares a conocerle dile de mi parte que no me tengo por
agraviado,
que bien sé lo que son tentaciones del demonio, y que una de las mayores es ponerle a un hombre en el entendimiento que puede componer y
imprimir
un libro con que gane tanta
fama
como dineros, y tantos
dineros
cuanta fama. Y para confirmación de esto quiero que en tu buen donaire y gracia le cuentes este cuento». Prosigue Cervantes contando el cuento, y después otro, con tan
satírica
gracia, que no cabe más.
87. Pareciéndole a Cervantes que el atrevimiento del aragonés pedía mayor castigo, para hacerle más ridículo en varias partes del cuerpo de su obra entremezcló algunas
censuras
de aquella perversa continuación, las cuales es razón que aquí se lean juntas para que otros no caigan en tentación semejante.