Información sobre el texto

Título del texto editado:
“Don Ángel de Saavedra, duque de Rivas” (Literatura. Galería de ingenios contemporáneos)
Autor del texto editado:
Ochoa, Eugenio de (1815-1872)
Título de la obra:
El Artista (Tomo primero)
Autor de la obra:
[Ochoa, Eugenio de (director)]
Edición:
Madrid: Imprenta de J. Sancha, 1835


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LITERATURA

GALERÍA DE INGENIOS CONTEMPORÁNEOS

Don Ángel de Saavedra, duque de Rivas


Inútil seria repetir en esta ocasión la protesta que hice al escribir la vida del sr. Martínez de la Rosa, pues lo mismo que dije entonces debe tenerse presentar ahora y siempre que inserte en este periódico biografías de personajes contemporáneos.

Nació D. Ángel Saavedra en Córdoba, en el año de 1791, e hizo sus primeros estudios en el Seminario de Nobles de esta capital, de donde salió, siendo aún muy joven, para entrar a servir en el cuerpo de Guardias de la Real Persona. En este distinguido cuerpo hizo su primera campaña en la Guerra de la Independencia, habiendo recibido en la acción de Antígola once heridas y quedado moribundo sobre el campo de batalla, atravesado el cuerpo de una lanzada: luego sirvió en el estado mayor, donde redactó el periódico militar de este nombre. Concluida la guerra, se retiró con el grado de coronel a Sevilla, donde se dedicó al cultivo de la literatura, recreando también su ánimo con el delicioso estudio de la pintura. A fines del año 13 publicó la primera edición de sus composiciones sueltas: del 15 al 16 dio al teatro de Sevilla tres tragedias de corto mérito, y en 1820 publicó la segunda edición de sus poesías. Toda esta época de la vida literaria del sr. Saavedra fue exclusivamente dedicada al culto del más riguroso clasicismo, y así todas sus composiciones de entonces carecen del carácter verdaderamente español y original que tan justa celebridad le han granjeado sus últimas producciones. Hallándose en París el año de 1822, fue nombrado por su provincia diputado, y por el voto de sus compañeros, secretario de las Cortes; en aquella época dio al teatro su tragedia titulada Lanuza, obra puramente de circunstancias y, por lo tanto, de un interés pasajero. Salió emigrado de Cádiz el primero de octubre y, después de haber pasado algunos días en Gibraltar, se embarcó para Inglaterra, despidiéndose de su amada patria en una composición llena de ternura y melancolía, titulada “El desterrado”, primero y feliz ensayo romántico de este ilustre poeta.

En Londres siguió cultivando la literatura y la pintura; escribió la Florinda, algunas obras en prosa que no se han publicado, y el “Sueño del proscripto”, sueño vago y sombrío, inspiración osiánica, empapada en las nieblas húmedas del Támesis.:

Despierto súbito
y me hallo prófugo
del suelo hispánico
donde nací,
donde mi Angélica
de amargas lágrimas
su rostro pálido
baña por mí.
En vez del bálsamo
del aura plácida
del cielo bético
que tanto amé,
las nieblas hórridas
del frío Támesis
con pecho mísero respiraré.


El deseo de seguir cultivando la pintura y de vivir en clima más apacible le llevó a Italia, donde sufrió una persecución injusta e inesperada, por lo que tuvo que refugiarse en la isla de Malta, que fue para él un asilo de paz y bendición. El mismo lo dice en su bella composición al Faro de aquel puerto.

Envuelve al mundo extenso triste noche
ronco huracán, y borrascosas nubes
confunden y tinieblas impalpables
el cielo, el mar, la tierra;

y tú invisible te alzas, en tu frente
ostentando de fuego una corona,
cual rey del caos, que refleja y arde
con luz de paz y vida.

En vano ronco el mar alza sus montes
y revienta a tus pies, do, rebramante,
creciendo en blanca espuma, esconde y borra
el abrigo del puerto:

Tu con lengua de fuego “aquí está” dices,
sin voz hablando al tímido piloto,
que como a numen bienhechor te adora,
y en ti los ojos clava.

Tiende apacible noche el manto rico,
que céfiro amoroso desenrolla;
con recamos de estrellas y luceros
por él rueda la luna;

y entonces tú, de niebla vaporosa
vestido, dejas ver en sombras vagas
tu cuerpo colosal, y tu diadema
arde a par de los astros.

Duerme tranquilo el mar, pérfido esconde
rocas aleves; áridos escollos
falso señuelo son; lejanas lumbres
engañan a las naves;

mas tú, cuyo esplendor todo lo ofusca,
tú, cuya inmoble posición indica
el trono de un monarca, eres su norte,
les adviertes su engaño.

Así de la razón arde la antorcha,
en medio del furor de las pasiones
o de aleves halagos de Fortuna,
a los ojos del alma.

Desque refugio de la airada suerte
en esta escasa tierra que presides,
y grato albergue el cielo bondadoso
me concedió propicio,

ni una vez sola a mis pesares busco
dulce olvido del sueño entre los brazos
sin saludarle y sin tornar los ojos
a tu espléndida frente.

¡Cuántos, ay, desde el seno de los mares
al par los tornarán!... Tras larga ausencia
unos, que vuelven a su patria amada,
a sus hijos y esposa;

otros, prófugos, pobres, perseguidos,
que asilo buscan, cual busqué, lejano,
y a quienes que lo hallaron tu luz dice,
hospitalaria estrella.

Arde y sirve de norte a los bajeles,
que de mi patria, aunque de tarde en tarde,
me traen nuevas amargas y renglones
con lágrimas escritos.

Cuando la vez primera deslumbraste
mis afligidos ojos, ¡cuál mi pecho,
destrozado y hundido en amargura,
palpitó venturoso!

Del Lacio moribundo las riberas
huyendo inhospitables, contrastado
del viento y mar, entre ásperos bajíos,
vi tu lumbre divina;

viéronla como yo les marineros,
y, olvidando los votos y plegarias
que en las sordas tinieblas se perdían,
“Malta, Malta” gritaron;

y fuiste a nuestros ojos la aureola
que orna la frente de la santa imagen,
en quien busca afanoso peregrino
la salud y el consuelo.

Jamás te olvidaré, jamás; tan solo
trocara tu esplendor, sin olvidarlo,
rey de la noche, y de tu excelsa cumbre
la benéfica llama,

por la llama y los fúlgidos destellos,
que lanza, reflejando al sol naciente,
el arcángel dorado, que corona
de Córdoba la torre.


Allí fue donde su amistad con mister Frere y otros literatos ingleses le hizo entrar de lleno en la literatura romántica y donde le reveló sus mágicas bellezas no menos la interesante conversación de aquellos amables extranjeros que la secuela amarga del infortunio. Porque, en efecto, la poesía romántica es la poesía de los desgraciados; para ser clasiquista se necesita ser muy rico y haber sido siempre muy feliz. El romanticismo es hijo de las lágrimas.

En la isla de Malta principió D. Ángel de Saavedra su poema titulado El moro expósito, única obra en su género que posee aun nuestra literatura nacional. En este poema eminentemente español se halla reunido el atractivo de un interés siempre sostenido a toda la gala de la poesía; retrato fiel de la naturaleza, tal cual la hizo el Señor, no cual la han presentado los clasiquistas, corregida y aumentada por ellos con notas y comentarlos, ofrece a cada paso escenas ya terribles, ya vulgares, pero siempre variadas, siempre verdaderas. ¡Lástima es que falten en tan cumplido poema los doce cantos de ley y su correspondiente invocación en octavas reales a la señora Clio!

Poco antes de la revolución de julio, no permitiéndole el gobierno de Carlos X residir en París, estableció en Orleans una escuela de dibujo, ganando en ella para sí y para su familia un sustento regado con el sudor de su frente. Pasó luego a Paris, donde muchos retratos de su mano fueron admitidos en la Exposición por el jurado establecido al efecto; escribió el D. Álvaro con el objeto de hacerlo representar en aquellos teatros, lo que no pudo llevar a efecto por haber puesto fin a su aciaga suerte de proscripto la amnistía de 1833.

Volvió a España en enero de 1834 y poco después, por muerte de su hermano, heredó el ducado de Rivas y la alta dignidad de Prócer del Reino. Su propio mérito y el aprecio de sus nobles compañeros le dieron el título de secretario de este ilustre estamento.

Dos obras dramáticas ha dado este poeta al teatro después de su vuelta a España; la comedia titulada Tanto vales cuanto tienes y el Don Álvaro o La fuerza del sino. La primera, cuadro de costumbres, descolorido y frío como el género a que pertenece, composición mediana, digna de los primeros tiempos del autor: la segunda, tipo exacto del drama moderno, obra de estudio y de conciencia, llena de grandes bellezas y de grandes defectos, sublime, trivial, religiosa, impía, ¡terrible personificación del siglo XIX! En ella las santas plegarias de los fieles suben al trono de Dios entre blasfemias y gritos de rabia y desesperación: en ella se ve desde el carácter más ideal, desde la creación más fantástica, hasta el rústico arriero sevillano, hasta el fogón y los cacharros de las posadas andaluzas. El Don Álvaro es una obra indefinible: es la realización de algún pensamiento profundo de su autor, ¿quién sabe?... es tal vez una de esas misteriosas monomanías que brotan de las cabezas poéticas de este siglo, ya en un drama como Fausto, ya en una novela como Nuestra Señora de París. Los que analizan el D. Álvaro escena por escena, verso por verso, buscando el pensamiento que ha presidido a su composición, se parecen al cirujano que hace la anatomía del cuerpo para buscar el alma.

Entre las poesías sueltas del sr. Saavedra merecen particular mención los Romances históricos, y sobre todos el del “Conde de Trilla-Mediana”. La composición que dedica a su hijo Gonzalo es un canto lleno de amor y suavidad, bellísimo reflejo de un alma pura, en que se hallan expresados en dulces versos los más sagrados afectos de la naturaleza. Estos son los verdaderos manantiales de la inspiración, la fuente Castalia de los poetas modernos: ¿qué mucho hayan inspirado al autor de Florinda tan dulces acentos la primera sonrisa de su hijo, las modestas virtudes de una esposa querida, ángel consolador en su adversa fortuna?

Todas las obras de que he hablado, y aun pudiera añadir el elegante prólogo que se halla al frente de su Moro expósito, colocan al sr. Saavedra en el rango de uno de los primeros ingenios españoles de nuestra época. ¡Gloria, pues, al poeta que ha sabido dar más lustre todavía al nombre que heredó de sus mayores con las producciones de su talento que con los timbres de su casa!

E. DE O. [Eugenio de Ochoa]






GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera