Información sobre el texto

Título del texto editado:
“Biografía española: Enrique Vaca de Alfaro y Bernardo de Cabrera”
Autor del texto editado:
Ramírez y de las Casas Deza, Luis María
Título de la obra:
Semanario pintoresco español, nº 45
Autor de la obra:
Edición:
Madrid: imprenta de la viuda de Jordan e hijos, 7 de noviembre de 1941


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BIOGRAFÍA ESPAÑOLA Enrique Vaca de Alfaro y Bernardo de Cabrera.


Hay cierta clase de hombres dignos de celebridad por sus talentos y amor a las letras que, o por no haber escrito obras algunas, o por haber quedado inéditas, son únicamente conocidos en su patria o en su provincia, y fuera de estas apenas tiene noticia de ellos algún otro literato. A esta clase pertenecen los cordobeses el doctor Enrique Vaca de Alfaro y el licenciado Bernardo de Cabrera de Page y Gámiz, a los cuales consagramos con gusto este artículo, en que consignamos las noticias que hemos podido hallar de sus vidas y escritos, complaciéndonos en renovar su memoria, y darlos a conocer en testimonio de aprecio debido en todo tiempo al talento, al saber y a la laboriosidad. El doctor Enrique de Alfaro nació en Córdoba el 5 de febrero de 1635, y fue hijo de Francisco de Alfaro y de doña Melchora de los Reyes Cabrera, hermana del dicho licenciado Bernardo de Cabrera, ambos de distinguidas familias. La de su padre fue fecunda en hombres de mérito, como la de los Esteban de París, la de los Bauhin de Amiens, y la de los Bartolinos de Copenhague, en las que el talento y el gusto por las letras fueron hereditarios. Su abuelo, del mismo nombre, fue célebre médico y cirujano que escribió, entre otras, una obra sobre la curación de las heridas de la cabeza, por la que le elogió D. Luis de Góngora en una espinela que principian:

Vences en talento cano
A tu edad y a tu experiencia,
Así con tu docta ciencia
Como con tu diestra mano, &c.


Su padre, cuya profesión ignoramos, fue versadísimo en todo género de erudición, y tuvo por uno de sus hermanos al célebre pintor Juan de Alfaro, que nació en 1640. En edad competente pasó a estudiar a Salamanca, donde a los 25 años tomó la borla de doctor en medicina. Restituido a su patria en 1660 adquirió mucho crédito en el ejercicio de su profesión, el que no le impidió dedicarse a escribir varios tratados de medicina que limaba por los años de 1666, entre ellos un prontuario médico, y un curso completo de esta ciencia, que no sabemos viesen la luz pública, aunque los preparaba para la prensa, como se deduce de un epigrama que le compuso su padre, el cual concluye así;

Vive ergo ut possis médicos proferre lavores
quos dandos prœlo scrinia tecta tenent.


Fruto de su aplicación a la literatura fueron otros varios opúsculos, como el que tituló Idea antiquitatis inexequüs et ritibus funeralibus, y el Atheneum cordubense de ilustribus scriptoribus cordubensibus, &c. todo lo que quedó inédito, y solo vieron la luz pública la Historia de Santa Marina de Aguas Santas y la Lira de Melpómene, composición poética que expone la fábula de Acteón, y con que manifestó que, como la mayor parte de los hombres de letras de su tiempo, se preciaba de cultivar la poesía, aunque sin verdadero genio para ella. Pero, su principal obra, más curiosa y más interesante, fue el Cronicón cordubis, que comprendía desde el tiempo de la conquista de esta ciudad (1236) hasta el año de 1680, M.S. cuyo paradero ignoramos, y cuya utilidad para la historia de Córdoba se deja conocer. Las demás circunstancias de la vida de Alfaro, como igualmente el año de su muerte, se ignoran. Solo sabemos que debió mucho de su gusto e instrucción a su tío el licenciado Bernardo de Cabrera, de quien vamos a hablar.

Nació este en Córdoba el 25 de junio de 1604, y fueron sus padres Bartolomé López de Gamiz y doña Juana de Heredia, personas de distinguido nacimiento. Dio principio a sus estudios en el colegio de la Compañía de Jesús de aquella ciudad, teniendo por maestros, en la filosofía al P. Juan del Baño, y en la teología al P. Juan Bautista Larcaduchio, en cuyas ciencias-salió muy aventajado; pero su inclinación le llevó con preferencia al cultivo de las bellas letras, en que hizo notables progresos. Siguió la carrera eclesiástica, y en 16.... [ sic ] le resignó un beneficio con bula del papa Urbano VIII el licenciado Gabriel Diaz, maestro de capilla de la catedral de Córdoba. La tranquilidad e independencia del estado que había elegido le permitieron pasar toda su vida dado al estudio y a tareas de erudición. Para satisfacer su gusto y escribir sobre las materias que se proponía ilustrar, juntó un insigne monetario y una copiosa y selecta biblioteca, que eran de lo más señalado que se conocía en aquellos tiempos. Su profunda y escogida erudición le adquirió grande celebridad, y con ella la amistad de muchos hombres eminentes de su siglo, que le consultaban sus dudas, como fueron el maestro Gil González Dávila, D. Vicencio Juan de Lastranosa, D. Lorenzo Ramírez de Prado, el Dr. D. Bernardo de Aldrete, Pedro Diaz de Rivas &c. No habiéndose contenido en los términos de España, la fama del licenciado Cabrera llegó a Francia, y movido de ella se puso en correspondencia con él, y le ofreció imprimir sus obras en aquel reino, y aun ayudarle a los gastos, el docto francés Mr. Bertaut, barón de Frecaville, oidor de la audiencia de Rúan, y consejero del rey cristianísimo. Falleció de 72 años en 1676, sin que sus obras saliesen a luz, que según creemos, ni aun manuscritas han llegado a nuestra edad, a no ser que, como otras muchas permanezcan entre el polvo de alguna biblioteca, ignoradas de todo el mundo. Ilustró mucho la geografía antigua y varios puntos de historia de España, y de la de Córdoba en particular; descifró gran número de medallas hasta su tiempo no entendidas de los numismáticos, y finalmente formó una colección de las inscripciones romanas que se hallaban en Córdoba, que anotó, añadiendo un apéndice, de las hasta entonces inéditas que conservaba en su museo.

Por muerte del licenciado Cabrera se disipó la inmensa selección de medallas, piedras literatas y demás antigüedades, como igualmente los libros, de que quedaba una corta porción en la biblioteca del convento de Trinitarios descalzos de Córdoba. Así se han perdido los frutos de la laboriosidad y talento de estos literatos cordobeses, por la incuria y abandono de sus compatricios, en quienes se ha resfriado, si no extinguido del todo, el amor a las letras y a la sabiduría que tanta fama le adquirieron y tan ilustre nombre a la ciudad de Córdoba en los pasados siglos.





GRUPO PASO (HUM-241)

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