Información sobre el texto

Título del texto editado:
“El maestro fray Fernando de Santiago”
Autor del texto editado:
Pacheco, Francisco (1564-1644)
Título de la obra:
Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones
Autor de la obra:
Pacheco, Francisco (1564-1644)
Edición:
Sevilla: 1599-¿1644?


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El maestro fray Fernando de Santiago


Fue natural de esta insigne ciudad de Sevilla y de los más famosos de ella por su predicación, la cual ejecutó en todas naciones y partes del mundo, en varias lenguas, con el mayor aplauso que se ha visto jamás 64 años. Nació en la calle de las Palmas, de conocida calidad y nobleza, año 1557. Resplandeció en él la piedad con sus padres, por lo cual le acrecentó Nuestro Señor largos años de vida, especialmente con su madre, que llegó a vivir ciento y quince años. Desde niño dio raras muestras de gran predicador por su natural elocuencia y facundia en la lengua. Estudió la Gramática y Retórica, en que salió consumadísimo. Recibió el hábito en el Convento Grande de esta ciudad, siendo de 17 años. En los primeros se conoció su delicado ingenio y viveza de entendimiento. Oyó las Artes y Teología con ventajas conocidas, y a pocos sermones, siendo aún de Evangelio y de 22 años , comenzó a predicar con tanta fama y acetación, que luego lo pretendió la santa iglesia llevar entre los dos coros, y el que le vino a convidar lo halló con el incensario en la mano sirviendo a la misa mayor, como de tan poca edad.

Ordenose de misa y pasó a Ma[drid en tiem]po de Filipo II, acompañándole los consejos en procesión a Nuestra Señora de los Remedios, convento y casa de la orden, a pedir a la Virgen las paces en la guerra de Ingalaterra. Había su majestad convidado el sermón a un padre muy grave de la orden de Santo Domingo, y, sabiendo que estaba allí el maestro Santiago, lo hizo llamar y le mandó que le predicase, y fue cosa rara que entre tarde y noche de estudio le predicó un sermón tan grande, que el mismo rey le puso por nombre Pico de Oro, quedándosele puesto por toda la vida, que es el mismo que tuvo S. Crisóstomo, que quiere decir “boca de oro”. Algunos años después, estando Filipo II apretado de la gota en la cama, y hallándose día de la Purificación por este achaque imposibilitado de oír sermón, hizo llamar al maestro Santiago y le dijo que gustaría mucho, allí en la cama, oír algo de este misterio. El buen padre de repente le predicó un sermón junto a la cama, en presencia del arçobispo de Toledo de García de Loaisa y otros grandes, que, acabado, dijo el rey que jamás había tenido hora de más descanso y gusto en recompensa de los dolores que había padecido con la gota.

Pasó a Roma dos veces: la primera en tiempo de Sixto V y la segunda en tiempo de Paulo V. Fue en compañía del padre maestro fray Fernando de Ribera, también lucido sevillano. Començaban los dos a predicar en San Juan de los Españoles y hicieron tanto ruido en Roma, que llegó a oídos del pontífice, y, diciéndole que eran dos los predicadores, respondió: “No son sino uno, que es imposible que de estos sujetos dé la naturaleza a pares”. Campeaban en aquella sazón en Roma tres insignes hombres: un obispo llamado Panigarola, y un capuchino de la orden de San Francisco llamado fray Lope, y el padre Toledo de la Compañía de Jesús; y, preguntándole un cardenal al papa qué le parecía de estos tres predicadores, dijo: “Panigarola delectat, Lupus movet, Toletus docet”. Volviole a preguntar: “¿Y Santiago qué le parece a vuestra santidad?”. Respondió el papa: “¿Sanctus Iacobus? Ominia. Santiago hace todo lo que los otros tres”, dando a entender que él solo hacía lo que todos: deleitar, mover y enseñar. Hízole merced el pontífice de dos beneficios para un sobrino suyo de 400 ducados cada uno; no solo esto, sino que mandó a tres porteros que jamás cerrasen las tres puertas al maestro Santiago, y entrase y saliese. Y todas las mañanas llegaba hasta la cama del pontífice y le daba los buenos días y le ayudaba a vestir y rezar las horas y otros ejercicios. Mandole este pontífice que le predicase el sermón del Mandato en español el jueves santo delante del colegio de los cardenales y gran número de arçobispos y obispos. Sobre las palabras con que comienzan las bullas, mientras su santidad daba de comer a doce pobres, comenzó sobre las dichas palabras: “Paulus episcopus, servo servorum Dei”, que son los pobres, predicando todo este tiempo en pie al lado de la mesa, con admiración del pontífice y de todos los que le asistían. Y este sermón lo volvió segunda vez a repetir por el gusto del pontífice. Tenía los coraçones tan en la mano, que cuando quería movía a lágrimas, tan señor era de los afectos y pasiones del ánimo.

Fue piadosísimo con su madre y cuidaba mucho de su salud, y desde Roma avisaba cómo la habían de regalar sus criados en tan luenga edad en la cantidad y calidad de la comida. Solía decir que la vida larga y los muchos peligros de que Dios le había librado le procedía del bien que hizo a sus padres y a su madre en su muerte, con un suntuosísimo aplauso y con mucho honor y con muchas misas que hizo decir por su alma. Fue estimado de señores y de príncipes: el de Medina, Arcos y Alcalá. Y le dieron grandes dones, de que labró el convento de Granada. Fue el hombre de mayor memoria que se ha conocido, pues cualquiera libro que leía recitaba de él cláusulas y páginas enteras, y esto lo conservó siempre. Y era tan dueño de los cánones y leyes civiles y concordaba y conhortaba pareceres, y se sentenciaban causas, siendo llamado para esto de don Jerónimo de Leiva, provisor de Sevilla.

Después de haber predicado el Mandato, su santidad concediole nuevas indulgencias a las medallas y rosarios y otras en especial a los generales de su orden, como poder los días que quisieren en sus capítulos y dedicaciones de sus iglesias conceder 50 días de indulgencia, como pueden los obispos, y más: que puedan los tales decir misa en los campos, cuando caminan, en altar portátil como lo hacen.

Fue estimadísimo de los reyes de España, y en especial, como habemos visto, de Filipo II. Entró en Sevilla por junio del año 1631 a ser rector de San Laureano. No tuvo enfermedad ninguna hasta el de 1636, que le faltó la fuerza en las piernas, de manera que no pudo predicar. Este mismo año comenzó a sentir flaqueza en la vista, y batiéndole las cataratas mejoró un poco. El año de 37, a fin de él, cayó en la cama sin poder, ni aun ayudado, levantarse más. Dos meses antes de morir guardó tan estrecho silencio, que no hablaba sino lo muy forzoso y, si respondía, era con muchas lágrimas de sentimiento. Entonces debía de fraguar aquel Acto de contrición, digno de que quede perpetuamente en la memoria de los hombres, que vendían los ciegos y se publicó en su muerte, y muy estimado. Escogió entierro y señaló su sepultura. Dejo mucha plata al convento de San Laureano, y dotaciones y capellanías, y al Convento Grande, donde escogió su entierro muy de propósito, otras muchas cosas. Fue su muerte a 3 de abril del año 1639. Enterrose en el Convento Grande, donde se le hicieron suntuosísimas honras, acompañándole todas las religiones por ocho días. Predicó el primero a ellas el padre maestro fray Juan de Herrera, hombre grave de su hábito. Hizo él mesmo el epitafio de su sepultura, que está en una losa de mármol, de donde saco el que pongo aquí fielmente trasladado por honor de tan insigne varón y eterna memoria de su nombre. Escribió tres libros llenos de erudición y espíritu, que fueron un cuaresmal, un santoral y un marial, con fiestas de Cristo y su madre. Este último se lo hurtaron, habiéndolo aprobado. Por si alguno lo imprimiere, su estilo publicará su autor.





GRUPO PASO (HUM-241)

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2018M Luisa Díez, Paloma Centenera