Información sobre el texto

Título del texto editado:
“El padre fray Luis de la Cruz”
Autor del texto editado:
Pacheco, Francisco (1564-1644)
Título de la obra:
Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones
Autor de la obra:
Pacheco, Francisco (1564-1644)
Edición:
Sevilla: 1599-¿1644?


Más información



Fuentes
Información técnica





El padre fray Luis de la Cruz


El padre fray Luis de la Cruz, natural de la ciudad de Córdoba, nació a principios de abril del año 1562. Fue hijo de un famoso letrado jurista que en ella hubo, llamado el licenciado Diego de Jaén. Desde su tierna edad dio muestras de su raro ingenio, y así procuró su padre enviarlo a Salamanca, donde de edad de 12 años llevó muchos premios en poesías, aunque sus estudios eran en la facultad de Leyes. Entre otras gracias que tuvo, que fueron muchas, era una contrahacer al vivo los predicadores de fama que había, y entre ellos uno de la Compañía, a quien una noche, yendo con otros amigos, se puso a remedar en la calle de su dormitorio, tan al natural en voz tono y modo de decir, que los religiosos creyeron era el mismo padre. Y lo que más es que al mismo predicador le pareció que soñaba que predicaba y se oía a sí mismo. Y esto hacía con tanta facilidad y destreza, que ponía admiración.

Acabó sus estudios de Leyes y volvió a su patria a tener en ella los años de pasante, donde también se entretenía a ratos en algunas poesías, tan estremadas en todo género de versos, que todos los demás poetas le emulaban, atribuyéndose algunas de sus obras. Y el famoso don Luis de Góngora solía decir que solo del licenciado Luis Gómez de Ribera, que así se llamaba en el siglo, hacía estimación. Pero, como Dios no le llamaba para poetizar, sino para predicar su divina palabra, trató de dejar el mundo y entrarse en religión, con mucho sentimiento de sus deudos, que habían puesto sus esperanzas en sus letras, deseando verlo en alguna chancillería o consejo.

Trato primero entrarse en la Compañía, y aquella sagrada religión procuró darle el hábito y ganarlo para sí por lo que colegía de su gran talento, mas fue Nuestro Señor servido llamarle a la estrecha vía de carmelita descalzo, y así lo pidió en el convento de Córdoba, donde tuvo su año de noviciado con mucha edificación de todos los religiosos, acomodándose al rigor de la vida, humildad y mortificación de la religión como si naciera para ella. Llegose el tiempo de la profesión, que fue en 31 de enero de 1588, con mucho gusto suyo y de todo el convento, que esperaba en él un gran hijo y ministro de la iglesia; y no fue vana la esperanza, pues con su poderoso ejemplo llevó tras sí a la mesma religión otros dos hermanos suyos, personas de importancia. Y oyó sus Artes y Teología con mucho aprovechamiento, lo cual apenas había acabado cuando empleándose a predicar era tanto el concurso de su auditorio, que, si era por la mañana, antes de amanecer ya estaban esperando a la puerta de la iglesia, y, si por la noche, comían tan temprano para oírle, que a las once estaban tomando lugar. Y lo mesmo le sucedía en medio de esta gran ciudad de Sevilla, con un aplauso tan general como si fuera de los ancianos y famosos predicadores, porque comenzó como otros acaban. Tuvo por oyente en un sermón del mandato al señor don Andrés de Córdoba, oidor, que después fue obispo de Badajoz, el cual, haciendo comparación de él con el padre fray Josef de Jesús María, su letor de Teología, a quien por excelencia llamaban Pico de Oro, dijo: “Ahora se puede decir que discipulus est super magistrum”. Perfecionose tanto con el uso de este ejercicio, que, habiendo predicado en las mayores ciudades de la Andalucía. dondequiera arrebataba la gente, siendo siempre grande el concurso que le seguía, porque tuvo por excelencia el natural muy a propósito y grande suavidad en lo que decía, aplicándose con ella a ponderar los efetos de la misericordia divina, con que animaba a los pecadores a convertirse a Dios, a quien pintaba ordinariamente los brazos abiertos para recebirlos.

Oyéndole el famoso doctor Pizaño un sermón, entre coros de la iglesia mayor de Córdoba, del misterio de la Santísima Trinidad, repararon algunos que le miraban con atención en lo supremo que había estado mientras duró y después en su asiento como transportado; y, hablándole otro prebendado que estaba a su lado, volvió como quien despierta de un profundo sueño y, preguntándole qué le había parecido el sermón, dijo, repitiendo dos veces: “Bravo natural, bravo natural. No se ha oído mejor sermón de la Santísima Trinidad ni mejor predicado”, censura que jamás se le oyó de otro predicador por aventajado que fuese. Pero lo que es más, que en el mismo púlpito, predicando otra vez de la limpia concepción de Nuestra Señora cuando andaba más viva la controversia, tuvo por oyentes al obispo de allí, don Diego de Mardones, con otros dos religiosos compañeros de su Orden de Predicadores, que, acabado el sermón, les dijo: “Aquí, padres, no hay sino callar, y punto en boca, y solo abrirla para alabar el sermón y el predicador, porque es el mejor sermón que he oído en mi vida”.

Cumpliose el tiempo de su predicación, y quiso llevarle Dios para darle la laureola que promete a los que declaran su divina palabra, diciendo por el Eclesiástico: qui elucidant me vitam aeternam habebunt. Y, habiéndose ejercitado en la vida monástica de descalzo por más de 30 años con mucha virtud y edificación, cayó enfermo, si bien dos o tres días antes, estando bueno, dijo a un sobrino suyo que venía por conventual: “Norabuena vengáis a enterrarme, que mi muerte será presto”. Pasó esto en el convento de los Santos Mártires de Granada, y los médicos no hicieron caso de esta enfermedad, por ser una calentura lenta con alguna inapetencia en la comida. Pero él dijo al padre prior, que había sido su confesor muchos años: “Padre mío, enfermedad es mortal. Rueguen muy de veras a Dios por mí”. Y, replicándole que los médicos decían que no era de cuidado, añadió: “Mi tiempo es cumplido, porque habrá 15 años que tuve en Sevilla otra enfermedad, de que me desahuciaron, y pedí a Nuestro Señor no me llevara en aquella ocasión, hasta hacer más penitencia de mis pecados, y me parece me dijo: «Pues otros 15 años más tendrás de vida; procura aprovechar mucho de ellos». Y ya padre, son cumplidos”. Singular favor, semejante al del rey Ezequías, que califica asaz la heroica virtud de este insigne varón. Fuese agravando la enfermedad y creciendo a calentura, conque finalmente dio la alma a su criador, dejando con mucho sentimiento no solo los religiosos presentes, mas a todos cuantos le habían oído y conocido, a quien llegó la nueva de su muerte, que fue domingo 7 de octubre, año 1618, de edad de 56 años.





GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera