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Título del texto editado:
“Nota sobre el autor de las obras con que da principio este periódico”
Autor del texto editado:
Valladares de Sotomayor, Antonio
Título de la obra:
Nuevo semanario erudito, compuesto de obras inéditas, críticas, políticas, historias y morales de nuestros mejores autores antiguos y modernos (…) que da a luz don Antonio Valladares de Sotomayor, tomo I
Autor de la obra:
Valladares de Sotomayor, Antonio (dir.)
Edición:
Madrid: Imprenta de la viuda de Vallín, 1816


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Nota sobre el autor de las obras con que da principio este periódico


Este es don Francisco Gómez de Quevedo y Villegas, del orden de Santiago, secretario de su majestad y señor de la Torre de Juan Abad. Nació en Madrid en 1580 de Pedro Gómez Quevedo, secretario que fue de la emperatriz doña María, y de doña María Santibáñez, de la cámara de la reina, ambos nobilísimos y de antiguo solar, en el valle de Toranzo.

Educose don Francisco en palacio, estudió las facultades mayores en Alcalá y se graduó de Teología a los 15 años de edad. Estudió después los Derechos, Medicina, la Historia natural, las lenguas Griega, Árabe y Hebrea, y los sistemas filosóficos, juntando a esto las habilidades propias de un caballero, logrando en todo repetidos aplausos de los sabios de su tiempo y la general estimación. En una pendencia dio muerte a un contrario en la corte, por lo que pasó a Italia instado del duque de Osuna, virrey de Sicilia, quien se valió de su persona para todos los asuntos graves que ocurrieron en España y Roma.

En 1615 vino de enviado de Sicilia al señor rey don Felipe llI, trayendo el último servicio que había hecho aquel reino, por lo que su majestad le consignó una considerable pensión vitalicia. EI mismo año pasó a virrey de Nápoles el duque de Osuna, siguiéndole don Francisco; en corto tiempo beneficiaron sus íntegras y justificadas disposiciones al real erario en más de 200.000 ducados. Pasó a Valencia con cierta comisión de suma importancia, la que concluyó con admirable destreza, habiendo existido [asistido] en aquella corte algún tiempo disfrazado con el traje de mendigo. El doctor Juan Pérez de Montabán publicó una obra intitulada Para todos; fue impugnada sabia y satíricamente por don Francisco, y en la apología que hizo de su obra Montalbán dice “que los venecianos pregonaron su cabeza y que le ajusticiaron en estatua”. El abad de San Real lo aseguró así, según Montalbán se explica, en la historia que escribió de la conspiración de Venecia; y, sin embargo de que es constante que don Francisco pasó a ella con objeto perteneciente a lo que San Real expresa, hay mucho que averiguar sobre la realidad de la conspiración, la que procuraríamos poner en claro si lo permitiese el argumento de esta nota. Lo cierto es que el duque de Osuna envió a don Francisco a informar al rey del motivo que le habían dado los venecianos para armarse contra ellos, pero antes le hizo pasar a Roma a tratar con Paulo V, quien escribió al duque recomendándole altamente el talento de Quevedo.

Llegado este a España, e informado el rey exactamente de aquel célebre pasaje, volviose a Nápoles lleno de satisfacciones y allí recibió la merced del hábito de Santiago. Caído el duque de la gracia del rey, cayó también don Francisco, por cuya causa estuvo preso tres años en su Torre de Juan Abad, desde donde pasó a curarse de una enfermedad peligrosa, con real permiso, a Villanueva de los Infantes, y a los dos meses se vio libre de ella y de su prisión, cuyo real decreto le privaba de entrar en la corte, pero esta pena quedó abolida al año siguiente, por haber justificado su inocencia en los cargos que se le hacían.

Volvió a la corte, pidió siete años que se le debían de su pensión o alguna encomienda, en su defecto. No consiguió lo uno ni lo otro, pero sí que se suscitase de nuevo y con mayor ardor su persecución. Esta logró se le mandase salir de la corte, y se retiró a la Torre de Juan Abad, donde permaneció hasta fin de aquel año, que se le levantó el destierro.

En 1632, movido el rey de la verdad y méritos de don Francisco, le honró con el título de su secretario. Pudiera haber adelantado mucho, pero amante de la vida filosófica, no admitió el ministerio del Despacho de Estado ni la embajada de Génova. En 1634, de 54 años de edad, casó con doña Esperanza de Aragón y Cabra, señora de Cetina, y por esta razón dejó la pensión de 800 ducados que gozaba por la iglesia. Retirose a Cetina y, muerta su esposa a poco tiempo, se entregó al retiro de las musas y de su Torre de Juan Abad, de donde pasaba algunas veces a la corte, y en ella fue preso en casa de cierto grande en 1641, a las once de la noche, por imputarle ciertos escritos y libelos infamatorios.

Fue conducido a San Marcos de León; se le encanceraron tres heridas en las piernas que causó su dura prisión, y que él mismo se cicatrizaba, porque se hallaba constituido en tal indigencia, que de limosna se alimentaba y vestía. Escribió una ternísima carta al conde duque de Olivares (la que procuraremos ocupe lugar en esta obra, si la hallamos donde discurrimos), y, descubierto en este tiempo el autor del escrito que se le atribuía y que fue causa de su prisión, obtuvo su libertad y volvió a la corte; mas, faltándole en ella medios para su decente subsistencia, se volvió a su Torre de Juan Abad, y de allí a corto tiempo fue a Villanueva de los Infantes a curarse dos apostemas en el pecho, contraídas en su última prisión. Padeció mucho tiempo inmensos dolores y gravísimos accidentes con admirable paciencia y resignación. Últimamente, hecho su testamento, recibidos los santos sacramentos, resignado con la voluntad de Dios y practicando las máximas más santas, murió a 8 de septiembre de 1645, a los 65 años de su edad. Yace su cuerpo en la iglesia parroquial de Villanueva de los Infantes.

Fue de mediana estatura, robusto, hermoso, con ojos vivos, grandes, pocas cejas y corto de vista, por lo que gastaba continuamente anteojos. Fue zambo de ambos pies, pero dotado de grandes fuerzas y mucho ánimo. Manejó la espada con tanta destreza, que con ella en la mano concluyó en un acto público a don Luis Pacheco de Narváez, maestro mayor del rey y el más célebre en aquel tiempo, lo que dio motivo a este para que publicase aquel escandaloso libro intitulado Tribunal contra Quevedo, en el que con gusto completo de sus enemigos, que eran muchos, vertió todo el veneno que conservaba contra él Montalbán y cierto religioso a quien había puesto en ridículo Quevedo analizando cierta obra que dio a luz.

Ya dejamos dicho que dio muerte a un hombre en esta corte, y fue la causa que con total insolencia le hizo un desacato notable un Jueves Santo en las tinieblas que se recitaban en San Martín. Le sacó a la calle, se batieron, y de una estocada le partió el corazón.

Pero en lo que mostró más su valor fue en el combate que tuvo una noche con una onza, que se escapó de la jaula que tenía en su casa el embajador de Suecia. Se tiró a él, se clavó en el broquel, que la presentó animoso, y la dio muerte a estocadas.

No hicieron menos prueba de su constancia, sufrimiento y esfuerzo los 15 años de rigurosa prisión que sufrió en el discurso de su vida, siendo todos o por sospechas mal fundadas o por calumnias bien recibidas. Fue sumamente liberal, modesto, clemente y desinteresado. En una ocasión le ofrecieron 500 ducados por que disimulase ciertos fraudes que descubrió en Sicilia, pero los despreció con grandeza de ánimo; castigose con el rigor de la ley a los defraudadores de la real hacienda, y fue en Nápoles y en España celebrado por héroe incorruptible a los continuos golpes del sórdido interés.

El padre Juan de Mariana le consultó sobre el parecer que dio a la Biblia de Arias Montano (Benito) para que censurase su censura. Apuntó el texto hebreo, suprimió ciertas reflexiones, corrigió otras, y el padre Mariana le tributó gracias, admitiendo gustoso las correcciones.

Tuvo correspondencia con los sabios de su tiempo: Lipsio, Christecio, Sappio y otros muchos. Juntó una preciosa librería de 5.000 volúmenes. Fue tan festivo en las burlas como grave en las veras. Estudió muy bien lo que era poesía, pero, sin embargo de que en ella sus pensamientos son sólidos, y la disposición de sus composiciones con novedad y generalmente arreglada, el estilo es bronco, en partes desagradable y en parte nada suave y menos fluido, abundando de retruécanos algunas piezas, y otras de antítesis y consonantes adjetivos.

Esto no obstante, es necesario confesar que las obras que adolecen de semejantes defectos o no son suyas o las formó de repente, sin meditación ni lima y concederle todo el talento que necesitaba para usar de la elocuencia en todos sus ramos. No hay para qué detenernos en numerar las obras suyas impresas, pues son muy comunes; baste decir que el Tratado de la Providencia de Dios es solidísimo y lleno de erudición filosófica; que sus sueños, la vida de Tacaño, cartas del caballero de la Tenaza y otras muchas son agudísimas y llenas de mil preciosidades, sin que debamos omitir las dos cartas morales que escribió a su amigo Adán de la Parra desde su prisión de San Marcos de León, con la contestación de este a las dos, con las que dimos principio a nuestro anterior Semanario erudito; las que, no tanto por inéditas como por sublimes en cuanto refieren, fueron recibidas de los verdaderamente instruidos con todo el aprecio de que las hallaron dignas.

Concluyamos diciendo que Pellicer le llamó “varón doctísimo en todas las ciencias”; Mártir Rizo, “milagro de la naturaleza”; Antonio de Argüelles, “decoro y gloria de su siglo”; Lipsio, “el mayor y más alt honor de los españoles”; Juan Queral, “príncipe de todos los poetas”; y Vicente Mariner, “el mayor ingenio del orbe”.

El Parnaso español de Sedano numera las obras impresas e inéditas de nuestro Quevedo. En esta obra puede verlas en el artículo “Quevedo” el que desee tener clara noticia de unas y otras.

Como en sus obras, tanto impresas como manuscritas, hay muchas burlescas, satíricas y algunas poco modestas, mandó en su testamento que se presentasen al santo tribunal de la Inquisición, para que se corrigiese o borrase todo lo que no fuese digno de oírse. Sólo publicó en su vida las Poesías de Francisco de la Torre, que después se dijo ser suyas, y las traducciones de Epicteto y Tucídides [Focílides]. Concluyamos estos breves apuntes de su vida diciendo que

Su tolerancia en sufrir,
su paciencia en padecer
y ardiente fe hasta morir,
si acá le vieron caer,
le habrán hecho allá subir.






GRUPO PASO (HUM-241)

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2018M Luisa Díez, Paloma Centenera