Información sobre el texto

Título del texto editado:
“El maestro fray Juan Farfán”
Autor del texto editado:
Pacheco, Francisco (1564-1644)
Título de la obra:
Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones
Autor de la obra:
Pacheco, Francisco (1564-1644)
Edición:
Sevilla: 1599-¿1644? (ed. facsímil, Sevilla, Rafael Tarasco, 1881-1884)


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El maestro fray Juan Farfán


Acabó la vida aquel eccelente orador Cicerón, y por mandado de Antonio fue puesto en lugar público, muda la lengua que tantas veces había eficazmente persuadido. Pidió lugar el concurso a sus ojos ciegos de lágrimas para mirar semejante prodigio. Viose, dijo el gran filósofo Séneca, que, no oyendo como solían a su elocuente maestro, en presencia del cadáver pronunciaban sus alabanzas. Con este temor, ¡oh tú que has visto la efigie del padre maestro fray Juan Farfán!, me pudiera escusar de hacerle elogio, pues tan conocido es su nombre, tan grande su fama, que no hallo en él cosa que pueda causar admiración por no sabida, debiendo causar envidia por eminente.

Fue natural de Sevilla; hijo de padres nobles, nació el año del Señor de 1536. Criose con tanto cuidado, que desde sus primeros años dio muestras de lo que había de ser, pues aún no tenía 10 cuando era singular escribano y gran contador, y de menos de 14, estremado latino. En lo cual fue tan consumado, junto con la inteligencia de poetas y erudición en letras humanas, que ninguno en su edad le aventajó, manifestando singular gracia en los versos castellanos. Estudió sus artes, y a los 25 años, cuando hay más esperiencia y desengaño, pidió el hábito en el convento del gran padre san Agustín de esta ciudad. Profesó a los 30 [días] de abril del año de 1562, enviándole la provincia del Andalucía a estudiar a Alcalá de Henares. Salió de allí consumado teólogo, para leer Artes en el convento de Toledo, de donde vino a leer la Sagrada Teología a Sevilla, su madre, que no se atrevió con semejante hijo a ser madrastra, pues le estimó por sus muchas partes, agradable conversación, agudeza y donaire natural en sus dichos, de que no trato por ser tan celebrados y manifiestos.

Predicó 36 años continuos los más graves sermones y en las fiestas más principales, con tan grande acetación y concurso de los doctos y bien entendidos cual no alcanzó ninguno de los famosos sujetos de nuestro tiempo, siendo su virtud nueva idea a las costumbres, y su elocuencia, nuevo acento al oído, porque era tal la armonía que hacía el sermón, que el artificio pasó a lo natural, imposible de imitar. Las palabras fueron concetos, y los concetos almas, que, escritos en los papeles, donde muertos debieran estar sin dueño, reprehenden, mueven, atemorizan y enternecen. Su autoridad fue tan grande, tal su estimación, que lo que pudiera desacreditar al más docto eso mesmo le daba crédito. Sucediole algunas veces, ya comenzado el sermón, o viendo él mucho ruido o divertidos los oyentes, decir: “Perdonen, señores, que se me ha olvidado el sermón”, y se bajaba del púlpito. Y en muchas ocasiones, si había mucha gente, no quería predicar. Avivaba más esta propriedad el deseo de oírle, y este encogimiento publicaba más su santidad.

Graduose de maestro en la Universidad de Sevilla, siendo tan grande el ayuda de costa que personas principales le dieron, que pudieran graduarse otros seis; y así, siendo muy pobre, tuvo no solo para remediarse en las necesidades, pero a todos los que veía con alguna. Fue muy ajeno de toda pretensión; buscado en su celda para difinidor y presidente en los capítulos provinciales, y para prior del convento de Sevilla tres, porque, en habiendo disención, para quietar los ánimos elegían al amado de Dios y de los hombres, sola una vez acabó los tres años del oficio, que las dos lo renunció en persona benemérita. Eligiole por su provincial esta provincia, sin pensarlo ni saberlo él. En los cuales oficios, aunque siempre era grande su humildad, pues solía decir en público sus faltas y la pobreza de sus padres, su caridad, su religión era entonces mucho mayor. Traía camisas de estameña, dormía sin sábanas, acudía a maitines a media noche y, si algún día se dispensaba con el convento, se levantaba a rezarlos con el novicio que tañía a las doce. Llegando al convento de Madrid a negocios de la provincia, aquella mesma noche, yendo los religiosos al coro, le hallaron ya en él, postrado en la silla inferior. Y, aunque era provincial, por su propria persona pedía licencia para salir fuera de casa al prior del convento, tanta era su humildad. Su pobreza fue tal, que jamás, ni prelado ni súbdito, llegó su ropa de vestir y aderezo de celda a 500 reales. Dejó el oficio en manos de la provincia sin querer insinuar su voluntad, por que la elección fuese más libre, habiéndole dotado el Señor de las tres cosas más dificultosas de hallar en los potentados que dijo Aristóteles: el no querer ser, el saber ser y el saber dejar de ser. Así, de allí adelante no trató más de gobierno, sino de ser amparo de los desvalidos y remedio de los menesterosos.

Llegó a los 83 años, faltándole 10 antes la vista, pero no por eso dejó de rezar el oficio divino, aun el mismo día que murió, porque lo sabía de memoria. Y en este tiempo confesaba y oía misa cada día, y comulgaba los domingos y fiestas. Fue muy devoto de las ánimas del purgatorio, por quien mandaba decir muchas misas. Llegó a tal estado, que halló poca resistencia la muerte en la naturaleza, y, como fruto sazonado que se inclina a la tierra, acostándose en la cama dijo que se moría. Ajuntó las manos, recogió los pies cual otro patriarca Jacob, indicios de sumo gusto, que dicen mucha seguridad de conciencia cuando se acomete acción tan digna de ser temida. Dio el alma a su criador a los 30 de junio del año de 1619, quedando después de muerto dos días tan tratable el cuerpo, tan alegre el rostro cual si estuviera vivo. Fue enterrado con mucha solenidad, y señalado su sepulcro para perpetua memoria. Y a sus honras predicó el padre maestro fray Francisco Guerrero, señalado sujeto de su orden. Dedicole este elogio latino, dino de su ingenio, el padre letor fray Pedro Larios, a quien crio en su celda y dio, viviendo, su librería:

Si ad desiderium populi respicis, o Magister frater,
Joannes Farfan quandocumqueperieris, parum vixisti,
si ad reas gestas satis vixisti, si ad inurias fortunae
et presentem Reipublicae statum nimium diu vixisti,
si ad memoriam operum tuorum semper victurus es.


En honra del maestro fray Juan Farfán hizo el licenciado Cristóbal de Mesa este

Soneto

Si bien ya con la voz viva no suenas,
suena tu fama, que a su cargo toma
darte el nombre inmortal que a Tulio Roma
y el que dio al gran Demóstenes Atenas.

Tu sal, tu luz, tu acción fueron cadenas [5]
de nuevo Hércules gálico, que doma
los ánimos en proprio alto idioma
con sus sentencias de dotrina llenas.

De ti, ¡oh sacro retórico facundo!,
orador sabio entre oradores sabios, [10]
la célebre memoria reverencio,

porque, aunque muerto, te da vida el mundo,
pendiente de esos elocuentes labios,
y tu gloria venera con silencio.


Al retrato ofreció Antonio Ortiz Melgarejo este soneto artificioso:

La alta ciencia, Pacheco peregrino,
en breve imagen dilatada ofreces.
Vives, docto Farfán, mas enmudeces
viendo el efeto del pincel divino.

¿Qué canto a tal varón, que estilo dino [5]
a tal maestro habrá?, si tú mereces
plumas al pincel igual, si tú oscureces
la voz y el canto de tu nombre indino.

A la arte, a la elocuencia en mí se humilla
el ingenio, el saber: esta pintura [10]
de los dos hable, de los dos escriba,

que hablar y sentir esta figura
maravilla no fuera; es maravilla
que no hable, no sienta y que no viva.


Después de tan ingeniosos versos añadir algo parece atrevimiento, pero no satisfago a la obligación que tengo a tan ilustre varón sin ofrecerle este humilde soneto:

Aunque a tu gran valor noble pintura
la voz, por ser efeto soberano,
no se concede, aquí mi osada mano
hizo hablar sin ella esta figura.

Este semblante y grave compostura [5]
y señales de ingenio más que humano
muestran que mi ardimiento no fue en vano,
o proceda de la arte o la ventura.

Ya de Farfán el nombre reflorece
en esta imagen, premio a mi fatiga, [10]
si bien no dinamente celebrado.

Mas tal forma de gloria no carece,
pues, si le falta la voz, basta que diga
quién es de cuya mano es debujado.






GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera