Información sobre el texto

Título del texto editado:
“El padre fray Luis de Rebolledo”
Autor del texto editado:
Pacheco, Francisco (1564-1644)
Título de la obra:
Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones
Autor de la obra:
Pacheco, Francisco (1564-1644)
Edición:
Sevilla: 1599-¿1644? (ed. facsímil, Sevilla, Rafael Tarasco, 1881-1884)


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El padre fray Luis de Rebolledo


Luz y sal quiere el Señor que sean sus predicadores, cosas comunes, pero muy importantes. ¿Qué cosa más agradable que la luz? ¡Cuán suavemente reprehende! ¿Qué cosa más útil que la sal, que por dar sabor se deshace? Admirablemente cumplió con ambas cosas el apostólico varón y predicador insigne fray Luis de Rebolledo.

Nació en esta ciudad, año 1549, en la collación de la iglesia mayor, donde fue bautizado y llamado Luis. Sus padres fueron vecinos de Sevilla, gente noble y conocida. Tomó el apellido de su padre, cuyo origen y casa es en Burgos. Fue criado e instruido de ellos muy temprano, con gran cuidado y diligencia, así en la virtud como en las letras, y en aquella edad comenzó a mostrar lo que había de ser siendo grande: viveza de ingenio y gran inclinación al oficio de predicar, pues cuando en su casa se juntaba con otros niños les hacía sermones, pronosticando en aquellas burlas las veras con que lo ejercitó después. Aún no había llegado a los 15 años cuando, dejando padres y parientes llenos de esperanzas, despreciando los bienes temporales, se vino al Convento Grande de San Francisco de esta ciudad y pidió el hábito de la oservancia, año 1564, el cual le dieron viendo su habilidad y claros indicios de venir llamado del divino espíritu, con cuyo favor pasó su año de noviciado y con votos de todos profesó.

Sobre la virtud aprendió letras, de cuyo aprovechamiento dio muy grandes muestras. Estudió sus cursos de Artes y Teología, teniendo sus actos públicos y particulares con aplauso de los oyentes; y, aunque tuvo muy gran caudal para leer y enseñar, no lo hizo, porque le guardó Dios para el ministerio de predicar. Y, así, la orden le instituyó por su predicador. Comenzó la luz puesta en el candelero a resplandecer, comenzó la sal a saborear de manera que le hicieron predicador del convento de San Francisco de Granada, que, siendo uno de los grandes de la orden, y la ciudad tan principal, con tan graves tribunales, no había otros sermones más celebrados que los suyos, y, aunque es gran parte del predicador ser docto, le dotó Dios de otras grandes partes: de tan linda gracia y natural, de pecho tan dulce y claro, de tales acciones y don de mover, que no se han visto tantas partes juntas en un sujeto, ni tan gran facilidad en estudiar y predicar. El lenguaje natural era polido, casto y sin afectación, de suerte que lo levantó a la mayor estima del oficio.

Del convento de Granada le trajo la obediencia al de Sevilla, su patria, adonde vivió y donde predicó casi 40 años, tan seguido el postrer año como el primero, dándole los más graves púlpitos, los más floridos y mejores sermones de esta ciudad, en la iglesia mayor todas las cuaresmas, en la Audiencia y Contratación y en las parroquias más nobles. Fue tan señor de los corazones, que con gran facilidad los movía a lágrimas, porque fue inclinado siempre a predicar dotrina, de manera que reprehendía con tanta gracia y discreción, que, sin quedar los oyentes ofendidos, quedaban enseñados. Finalmente, sirvió con su predicación a la Iglesia tanto como el que más, reduciendo muchos pecadores a penitencia. Y un día de la conversión de la Madalena en su convento de san Francisco, asistiendo las mujeres públicas, con el mayor auditorio y concurso que se ha visto, le dio Dios tal eficacia, que convirtió 27 de ellas. Luego con razón dijimos que era luz y sal de la tierra.

Fue llamado a la corte el año 1596, donde predicó una cuaresma con grande acetación. Predicó después el de 1606 a las honras del conde Chinchón, en el capítulo general de su orden en San Juan de los Reyes de Toledo, un sermón ilustre, que se estampó, y la esplicación de las lágrimas de él, a juicio de los doctos, es de las primeras cosas que se han escrito.

No le faltó el don de gobierno, y, así, desde muy mozo le ocupó su orden. Fue guardián en Sanlúcar de Barrameda y después, pasado algún tiempo, del convento de Nuestra Señora del Valle de esta ciudad, y en el capítulo siguiente difinidor, y después volvió a ser guardián en el Valle; fuelo también del convento de San Francisco, cabeza de esta provincia, y luego fue provincial. Todos estos oficios ejercitó con gran prudencia y valor. La caridad que usó con los religiosos necesitados, y en particular con los viejos, no se puede decir en tan breve discurso; tal vez se quitó los paños menores para dar a sus frailes, porque no supo jamás decir de no a nadie, y cuando le faltaba qué dar daba las alhajas de su celda, de manera que el compañero le encerraba lo que podía. Y a un pobre honrado que le pidió con lágrimas, no hallando qué darle, le dio una cortina de su cama que se había traído de casa de un deudo suyo, a quien después aplacó fácilmente, vista su gran caridad. Al fin, el buen padre, lleno de tantas buenas obras, acabó haciendo el oficio de luz y sal.

Habiendo predicado un sermón de santa Inés, virgen y mártir, en su día en el convento de Santa Clara de esta ciudad, queriéndole Dios premiar el fruto de tan buenos trabajos, saliéndole el alma por las puertas de la obediencia, entró por las de la libertad de los hijos de Dios, a 23 de enero, año 1613, habiendo vivido 48 en la orden y siendo de 63 de edad. A su entierro acudió toda Sevilla; unos le llamaban el santo; otros, el predicador apostólico; otros, consolador de las almas. Predicó doctamente a sus honras el maestro fray Antonino de Miranda, de la orden de Predicadores. Fue sepultado en la insigne capilla de la Nación Burgalesa, que quiso tener esta prenda para honrarse por la parte que tuvo en este insigne varón.

Hizo a su retrato estos versos don Juan de Robles y Ribadeneira, hijo de esta ciudad:

Ecce Rebolledus Francisci de grege, partus
Hispalis, Orator Numinis, osque salis.

Extinctum iubari vitae divina Pacheci
Pingens, et scribens rediddit arte manus.


Y, por que no faltase el gustoso remate de nuestros versos castellanos al intento presente, en honra de tal sujeto hizo don Gaspar Barberá de Guzmán los que siguen, dignos de su ingenio, trayendo a la memoria entre sus grandes partes aquella en que tuvo más eminencia, que fueron los sermones de difuntos que imprimió.

Décimas

¡Qué bien dio vida el carbón
al papel con perfil sabio!
¡Cómo la brasa en el labio,
celestial elocución!
Con igual admiración [5]
el sentido desvelado
pierde el rigor, apurado
en apurar, si el objeto
es trasunto del sujeto
o su original callado. [10]

Con más glorias esta duda
levanta el milagro humano,
cuanto activa culta mano
dio lengua a la sombra muda.
¡Oh, tú, que en verdad desnuda [15]
y ornado de ardiente celo
seráfico, fuiste al suelo
con estilo misterioso
voz que convocó al dudoso,
luz que desmintió el recelo! [20]

Aquí, que admira y altera
al juïcio tu semblante,
y debujo ya elegante
ya vivo te considera,
responde al que sólo espera [25]
suspendido, como atento,
que informe el sonoro acento
si es con alma del relieve
lo que a la vista se mueve
y confunde el pensamiento. [30]

Tu desengaño elocuente
acredite la esperanza
y asegure la alabanza
digna de su autor valiente,
cuya gloria no consiente [35]
guirnalda menos florida,
siendo a Pacheco debida,
que la fama que se apropia,
disegnandote en la copia,
¡oh, Rebolledo!, con vida. [40]

Tal en el plano te ostenta
con realces, y su pluma,
volando a la región suma,
en suma tus gracias cuenta.
Con tu luz dora y fomenta [45]
al helado entorpecido,
y la sal al desabrido
le preserva, le sazona,
previniéndote corona
para los riesgos de olvido. [50]

Así tu nombre eterniza
en los béticos cristales,
donde ya tus funerales
ilustraron la ceniza.
Así describe y matiza [55]
nuestro Apeles tu opinión,
y en igual satisfación
el docto aplauso os venera
cuanto más y más pondera
qué bien dio vida el carbón. [60]






GRUPO PASO (HUM-241)

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2018M Luisa Díez, Paloma Centenera