Información sobre el texto

Título del texto editado:
“El maestro fray Pedro de Valderrama”
Autor del texto editado:
Pacheco, Francisco (1564-1644)
Título de la obra:
Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones
Autor de la obra:
Pacheco, Francisco (1564-1644)
Edición:
Sevilla: 1599-¿1644? (ed. facsímil, Sevilla, Rafael Tarasco, 1881-1884)


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El maestro fray Pedro de Valderrama


Puso Dios en el paraíso de su Iglesia, entre otros, un árbol de vida espiritual de la insigne religión del gran patriarca Agustino, que tantos y tan provechosos frutos ha dado al mundo, del cual ha salido en nuestros tiempos una tan ecelente rama, que la memoria de los más ancianos no se acuerda haber visto otra más provechosa. Este es el padre maestro fray Pedro de Valderrrama, gloria de esta ciudad, que, si bien se llamó así por su noble apellido, considerando el discurso de su vida y muerte, le conviene mejor el nombre por antonomasia. Nació en Sevilla el año de 1550, de limpios y honrados padres, donde, aprovechándose de la buena enseñanza de la Compañía de Jesús, aprendió no sólo las primeras letras, sino también la virtud.

Llegando a edad de 18 años, echando de ver los peligros de la mocedad y los bienes de la vida monástica, pidió el hábito en el convento de San Agustín de esta ciudad. Pasó el año de noviciado de manera que aficionó los corazones, y unánimes le admitieron a la profesión, la cual hizo víspera del glorioso dotor S. Agustín, a 27 de agosto del año de 1569, no sin particular providencia del Cielo, que quiso dar a entender cuán bien había de seguir los pasos de su gran padre. Descubrió un natural tan fácil y de tanta blandura, que jamás cuanto fue de su parte dio ocasión a nadie, y, cuando alguno la tomaba, con la mayor presteza que podía se componía con él; de lo cual se siguió, habiendo acabado sus estudios en Salamanca, de que salió consumado, que de 41 años que vivió en la religión los 30 fue siempre prelado o padre de provincia, haciendo el amor que todos le tenían dulce lo que suele ser tan amargo como ser siempre gobernados de un sujeto.

Las obras maravillosas que en este tiempo hizo, los edificios tan suntuosos que levantó piden muchos discursos, mas de ellos no se puede pasar en silencio la hermosa iglesia y capilla mayor que edificó en su convento de Málaga, la no menos costosa y alegre que hizo en Granada y la famosa y vistosos claustros que dejó por último remate en Sevilla. Procurando siempre, como otro Salomón, hacer casa a Dios, para que Él se la diese a él, cosa que le oyeron muchas veces, y, como era tan aventajado su celo, aunque con pobreza, jamás le faltó lo necesario para edificar, como al bienaventurado S. Agustín.

Siguiole en la predicación, en la cual se ejercitó muchos años, haciendo tan gran fruto como el que más ha hecho en estos tiempos. Lo cual fue ocasión que en toda la tierra se estendiese la fama de su nombre y se oyese el sonido de su voz, a imitación de los apóstoles. Testigo es de esta verdad la ciudad de Zaragoza, en cuyo famoso hospital predicó, haciendo mayor provecho espiritual que muchos de los que han predicado en él. Testigo es también la corte de su majestad, donde le oyeron muchos sermones con grande aplauso y acetación. Y, para que no los busquemos fuera, diga Sevilla lo que obra en ella con sus palabras de vida; y diga también cómo, venido su generalísimo a España y visitando este convento, año de 1588, le predicó un sermón de capítulo de la domínica en que se canta Ego sum pastor bonus, con tal elocuencia y sabiduría, que el padre general le hizo muchas honras y favores, graduándole por suficiencia, y llevó el sermón a Roma para mostrarlo a su santidad, ufano de tan lucido hijo del insigne dotor, a quien siguió también en los libros que escribió, de tanta erudición y enseñanza. Y sea el primero una Cuaresma, tesoro que para aprovecharse de él aun las naciones estranjeras le han traduIcido en su lengua y le tienen por joya inestimable. Sacó otro tomo pequeño de las domínicas que preceden a la cuaresma y otro santoral lleno de ingeniosas alabanzas; y el último, que en el remate de su vida iba imprimiendo, de los gloriosos patrones de las religiones, de lo mejor que escribió, donde se estampó, después de su muerte, su retrato, imitando algo de este original. Escribió también otros muchos sermones, y en particular el que predicó a la beatificación del bienaventurado padre Ignacio de la Compañía de Jesús, año de 1610, que ha corrido en estampa con general aprobación.

Fue ajeno de curiosidad en vestido y celda, la cual adornaban libros no compuestos, siendo también hospedería de familiares y forasteros, hallando cada uno en él el socorro de sus necesidades. Eran sus palabras tan amigables, que suavemente aprisionaba; tuvo singular eficacia en mover a lágrimas, como por muchos casos se vio. Finalmente, por concluir, sin dejarlo en opiniones, fue uno de los más frutuosos y sustanciales hijos que ha tenido su religión de muchos años a esta parte, porque en cuatro cosas señaladas, estudiar, predicar, gobernar y edificar, apenas se conoce en cuál fue más eminente. Estudiaba 14 horas cada día; predicó 35 años, hasta perder los dientes, pues en los 12 últimos se valió de los hechos por su mano. En labores gastó sólo en Sevilla en los años de sus dos prioratos sincuenta mil ducados, y numerando lo que labró en las demás casas llega casi a cien mil.

A esta vida tan ocupada en santos ejercicios se siguió una muerte no menos digna de memoria, previniéndole Dios dos meses antes con una grave enfermedad, habiendo muerto antes de él nueve religiosos, y, aunque tan apercebido, hizo una confesión general con tanto dolor y lágrimas, que provocó a lo mesmo a su confesor. Sufrió en 58 días graves dolores con suma paciencia, pidiendo al Señor, con Agustino, que aquí ejercitase en él su rigor para que después usase de su misericordia. Pedía se le tratase de ella, pues en la vida se había acordado de la justicia para no ofenderle. Cuando le trajeron el divino viático, dijo cosas maravillosas con admirable fuerza, que se ven impresas. Últimamente, abrazado con un crucifijo, puesta la boca en su costado, durmió en el Señor, domingo 25 de setiembre de 1611, de edad de 61 años. Fue sepultado a la entrada del claustro que tiene puerta a la iglesia, y, como varón insigne, se hicieron en honrosa competencia algunos epitafios, de que elegí este, digno del ingenio de don Juan de Robles y Ribadeneira, hijo de Sevilla:

Epitaphio

Ordinis, urbis honos, caput, Augustique; novator
caenobis Christi Tullius, ore, libris,

Valderrama silet sub humo, super astra, sed uno,
contentus verbo, verba suprema facit.


Hizo este soneto a su muerte el padre fray Juan de Quirós, de su mesma orden:

El tronco fértil del dotor divino,
tan célebre en el orbe por su fama,
brotó de si la poderosa rama
solo digna del tronco de Agustino.

Por corona a dotores le convino, [5]
su lauro honroso al escritor le llama,
y entre predicadores celo y llama
del que en el aire al carro abrió camino.

Edificados templos y almas deja,
y hoy da el cuerpo a la tierra, al cielo bienes, [10]
dando a su Dafnes, que es del lauro el gusto,

que el sol divino a quien su amor le aqueja
le sigue y coge para ornar sus sienes,
que al justo le es a Dios corono el justo.


Este soneto que yo hice, viviendo, a su retrato me pareció que era razón ponerlo aquí:

Soneto

No es maravilla, ¡oh docto Valderrama!
que honre mi mano en el retrato vuestro,
siendo sujeto ilustre de más diestro
pincel que celebró la antigua fama.

Vuestra eccelsa dotrina el orbe inflama [5]
en honra de la patria y siglo nuestro,
y, como en esta ciencia gran maestro,
gran premio, gran honor, gran gloria os llama.

Por esto fue dichosa la osadía
que tuve en intentar con rustiqueza [10]
lo que no se concede a ingenio humano,

pues ya la invidia y tiempo en su porfía,
a su pesar, veneran la grandeza
de vuestro nombre por mi ruda mano.






GRUPO PASO (HUM-241)

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2018M Luisa Díez, Paloma Centenera