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Título del texto editado:
“Fernando de Herrera, el Divino”
Autor del texto editado:
Pacheco, Francisco (1564-1644)
Título de la obra:
Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones
Autor de la obra:
Pacheco, Francisco (1564-1644)
Edición:
Sevilla: 1599-¿1644? (ed. facsímil, Sevilla, Rafael Tarasco, 1881-1884)


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Fernando de Herrera, el Divino


Quisiera remitir la descripción de este elogio de Fernando de Herrera a quien le fuera igual en las fuerzas, conociendo las mías ser poco suficientes adonde se requerían las de Quintiliano y Demóstenes, junto con la divinidad de Apolo, de que dan testimonio sus felices obras en una y otra facultad, pues mereció por ellas ser llamado el Divino.

Tuvo por patria esta noble ciudad; fue de honrados padres, dotado de grande virtud, de hábito eclesiástico y beneficiado de la iglesia parroquial de San Andrés. No tuvo orden sacro, pero con los frutos del beneficio se sustentó toda su vida, sin apetecer mayor renta. Y, aunque el cardenal don Rodrigo de Castro, arzobispo de Sevilla, deseó tenello en su casa y acrecentalle en dignidad y hacienda, no pudieron el licenciado Francisco Pacheco ni el racionero Pablo de Céspedes, íntimos amigos suyos, persuadille que le viese.

Tuvo Fernando de Herrera, demás de los dos, otros muchos amigos: al maestro Francisco de Medina, a Digo Girón, a don Pedro Vélez de Guevara, al conde de Gelves don Álvaro de Portugal, al marqués de Tarifa, a los insignes predicadores fray Agustín Salucio y fray Juan de Espinosa, y otros muchos que parecen por sus escritos. Amolos tan fiel y desinteresadamente, que a los más ricos y poderosos no solo no les pidió, pero ni recibió nada de ellos, aunque le ofrecieron cosas de mucho precio; antes, por esta causa se retiraba de comunicarlos.

La profesión de sus estudios se componía de muchas partes, aunque muchas veces se indignó contra el vulgo porque le llamaba “el Poeta”, no ignorando las que para serlo perfetamente se requieren, pero sabía la significación vulgar de este apellido. Y, constándonos su voluntad, parece conveniente darle la poesía por una parte, y no la mayor, como lo hiciéramos con Tito Livio, si las obras filosóficas que escribió no se hubieran perdido con la mayor parte de su historia. Leyó Fernando de Herrera con particular atención todo lo que la antigüedad romana y griega nos dejó en sus más corregidos ejemplares, y de los autores posteriores lo más, porque supo las lenguas latina y griega con perfeción y las vulgares como los más cortesanos de ellas. Tuvo leción particular de los santos, supo las matemáticas y la geografía, como parte principal, con gran eminencia; no fue menor el cuidado con que habló y trató nuestra lengua castellana.

Los versos que hizo fueron frutos de su juventud, y, porque del juicio de ellos hablaron doctos varones, digo solamente que no sé cuál de los poetas españoles se pueda con más razón leer como maestro, ni que así guarde sin descaecer la igualdad y alteza de estilo. Los amorosos en alabanza de Luz, aunque de su modestia y recato no se pudo saber, es cierto que los dedicó a doña Leonor de Milán, condesa de Gelves, nobilísima y principal señora, como lo manifiesta la canción V del libro segundo que yo saqué a luz, año 1619, que comienza “Esparce en estas flores”. La cual con aprobación del conde, su marido, acetó ser celebrada de tan grande ingenio. Fue Fernando de Herrera muy sujeto a corregir sus escritos cuando sus amigos a quien los leía le advertían, aunque fuese reprobando una obra entera, la cual rompía sin duelo.

Fue templado en comer y beber; no bebió vino. Fue honestísimo en todas sus conversaciones y amador del honor de sus prójimos. Nunca trató de vidas ajenas, ni se halló donde se tratase de ellas. Fue modesto y cortés con todos, pero, enemigo de lisonjas, ni las admitió ni las dijo a nadie, que le causó opinión de áspero y malacondicionado. Vivió sin hacer injuria a alguno y sin dar mal ejemplo.

Las obras que escribió son las Anotaciones sobre Garcilaso; contra ellas salió una apología ajena a la candidez de su ánimo, a que respondió doctamente. Escribió la Guerra de Cipro y vitoria de Lepanto del señor don Juan de Austria, un elogio de la vida y la muerte de Tomás Moro (estos tres libros se estamparon) y un breve tratado de versos que está contenido en el que yo hice imprimir. Demás de esto, hizo muchos romances, glosas y coplas castellanas, que pensaba manifestar. Acabó un poema trágico de los amores de Lausino y Corona, compuso algunas ilustres églogas, escribió la guerra de los gigantes, que intituló La Gigantomaquia, tradujo en verso suelto El rapto de Proserpina de Claudiano, y fue la mejor de sus obras de este género. Todo esto no solo no se imprimió, pero se perdió o usurpó, con la historia general del mundo hasta la edad del emperador Carlos Quinto, que particularmente trataba las acciones donde concurrieron las armas españolas, que escribieron con injuria o invidia los escritores estranjeros, la cual mostró acabada y escrita en limpio a algunos amigos suyos el año 1590. En ella repetía segunda vez la batalla naval, y, preguntado por qué, respondió que la impresa era una relación simple y que esta otra era historia, dando a entender que tenía las partes y calidades convenientes. Al fin, remitiéndome a sus obras cesarán mis cortas alabanzas, y a las objeciones de los invidiosos de su gloria no parecerá demasía lo que habemos referido, viendo el sujeto presente no solo estimado, pero celebrado con encarecidas palabras en los escritos de los mejores ingenios de España, pues sus versos, que es lo menos, como refería Alonso de Salinas, los ponía el Torquato Tasso sobre su cabeza, admirando en ellos la grandeza de nuestra lengua, cuya elocuencia es propria de Fernando de Herrera, pues fue el primero que la puso en tan alto estado. Y, por haberle seguido tantos y tan eccelentes hombres, dijo con razón el maestro Francisco de Medina en la carta al principio del comento de Garcilaso que podrá España poner a Fernando de Herrera en competencia con los más señalados poetas y historiadores de las otras regiones de Europa.

Al cual, habiendo sido de sana y robusta salud, llevó el Señor a mejor vida en esta ciudad a los 63 años de su edad, el de 1597. Y, aunque muchos aventajados ingenios hicieron versos en su alabanza, me pareció poner aquí parte de un elogio de Pablo de Céspedes, por ser persona a quien estimó mucho Fernando de Herrera, después de esta epigrama latina que el licenciado Rodrigo Caro ofreció a su retrato, digna de la erudición de su autor:

Vivis, et a tumulo superis datur ora tueri,
Fernande? an fallax ludit imago? quid est?
Subductum morti video, et iuvat usque morari:
Felix Elysium nan tenet umbra nemus.
Post Manes tumulumque manes, et funeris expers
Vivis ab effigie, vivis ab ingenio.

* * * * *

Bien puedo confiar de la bonanza
que tantas veces prometió el engaño
y trocar en dolor tierna esperanza
que el corazón alimentó en mi daño,
mas ya no más, no burle confianza
con mentirosa faz al desengaño,
y cambie la aura presurosa y viva
la fortuna, el amor mi mente esquiva.

Volví mis ojos con descuido un día,
con descuido volví los ojos míos
a dos soles bellísimos, y vía
con un casto desdén mostrarse píos.
¡Oh, qué breve contento! ¡Oh, qué alegría
caduca! ¡Oh, bienes de mi bien vacíos!
Niebla oscura y cruel cubrió el tesoro
que vi por las patentes puertas de oro.

¿Qué hago, pues? ¿A dónde iré que pueda
o remediar o desterrar mis males?
¿Allá quizá do el gran planeta veda
aliento a los perpetuos arenales,
y con perpetua sed la Libia queda
yerma de gente, bosques y animales,
o con pie vago por contrarios Axes
de Cintia fiera o del Gortinio Oaxes?

Dichoso tú, pues tan dichoso hubiste
el raro don del cielo soberano,
don del cielo, ¡oh Pacheco!, en que consiste
la flor suprema del ingenio humano,
que con vivos colores mereciste
llegar do llega artificiosa mano
y con el verso numeroso, en suma,
a emparejar con el pincel la pluma.

Tú, que del torpe olvido soñoliento
levantaste la imagen verdadera
contra la ley del tiempo y movimiento
al divino Fernando de Herrera,
a ti, pues, toca con sublime acento
celebrar sus despojos de manera
que no invidie de Máusolo la gloria
ni de la antigua Menfis la memoria.

Tú, Pacheco, en la sombra opaca y fría
enseñas sosegado al monte, al llano
el nombre resonar que en ti confía
vivir y al tiempo no resiste en vano;
dichoso, si los dos en compañía
el sagrado argumento, mano a mano,
proseguirán contigo, ver espero
el equionio Píndaro y Homero.

Dos que ecceden al rayo almo y sereno
que a la bermeja Aurora va delante,
dos esparcidas luces del terreno
que el hermano ilustró del mauro Atlante,
don Juan de Arguijo en el aonio seno
criado en Pindo u Olmio resonante,
y Juan Antonio del Alcázar guía
de valor, de nobleza y cortesía.

Carta ninguna habrá que aceta sea
al laureado Febo y rubio cuanto
aquella en cuya frente escrito lea
el nombre de Herrera, ilustre tanto.
Herrera, el bosque resonar se vea,
y forme al viento volador su canto
el verde mirto y el laurel florido
y el álamo de Alcides escogido.

Desplegaba ya la alba el áureo velo
do resplandece su inmortal tesoro,
y el aire alegre en el color de yelo
muestra un misto matiz de fuego y oro;
ni recoge del todo el dubio cielo
las bellas luces del ardiente coro,
ni el cándido ligustro y amaranto
rehúye en parte el colorido manto.

En aquella sazón con paso lento
la reina del amor y hermosura,
dejando el mar cerúleo y el asiento
de Nereo y la onda mal segura,
sulcaba el campo del sereno viento
entre una niebla transparente y pura;
arriba acaso do con voz Fernando
triste cantaba y con acento blando.

Repite dulcemente sus querellas
al vario son de resonante plectro,
a la par los dos soles y las bellas
idalias flores y esplendor de electro.
Culpa el fiero destino y las estrellas
señoras y el soberbio indigno cetro
que le sujeta a dura ley y esquiva
que del mal de que muere espire y viva.

Como el concento oyó la cipria diosa,
la voz suave y la meonia lira,
revuelve el carro de obra artificiosa,
donde el oro y valor menos se admira,
hace callar la escuadra numerosa
que el rico peso por el aire tira;
todas se ven enmudecer, y en tanto
Venus comienza el regalado canto.






GRUPO PASO (HUM-241)

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2018M Luisa Díez, Paloma Centenera