Información sobre el texto

Título del texto editado:
“El jurado Juan de Oviedo”
Autor del texto editado:
Pacheco, Francisco (1564-1644)
Título de la obra:
Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones
Autor de la obra:
Pacheco, Francisco (1564-1644)
Edición:
Sevilla: 1599-¿1644? (ed. facsímil, Sevilla, Rafael Tarasco, 1881-1884)


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El jurado Juan de Oviedo


Sólo juzgo, dice Salustio, que vive y goza de su alma aquel que pretende ganar fama con cualquiera buena arte o hecho señalado. Lo cual se verifica singularmente en uno de los más provechosos hombres a su república de cuantos habemos conocido de nuestra edad, que fue el jurado Juan de Oviedo, el cual por sus honrados pensamientos se levantó a ser el primero de su linaje. Fue hijo y nieto de Juan de Oviedo, que del lugar de Gijón, en el Principado de Asturias, vinieron a la ciudad de Ávila, y de allí a esta en compañía de Baptista Vásquez, donde nació el sujeto presente, en 21 de mayo de 1565. Comenzó en su juventud a ser dicípulo en la escultura y arquitetura de su tío Miguel Adam, si bien adelante estudió la política y militar y las matemáticas con grandes maestros, aprovechándose mucho de la manera de trazar de Jerónimo Fernández.

La primera ocasión de servir a su majestad fue cuando Draque vino a Cádiz, año 1586, llevando en su compañía 22 mancebos, a su costa, de los más valientes de Sevilla, donde estuvo 18 días y volvió con licencia del duque de Medina. Fue maestro mayor de la provincia de León, con título del licenciado Pedro de Villares, del hábito de Santiago, y visitador de los hospitales de Sevilla y de sus posesiones, y su proveedor. En este tiempo, después de haber salido con su familiatura, año 1600, le hizo merced el Consejo Supremo de la Inquisición de hacerle secretario de la ciudad de Lima, lo cual no acetó por consejo del padre Mata.

El siguiente año le recibió Sevilla por su maestro mayor, y después por su jurado. Cuán acertada haya sido esta elección dirán las obras que abreviaremos. Antes de esto, por trazas suyas se hicieron muchas obras grandes: el retablo de Llerena, de Azuaga, de Constantina, de Cazalla y Morón, el de los Viscaínos de San Francisco y otros muchos; el insigne templo de la Merced y el de las monjas de la Asunción de esta orden, el de San Benito y San Leandro, y muchas casas suyas y ajenas; y señaladamente dos famosos túmulos: el de Filipo Segundo y reina Margarita, por oposición, siendo el del rey obra la más grandiosa de España.

En entrando a servir a la ciudad, reparó los husillos con que se desagua sin que entre la del río, y cesaron las invenciones antiguas. Hizo de nuevo el peladero del ganado de cerda, y en los corredores sobre el apeadero del cabildo, y un reparo considerable al suelo del corredor, que amenazaba ruina. Y, estándose hundiendo el rastro por falta de cimientos, sin derribarlo lo reparó; y, caída una nave de las carnicerías y los arcos sueltos, los reparó y cubrió; y las dos portadas de piedra. Y, hallando hundido el cañón principal en el nacimiento de agua de la Fuente del Arzobispo, padeciendo la ciudad mucha falta de ella, dio traza cómo se remediase, bajando a la cañería en hombros de sus esclavos; y con menos de cien ducados ahorró a la ciudad más de seis mil. Y en los Caños de Carmona en tiempos de avenida, cayéndose más de cien varas de atajea, en dos noches y un día metió el agua en la ciudad a su costa, y esto le sucedió tres veces. Y el año 1616, viendo en Alcalá los hurtos que hacían al agua de Sevilla, con mucho riesgo de su persona entró más de cuatro picas debajo de tierra y hizo los reparos convenientes, gastando 12 días sin venir a su casa. Guareció asimismo esta ciudad por tres veces en las grandes avenidas, para que no se anegase, con notable riesgo de su persona y esclavos. Por su orden se hizo el matadero de esta ciudad, que es de 300 pies de largo de bóveda de un cañón, y le metió agua de pie. En su tiempo se hicieron dos coliseos, uno de madera, y el que ahora sirve, de mármoles y albañilería, cosa grandiosa. Socorrió con su persona y criados muchos incendios, en especial el de la Contratación y San Bernardo, donde entraba el fuego al almacén de la pólvora, y, rompiendo con un hacha las puertas, salió abrazado con un barril de pólvora y escusó que no se volase aquel barrio y la iglesia que estaba junto. Socorrió el fuego grandioso de San Telmo y la casa de Carpio, escribano público, en que se quebró un pie; y otros fuegos menores. Ahorró a Sevilla todos los veedores que ponía en sus obras, y por su orden se hizo el reparo de la Almenilla, asegurando a esta ciudad, encaminando el agua al Hospital de la Sangre y haciéndole madre nueva, cosa de grande utilidad.

Sirvió en el desempeño en tiempo de Juan de Gamboa y en todo lo que se ha dicho 17 años de maestro mayor a Sevilla, con mucho amor y lealtad, como a su querida patria, que le pagó con no quitarle el salario, dejando por ella todos sus acrecentamientos y ahorrándole más de 38.000 ducados, y a su majestad más de otros 40.000, poniendo en defensa la costa de la Andalucía y acabando cuarenta torres que había 30 años que estaban comenzadas, con mucho riesgo de ser captivo tres veces. Y día de san Lorenzo del año 1613 temerariamente rindió 13 moros que salieron a tierra en Cádiz junto a la Torre de Hércules, con solo tres peones desarmados, saliendo a caballo con lanza, pistola y cuera de ante, espada y daga. Y los maniató a vista del general don Luis Fajardo y don Manuel de Benavides, castellano de Santa Catalina, que le habían enviado a reconocer. Fue al socorro de la Mamora, año 1614, llamado por tres cartas del rey Filipo Cuarto y, llevando ocho soldados, sirvió en la guerra y fortificación de los dos fuertes, casi seis meses a su costa. Hiciéronse por su traza otras dos fuerzas, del Puntal y Matagorda, en la isla de Cádiz y Puerto Real, para guarda de las armadas.

Y en este año 1617 le hizo merced su majestad del hábito de Montesa, habiendo visitado el año antes las torres y muelles de Málaga, con 600 ducados de renta en cada un año, con que dignamente honró su persona, sus nobles artes y alegró a sus amigos, de quien fue muy querido y estimado mientras vivió y hoy sienten su falta. Hasta que, últimamente, para glorioso remate de su valor y virtud y para gozar el fruto de lo bien que había corrido en servicio de su patria y de su rey y en el temor de Dios y guarda de su santa ley, le llevó el Señor a la conquista del Brasil, donde, estando ordenando con qué ofender a los enemigos, como ingeniero mayor, y alentando a los demás soldados, le halló una bala de una pieza que le llevó la pierna derecha entera, desde el nacimiento del muslo, de que murió dentro de dos horas, con muestras de gran cristianismo, en las manos del padre Gaspar de Escobar, de la Compañía de Jesús, cumplidos 60 años, el de 1625, con general sentimiento de todos, especialmente de don Fadrique de Toledo, gran general español que se halló presente.





GRUPO PASO (HUM-241)

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2018M Luisa Díez, Paloma Centenera