Información sobre el texto

Título del texto editado:
“El padre Juan de Pineda”
Autor del texto editado:
Pacheco, Francisco (1564-1644)
Título de la obra:
Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones
Autor de la obra:
Pacheco, Francisco (1564-1644)
Edición:
Sevilla: 1599-¿1644? (ed. facsímil, Sevilla, Rafael Tarasco, 1881-1884)


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El padre Juan de Pineda


Sujetos tan señalados y de una mesma religión no es justo apartarlos, aunque en alguno se anticipe la muerte. “La mejor prueba del saber es la tolerancia en el sufrir” dice la sagrada escritura (Proverb[ios], 19), porque los verdaderos sabios sacan de los trabajos que padecen gloriosa ostentación. Así sucedió al padre Juan de Pineda en su última enfermedad, que fue una molesta perlesía que por espacio de 19 meses les sirvió de penoso purgatorio. Nació este insigne varón en esta ciudad de padres nobles y ricos, año 1553. Fue recebido en la Compañía de 14. Desde esta primera edad hasta la última fue su virtud creciendo como la luz del día con gloriosos aumentos de santidad y letras.

Haremos unos breves apuntamientos por donde se pueda conocer algo de sus heroicas virtudes, y, porque las sustanciales son las que pertenecen al estado de cada uno, pondré en primer lugar la pobreza, en que se aventajó tanto cuanto da a entender su sentimiento humilde, que dejó escrito, de que da claro testimonio la última sotana y manteo, que apenas podía servir a un novicio y con que vivía tan contento como avergonzado cuando le obligaban a vestir de nuevo. Su aposento era un dechado de religiosa pobreza, porque fuera de los libros (alhaja tan propia de un tan gran escritor) nunca se vio en ella cosa de curiosidad ni regalo, porque voluntariamente quiso ajustarse con Cristo nuestro señor. Su castidad fue siempre angélica en todas las edades. Celábala con particular cuidado de oración, mortificación, falta de sueño y sobra de ocupaciones. Y aquella anchura y capacidad donde moraba Dios a ella se debe atribuir. De su obediencia basta decir que obedeció toda su vida en una religión donde se hacen y han continuas pruebas de esta virtud. Y así, en tocando la campanilla a las acciones de comunidad, era el primero que entraba en ellas, sin que le estorbasen las graves ocupaciones ni los muchos años ni achaques. Fue varón verdaderamente humilde, pues del trato y comunicación de tan grandes personaje no se le pegó nada del siglo. Testigos de esta verdad son los capítulos que escribió sobre el Eclesiastés, donde retrató su alma. Resplandeció también su humildad en sus escritos, llenos de religiosa modestia y estima grande de los pareceres ajenos. Pero, como la dotrina aventajada ocasiona mayores envidias, no es mucho que las haya padecido este insigne varón. Sobre este cimiento levantó el edificio místico de las otras virtudes: para con Dios un celo ardentísimo de su mayor gloria, para con los santos una piedad religiosísima.

Cuando fue por procurador de esta provincia a Roma tuvo autoridad e industria para sacar de aquellos sagrados tesoros muchas y muy grandes reliquias, con que enriqueció su colegio, y las colocó en una capilla tan ricamente adornada, que da ilustre testimonio no solo de su piedad, sino de su buena eleción. Con la reina de los ángeles tuvo filial afecto y rebosaba en fervorosas demostraciones, de que es testigo esta gran ciudad y cuanto se le debe en aquellas celebridades festivas, no solamente con los sermones , sino con los escritos. Y en estos últimos años trazaba una ilustre obra de los nombres de esta Gran Señora. Para con los prójimos fue ardentísima esta caridad en buscar y hallar medios para socorrer a los pobres y consolar los afligidos. Fue su fortaleza incontrastable, haciendo rostro a las contradiciones que se levantaron contra la Compañía, y, como era la causa justa y la constancia firme, salía siempre vencedor. Paso en silencio las otras virtudes por decir algo de los estudios.

Quién con más aplicación consumió su larga vida en adquirir la universal noticia de las ciencias? Desde su tierna edad se entregó a la erudición de las letras humanas; cuánto se aventajó en ellas díganlo sus libros. Corrió con singular felicidad de ingenio los siete cursos de Filosofía y Teología antes de ser sacerdote. Si estos aceros hubiera tenido solamente en lo robusto de su vida, no fuera tanto de maravillar, pero, estando a las puertas de la muerte, aún dictaba, y, aunque no tenía manos para hojear libros, hacía que se los leyesen para enriquecer una obra que no pudo acabar. De este estudio de por vida labró en su pecho una librería al Señor, de donde salieron los dos tomos sobre Job, que para alabarlos basta la censura que dio el gran maestro fray Diego de Ávila. ¿Qué dijera si hubiera visto el tercero, que fue el Previo Salomón? El cuarto fueron los comentarios sobre el Eclesiastés, donde dio nuevas muestras de la gran noticia de lenguas que tenía. Paso en silencio otros tratados. Lo que generalmente se puede decir de sus escritos es que no hay ciencia ni arte liberal en que no se muestre muy versado.

Siempre a la virtud y sabiduría estuvo vinculada la honra y el aprecio; hízolo muy grande la Compañía de tal hijo. Fue consultor de provincia varias veces., prepósito de la casa profesa y retor del colegio de San Hermenegildo, que reconoce por él muchos de sus aumentos, y la fábrica del nuevo templo, digno de admiración. Igual estima han hecho de este singular varón todas las religiones, y señaladamente la Cartuja en vida y en muerte, como consta de una patente del año 1527 [sic, por 1627]. Esta se acrecienta con la que tuvieron los tribunales de la Santa Inquisición, principalmente el de la Suprema, sacando a luz los dos índices expurgatorios con la honra que le da en una carta el eminentísimo señor cardenal don Antonio Zapata, inquisidor general. No fueron menores las muestras de agradecimiento que nuestro gran monarca Felipe IV hizo por haber sacado a luz la vida del santo rey don Fernando y diligenciado su beatificación. Últimamente, esta nobilísima ciudad, como madre de tal hijo, ha sentido más su pérdida. Con más justa causa que la ciudad de Évora, en ocasión que la fue a ver, cuya insigne Universidad le salió a recebir con sus maceros y después de una elegante oración mandó que se retulase en la pared con letras de oro HIC PINETA FUIT.

Murió de la ocasión dicha, en el colegio de San Hermenegildo, martes 27 de enero de 1637, de 84 años. Honró su entierro lo más lucido de lo eclesiástico y secular. Y no ha sido poca dicha, según su mucha resistencia, haber hecho el presente retrato, aunque lo estorbó de su parte.

En su alabanza hizo este epigrama el docto ingenio del padre Feliciano de Figueroa:

Nec pingi aut fingi voluit Pineda per artem,
verier ut mentis gloria imago foret.

Hic raptim ductae cernis vestigia formae:
Naturae rarae non fuit artis opus.

Quo plus Sol crescit, decrescunt scilicot umbrae
quam dives Sophiae lumine pectus erat!

Cui magnis Reges Salomon, Ferrandus, Iobus
sunt statuae picto non eget ore Sophus.


Del padre Luis Andrés, maestro de Retórica:

Tan vivo estoy, peregrino,
por arte e docta mano,
que puedo hablarte humano
por este ingenio divino.

Si ignoras este camino,
atiende y verás un mudo
bien que entretenerte pudo,
que aquesta es su mayor gloria
y la más alta vitoria
de Pacheco […] duelo.

Pineda es solo, y podrás
en el nombre de Pineda
desenvolver lo que queda,
que queda en el nombre más;
y, si peregrino vas,
de lo que naturaleza
alcanzó con su destreza
muy bien pudo la ventura
[…] la pintura
[vencer] la naturaleza.






GRUPO PASO (HUM-241)

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2018M Luisa Díez, Paloma Centenera