Información sobre el texto

Título del texto editado:
“El dotor Luciano de Negrón”
Autor del texto editado:
Pacheco, Francisco (1564-1644)
Título de la obra:
Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones
Autor de la obra:
Pacheco, Francisco (1564-1644)
Edición:
Sevilla: 1599-¿1644? (ed. facsímil, Sevilla, Rafael Tarasco, 1881-1884)


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El dotor Luciano de Negrón


De cuánta estimación haya sido siempre la gloriosa virtud notoria cosa es a todos los que tienen conocimiento de sus eccelencias y efectos, y el premio y alabanza que esperan los que la siguen. Y, aunque pudiera sobre este propósito traer muchos ejemplos, con uno solo pienso satisfacer a todo lo que puedo decir y se me ofrece, poniendo aquí por ejemplar de ella al dotor Luciano de Negrón, en quien con tan maravilloso estremo resplandeció.

Fue natural de esta ilustre y generosa ciudad de Sevilla, de clara y notoria nobleza de padre y madre, como se ha dicho asaz, de inmutable recogimiento y santidad. Canónigo y arcediano de Sevilla, juez de la Santa Cruzada, consultor calificante del Santo Oficio y a quien estaba cometido el examen de los libros. Fue consumado teólogo, insigne predicador, famosísimo astrólogo, matemático y filósofo, gran retórico, estremado latino, griego y hebreo, y muy general en las demás lenguas vulgares, ayudado de un felicísimo ingenio y memoria y de un continuo estudio, a que asistió en sus tiernos años con conocidas ventajas en la insigne Universidad de Salamanca. Graduose de dotor en Teología y Cánones en el colegio de maese Rodrigo de esta ciudad. Fue jubilado en la calongía y consultado en obispados de España, y por muerte del cardenal don Rodrigo de Castro, año de 1600, provisor en la sede vacante, como se podía desear. Fue muy estimado de todos los hombres doctos de su tiempo, estranjeros y naturales, y comunicado de ellos como ilustre varón, como parece por cartas de Iacobo Gilberto, Iuan Vioberio, Enrique Ialón, el maestro Francisco de Medina, el licenciado Francisco Pacheco, el dotor Benito Arias Montano y otros.

Conoció la grandeza de su virtud y talento la majestad de Filipo Tercero, cuando le encargó la causa de dos religiosos favorecedores del embuste del rey falso de Portugal, el año 1603, caso digno de memoria. Había cierto hombre bajo llamado Marco Tulio Carsón, de nación calabrés, fingido ser el rey don Sebastián, que murió en África; averiguose la causa mientras estuvo preso, parte en las galeras, parte en el castillo de Sanlúcar de Barrameda, por orden del excelentísimo señor don Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, sétimo duque de esta casa. La cual concluida, se remitió al Consejo Real, de donde se devolvió para que la sentenciase don Francisco Mondejano, alcalde de esta real audiencia, el cual lo sentenció y a sus consortes a muerte de horca, siendo primero arrastrado como dispone la ley. Hízose en la plaza de la Ribera de Sanlúcar un cadahalso muy alto junto a la fuente, y cerca de él una horca en triángulo, adonde, después de haberle cortado la mano derecha, lo dejaron pendiente, y otro día le cortaron la cabeza, que, puesta en una jaula de hierro juntamente con la mano, se fijó en la aduana. Luego ahorcaron a otros tres cómplices, vecinos del Puerto de Santa María, azotando y sacando a la vergüenza otros cuatro. Estaban presos dos frailes portugueses, dominico y francisco, graves y doctos, que lo acreditaban por verdadero rey de Portugal y esperaban los mejores arzobispados de su reino, tal es la ambición humana. De estos, por ser sacerdotes, nombró el Consejo Real por juez al dotor Luciano de Negrón, que los sentenció a que fuesen degradados y ahorcados. Degradolos el señor don Gómez Suárez de Figueroa, obispo de Cádiz, acompañado de otras cuatro dignidades de mitra y báculo. Este acto se hizo en un eminente teatro delante de la puerta de la iglesia mayor que sale a la plaza de palacio. Y, habiéndolos depuesto, el dotor Negrón los entregó en hábito humilde al mismo alcalde Mondejano, que en el mes de otubre siguiente los colgó en el proprio lugar que al calabrés para ejemplo y escarmiento universal. Hallose a este espectáculo infinito número de diversas naciones y muchos señores que bajaron de la corte, con lo cual se volvió nuestro arcediano a su casa y quietud, donde con admirable ejemplo de singular modestia y compostura gastó el resto de la vida en el ejercicio de todas las virtudes.

Y cuando ya era tiempo de descansar, tres años adelante, queriéndole premiar el Señor, lo cogió del jardín de su Iglesia como a olorosa flor por mayo de 1606, habiendo recibido todos los sacramentos, a los 65 de su edad. Fue sepultado con general concurso en la iglesia mayor, dentro de la capilla de la Antigua, dejando para memoria suya una famosa librería hecha a gran costa, donde fueron muchos los libros que en ella juntó de todas facultades y lenguas, tan conocida y alabada en España, que no fue inferior a la de Tiranmión, que floreció en tiempo de Pompeyo el magno, ni a la que el emperador Gordiano juntó, ni a las demás que los antiguos escritores encarecen. Y siempre la iba aumentando para que viniese a manos de un tan docto y esclarecido príncipe como don Fernando Enríquez de Ribera, tercero duque de Alcalá. A cuyo retrato que yo hice con suma demostración suya de humildad, y viendo correr por su venerable rostro las lágrimas, le ofreció, viviendo, esta epigrama latina primera Iácome Barbosa Lusitano, digna de su felice ingenio. Y en aquella sazón don Francisco de Medrano, ilustre hijo de Sevilla, hizo al mismo intento los versos siguientes latinos y españoles, a quien llegan muy pocos.

Iácome Barbosa:

Hos oculos, ora haec, hunc tantum frontis honorem
Eximii facies vera Negronis habet.

Mira tabella quidem; pictorem credere cogor
Divinas, si fas est, habuisse manus.

Ars tamen ut corpus, menten si pingere posset,
Quae libet huic uni cederet effigies.


Don Francisco de Medrano:

Negronis facies haec: manu ista Pacienci,
nomina pro oencomiis dicere sufficiat.

De Negrón este rostro, de Pacheco
esta mano. Decir baste sus nombres
por alabanza a tan valientes hombres.

Soneto

Este breve retrato los mayores
dos varones que al mundo dio Sevilla
nos ofrece a los ojos, maravilla
ambos y emulación a los mejores.

Los primores del cielo, los primores [5]
del arte aquí la invidia ve amarilla
y, sobrada de entrambos, la rodilla
dobla y suelta la lengua en sus loores.

En ti, ¡oh, Negrón!, a tal extremo crece
la virtud y el saber, que en todos mengua; [10]
la pintura, ¡oh, Pacheco!, en ti se suma.

Mi pluma y lengua para y enmudece
por no llegar a tu virtud mi lengua,
por no llegar a tu pincel mi pluma.






GRUPO PASO (HUM-241)

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2018M Luisa Díez, Paloma Centenera