Información sobre el texto

Título del texto editado:
“El racionero Pablo de Céspedes”
Autor del texto editado:
Pacheco, Francisco (1564-1644)
Título de la obra:
Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones
Autor de la obra:
Pacheco, Francisco (1564-1644)
Edición:
Sevilla: 1599-¿1644? (ed. facsímil, Sevilla, Rafael Tarasco, 1881-1884)


Más información



Fuentes
Información técnica





El racionero Pablo de Céspedes


Los grandes arquitetos, famosos escultores, valiente pintores, insignes poetas y todos los varones doctos pueden honrarse con Pablo de Céspedes, racionero de la santa iglesia de Córdoba, patria suya, pues en todas estas facultades dio raras muestras, como veremos.

Fue hijo de nobles padres, criose en casa de su tío Pedro de Céspedes, de quien heredó después la ración, hasta que tuvo edad de estudiar, y, visto su grande ingenio, lo envió a Alcalá de Henares a casa de otro dotor Pedro de Céspedes, deudo suyo, del hábito de Santiago, prior de la casa de Vélez y capellán de la capilla real, con cuyo favor estudió algunos años con grande aprovechamiento. Prosiguió después con Ambrosio de Morales, el cual le estimó tanto, que en su ausencia le encomendaba las lecciones.

Desde niño fue inclinado a la pintura, de suerte que no había pared segura que no debujase, sin perdonar las planas donde escrebía. Como crecía en edad y letras crecía en deseo de perfecionarse en la pintura, de que nunca tuvo maestro. Esta afición lo llevó a Roma la primera vez. Hospedolo en su casa, pasando por allí, el obispo de Zamora, que era natural de Córdoba y conocía a sus deudos. Llegó a aquella famosa Atenas, donde estuvo siete años en compañía de César Arbasia, como se ha dicho. Estudiaban los dos con tan gran de ahínco, que les amanecía todos los días en este ejercicio. Hízose eccelente debujador y pintor, imitando con ardor increíble las cosas de Micael Ángel y de Rafael de Urbino. Estudió mucho en la historia del juicio, mas en el colorido siguió la hermosa manera de Antonio Corregio. Pintó algunas cosas en Roma en el Palacio Sacro en tiempos de Gregorio Decimotercio.

Ejercitaba juntamente la escultura, haciendo famosos retratos de cera de colores y otros valientes modelos. Y, hallando en aquella sazón una estatua de Séneca sin cabeza, hizo en su posada una redonda de mármol, que amaneció puesta en la figura; llevole la afición de este gran filósofo por ser de su patria y saber las señas de su fisonomía por los libros. Fue esta obra admirada y aclamada de los artífices, y ocasionó el retularle por las plazas de Roma “Victor el Español”. Vaciola y trájola a España, donde la gozamos. Tuvo tanto crédito en aquella ciudad por las demostraciones que hizo, que, solicitando el rey Filipo Segundo, por medio de su embajador don Enrique de Guzmán, conde de Olivares, la venida de Federico Zucaro para que pintase en el Escorial, que entonces había visto una sala de un cardenal que el racionero había acabado de pintar, dijo Federico que no había en Roma quien pudiese venir ni sujeto más capaz que Céspedes.

En efeto, él dio la vuelta a España, trayendo consigo a su grande amigo César el año que se perdió don Sebastián, que fue el de 1575. Pintó muchas cosas en Córdoba que están en la iglesia mayor, y en particular un valiente cuadro de la Cena del Señor, que fue de lo último. Pero la más insigne obra que hizo fue el retablo del colegio de Santa Catalina, de la Compañía de Jesús, con muchas y muy eccelentes historias de la vida y martirio de esta santa virgen. De allí venía a Sevilla muchas veces, y algunas se detenía mucho tiempo. Hizo en ella algunos famosos cuadros, y entre ellos uno aventajado para el refetorio de la casa profesa, del convite que hicieron los ángeles a Cristo nuestro señor después de haber ayunado y vencido al demonio en el desierto, para el cual trajo un Salvador de medio cuerpo que había estudiado en Italia, la mejor y más bella cabeza que yo he visto pintada de este Señor. En una de estas venidas, siendo mi güesped, lo retraté y le hice un soneto que pongo al fin de este elogio. Hay de pintura de su mano en el cabildo de la santa iglesia unos medios santos dignos de estimación. Túvole en sus casas arzobispales el obispo don Rodrigo de Castro con los demás ilustres ingenios, donde le pintó y hizo de él una famosa cabeza de escultura de barro para que se vaciase de bronce en Florencia de mano de Juan Bolonia y se pusiese en el sepulcro, la cual tengo yo de cera.

Resta decir algo de la arquitetura y poesía y de su mucha erudición. En la primera fue aventajadísimo, y por tal le reconocía Antonio Mohedano; por su traza se hicieron muchas obras y el retablo de la Compañía de Córdoba. Yo vi el año de 1611, pasando por allí a Madrid, la traza de lápiz negro que dejó hecha para el de la iglesia mayor, una de las más valientes cosas que he visto. En la segunda hizo eccelentes sonetos, y en otavas los dos libros de pintura, de que yo logro muchas en mi tratado de esta arte. Comenzó un poema heroico del cerco de Zamora, y hizo de él más de cien otavas. Todo lo cual está lleno de luces maravillosas, de ilustres afectos y de insignes imitaciones de Virgilio y Homero. Mostró en varias ocasiones, escritos y cartas de muy linda letra, mucha erudición, porque supo las lenguas vulgares muy bien, la latina con estremo y mucha parte de la griega y hebrea. Tuvo por amigos los más lucidos ingenios de su tiempo; en Córdoba, al dotor Alderete, al canónigo Pizaño, al maestro Salucio; en Sevilla, a Fernando de Herrera, al maestro Medina, al licenciado Pacheco, al padre Luis del Alcázar, a don Juan de Arguijo, a Juan Antonio del Alcázar y a don Fernando de Guzmán, que le dedicó la famosa canción al retrato que comienza “Céspedes peregrino”; tuvo estrecha amistad con don Alonso de Córdoba y Aguilar, marqués de Priego, a quien celebra en el libro de la pintura.

Pasó segunda vez a Roma, donde su tío le envió poderes, y regresó de su ración en la iglesia de Córdoba, y vuelto para poderse ordenar de todas órdenes, como lo hizo, aunque no dijo misa en su vida. Fue muy filósofo en sus costumbres, no estimando las honras vanas. Tuvo mucha gracia en oponerse paradójicamente a las opiniones recebidas, de donde se ocasionaron algunos cuentos de donaire. Hacía tan poco caso de la hacienda, que perdía mucho entre año de su renta por entretenerse en pintar, y apenas sabía contar un real. Ni supo jugar, ni jurar, ni tuvo otros vicios; y, lo que es más, nunca se le conoció flaqueza contra la honestidad ni en las palabras, siendo muy sobrio y templado en la comida y bebida.

Murió en su patria a 26 de julio el año 1608, siendo de 60 años. Está enterrado en la iglesia mayor, y sobre su losa estas letras latinas que pongo aquí:

Paulus de Cespedes huius almae Ecclesiae
Portionarius, Picturae Architecturae ominumque
bonarum Artium, ac variarum linguarum
peritissimus, hic situs est. Obiit septimo KL,
sextilis anno Domini MDCIIX.


Y a su retrato hizo Juan Antonio del Alcázar los ingeniosos versos que siguen:

Céspedes, yo digo el nombre solo,
el resto diga Apolo,
Apolo que podrá con voz sonora
en heroica armonía
celebrar la virtud merecedora [5]
de néctar y ambrosía.

Diga Apolo cuán fácil y graciosa
la bella sabia diosa
a este amador se muestra con favores
cuales a nadie hoy muestra. [10]
Trasnocha, mientras, él en sus amores
sin temor de su diestra.

Diga el canto español de blanda lira
y el heroico que admira
no menos que el del griego y el latino [15]
que el incendio engañoso
suenan en que pagó su desatino
Paris joven furioso.

Diga la docta mano en los pinceles
igual a la de Apeles, [20]
diga que a dalle eterno igual renombre
se dispone y se obliga
Pacheco, de quien sólo digo el nombre
y Apolo el resto diga.


El soneto que yo hice a este retrato es este:

Céspedes peregrino, mi atrevida
mano intentó imitar vuestra figura;
justa empresa, gran bien, alta ventura,
si alcanzara la gloria pretendida.

Al que os iguale solo concedida, [5]
si puede haberlo en verso o en pintura,
o en raras partes, que en la edad futura
darán a vuestro nombre eterna vida.

Vos ilustráis del Betis la corriente
y a mí dejáis en mi ardimiento ufano, [10]
manifestando lo que el mundo admira,

mientras la Fama va de gente en gente
con vuestra imagen de mi ruda mano
por cuanto el claro eterno Olimpo mira.






GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera