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Título del texto editado:
“Elogio a la memoria ilustre de don Jerónimo Jiménez de Urrea. Escríbelo el doctor Juan Francisco Andrés”
Autor del texto editado:
Andrés de Uztárroz, Juan Francisco (1606-1653)
Título de la obra:
Diálogo de la verdadera honra militar, que trata cómo se ha de conformar la honra con la conciencia,compuesto por don Jerónimo Jiménez de Urrea... Añadido y enmendado en esta cuarta impresión
Autor de la obra:
Jiménez de Urrea, Jerónimo
Edición:
Zaragoza: Diego Dormer, 1642


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Elogio a la memoria ilustre de don Jerónimo Jiménez de Urrea. Escríbelo el doctor Juan Francisco Andrés


Don Jerónimo Jiménez de Urrea, caballero de la orden de Santiago y virrey de la Pulla, no menos ilustre que valeroso, ni menos esforzado que entendido y docto en las letras humanas, nació en la villa de Épila, a quien los romanos llamaron Segoncia, no solo felicísima por haber gozado en ella las primeras luces de su vida, sino también por verse ennoblecida con otros hijos insignes, cuales fueron el rey don Juan 1 el Primero de Castilla, que en el año 1363 a 24 de agosto la inmortalizó con su nacimiento; el reverendísimo P. F. Miguel de Épila, hijo de hábito del convento de Santo Domingo de Zaragoza, a quien el magnánimo rey don Alfonso el V de Aragón tuvo en grande estimación, el cual, vacando el año 1455, por muerte de Arnaldo Roger de Pallas, patriarca de Alejandría y obispo de Urgel, suplicó al pontífice le proveyese en aquel obispado, pero su humildad no le admitió, siendo verdad que fue uno de los 2 «famosos maestros en la Sagrada Teología que hubo en aquellos tiempos, y varón de singular vida y ejemplo». Y con mucha razón dijo Zurita que fue muy estimado del rey, como se vee por la epístola que escribió a Calixto III representándole los méritos de su persona diciendo 3 : «Este es realmente a quien venero y reverencio por maestro en la sagrada teología, por ser un purísimo dechado de una vida perfecta, y luz y guía firmísima de buenas costumbres», cuya carta me comunicó el abad don Martín de la Farina, capellán de honor de su majestad, el cual tiene esta y todas las epístolas que escribió el serenísimo rey don Alfonso, según las recogió Antonio Panormita.

Y no menos que los referidos la ilustró el venerable siervo de Dios Pedro Arbués, inquisidor apostólico, a quien la perfidia judaica en Zaragoza, en odio de la religión católica, le quitó la vida, año 1485.

Llamábase el padre de don Jerónimo, don Jimeno de Urrea, último vizconde de Viota; fue muy valiente caballero, y se halló en las guerras de Navarra sirviendo al Rey Católico tan aventajadamente, que por su mucho valor le llamaron don Jimeno el Osado. Dícese que venció cuerpo a cuerpo, en servicio de su rey, nueve caballeros, cuyas valerosas hazañas las celebra dignamente su esclarecido hijo en la traducción española de Orlando Furioso, canto 34, estancia 61, donde dice así:

Aquel será de Urrea el postrimero
vizconde de Viota, el más famoso,
llamarle han el Osado Caballero,
por ser en armas fuerte y animoso;
a nueve ilustres vencerá el guerrero
con propia espada en campo sanguinoso;
sembrará por Navarra mil trofeos,
por Valencia, por el Ebro y Pirineos.


Falleció el vizconde año 1514 y dejó dos hijos fuera del matrimonio; es a saber, doña Isabel de Urrea y don Jerónimo de Urrea. Y por su muerte heredó sus estados don Miguel Jiménez de Urrea, conde de Aranda, como lo advierten Jerónimo Zurita en el Nobiliario de las Casas antiguas de Aragón, y el doctor Juan Lorenzo Morenci y Aldaya en la Relación de la ilustrísima Casa de Urrea, cuyo manuscrito tiene nuestro amigo el doctor don Francisco Jiménez de Urrea, capellán de honor de su majestad y coronista del reino de Aragón.

Mostró don Jerónimo de Urrea ser hijo de tan valeroso guerrero, sirviendo al augustísimo emperador Carlos V en las guerras de Flandes, Italia y Alemania, donde hizo hazañas muy valerosas. Señalose en el sitio de Dura, defendiendo un paso peligroso por donde los imperiales se retiraban, cuya constancia bastó para detener el enemigo, y, agradecido, el César le dio una jineta por que soldado que tan bien peleaba tuviese más ocasiones de mostrar su valor y con él animase a los cobardes. Cumplió muy bien con el oficio de capitán en el sitio de Sandesi 4 , pues le derribaron del bastión donde estaba una pieza de artillería, cayendo sobre las picas de los soldados y bandera del alférez Antonio Moreno.

No fue menos insigne en las letras que en las armas, porque el rato que le permitía algún ocio el estruendo belicoso de las cajas lo consagraba a las musas, como lo certifican sus ingeniosos libros, y pudiera don Jerónimo de Urrea decir de sí lo que dijo al mismo propósito su grande amigo Garcilaso de la Vega en la égloga 3:

Entre las armas del sangriento Marte
(do apenas hay quien su furor contraste)
hurté del tiempo aquesta breve suma
tomando ora la espada, ora la pluma [vv. 38-40].


Ocupado en estos empleos virtuosos, eternizó su nombre entre los soldados más valientes y entre los beneméritos de las buenas letras; sus hazañas algunas se han contado, bien que ignoramos muchas, porque su ardimiento no podía dejar de explayarse en otras ocasiones, habiendo servido muchos años al emperador Carlos V; sus fatigas literarias han tenido mayor dicha, pues, demás de las impresas, permanecen hoy muchas manuscritas. De unas y otras daremos cuenta para que la gloria de tal varón dure en la memoria de los hombres.

Tradujo de lengua francesa en española un Discurso de la vida humana y aventuras del Caballero Determinado, en tercetos, escrito por Oliver de la Marcha, caballero borgoñón, criado de Felipe el Bueno, duque de Borgoña; imprimiose en Ambers año 1555, en 8º, y le ilustró con un discurso histórico de los reyes de España y Francia, en el que muestra ser muy noticioso en la historia.

Escribió Ludovico Ariosto el insigne poema de Orlando Furioso, y lo españolizó con grande elocuencia y acierto don Jerónimo, y, aunque muchas personas doctas celebran este ingenioso desvelo, referiré solamente el juicio que hizo de él Alonso de Ulloa, como lo podrá ver el curioso en la impresión que se hizo en León de Francia en 1556, donde, hablando con el lector, dice así:

No quiero pasar por alto el trabajo que el señor don Jerónimo ha tenido en la traducción del Furioso y, encareciéndolo cuanto puedo, digo que somos muy obligados a estimarlo en mucho y que es justo que tengamos memoria para siempre de un tan divino espíritu como el suyo. Porque, si bien queremos considerar los hechos de los antiguos, hallaremos que pocos soldados ha habido entre griegos y romanos que igualmente hayan hecho profesión de las armas y de las letras como hace el señor don Jerónimo, sirviendo a su rey con la espada en la mano y a su nación con la pluma. ¿Quién hubiera sido en nuestra edad de tanto ingenio que con el valor de las armas hubiese alcanzado a la excelencia de la poesía como él, y traducido del verso toscano un tal libro a metro castellano? No lo puedo investigar, mas bien digo (y conmigo serán los sabios) que en la versión del Furioso ha ganado una corona de laurel, pues ha salido con una empresa en donde muchos que a ella se pusieron estropezaron sin poder dar paso adelante, y que tengo por imposible poderse exprimir mejor de como él lo ha traducido, porque yo he mirado harto bien el toscano y el castellano estancia por estancia, y hallo no engañarme, y el que no lo quisiere creer póngase a otra tal fatiga, que conocerá que tengo razón.

No le faltaron émulos y detractores a don Jerónimo, que despreciaron su traducción procurando con vanas palabras disminuir el aprecio que los estudiosos hacían de obra tan elegante. Y, generosamente ofendido de su ignorancia, para darles a entender que despreciaba sus palabras, desahogó su erudita saña pintando un jeroglífico sin mote, cual fue una serpiente cosida con la tierra, tapándose con la cola el otro oído para desvanecer con esta prudentísima astucia las voces de los encantos. Estas noticias debemos a su docto defensor y amigo Alonso de Ulloa, que, hablando en esta materia en la traducción española de las Empresas de Paulo Jovio, añadió otras de algunos caballeros, y, hablando de la de nuestro autor, dice así:

Don Jerónimo de Urrea, noble y esforzado caballero celtíbero, y capitán del César, habiendo traducido en romance castellano con suma facilidad el Orlando Furioso, y entendiendo que algunos envidiosos murmuraban de su obra, cuando la hubo impreso puso por empresa en su libro un áspid que con la cola se tapaba los oídos, queriendo significar que tenía sordas las orejas para oír palabras vanas, teniendo por costumbre el áspid cerrar las orejas cuando no quiere oír lo que no le conviene. No puso mote, y por eso no fue perfecta, y paréceme que le vernía muy a propósito el refrán castellano que dice: «A palabras locas, orejas sordas».

Cansado de las fatigas de la guerra, se retiró don Jerónimo a Zaragoza para vivir con sosiego y, hallándose desocupado, en ella compuso el Diálogo de la verdadera honra militar, aunque el doctor don Vicencio Blasco de Lanuza diga que no lo escribió en nuestra ciudad, pero lo contrario se infiere del mismo autor, que es quien lo ha de saber: la introducción de este Diálogo es en Zaragoza, donde, hablando Franco (que es el autor de esta obra) con Altamirano, le dice: «Y en la tarde iremos a pasear por el Coso, que es una de las mejores calles del mundo»; en otro lugar habla de esta gran calle y de las justas que en ella celebraba en honra de San Jorge su nobilísima cofradía; y, últimamente, en otro lugar hace un breve panegírico de Caesar Augusta. Demás de esto, se prueba claramente nuestro intento, porque Alonso de Ulloa, que tradujo este Diálogo en lengua toscana y le imprimió en Venecia año 1569, dice en el argumento y declaración de este libro que «hallándose Franco en Zaragoza, su patria, ciudad metrópoli del reino de Aragón, en España, se encontró acaso en la calle con Altamirano, hijo de Triana, arrabal de Sevilla».

Imprimióse este Diálogo en Venecia, año mil quinientos sesenta y seis.

Su sobrino don Martín Abarca de Bolea y Castro, señor de las baronías de Clamosa, Torres, Siétamo, Val de Rodellar, Eripol y Botorrita, lo publicó en octavo, en Madrid, año 1575, y agora se ha impreso la cuarta vez en Zaragoza este año de 1642.

Demás de los libros impresos que se han referido, escribió otros no menos ingeniosos y elegantes que los estampados. Referiré sus nombres para que no se pierda la memoria de ellos. Tradujo, pues, la Arcadia de Jacobo Sannazaro, poeta insigne de Italia, en el mismo género de versos en que la escribió su autor, con cuya obra enriqueció la lengua española. Su manuscrito se guarda en la villa de Épila, en la librería del convento de San Sebastián, de la orden de San Agustín. Estuvo muy adelante para darse a la estampa, como lo significa la aprobación que en él hay del famoso poeta y valerosísimo soldado don Alonso de Ercilla.

El victorioso Carlos, poema heroico en el que celebra los triunfos del invictísimo emperador Carlos V, escribiolo en verso suelto. Cita algunos fragmentos de esta obra don Vicencio Blasco de Lanuza en el tomo primero de las Historias eclesiásticas y seculares de Aragón, libro cuarto, capítulos 23, 24 y 46. Ilustra este manuscrito la biblioteca del convento de San Sebastián de Épila.

Don Clarisel de las Flores, libro de caballerías y aventuras, cuya obra puede competir con Amadís de Grecia, El Caballero del Febo y otros, está dividido en tres tomos de crecido volumen, en folio de a pliego; conserva sus originales en su copiosa librería don Francisco Jiménez de Urrea.

No se olvidó de su insigne patria, Épila, villa de los excelentísimos condes de Aranda, pues para celebrar sus grandezas escribió La famosa Épila, imitando la Arcadia de Sannazaro. El lugar donde introdujo su obra fue en la Alameda del Conde, sitio muy apacible, frondoso y ameno, a quien el río Jalón casi le rodea, cuya descripción, por que se entienda su amenidad, la dibuja don Jerónimo con el pincel de su pluma así:

El fructuoso río (habla de Jalón, cuyas aguas celebró Marcial) se quiso más recrear dando una vuelta casi redonda por la ancha vega, donde en el circuito de su vuelta se vee una espaciosa selva; y, volviendo su curso a la mano diestra, se deja correr mansa y agradablemente por la espaciosa huerta, que, por su venida, fértil en todo tiempo se muestra, quedando la gran selva a manera de península casi cercada del fresco río y de verdes árboles, diferentes de los que dentro de ella están. Pásase a la selva por una luenga puente; al principio de ella está un antiquísimo padrón de blanco mármol, con letras latinas, casi por la malicia del tiempo borradas, por las cuales encomienda César Augusto a los sucesores y gentes de los venideros siglos que pueblen aquel lugar, donde más que en otras regiones él halló dulce el Cielo.

Este manuscrito tiene en su librería don Francisco Jiménez de Urrea. El padrón de mármol de que hace memoria don Jerónimo es una piedra, demolida en algunas partes, que se halló en Lucena de Jalón, una legua de Épila y dos de Ricla. Leyola el secretario Jerónimo Zurita en La Alameda del Conde y, según dice en la prefación a las eruditas enmendaciones del Itinerario de Antoni[n]o Augusto, la hizo poner el emperador Domiciano en señal de haber restituido la calzada que iba a Zaragoza, Calatayud y Mérida. Don Jerónimo, con la licencia que los poetas tienen, dijo que era mármol de Augusto César, porque con esta ficción ilustraba y engrandecía aquel sitio.

Mereció lo artificioso y erudito de sus obras la honra que varones grandes hicieron de ellas en sus libros, cuales fueron Gregorio Hernández de Velasco, en la traducción del Parto de la Virgen Nuestra Señora, de Jacobo Sannazaro, libro tercero; don Luis Zapata en su Carlos Famoso, canto treinta y ocho; Vicente de Millis Godínez, en la impresión que hizo de Orlando Furioso en Bilbao, año 1583, en la epístola dedicatoria a Juan Fernández de Espinosa, tesorero general del rey don Felipe el Prudente; Juan de Mal Lara en la Filosofía Vulgar, que escribió comentando los refranes del comendador Hernán Núñez, centuria cuarta, refrán cuarenta y seis; centuria diez, refranes cuarenta y ocho y cincuenta y uno; don Vicencio Blasco de Lanuza, tomo primero, libro cuarto, capítulo veinte y tres; tomo segundo, libro quinto, capítulo diecinueve y cincuenta y uno; don Juan de Aguilón escribió un soneto en alabanza de don Jerónimo, que anda en la impresión de León, cuyo último terceto merece que se traslade aquí para dar fin gustoso a nuestro discurso y dice así:

A él solo se le debe inmortal gloria,
él es el que por obra ha confirmado
que no embotó jamás lanza la pluma.






1. D. Pero López de Ayala en la Corónica del rey D. Pedro, año 10. Zurita, lib. 9, cap. 19, fol. 291, col. 1. Garibay, lib. 14, cap. 23, fol. 307.
2. Zurita, lib. 16, cap. 3, fol. 42, col. 3. F. Alonso Fernández en el libro que intituló Concertatoria praedicatoria, folio 459. Diago en el lib. 2 de la Hist. de la Orden de predicadores, cap. 34, fol. 144, col. 3 y 4.
3.  Est hic in sacra Theologia observantissimus mihi magister tum etiam vitae purissimum exemplar, ac morum constantissimum lu men et dux.
4. D. Jerónimo de Urrea en la I. parte del Diálogo de verdadera H. M. Blasco, tomo 2 de las Hist. eclesiásticas y seculares de Aragón, libro 5, c. 51.

GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera