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Título del texto editado:
“Biografía. Juana Inés de la Cruz”
Autor del texto editado:
Sin firma
Título de la obra:
Semanario Pintoresco Español
Autor de la obra:
Mesonero Romanos, Ramón de (1803-1882). Director
Edición:
Madrid: Imprenta de Vicente de Lalama, 1845


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BIOGRAFIA

Juana Inés de la Cruz


Nació esta mujer célebre en el pueblo de San Miguel Nepantla, cerca de Améca-Améca, el día 12 de noviembre de 1651. Fueron sus padres don Pedro Manuel de Asbaje, natural de la villa de Vergara en la provincia de Guipúzcoa, y doña Isabel Ramirez de Cantillana, del pueblo de Ayacapixtla, en esta república. Desde muy niña manifestó un ingenio prodigioso. Apenas tenía tres años, cuando yendo a la escuela por acompañar a una hermanita mayor, pidió a la maestra le diese a ella también lección, y la tomó con tanto empeño, que aprendió a leer dentro de muy poco tiempo. A los seis años sabía leer, escribir, algunos principios de aritmética, la costura, labrado y otras habilidades mujeriles. A los ocho compuso una loa en verso, para conseguir un libro que ofrecieron de premio. Oyó decir en esta edad que había en México universidad donde se enseñaban las ciencias, y empezó a importunar a sus padres para que la enviasen a ella, vestida de hombre. Tenía su abuelo materno varios libros, y doña Juana los leyó todos con una aplicación increíble: así es que, habiendo venido a pocos días a México, quedaban sorprendidos cuantos la trataban, así de lo agudo de su ingenio, como de las noticias y conocimientos adquiridos en una edad tan tierna. Tomó cosa de veinte lecciones de gramática latina y, no habiendo podido su maestro darle mayor número, se dedicó ella por sí sola con tanto ardor al estudio de este difícil idioma, que llegó a hablarlo con suma facilidad. Crecía en ella con los años el deseo de saber; y, siendo en las mujeres tan apreciable el adorno del cabello, se cortaba a menudo una parte del suyo, imponiéndose la obligación de haber aprendido tal o cual cosa para cuando le hubiese crecido de nuevo: si no lo conseguía, volvía a cortarlo "“no pareciéndole razón (son sus palabras) que estuviese vestida de cabellos, cabeza que estaba desnuda de noticias, más apetecibles que el adorno”."

Llegó doña Juana a lo más florido de su juventud tan rica de conocimientos, con tantas gracias y con tanto donaire y gala, que fue la admiración y el encanto de todo México. El virrey marqués de Mancera la llevó a palacio, haciéndola dama de honor de su esposa, la virreina; y, habiéndola tratado de cerca, le entraron dudas de que si el saber que miraba en una joven tan tierna podía ser adquirido a costa de estudio o era debido a ciencia infusa. Quiso desengañarse, y juntó un día en palacio a cuantos hombres profesaban letras en la Universidad y ciudad de México: su número llegó a cuarenta, entre teólogos, escriturarios, filósofos, matemáticos, historiadores, poetas y humanistas; todos examinaron a doña Juana (que acababa de cumplir 17 años) en sus respectivas facultades, y todos quedaron sorprendidos de ver tanta discreción, tanta ciencia y tanta gracia en la edad juvenil. El mismo marqués afirma que no cabe en juicio humano creer lo que vio: pues, a la manera que un galeón real se defendería de pocas chalupas que le embistieran, así se desembarazaba Juana Inés de las preguntas, argumentos y cada uno en su clase le propusieron. Por aquí se vendrá en conocimiento del estudio, talento, memoria y agudeza que serían necesarios para salir con lucimiento de tan difícil prueba.

A esta joven galana y discreta no era posible que faltasen adoradores; así es que se le ofrecieron buenos partidos, solicitando su mano con empeño hombres muy distinguidos, pero ella prefirió la vida monástica al matrimonio, con ánimo de consagrarse a las letras. Bien es verdad que influyó mucho en esta resolución su confesor el padre Nuñez, jesuita, y que sus deseos no quedaron de todo punto satisfechos, porque aun en el claustro sufrió contradicciones que la impidieron algunas veces estudiar, y que el coro y otros quehaceres (en que fue puntualísima) le menoscababan las horas que ella quisiera haber dedicado exclusivamente a estas doctas tareas. Profesó de religiosa en el convento de San Jerónimo, donde vivió 27 años hasta el de su muerte.

Crecía en ella con la edad la pasión del estudio, y sin más maestro que los libros llegó a saber con perfección la latinidad, de que ya hemos hablado, varias lenguas vivas, retórica, lógica, filosofía, teología, escritura, matemáticas, ambos derechos, historia, poesía, arquitectura y música, que supo con perfección, y de la cual compuso un tratado elemental en verso. Sus conocimientos eran extensos, sus noticias copiosísimas, su discreción maravillosa y su conversación agradable, natural y sencilla, sin la bachillería ni resabios: escollos en que suelen tropezar por desgracia algunas mujeres que pican de instruidas. Es verdad que la madre Juana sabía demasiado para caer en un defecto que es propio de la gente que sabe poco.

Dotada de una facilidad prodigiosa para expresarse, se le ve muchas veces luchar (quizá en vano) para deshacerse de la alocución clara y castiza, que se le venía a la mano, y era natural para seguir en ciertas composiciones poéticas, no los aciertos, sino las extravagancias de Góngora y Calderón. Por lo demás, ella usa de la lengua castellana con pureza, la maneja con gracia y soltura, y versifica con tanta facilidad, que es casi imposible poner su pensamiento en prosa: tan ligados así están a la rima y al metro. Puede decirse de ella lo que se ha dicho de Lope de Vega, que pensaba en verso: no es pues mucho que, al escribir una carta en prosa, haya asegurado que le costaba no poco trabajo huir de la medida y de los consonantes. Si esta mujer hubiese vivido en el siglo presente, hubiera sido otra madama Staël: pero tocole vivir en una edad y estar colocada en una situación que impidieron el completo desarrollo de sus prodigiosos talentos.

Bien pronto se extendió su fama en la nueva y la vieja España, pasando aun a las naciones extranjeras. Fue celebrada a porfía de los hombres más instruidos de su tiempo.

Escribió una crítica sobre un sermón del padre Vieira, que acredita su ingenio: varias obras en prosa y en verso que andan impresas, y otras muchas que quedaron inéditas.

Contagiada de la epidemia que reinó en México el año de 1695, murió en él, a 17 de abril de edad de 44 años y 5 meses.

El juicio que Feijoo hace sobre esta mujer es sin duda muy exacto y muy imparcial. Dice así: "“La célebre monja de México, sor Juana Inés de la Cruz es conocida de todos por sus eruditas y agudas poesías y así es excusado hacer su elogio. Solo diré que lo menos que tuvo fue el talento para la poesía, aunque es lo que más se celebra. Son muchos los poetas españoles que la hacen grandes ventajas en numen; ninguno acaso la igualó en la universalidad de noticias de todas facultades”. " En otra parte dice: "“si discurrimos por las mujeres sabias y agudas, sin ofensa de alguna se puede asegurar que ninguna dio tan altas muestras (que saliesen a luz pública) como la famosa monja de México sor Juana Inés de la Cruz”. "

El retrato que ofrecemos al público es copia exacta del que se conserva en el convento de San Jerónimo de esta ciudad.

Terminamos este artículo con una de las composiciones de la madre Juana, la cual no dudamos será del gusto de nuestros lectores.

A los hombres que acusan en las mujeres el mismo mal que causan en ellas.

Hombre necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis.

Si con ansia, sin igual, [5]
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?

Combatís su resistencia
y luego con gravedad [10]
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco
al niño que pone el coco [15]
y luego le tiene miedo.

Queréis con presunción necia
hallar a la que buscáis,
para pretendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia. [20]

¿Qué humor puede ser más raro
que el falto de consejo,
el mismo empaña el espejo,
y siente que no esté claro?

Con el favor y el desdén [25]
tenéis condición igual
quejándoos si os tratan mal,
burlándoos si os quieren bien.

Opinión ninguna gana,
pues la que más se recata, [30]
si no os admite, es ingrata
y, si os admite, es liviana.

Siempre tan necios andáis,
que con desigual nivel
a una culpáis por cruel [35]
y a otra por fácil culpáis.

¿Pues cómo ha de estar templada
la que vuestro amor pretende?
Si la ingrata os ofende,
y la que es fácil enfada. [40]

Mas entre el enfado y pena,
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere,
y quejaos en hora buena.

¿Dan vuestras amantes penas [45]
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis llamar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido
en una pasión errada, [50]
la que cae de rogada
o el que ruega de caído?

¿O cuál es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga,
la que peca por la paga [55]
o el que paga por pecar?

¿Pues para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis,
o hacedlas cual las buscáis. [60]

Dejad de solicitar,
y después con más razón
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.

Bien con muchas armas fundo [65]
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesas e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.






GRUPO PASO (HUM-241)

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2018M Luisa Díez, Paloma Centenera