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Título del texto editado:
“Madama Tencin”
Autor del texto editado:
Sin firma
Título de la obra:
El té de las damas: conversaciones agradables e instructivas entre varias señoras
Autor de la obra:
Sin firma
Edición:
Madrid: Imprenta de Aguado, 1827


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Fuentes
Información técnica






[parte de un texto más amplio, “Conversación X” (p. 284), sobre mujeres destacadas; sigue a Safo, Corina y otras en la sección “Mujeres artistas y autoras de obras de imaginación”]

Madama Tencin


Los enemigos de las mujeres literatas que pretenden que en la calidad de tales no pueden menos ser pedantes, orgullosas, presumidas, descuidadas en los negocios domésticos y de corrompidas o no muy puras costumbres, se apoyan también en el ejemplo de madama Tencin. Pero, hablando de buena fe y apoyándonos en la historia de las mujeres célebres que vamos formando, ¿es cierto que mujer sabia, presumida, descuidada y viciosa sean sinónimos? ¿No hemos presentado e iremos presentando ejemplos de mujeres tan virtuosas cuanto sabias, tan modestas, tan hacendosas cuanto instruidas? ¡Ojalá no hubiese más mujeres malas que las pocas sabias que lo han sido! ¿Y los literatos y los sabios no han tenido estos mismos defectos y en grado muy superior? Las mujeres sabias han solido tener defectos que las han hecho más bien ridículas que viciosas y aborrecibles; pero en los sabios muchas veces se han reunido el ridículo más grande con los más horrorosos vicios. Pero vengamos a madama Tencin.

La antigua y nobilísima familia de Tencin en el Delfinado dio a fines del siglo XVII dos personajes ilustres por su saber y los altos puestos que ocuparon en el estado. El uno fue Pedro Guerin de Tencin que sucesivamente obtuvo las dignidades de prior de la Sorbona, de embajador de Francia en Roma, de arzobispo de Embrun y de León, de cardenal de la Santa Romana Iglesia y de ministro de estado en Francia. El otro, su hermana Claudia Alexandrina, que sobresalió entre las mujeres literatas de la brillante época de Luis XIV; ambos nacieron en Grenoble, capital del Delfinado. Siendo muy joven, tomó el hábito en un convento de dominicas en las cercanías de la ciudad; pero como sus inclinaciones fuesen más bien profanas que religiosas, se disgustó bien pronto de la clausura, que rompió, volvió al mundo, fue a establecerse a París, se dedicó a las letras humanas y en especial a las obras de imaginación, y contrajo relaciones de amistad con los muchos y excelentes literatos que sobresalían en la corte de Francia. Atormentaba entonces a toda la nación cual una epidémica locura el famoso sistema de Law, que, de repente y como por encanto, la elevó a monstruosa y ficticia fortuna para precipitarla de golpe en una verdadera miseria. Madama Tecin fue una de las infinitas personas que tomaron parte en estas especulaciones, pero con cordura y acierto, pues que se enriqueció. Mas, como aún estuviese ligada con los votos religiosos, pensó en solicitar un breve de Roma que la libertase de ellos. Lo obtuvo por medio de una astucia imaginada por el célebre académico Fontenelle; y, por lo tanto y como hubiese sido descubierto al artificio, no tuvo efecto. Sin embargo, madama Tencin permaneció en el siglo y en París, siendo su tertulia una de las más concurridas y brillantes de aquella corte; y en aquella reunión de literatos y gentes a la moda ella era la que sobresalía y daba el tono con bastante presunción y orgullo.

Tachose sin embargo a esta sociedad de no ser la de costumbres más arregladas, y, en efecto, sucedió en ella algún lance escandaloso y harto pesado, tal fue el de un consejero a quien mataron en su misma habitación, recayendo fuertes sospechas de complicidad en ella, por lo que fue perseguida judicialmente y presa; pero tuvo la dicha de salir bien, justificándose, aunque no en la opinión pública.

Para prueba de su pedantesco orgullo, y de la altanería con que trataba a la mayor parte de los literatos que la visitaban, se dice que a todos los llamaba sus “bestias”, y que todos los años les daba de aguinaldo un par de calzones de terciopelo: “semejante regalo”, dice el mismo editor de las obras de esta literata, “era tan poco decente de parte de una señora, como ignominioso de la de los que lo recibían”. Un periodista se entretuvo en llevar cuenta y razón de los calzones regalados en el discurso de la vida de esta señora, y llegaron a cuatro mil.

Viniendo ahora al juicio de las diferentes obras de esta literata, que todas son novelas, género en el cual, dice La Harpe, sobresalen las mujeres, porque el amor, que es el asunto principal de todas, es el sentimiento que nosotras conocemos mejor, veremos que no hay literato, aun entre sus enemigos, que no convenga en que tienen mérito. El mismo Mr. La Harpe, que acabamos de citar, dice que lo tienen muy grande el Sitio de Calais y las Desgracias del amor, reinando en estas dos novelas un gusto muy delicado. Otros añaden que sus expresiones son sumamente tiernas, teniendo el estilo toda la delicadeza y nobleza de las personas finas. Conviniendo en esto sus enemigos, tachan al Sitio de Calais de cierta moral licenciosa, astutamente disfrazada y, por lo mismo, tanto más dañosa; de tener demasiados episodios y personajes, sucesos complicados y poco verosímiles, y no el mejor juicio en la disposición de la fábula.

También se alaban las Memorias del conde de Cominge, que muchos comparan con la célebre Princesa de Cleves, y sobre las cuales compuso una tragedia el dramaturgo Arnaud, de lamentable memoria. Esta es una novela del género lúgubre y llorón, cuyos principales agentes son la imprudencia y la desesperación, y a la cual muchos tachan de no tener verosimilitud, ni un objeto útil y razonable. Se imprimieron después de la muerte de esta autora, como obra póstuma suya, las Anécdotas de Eduardo II.





GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera