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Título del texto editado:
“Fama, vida y escritos de D. Pedro Calderón de la Barca Henao y Riaño, caballero del Orden de Santiago, presbítero natural de esta coronada villa de Madrid, capellán de honor de su majestad y de los Señores Reyes Nuevos de la Santa Iglesia de la ciudad de Toledo, por don Juan de Vera Tassis y Villarroel”
Autor del texto editado:
Vera Tassis y Villarroel, Juan de
Título de la obra:
Verdadera quinta parte de comedias de don Pedro Calderón de la Barca...
Autor de la obra:
Calderón de la Barca, Pedro (1600-1681)
Edición:
Madrid: Francisco Sanz, impresor del Reino y portero de cámara de su majestad, 1682


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Fama, vida y escritos de D. Pedro Calderón de la Barca Henao y Riaño, caballero del Orden de Santiago, presbítero natural de esta coronada villa de Madrid, capellán de honor de su majestad y de los Señores Reyes Nuevos de la Santa Iglesia de la ciudad de Toledo, por don Juan de Vera Tassis y Villarroel


Mal se estrechará en la esfera breve de mi labio quien generosamente ocupa todas las lenguas de la fama, y mal ceñiré a un epílogo tan corto al que no cabe en los dilatados espacios de los siglos; empero, si afectos agradecidos le han de componer, ninguno más que el mío lo fue suyo, y ninguno más congojado describirá en un abreviado suspiro un copioso llanto, que a lamentables sollozos le resucite en el ancho templo de la memoria de cuantos le vieren, aunque ocioso parecerá este recuerdo mío cuando sus escritos elegantes serán en la posteridad lengua viva que persuada, deleite y mueva a todos los mortales, de cuyas eficaces voces se escucharán los venerados ecos desde Madrid en España, en Europa, en el orbe entero, porque solo el orbe podrá ser capaz esfera de percebirlos; mas, habiendo mi celosa obligación de publicar sus obras, preciso será que a cenizas tan religiosas erija el túmulo honorario que las cele, ya que no las abrigue, valiéndose de una de las muchas plumas de su fama, en tanto que otras más bien cortadas que la mía publiquen elogios dignos de su nombre.

Parece que a la suma providencia (a quien todo es fácil) cuesta algún desvelo formar varones que han de llenar los abultados anales de los siglos, pues por siglos no los concede; y este con notable particularidad lo fue, porque le empezó el año de 1601, día de la santísima circuncisión de su humanado hijo, nuestro señor, y día que pudo esta feliz coronada villa señalar con piedra blanca, pues le mereció por hijo, donde, aún sin pisar los alegres umbrales de la vida, ya parece que con tristes ecos anunciaba aquel glorioso ruido que había de hacer en los distantes términos del mundo, pues, antes de abrir las orientales puertas, lloró en el materno seno por entrar en el mundo con la sombra de la tristeza quien como nuevo sol le había de llenar de inmensas alegrías; cuya ponderable noticia acreditó la señora doña Dorotea Calderón de la Barca, hermana suya y ejemplarísima religiosa, que falleció este año de 82 en el venerable convento de Santa Clara de Toledo, asegurando que les oyó decir a sus padres muchas veces cómo tres días había llorado antes de nacer. Ni en el número ni en la singularidad cargo ahora consideración, porque este breve discurso más permite referir que ponderar.

Fue don Pedro Calderón hijo de Diego Calderón de la Barca Barreda y doña Ana María de Henao y Riaño; por el apellido de su padre, ilustrísimo, pues los Calderones de la Barca Barreda gozaron el fuero de antiguos hijosdalgo en el valle de Carriedo, de las montañas de Burgos, adonde esta noble familia se retiró desde la imperial ciudad de Toledo en la pérdida de España 1 , según se deduce de sus más clásicas historias y verídicos nobiliarios. Por el de su madre fue de los principales caballeros de los Estados Bajos de Flandes, descendientes del señor de Mons de Henao, y de antiguo tiempo venidos a Castilla 2 , como también de los esclarecidos Riaños, infanzones de Asturias.

Los primeros años pasó con la educación de sus nobles y virtuosos padres, y antes de cumplir los nueve de su florida edad descubrió un gallardo y fecundo ingenio, conque le aplicaron en este grande Colegio de la Compañía a los rudimentos de la gramática, donde su diligente vivacidad se adelantó en poco tiempo a todos sus contemporáneos, y con cuya admiración le trasladaron sus padres desde aquella docta escuela a la mayor del orbe, madre gloriosísima de todas las sciencias y los más vehementes ingenios que han ilustrado las edades; en esta, pues, insigne Universidad de Salamanca, amada patria mía, con el laborioso afán de sus continuados estudios a pocos años se hizo señor de las más recónditas especulaciones matemáticas, profundidades filosóficas, con noticia grande de la geografía, la cronología, historia política y sagrada, penetrando con su perspicaz sutileza los más íntimos secretos de ambos derechos, civil y canónico, con que en cinco años de estudios se hizo capaz de tantas noticias, que le juzgaban profeso en todas las sciencias, labrándole unas y otras, para nuestra veneración, perfectísimo poeta, pues ya en esta edad tenía ilustrados los teatros de España con sus ingeniosas comedias.

El año de 19 dejó Salamanca, cultivando el precioso fruto que en ella había cogido su estudiosa aplicación, a lado de muchos grandes señores de esta corte. El de 25 pasó, por su natural inclinación, a servir a su majestad al estado de Milán, y después a los de Flandes, en cuyo noble ejercicio supo hermanar con excelencia las armas con las letras, invención muy en lisonja de ella, pues, ciñendo la espada al lado, honró su cabeza con las plumas. Mucho se hubiese adelantado en este honroso ejercicio a no haberse servido su majestad de llamarle para el de sus reales fiestas, honrándole el año de 36 con una merced de hábito, que se puso el de 37, y, aunque el de 40, al salir las Órdenes Militares, le escusó, mandándole escribir aquella célebre fiesta de Certamen de amor y celos, que se representó en los estanques del Buen Retiro. 3 Su honrado espíritu y vivaz ingenio quiso cumplir con las dos obligaciones, pues en breve tiempo concluyó la comedia, y tuvo lugar para seguirlas a Cataluña, asentando plaza en la compañía del excelentísimo señor conde-duque de Olivares, donde asistió hasta ajustarse la paz de los dos reinos, que volvió a la corte, y su majestad le hizo buena merced de treinta escudos de sueldo al mes en la consignación de la Artillería. 4 El de 49, hallándose en Alba con el excelentísimo señor duque, le mandó su majestad, por su real decreto, volver a la corte a escribir y trazar aquellos célebres arcos triunfales para la feliz entrada de su augusta esclarecida esposa doña Mariana de Austria, nuestra señora, gloriosísima reina madre. El de 51, por su real cédula, le dio licencia el Consejo de las Órdenes para hacerse sacerdote, con que atajó aquellos ardentísimos impulsos militares, dedicándose al más forzoso obsequio del Señor de los ejércitos, como también a la dulce quietud de las festivas musas. El de 53 repitió su majestad sus generosos honores, dándole una de las capellanías de los Señores Reyes Nuevos de Toledo, de que tomó posesión en 19 de junio de dicho año. 5 El de 63, considerándole distante para el empleo de sus reales fiestas, le honró con otra capellanía de honor de su Real Capilla, haciéndole corrientes los gajes y emolumentos de Toledo en esta corte y dándole una pensión en Sicilia, con otras especiales y continuas mercedes en reconocimientos de sus grandes servicios y premio de sus altos merecimientos, que aquel Cuarto gloriosísimo monarca fue magnánimo en premiar, por ser generoso en conocer los hombres de habilidad, con cuyo motivo anhelaban los espíritus valientes al glorioso afán de los combates, con generosa ambición de conseguir el digno premio, labrándose en aquella felicísima serie más fecundos ingenios que han florecido en todas las edades.

Obligole asimismo con premio y aplauso esta siempre ilustre y coronada villa de Madrid algunos años a escribir uno de los autos sacramentales con que celebra su festivo día, y, reconociéndole después por único, acordó que los continuase solo, como lo hizo por espacio de treinta y siete años, escribiendo al mismo tiempo los de Toledo, Sevilla y Granada, hasta que en aquellas insignes ciudades faltaron estos festejos; y aún más allá de la vida pasan los justísimos aplausos de esta imperial villa, pues los repite en sus festividades con acertada resolución de continuarlos. El mismo año de 63 fue recibido por congregante en la venerabilísima y nobilísima Congregación del glorioso apóstol san Pedro, de los presbíteros naturales de esta corte. 6 El de 66 fue electo capellán mayor de dicha venerable Congregación, y el de 81, agradecido a tantos singulares beneficios, se los recompensó dejándola por su universal heredera en el remanente de sus bienes, que fue el año que nos le arrebató la muerte de nuestros amantes ojos, domingo, a 25 de mayo, día gloriosísimo de la Pascua de Pentecostés, desconsolado para todos sus afectos y lamentable para mí, que me faltó a un tiempo maestro, padre y amigo. El invisible golpe de su muerte hirió muchos corazones, que por los labios y los ojos desahogaron su sentimiento, ya en amargas quejas, y ya en dulces canciones, pues lágrimas y acentos en obsequiosa demonstración se unieron a dedicarle aplausos y congojas, como tributo debido a la castellana deidad de los respetos.

Díganlo con voz más docta aquellos eruditísimos elogios con que le celebraron los esclarecidos caballeros del Alcázar de Valencia, y aquellos elegantísimo de la muy noble ciudad de Lisboa, los de Nápoles, Milán y Roma, con los que en Madrid han publicado y esperan publicar tantos célebres ingenios. Dígalo también el cenotafio honorario que le previene la venerable Congregación de presbíteros naturales para la eterna memoria de los siglos, y tantos doctos fúnebres epitafios como en esta y otras naciones le lloran difunto y le admiran inmortal.

Cesen, podía yo decir, tantos nobles sentimientos, pues ya a unos y a otros nos queda por consuelo en esta precisa y larga ausencia el retrato vivo que dejó para nuestra veneración en sus elegantes escritos, pues cada uno de ellos es una viva imagen en que copió su incomparable entendimiento. Confírmenlo cerca de cien autos sacramentales, más de ciento y veinte comedias, sin descaecer en ninguna edad con ellas, pues empezó grande con la de El carro del Cielo, de poco más de trece años, y acabó soberano con la de Hado y divisa, de ochenta y uno, coronando su madura edad ducientas loas divinas y humanas, cien sainetes varios, el libro de la entrada de la augusta reina madre nuestra señora, un dilatado discurso sobre los cuatro novísimos en octavas, un tratado defendiendo la nobleza de la pintura, otro en defensa de la comedia, canciones, sonetos, romances, con otros metros a varios asuntos, premiados en el primer lugar de los certámenes y academias y en el juicio de todos los discretos cortesanos, fueron innumerables.

¿Qué otra cosa, repito, es cada uno de estos discursos que una pintura espirante y un perfecto retrato suyo, a quien ni la injuria de las edades ni la malignidad de la envidia podrá desfigurar ni obscurecer? Sus obras las venera y guarda la librería del Colegio Mayor de Oviedo en Salamanca, como también las más selectas de España; sus autos, reconociéndolos nuestros católicos monarcas como joyas dignas de reales capacidades, se las remitían, explicando con ellos su voluntad a los señores emperadores de Alemania y rey de Francia.

Sus comedias se han hecho las más plausibles de todo el orbe, pues en la mayor parte de él se hallan traducidas en francés, en italiano y en otras lenguas, porque todas a una dignamente han celebrado sus singulares aciertos, cuya estudiosa aplicación y decente divertimento no se atreve a ponderar ni a defender mi tosca humilde pluma, cuando estas y las demás comedias honestas de España las aprueba y califica la elevada sobre todas del Fénix Orador (generoso blasón también de esta coronada villa de Madrid, venturosa madre suya), el elocuentísimo y reverendísimo padre maestro fray Manuel de Guerra y Ribera, a quien sus muchos émulos labrarán corona para la eternidad, si ya no se la hubieran labrado sus grandes merecimientos, y cuando también, al ver aprobación tantas veces docta, cesó en la suya, prorrumpiendo en venerables admiraciones la de aquel modesto, noble y erudito don Juan Baños de Velasco, dignísimo cronista general de estos reinos. Acción heroica y obra la más acertada que hizo en su vida, pues con ella falleció, reverenciando y siguiendo las huellas de nuestro venerado don Pedro Calderón, su compatriota.

Estas son las más verdaderas noticias que he podido averiguar, así por el informe de su hermana y parientes como por las informaciones que repetidas veces se le hicieron, y este es un corto resumen de su vida, hasta que en líneas más dilatadas la describa nueva fama. Este fue el honrado y premiado caballero de tres católicos monarcas, los señores reyes don Felipe Tercero, el piadoso don Felipe Cuarto el Grande y don Carlos Segundo el Deseado, que Dios guarde, pues siempre con mano liberal derramaron en él copiosísimos favores, ya eligiéndole el primero para el logro de sus festividades y ya haciéndole continuas honoríficas mercedes; este fue aquel dulce cisne que supo llorar antes de nacer y cantar aun después de morir, para eternizar su vida, sin pasar por el caos tremendo del olvido, pues en la llama de amor sacramentado renació Fénix inmortal de su fama en su gloria a merecer las justas aras que le erigen discretas veneraciones, siendo en este y todos los tiempos generosamente favorecido de los excelentísimos señores condestable de Castilla, duque del Infantado y duque de Alba, y dignamente solicitado del excelentísimo señor conde-duque de Olivares, marqués del Carpio y Eliche, duque de Medina de las Torres y príncipe de Stillano, magnánimos protectores suyos. Este fue el oráculo de la corte, el ansia de las estranjeras, el padre de las musas, el lince de la erudición, la luz de los teatros, la admiración de los hombres, el que de peregrinas virtudes estuvo ornado siempre, pues su casa era el abrigo generoso de los desvalidos, su condición la más prudente, su humildad la más profunda, su modestia la más elevada, su cortesía la más atenta, su compañía la más segura y provechosa, su lengua la más cándida y honradora, su pluma la más cortesana de su siglo y que no hirió jamás con mordaces comentos la fama de ninguno ni manchó con libelos a los maldicientes, ni su oído atendió a las detracciones maliciosas de la invidia; y este, en fin, fue el príncipe de los poetas castellanos, que suscitó con su sagrada poesía a griegos y latinos, pues en lo heroico fue culto y elevado; en lo moral, erudito y sentencioso; en lo lírico, agradable y elocuente; en lo sacro, divino y conceptuoso; en lo amoroso, honesto y respectivo; en lo jocoso, salado y vivo; en lo cómico, sutil y proporcionado; fue dulce y sonoro en el verso, sublime y elegante en la elocución, docto y ardiente en la frase, grave y facundo en la sentencia, templado y proprio en la translación, agudo y primoroso en la idea, animoso y persuasivo en la inventiva, singular y eterno en la fama.

Te celebrant alii quanto decet ore, tuasque
Ingento laudes uberiore canunt.
Ovidio, libro 2, Tristia






1. Diego de Urbina, en Blasones y linajes de España. Juan Pérez de Vargas, Nobiliario de España. García Alonso de Torres, en Linajes ilustres. Don Lorenzo de Padilla, en su Nobiliario.
2. Canónigo Tirso de Avilés, en su Nobiliario, con notas de Carvallo. Diego de Urbina, rey de armas, ya citado.
3. Consta por el Real Consejo de las Órdenes.
4. Consta por la contaduría de la Artillería.
5. Consta por el archivo (...) Iglesia de Toledo.
6. Consta por el archivo de esta Congregación.

GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera