Información sobre el texto

Título del texto editado:
“A don Antonio Mesía de Tovar y Paz, señor de Monterrubio, caballero del Orden de Calatrava, menino de la reina nuestra señora”
Autor del texto editado:
Pellicer de Osau Salas y Tovar, José (1602-1679)
Título de la obra:
Fama, exclamación, túmulo y epitafio de … fray Hortensio Félix Paravicino y Arteaga … vicario general en la sagrada religión de la Santísima Trinidad… [título tomado de la ficha de la BNE, falto en el ejemplar digitalizado]
Autor de la obra:
Pellicer de Osau Salas y Tovar, José (1602-1679)
Edición:
Madrid: viuda de Alonso Martín, 1634


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A DON ANTONIO MESÍA DE TOVAR Y PAZ, SEÑOR DE MONTERRUBIO, CABALLERO DEL ORDEN DE CALATRAVA, MENINO DE LA REINA NUESTRA SEÑORA


Con ternura fiel tomo la pluma para hablar de aquel grande honrador mío, el doctísimo y reverendísimo padre maestro fray Hortensio Félix Paravicino y Arteaga, ilustrísimo en sangre, amabilísimo en condición, tremendísimo en noticias y profundísimo en estudios. Si bien con amor de amigo, con celo de discípulo me atrevo a decir de aquel gran hombre, y con seña humilde de agradecido a consagrar a la piedad de vuesa merced esta breve lisonja de mi pluma, que llora muerto al maestro de todos, al honor de esta nación, al deseo de las extranjeras, a la antorcha de la predicación, al fénix de las sciencias, al oráculo de las artes, a la luz de las letras, al sol de las musas y al padre de la elocuencia castellana. No es maravilla gima yo agora su muerte, si aun sus émulos lamentan su pérdida. Con esto digo que la sentirán muchos, tantos le adquirieron sus propios méritos, pues lo afable de su trato, lo cortés de su agrado, lo dócil de su natural, lo admirable de su genio no pudieron dejar de hacer ruido a la envidia, despertarla sí pudieron, que muchas veces sabe a la voz de la suficiencia recordar cuántos ceños la arrulló la ignorancia. Los golpes de erudición que dio nuestro difunto en todas facultades hicieron estruendos gloriosos en Madrid, en Castilla, en España, en Europa, en el orbe entero, bien que no bastaron a ensordecer la calumnia, que a esta solo su muerte la dejó sorda. Poco dije: sobre desairada, la dejó también ociosa, pues ya no le queda sujeto igual que emprenda. ¡Infelicidad del saber ser forzoso dejarle con la vida para que sosiegue la lástima lo que indignó la dotrina! Faltábale a este héroe estudioso para acabar de ser grande el dejar de ser hombre. Murió, que hasta entonces no le llegó cabal aplauso. Misterio repetido en todos los siglos, novedad en cualquiera, achaque en este, peligro en los que vendrán, pues será siempre costosa ambición acabar a la vida para comenzar a la fama.

La opinión que le granjearon cuarenta años de noticias, veintiocho de predicador, cincuenta y tres de edad la modestia se sabe, y aun la malicia no la ignora. Bastara tanta estimación a confiarle, para que despreciara vano las emulaciones que desatendía cuerdo, por que hiciera la soberbia alguna vez el oficio de la prudencia. Pues en esta común sequedad a que la envidia ha introducido a los varones señalados para la liviandad hay desprecio, lástima para la locura, y para la injuria perdón. Porque en lo cristiano le daba divino y consolado ejemplar Cristo; en lo generoso le bastaba por acierto el de Augusto, bien que tenía mejor y más augusta pauta en Teodosio. Descuidarse en las iras a vista de las calumnias, grande venganza para el irritado, mayor afrenta para el agresor.

La virtud de este ingenio siempre la vimos aplaudida, pero malquista la conocimos entre los que la contristaban desde inferior región. Pero verle maestro en Sacra Teología a los dieciocho abriles de su primavera erudita, y apurada la fineza de su sciencia por el grave crisol de Salamanca, supliendo la demasía de sus letras la falta de sus años ¿qué escándalo no sería de la malicia? Verle ir creciendo en los puestos más eminentes de su religión ¿qué cisma no sería del odio? Verle orador real del Tercero y Cuarto Filipo ¿qué cizaña no sería de la envidia? Y, sobre todo, verle tan aplaudido y tan venerado de la nobleza y plebe y poner en armas toda la escuela crítica, no solo a estudiar, pero aun a deletrearle sus períodos ¿qué celos no daría a la insuficiencia? ¿Qué sustos a la detracción? Mirarle bien visto de su rey, valido de los príncipes de más o menos jerarquía fue cuidado primero, desvelo después, ojeriza siempre de los mal intencionados. Todo este tropel de delitos ajenos vencía su blandura, y toleraba su docilidad.

¡Oh, cómo pudiera aquí descoger todo el aparato de la alabanza sin el riesgo de la lisonja, pues engrandecer cenizas me absuelve de este peligro! Pero, si aun la fineza con los muertos tiene escrúpulo de ser enojo con los vivos, quiero remitir sus elogios a los versos, más capaz, si menos sospechoso, estilo para el encarecimiento que si desatara sus loores en prosa. Labrar pretendo memoria para el que murió, aunque esta alabanza sea saña para los que viven, sin que me escarmienten las enemistades que me granjeó ser su amigo, pues fueron tantas, que él mismo me persuadió tal vez a que dejase sus batallas libres, a la disposición de la inociencia, que suele templar los desaires temporales de la fortuna.

No conoció este siglo hombre más adornado de virtudes morales; su piedad fue excesiva; el dolor de ajenos males, grande; podíasele ofender en confianza del perdón. Remedió su intercesión continuas necesidades en unos, calidades en otros. Jamás salió de su celda que no fuese a hacer algún beneficio, ocupación del sol, que nunca madruga sino a hacer bien. Cargado de méritos, nunca le acertaron los premios. Bastole ser tan grande por laurel; ser tan digno, por mitra. Llegó la hora de dar residencia de tan superior talento, y, ceñido ya para el último certamen, oró tan altamente a un Cristo, que, si en aquel paso le vieran los que le culparon de afectado su estilo, se desengañaran de que aquel lenguaje era natural fecundo, no estudio limado, y que de los desperdicios más descuidados suyos pudieran muchos que presumen de bien hablados sacar no solo admiración, pero enseñanza. Cuanto dijo en sus oraciones evangélicas en vida fue ensayo para la muerte, pues fueron tales y tantas las ternuras que derramó entonces, que ni puede imaginarlas el seso ni referirlas la atención. Baste decir que se carearon su contrición y su ingenio, y, ayudándose de su dolor su juicio, exclamó a Dios, que con auxilio soberano le conservó el entendimiento, haciendo hora aquella vida para que llegase el arrepentimiento más elocuente, donde no solo los labios, pero oraron los ojos. ¿Y palabras activas y lágrimas fervorosas qué no alcanzarían de Dios? Rindió plácidamente el espíritu en sus manos. Gran día para la envidia, doloroso para sus amigos, lamentable para los neutrales. Su funeral se hizo con majestad y llanto; sus exequias, con pompa y tristeza; sus honras, con aparato y alabanza. Comenzó el afecto a desatarse en epigramas, en discursos fúnebres y en elegías. Yo fui el primero en sentir; no sé si soy el postrero en declamar. Esta parentación breve le hice, esta consagro a la posteridad del muerto, y esta ofrezco a la protección de vuesa merced, pues alabanzas de un talento difunto sólo pueden inscribirse a quien tanto cuida de comparar los vivos, heredando al ilustrísimo conde de Molina, padre de vuesa merced, este celo generoso con que en su magnífica y espléndida casa no solo agasajo, pero beneficia los más excelentes hombres de (…) dad publica a vuesa merced y a su heroico hermano, cuyas tres vidas guarde Dios para realce de las sciencias, corona de los virtuosos y honor de nuestra nación. Madrid, a tres de enero de 1634.

Don José Pellicer de Tovar


Post fata, fama






GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera