Información sobre el texto

Título del texto editado:
“El maestro fray Luis de León”
Autor del texto editado:
Pacheco, Francisco (1564-1644)
Título de la obra:
Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones
Autor de la obra:
Pacheco, Francisco (1564-1644)
Edición:
Sevilla: 1599-¿1644?


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El maestro fray Luis de León


Si las obras acertadas de algún artífice le están, como dice el Sabio, alabando siempre, con cuánta mayor razón las de Dios nos dan motivo para engrandecer su infinita sabiduría, y más cuando vemos que nacen algunos hombres acompañados de tantas gracias, que parece que fueron hechos, sin otro medio, por sus divinas manos. Si en alguno se puede esto verificar es en el gran maestro fray Luis de León, con quien anduvo tan liberal el cielo, como veremos.

Sus progenitores fueron de Belmonte, de clarísimo linaje, en el cual resplandecieron muchos varones insignes en letras y santidad. El licenciado Lope de León, su padre, siendo uno de los mayores letrados de su tiempo, vino por oidor a Sevilla, donde hizo oficio de asistente, y en ella tuvo, para honra de nuestra patria, este ilustre hijo, que, siendo promovido luego a la chancillería de Granada, nació en ella el año 1528 para engrandecer la Andalucía, la nación española y el mundo.

En lo natural fue pequeño de cuerpo en debida proporción; la cabeza grande, bien formada, poblada de cabello algo crespo y el cerquillo cerrado; la frente espaciosa, el rostro más redondo que aguileño (como lo muestra el retrato), trigueño el color, los ojos verdes y vivos. En lo moral, con especial don de silencio, el hombre más callado que se ha conocido, si bien de singular agudeza en sus dichos; con estremo, abstinente y templado en la comida, bebida y sueño; de mucho secreto, verdad y fidelidad; puntual en palabra y promesas; compuesto, poco o nada risueño. Leíase en la gravedad de su rostro el peso de la nobleza de su alma; resplandecía en medio de esto por excelencia una humildad profunda. Fue limpísimo, muy honesto y recogido, gran religioso y observante de las leyes. Amaba a la santísima Virgen tiernamente; ayunaba las vísperas de sus fiestas, comiendo a las tres de la tarde y no haciendo colación. De aquí nació aquella reglada canción que comienza “ Virgen, que el sol más pura”. Fue muy espiritual y de mucha oración, y en ella, en tiempo de sus mayores trabajos, favorecido de Dios particularísimamente. Con ser de natural colérico, fue muy sufrido y piadoso para los que le trataban. Tan penitente y austero consigo, que las más noches no se acostaba en cama, y el que la había hecho la hallaba a la mañana de la misma manera; certifícalo el padre maestro fray Luis Moreno de Bohórquez, honra de su religión, que estuvo cuatro años en su compañía, a quien debemos la verdad de este discurso.

Profesó en el monesterio de San Agustín de Salamanca en 29 de enero de 1544, siendo de edad de 16 años. En lo adquisito fue gran dialéctico y filósofo, maestro graduado en Artes y doctor en Teología por aquella insigne Universidad, donde fue catedrático más de 36 años en la cátedra de santo Tomás, de Durando, de filosofía moral y de prima de Sagrada Escritura, que tuvo con crecido premio porque leyese una lección. Supo Escolástico tan aventajadamente como si no tratara de Escritura, y de Escritura, como si no tratara de Escolástico. Fue la mayor capacidad de ingenio que se ha conocido en su tiempo para todas ciencias y artes. Escrebía no menos que nuestro Francisco Lucas, siendo famoso matemático, aritmético, geómetra y gran astrólogo y judiciario, aunque lo usó con templanza. Fue eminente en el uno y otro derecho; médico superior, que entraba en el General con los de esta Facultad y argüía en sus actos. Fue gran poeta latino y castellano, como lo muestran sus versos. Estudió sin maestro la pintura y la ejercitó tan diestramente, que, entre otras cosas, hizo (cosa difícil) su mesmo retrato. Tuvo otras infinitas habilidades, que callo por cosas mayores.

La lengua latina, griega y hebrea, la caldea y siria supo como los maestros de ella; pues la nuestra ¿con cuánta grandeza?, siendo el primero que escribió en ella con número y elegancia. Dígalo el Libro de los nombres de Cristo y Perfecta casada, encarecido y admirado de los doctos, que no sabe acabar de loarlo Antonio Possevino en su Biblioteca. Escribió en latín comentarios sobre los Cantares, y fue el primero que allanó las dificultades de la letra; y sobre el psalmo 26 y el profeta Abdías, y la Epistola ad Galatas, y un tratado de utriusque agni. Expuso otros libros de la Escritura que no están impresos; hay muchas obras suyas de mano en verso, divididas en tres partes: la primera de las coas propias, la segunda lo que tradujo de autores profanos, la tercera de los Psalmos, Cantares y capítulos de Job, lo cual ha sido siempre estimadísimo, con la carta a don Pedro Puertocarrero, a quien lo dirige. Escribió otra en San Felipe de Madrid, año 1587, a las carmelitas descalças en favor del espíritu y escritos de santa Teresa de Jesús, que andaba con su libro, digna de la excelencia de su ingenio.

Al paso de estas grandezas fue la invidia que le persiguió, pero descubrió altamente sus quilates, saliendo en todo superior y con el mayor triunfo y honra que en estos reinos se ha visto. Fue varón de tanta autoridad, que parecía más a propósito para mostrar a los otros que para aprender de ninguno. Grande su juicio y prudencia en materia de gobierno, alcançó mucha estimación en España y fuera de ella con los mayores hombres. Consultábalo el rey Filipo Segundo en todos los casos graves de conciencia, enviándole correos estraordinarios a Salamanca, y después, yendo por orden de la Universidad con particular comisión a su majestad, lo trató y comunicó, haciéndole especial favor y merced. Y en los acometimientos honrosos de obsipados y del arçobispado de México descubrió su valor y ánimo grande, no solo para desnudarse de la dignidad (cosa intentada de pocos), mas aun de todo cuanto tenía en la tierra. Varón de veras evangélico.

En estos santos ejercicios y con esta continuación de vida, siendo provincial de la Provincia de Castilla, acabó su curso santamente, dejando en todos harto desconsuelo, aunque mayor certeza de su gloria, en la villa de Madrigal, en 24 de agosto del años 1595, de 63 años de edad, Trajéronle con la debida honra a San Agustín de Salamanca, donde había tomado el hábito, y yace sepultado en el claustro de aquel ilustre convento. Y para cumplimiento de su elogio y de mi deseo no me contenté con menos, en honra de tan insigne varón, de que los versos latinos fuesen del licenciado Caro, y los castellanos, de Lope de Vega, en su Laurel de Apolo, con que se encarecen bastante.

EPIGRAMMA.
Hispalis, Iliberis, Salmantica, Monta, Toletum,
Municipan iactant te, Ludovice, suum.
Contigitid magno quondam certamen Homero:
Contigit Hesperio sicque Melesigeni.

Agustino león, fray Luis divino,
¡oh, dulce analogía de Agustino!
¡con qué verdad nos diste
al rey profeta en verso castellano,
que con tanta elegancia traduciste!
¡Oh, cuánto le debiste,
como en tus mismas obras encareces,
a la invidia cruel, por quien mereces
laureles inmortales!
Tu prosa y verso iguales
conservarán la gloria de tu nombre,
y los Nombres de Cristo, soberano,
te le darán eterno, por que asombre
la dulce pluma de tu heroica mano,
de tu persecución la causa injusta.
Tú fuiste gloria de Agustino augusta;
tú, el honor de la lengua castellana,
que deseaste introducir escrita,
viendo que a la romana tanto imita,
que puede competir con la romana.
Si en esta edad vivieras,
fuerte León, en su defensa fueras.






GRUPO PASO (HUM-241)

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2018M Luisa Díez, Paloma Centenera